Enigmas del pasado

 

Resumen: 

Después de todo lo sucedido, el amor finalmente triunfó. Pero, ¿será posible que triunfe dos veces? Nada es predecible cuando sus sueños pueden convertirse en pesadillas, y sus pesadillas pueden transformarse en la cruel realidad. Melany ha muerto y Andreas ha desaparecido. El mayor enemigo aquí serán el miedo y la confianza. Tom deberá buscar en su interior el significado de ambos sentimientos para poder continuar con su relación.

 

Advertencias: Twincest, sexo explícito, violencia, vocabulario inapropiado, violación, muerte de un personaje.

 

Género: Romance, drama.

 

Clasificación: +16.

 

Capítulo I: “¿Sólo estoy soñando?”.

 

...Eres la droga que quiero consumir cada día de mi vida...”

 

 www.youtube.com/watch?v=mkgalePYlBc

 

Estábamos abrazados contemplando el ocaso de aquella tarde que se escondía tras el horizonte, cuando rompí el silencio.

Quiero que hoy hagamos otra promesa. Prometamos que nos volveremos a encontrar en este sueño una y otra vez.

Te lo prometo, mi amor. Lo haremos. Ojalá pudiese estar todo el tiempo así, contigo, colmado de alegría, feliz. Sólo puedo decirte una palabra. Perdóname.

Perdóname, pero soy yo quien debe pedirte disculpas. Tú no tienes por qué hacerlo, Billy.

Sí que tengo motivos para pedirte perdón. No confié en ti y eso es lo peor que pude haber hecho.

¿No confiaste en mí? No entiendo –contesté aún sin poder expresar todo el amor que sentía hacia mi gemelo.

Mis palabras eran frías.

Andreas siempre fue lo que tú habías dicho, una basura.

¿Te diste cuenta? –pregunté esbozando una sonrisa, ya que las palabras de Bill terminaron por convertir ese día, en el mejor de mi vida.

Sí. Perdóname. No me alcanzará la vida para disculparme. Te amo y no sabes lo que sufrí estando sin ti. No quiero perderte nunca más, amor. Nunca más me dejes –afirmó mi gemelo derramando algunas lágrimas sobre mi pecho y abrazándome, como si en unos segundos se acabase el mundo.

Te amo, Bill. No sé cómo pude aguantar tres meses sin saber de ti, sin verte, sin oler tu aroma, sin sentir tus caricias, sin siquiera abrazarte. Fueron los tres meses más largos de mi vida. No, no, fueron los tres meses más largos de mi muerte. No existe la vida sin ti, Bill. Eres la droga que quiero consumir cada día de mi vida –por fin pude explayarme y expresar mis sentimientos, todo el dolor que tenía dentro.

Todo por mi culpa. Me siento realmente culpable de todo. Perdón, perdón... –repetía mi hermano una y otra vez, acompañando sus palabras con sollozos.

Dime, ¿no es acaso el amor que nos tenemos lo más importante? No contestes, ya sé que sí. Te amo y no quiero volver al pasado nunca más. Sólo quiero ver cómo somos felices y envejecemos juntos. ¿No te gustaría dejar en el pasado todas aquellas heridas, caídas y golpes de la vida?

Por supuesto, Tomy. Tienes razón. Tú eres lo único importante en este momento. Qué importa Andreas, qué importa Melany, ellos...

Al fin y al cabo, ninguno destruyó nuestro amor, ¿no? –interrumpí a mi gemelo–. Sólo quiero saber, ¿tú estás bien?

Hoy es el día más feliz de mi vida. ¿Por qué la pregunta, mi amor?

Por lo de... tú sabes...Lo que te hizo el infeliz de Bushido. Mamá me lo contó.

Ah, eso. Creo que con lo que acaba de pasar, ya no recuerdo ni quién es ese idiota. ¿Sabes? Nada se equipara a hacer el amor contigo, Tom. Eres la persona que me llena tanto de cariño cuando estás en mí, que siento que eres parte de mi cuerpo.

Yo me siento exactamente igual, amor. Si te digo que no he estado con nadie después de ti, ¿me crees? Nadie más ha tenido la suerte de probar estos labios experimentales –afirmé egocéntricamente, tocando mis gruesos labios.

No me enojaré si me cuentas la verdad. ¿Con cuántas has estado para olvidarme? –preguntó Bill curiosamente–. ¿Veinte? ¿Treinta?

Con ninguna, Bill. Sé que ni siquiera tú me creerás, pero no he estado con nadie. Me la he pasado embriagándome encerrado entre cuatro paredes, pensando en ti, y sin siquiera salir a dar una vuelta por la ciudad –exageré un poco para hacer más dramática mi historia.

Júramelo por mamá.

Te lo juro por mamá, Bill. No he estado con nadie; tus labios han sido los últimos que he besado. ¿Ahora me crees?

Debería comenzar a confiar más en ti. Te creo, Tomy. Aunque es increíble, jamás pensé que harías semejante sacrificio por un idiota como yo, que ni siquiera se merece que lo ames.

Tú te mereces que te ame, que te mime, que te cuide, y que te dé lo mejor que le he dado a nadie.

Eres lo más tierno que puede existir sobre la faz de la tierra.

Y tú lo más hermoso que hay sobre ella.

¿Sabes? Pensé que cuando regresaras todo iba a ser distinto, mas ya veo que nada ha cambiado. Imaginé que no me amarías, que vendrías con novia, y que te tendrías que acostumbrar a verme saliendo con Andreas. O sino simplemente pensé que jamás regresarías.

¿Y pensaste que te dejaría así, indefenso frente al mundo? No, señor. Tom Kaulitz hará cosas estúpidas una vez, pero dos, jamás. Necesito escuchar que me perdonas, cariño –cambié de tema bruscamente–. Hasta ahora sólo tú has pedido disculpas. Soy yo quien debe decirte que fui un idiota. Ni siquiera pude salvarte de las garras del veterano de Bushido.

Vamos, tan sólo tiene cuarenta y tantos –sonrió mi hermano.

Al fin podía volver a ver su majestuosa sonrisa, sin tener que hacerlo mediante una foto, o imaginándomela en mi cabeza. Estaba tan feliz de que todo volviese a la normalidad, que no tenía palabras para agradecerle a la vida el tener a la persona más maravillosa del planeta junto a mí. Era todo como en los sueños. Vaya, era aún mejor que ellos.

En la cárcel tendrá el doble de años, y en el infierno, ni hablemos. Jamás debió haber tocado a la cosita más preciada de Tomy –sonreí completamente repleto de felicidad.

Te amo, Tomy.

Te amo, cosita más preciada de Tomy –lo besé sonriente, no podía evitarlo.

Ah, espera –dijo él dejando de besarme.

¿Qué?

¿Hace falta decir que te perdono?

Mm, digamos que sí.

Te perdono, amor de mi vida. ¿Tú a mí?

Sólo si me das un beso.

Bill se limitó a besarme en la frente.

Tú no especificaste en dónde –rió él pícaramente.

¿Cómo te atreves a desafiarme? –pregunté sonriendo malévolamente–. Ahora verás lo que pasará.

Comencé a hacerle cosquillas y ambos reíamos como si fuésemos dos niños pequeños.

Luego de divertirnos un rato, entre risas y bromas, decidimos que era hora de volver a casa. Ya estaba oscureciendo y cuando se hiciese de noche, no veríamos nada.

Encima debo llevarle el auto a Gordon –rezongué sin ganas de despegarme de Bill un segundo–. Por supuesto que antes te llevaré a tu casa.

A nuestra casa –corrigió mi hermano–. Y no te irás a ningún lado. Te quedarás a dormir en la casa que toda la vida fue nuestra, ¿OK? –obligó él en tono desafiante.

Está bien, pero debo llevarle el auto a...

No se lo llevarás –interrumpió Bill sin dejarme terminar la frase–. Te quedarás conmigo y punto.

Cruzó los brazos tal como lo hace un niño enojado.

¿Y qué si no te hago caso? –cuestioné intrigado.

Te pegaré.

Okay, mejor lo haré –hice de cuenta que sus amenazas me daban miedo.

¡Sí! –exclamó mi hermano sonriente–. Luego le llamas a mamá y ya sabes, inventas alguna excusa para lo del auto.

Pobre Gordon...

Sí, me ha ayudado tanto.

A mí también.

Oye, espera –Bill reaccionó–. ¿Mamá sabía que tú estabas aquí y no me dijo nada?

Le dije que ya sabías.

Ey, mentiroso –acusó Bill.

Tú me acabas de decir que le mienta –rezongué.

Sólo era una sugerencia. Si no quieres volver a casa, no me enojaré –afirmó Bill fingiendo estar triste.

Ay, tontito. Le mentiré a mamá y me quedaré contigo porque así lo quiero, ¿sí?

Sabía que lo harías –sonrió.

Tal como lo quería Bill, fuimos hasta su casa en el auto de Gordon. Nos bajamos del mismo y nos llevamos una gran sorpresa.

¿Qué hace este aquí, si yo lo he echado? –me preguntó Bill furioso, viendo que Andreas estaba parado en la vereda de casa.

No lo sé, pero en este mismo instante se irá –me acerqué al rubio que aún nos continuaba molestando, para echarlo de una buena vez de nuestra casa, de nuestra vida.

¿Qué haces tú aquí? –me cuestionó el rubio, como si tuviese derecho de hacerlo.

Yo me pregunto lo mismo. Vete ya de nuestra casa. No sé por qué sigues aquí, si Bill te ha dejado bien en claro que no volvieras más –respondí intentando no alterarme.

Bill, no puedo creer que hayas vuelto con esta basura. Te abandonó y ni siquiera pudo estar cuando más lo necesitabas –afirmó Andreas muy convencido.

La única basura acá eres tú. Te dije que no regresaras. No sé qué parte de la palabra vete no has entendido –opinó Bill enojado, al igual que yo lo estaba.

Tranquilos, supongo que no les interesará saber de todas las maldades que hemos hecho con Melany. Además, sólo vine a buscar mis pertenencias.

¿Sabes qué? ¡No nos interesan tus maldades ni las de la loca! ¡Ustedes ya son parte de nuestro pasado, ya no pertenecen más a nuestra vida! –exclamé sin que importase qué tan fuerte gritaba.

Bien... Pues entonces nunca sabrán la verdad –rió el rubio sarcásticamente–. Déjenme sacar mis pertenencias, así me voy y los dejo juntos, para ver cómo se arruinan la existencia.

¿Quieres tus cosas? Ahora las tendrás.

Entré a casa absolutamente sacado de quicio y comencé a largarle al rubio todas las pertenencias por la ventana del segundo piso.

Bill sólo era la audiencia de ese espectáculo. Él sonreía por dentro, ya que sabía que Andreas se merecía ser echado de la casa que había sido nuestra, y sobre todo se merecía sufrir por todo lo que nos había hecho a mí y a mi gemelo. Yo no podía negarlo, sentía una gran satisfacción de hacer lo que estaba haciendo.

Cuando terminé de lanzar sus cosas, él, por supuesto, las alzó y se fue completamente disgustado por el mal rato que le habíamos hecho pasar mi gemelo y yo. Además, me imaginaba la sorpresa que se debía haber llevado al verme con Bill nuevamente allí, en Alemania.

 

Capítulo II: “Adiós a tus mentiras”.

 

...No podía dejar que me torturase como lo había hecho antes...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=RtGPelXarYA ]

 

Mas le vale no volver a aparecerse por aquí, porque se arrepentirá toda su vida si lo hace –afirmé malévolamente.

Sí. Te hubiese encantado ver cómo lo eché –sonrió Bill.

Sí, la verdad...

Mi teléfono interrumpió nuestra conversación.

¿Mamá? –atendí pensando en qué excusa decirle a ella sobre el lugar en el que me encontraba y en el que me quedaría a pasar la noche.

Tom, ¿estás bien? Pensé que volverías más temprano –afirmó mamá preocupada.

Sí, mamá. Lo que pasa es que... Estoy en casa de Bill. Ya nos arreglamos –sonreí mirando a mi gemelo, feliz de poder pronunciar esas palabras.

Ah, bueno. Me quedo más tranquila. Pásame con él, hace mucho que no hablo con tu hermano.

¡Hola, mamá! –exclamó Bill sonriente luego de que le pasé el teléfono.

¡Billy! ¿Cómo estás? Me alegra muchísimo que se hayan arreglado con tu gemelo.

Sí, estoy mejor que nunca, madre. No soportaba estar peleado con Tom. Además, pasamos tres meses sin vernos, eso es increíble.

Jamás habían pasado tanto tiempo separados, ¿verdad?

Exacto. Pero por suerte ahora está todo fantástico. Tú, madre, ¿cómo estás?

Bien, hijo, gracias por preguntar. Quiero que vengan tú y Tom a almorzar mañana ya que se arreglaron. Tengo una sorpresa para ustedes. Y de paso tu hermano le devuelve el auto a Gordon. ¿Ya se lo adueñó?

Creo que sí. Dile a Gordon que anda mal –mintió Bill.

¡¿Ya lo rompieron!? –exclamó mamá preocupada.

No, mamá –rió mi gemelo–. Sólo bromeaba. ¿Y qué tipo de sorpresa tienes para nosotros?

Ya se enterarán cuando vengan. Me voy porque debo hacer de cenar.

Okay. Adiós, mamá. Saludos a Gordon. Tom te manda saludos también.

Bueno. Saludos a ambos. Besos. Los amo.

Nosotros a ti –cortaron la comunicación–. Mamá tiene una sorpresa para ambos.

¿Sorpresa? –pregunté asombrado–. ¿Qué puede ser?

No lo sé. Nos invitó a almorzar mañana, así que supongo que ahí nos dirá qué es.

No me gustan las sorpresas –afirmé intrigado.

A mí tampoco –hizo una pausa–. Bueno, excepto la sorpresa que me diste cuando te apareciste en la playa. Fue la sorpresa más hermosa que alguien puede recibir.

¿Por qué eres tan tierno? –pregunté sin encontrar respuesta a mi interrogante.

Porque soy igual que tú.

No, la respuesta es porque eres el amor de mi vida.

Eso no responde. No tiene sentido lo que has dicho.

Te amo. ¿Eso tiene sentido?

Creo que sí –afirmó mi gemelo acercándose y besándome–. ¿Duermes conmigo? –cuestionó Bill con una tierna cara que era más fuerte que yo.

¿Y cómo decirle que no al dueño de mis suspiros? –pregunté tomando a mi hermano de la cintura para luego abrazarlo–. Dios, no te imaginas cuánto te he extrañado. Jamás había tomado una decisión más idiota como lo fue la de irme.

No importa. Al menos pude saber cuánto era capaz de extrañarte estando sin ti. Pero nunca vuelvas a irte, por favor.

No lo haré, cariño. No palpita mi corazón si no te tengo a mi lado.

Y el mío tampoco, Tomy.

Esa noche, me dormí junto al amor de mi vida, tal como lo deseaba desde hacía tres meses. Nos besamos hasta cansarnos y luego lo abracé para después dormirme con una enorme sonrisa en mi rostro. Bill, en cambio, no se durmió. Pensaba en Andreas. Sin embargo, no lo hacía porque lo extrañase ni nada por el estilo sino porque sentía que algo había quedado pendiente con el rubio. Y ese algo eran las mentiras de las que este había hablado antes de irse. ¿De cuáles mentiras hablaría Andreas?

Como si fuese el comienzo de una nueva etapa, esa noche, nuevamente empezaron a presentarse las pesadillas extrañas. No obstante, esa pesadilla jamás podría convertirse en un sueño, como había pasado anteriormente.

Me desperté exaltado, todo parecía un deja vú, más no lo era, debido a que la pesadilla era diferente. Había soñado con Bill y con alguien más. Mi gemelo estaba de espalda y estaba besándose con una chica. ¿Quién era ella? No tenía la más mínima idea. Solamente era un alguien misterioso. Lo único que esperaba era que eso no fuese a pasar. Debía tomar esa pesadilla como un sueño insignificante; no podía dejar que me torturase como lo había hecho antes.

Al despertarme exaltado esa noche, dejé de abrazar a Bill. Luego, quise volver a hacerlo para dormirme nuevamente. Sin embargo, mi gemelo abrió sus ojos despertándose, debido a que yo había apoyado mi mano en su cintura.

¿Qué pasó? –preguntó él algo entredormido.

Nada, sigue durmiendo, ángel –acaricié su rostro para intentar pensar que jamás me haría lo que pasaba en mi pesadilla.

¿No has pensado en que el hijo que perdió Melany podría no haber sido tuyo? –preguntó mi gemelo con los ojos cerrados, haciéndome pensar que hablaba dormido.

¿Estás dormido? –cuestioné algo confundido.

No –abrió sus ojos–. ¿No lo has pensado?

¿A qué te refieres? Los análisis decían que el niño era mío –afirmé sorprendido.

Pero si Melany y Andreas eran cómplices, no sería muy difícil sospechar que ambos hubiesen cambiado los análisis para hacer que tú fueses el padre del niño. A lo mejor de esa mentira hablaba Andreas.

Al principio lo sospeché... Mas quise pensar que el médico era confiable. De todas formas, no me gustaría enterarme ahora de que dicho niño era tuyo. Prefiero creer que era mío.

¿Por qué? –cuestionó Bill asombrado.

Porque no me perdonaría saber que maté a tu hijo.

Tom, tú no mataste a nadie. Deja de pensar eso, hazme el favor. Igualmente, el niño también podría ser de Andreas. Si era de él... –Bill se interrumpió quedándose pensativo.

Si era de él, ni siquiera se podría describir lo desalmado que es –opiné mirando hacia el oscuro techo–. ¿Bill? –pregunté después de unos segundos, ya que mi gemelo no había respondido.

Miré a Bill y él había vuelto a dormirse. Yo me quedé un rato más pensando. ¿Y si mi gemelo tenía razón? ¿Y si realmente el hijo que Melany había perdido no era mío? No quería ni pensar en esa posibilidad, así que para evadir mis pensamientos, me dormí.

Al día siguiente, Bill me despertó. Eran aproximadamente las doce del mediodía cuando lo hizo.

Tomy...

¿Sí, mi amor? –pregunté dándome vuelta y mirando a mi hermano, quien estaba sentado en los pies de la cama.

Tengo una noticia para ti.

¿Buena o mala?

Depende cómo te la tomes. Siéntate así hablamos.

Me enderecé para quedar al lado de Bill.

Primero te daré el beso de los buenos días –dije acercándome para luego besarlo–. Ahora cuéntame.

Espero que no te lo tomes a mal, quiero que sepas que todo lo hice con buena intención, Tomy.

Habla, Bill. Me haces dar miedo.

Sé de quien es el hijo que perdió Melany.

¿Có...cómo? –tartamudeé atónito.

Qué importa. Lo importante es que sé la verdad.

Entonces, ¿no era mío?

Melany y Andreas nos mintieron. El hijo no era tuyo, Tom, sino del rubio.

¿De Andreas? –cuestioné atónito–. No puedo creerlo.

Yo tampoco. Todavía no puedo entender cómo es posible que dos personas puedan ser tan desalmadas. Definitivamente, ninguno de ellos tenía sentimientos.

No. Melany sí que los tenía –refuté defendiéndola, sin saber bien por qué lo hacía–. Ella lloró por su hijo, realmente le dolió. En cambio, la lacra oxigenada de Andreas no. Él sí que no tiene sentimientos. Pero, ¿cómo sabes que el hijo no era mío?

Esta mañana fui al hospital a corroborar que fueses tú el padre del niño que Melany perdió. El problema era que si la “lacra”, como le dices tú, había cambiado los análisis, seguramente estarían archivados los falsos. Así que pregunté si guardaban una copia de los análisis originales, y me dijeron que lo hacían en la computadora. Luego les pedí por favor que me buscaran los análisis originales y así lo hicieron. Allí decía que el hijo era de Andreas. Me quedé anonadado.

Gracias, mi amor, por averiguar la verdad –abracé a mi gemelo–. Por un lado, me da felicidad saber que no perdí a ningún hijo.

Me alegro, Tomy. Temía que te enojaras por remover las cosas del pasado.

No me enojé, Bill. Al contrario, te agradezco...De verdad.

De nada. Sabes que estoy siempre, mi amor. Te amo.

Y yo a ti.

Debemos ir a almorzar a la casa de mamá.

Cierto. Ahora me cambio y vamos. Quiero saber qué sorpresa nos espera.

Yo también –afirmó mi gemelo sonriente–. Dejo que te cambies.

Okay.

Bill esperó a que me cambiara y ambos fuimos en el auto de Gordon hacia la casa de mamá.

Cuando llegamos allí, toqué el timbre ansioso de saber qué sorpresa nos esperaba detrás de la puerta. Y vaya que era inesperada dicha sorpresa.

 

 

Capítulo III: “Volver a empezar”.

 

...Quiero que empecemos todo de cero...”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=FtZ2IOSIZHU ]

 

Bill y yo nos quedamos impactados con la sorpresa que mamá tenía para nosotros.

¡Hola, primos!

¡Camille! –gritó Bill sonriente, corriendo para abrazarla.

¡Vaya sorpresa que nos tenías, mamá! –exclamé felizmente mirando a mi madre.

Sabía que les alegraría que su prima esté aquí, ya que hace tres años que no se ven.

Realmente me había dejado atónito que nuestra prima lejana de Francia estuviese allí, en Alemania. Camille era una joven de diecinueve años, delgada y de piel blanca. Su cabello era largo y negro, pero lo que más resaltaba en ella eran sus ojos color azul del mar.

Luego de que Bill la saludó, yo me acerqué y también la abracé.

No puedo creer que estés aquí.

Yo tampoco. No tienen una idea de lo que los extrañé.

Ya ni siquiera recordaba tu rostro –bromeé.

Tú sigues igual de gracioso que antes –contestó ella riendo.

Todo entramos a casa contentos y saludamos a Gordon, quien ya estaba sentado en la mesa preparado para almorzar. Mientras almorzábamos como una gran familia, Camille nos contó acerca del motivo por el cual había viajado a Alemania. Estaba estudiando para ser modelo y recibió una beca para viajar a nuestro país. Así que decidió quedarse esos seis meses allí, en casa de mamá. Por supuesto que nuestra madre le dio permiso para que ella se quedara.

Ustedes, ¿cómo andan? ¿Qué cuentan de sus vidas? Tienen novias, me imagino. Bueno, de Tom no me espero eso, pero de Bill sí.

Mm, por supuesto que no tengo novia –afirmé nerviosamente.

Yo tampoco –sonrió Bill nervioso al igual que yo.

Pensé que me dirías que sí, Bill. Es imposible que no hayas conseguido a alguien.

¿Por qué? –preguntó mi gemelo intrigado.

No sé, eres muy tierno.

Y tú, ¿tienes novio? –cuestioné cambiando de tema bruscamente.

No... Tenía... Me dejó cuando se enteró que viajaba aquí, ya que dijo que no podríamos seguir siendo novios a través de la distancia.

Oh, qué triste. Si tienen confianza y se amaban sí se puede seguir –afirmó mi gemelo disimulando que me miraba.

Lo que pasa es que él no confiaba en mí –explicó ella tristemente.

Ya encontrarás a alguien –mamá trató de animarla–. Vamos a comprar helado con Gordon, ya volvemos.

Okay, mamá. Vayan.

Camille comenzó a reír sola.

No piensen que estoy loca. Sólo me río por algo que me acabo de acordar.

¿Qué cosa? –cuestionó Bill sonriendo.

¿No te acuerdas, Bill?

¿De qué?

¿Recuerdas cuando estábamos en el patio trasero de mi casa en Francia para mi cumpleaños? Dijiste que me darías un regalo y así lo hiciste.

¿Qué regalo te dio? –pregunté intrigado.

No me acuerdo. ¿Qué regalo te di? –cuestionó también Bill.

¿En serio no te acuerdas? Me diste un beso, Bill. Fue mi primer beso –afirmó ella sonrojándose.

¿De verdad pasó eso? –tartamudeé.

Sí. Recuerdo que sólo estábamos jugando, éramos unos niños –mi gemelo carraspeó nervioso.

Sí. Me acuerdo como si fuese hoy –rió ella.

Qué raro que mi hermanito nunca me haya mencionado nada acerca de ese beso. –rezongué sin poder ocultar mis celos.

¿Nunca te lo conté? –cuestionó Bill aún nervioso.

No –contesté cortantemente.

Extraño que todos los años vayan para mi cumpleaños a Francia –cambió ella de tema–. Por suerte este año la paso con ustedes. Haré fiesta pero necesito que me ayuden a invitar a gente, yo no conozco a nadie. Inviten a Andreas, por supuesto.

No somos más amigos de él –no dudé en responder con la verdad.

¿Por qué? –preguntó ella sorprendida–. Si él es tan bueno...

No. Yo también pensaba lo mismo hasta ayer –afirmó Bill–. En realidad, él es una mierda.

Pero, ¿qué les hizo?

Es una historia muy larga. El sólo decirte que perdió a su hijo y ni siquiera fue capaz de llorar por él, te demuestra lo basura que es –explicó Bill furioso.

¿¡Perdió a un hijo!? ¿Quién se quedó embarazada de él?

Una loca. En verdad hubiesen hecho la pareja perfecta –reí desganadamente.

En ese momento, volvieron Gordon y mamá de comprar el helado.

Mamá, estábamos hablando de Andreas. Y te prohibimos que hables con él o le abras la puerta cuando venga aquí –afirmé dejando a mamá completamente desconcertada.

¿¡Por qué?! –exclamó ella asustada.

Descubrimos que es una basura –contestó Bill.

¿Recuerdas a mi supuesto hijo, madre? Bueno, en realidad era de Andreas. Y él lo sabía, y no fue capaz de derramar media lágrima por él.

Y era cómplice de Melany.

¿Ustedes están hablando en serio? –preguntó mamá completamente sorprendida.

Sí, mamá. ¿Por qué mentiríamos?

No puedo creerlo –afirmó ella anonadada.

Sabía que algo raro tramaba ese rubio –opinó Gordon.

Gracias por ayudarme a abrir mis ojos, Gordon –agradeció mi gemelo sonriente.

¿De qué me perdí? –mamá no entendía nada.

De nada, mamá. Lo único importante acá es que nadie debe acercarse a Andreas.

Mi gemelo y yo pasamos toda la tarde allí, en la casa de mamá y Gordon.

Con respecto a lo del beso de Camille con Bill, debía admitir que estaba celoso. Pero además de eso, ella me daba un poco de desconfianza. No sabía bien por qué. Quizás era porque otra vez habían comenzado a torturarme mis pesadillas. Mas de una cosa estaba seguro: No le contaría nada a Bill de mis sueños. Él no podía pensar que yo desconfiaba de él. Aparte, dicha pesadilla había sucedido una vez. Y eso era absolutamente insignificante para mí.

Cuando llegamos a casa decidí interrogar a mi hermano.

No sabía que te habías besado con tu prima –afirmé un poco enojado.

Ay, Tom. Solamente fue un juego de nenes.

Pero podrías haberlo mencionado. Con razón que estabas tan feliz de verla...

Tú estabas igual de feliz –contestó mi gemelo comenzando a enojarse.

Sólo bromeaba, Bill. Mientras no vuelva a pasar eso ahora, está todo bien –sonreí falsamente.

¿Pasa algo, Tom? Desde esta mañana estás raro.

¿Yo? ¿Raro? –pregunté sabiendo que sí, lo estaba.

¿Qué me ocultas?

Nada, Bill. Yo no estoy raro.

Te conozco, Tom. ¿De verdad te molestó lo de Camille?

Bueno, un poco. Pero no quiero que pienses que desconfío de ti.

No pasará nada, Tomy. Lo de nuestra prima y yo fue solamente un juego. Si yo me tuviese que enojar por cada chica que has besado...creo que jamás te perdonaría.

Tienes razón. Perdóname.

Prefería que Bill pensara que era eso lo que me pasaba, a que supiera la verdad. Estaba raro por la pesadilla, no por Camille. Ella no me importaba en absoluto. Sólo era nuestra prima lejana y listo.

No hay problema, Tomy.

Te amo, mi vida. Me muero si llego a perderte. Ojalá nuestra relación no tenga más obstáculos.

Ves, estás raro. Estás sentimental. Pero te amo igual, amor –nos besamos.

Me acabo de acordar que ni Georg ni Gustav saben que estoy aquí –afirmé sorprendido–. ¿Se enojaron conmigo cuando me fui?

Un poco. Solamente por la banda. Debemos avisarles a todos que has vuelto a la banda. Tokio Hotel ha vuelto con Tom Kaulitz.

El idiota de Andreas no se compara conmigo.

No, realmente no se compara. Tú eres mucho más hermoso.

Lo sé.

Te amo así, creído y todo –sonrió Bill.

Te amo y quiero que empecemos todo de cero.

¿A qué te refieres? ¿A borrar el pasado?

Sí y además quiero pedirte que seas mi novio de nuevo. Esta vez no te dejaré, no lo echaré a perder todo como lo he hecho antes.

Yo tampoco. Confiaré en ti como en nadie, mi amor.

Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres ser mi novio?

Por supuesto, mi amor. Si sabes que te amo.

Yo también, Billy. Y te prometo que nadie se interpondrá en nuestro camino esta vez. Gracias por hacerme tan feliz –lo besé apasionadamente–. ¿Vamos a la casa de Georg y llamemos a Gustav para que vaya allí, así les damos la sorpresa de que estamos juntos de nuevo?

Dale. Vamos.

Fuimos a la casa del bajista. Cuando este abrió la puerta, se quedó absolutamente sorprendido. Nunca pensó que yo iría a su casa, y mucho menos con Bill.

No puedo creerlo. ¿¡Volviste!? ¿¡Se arreglaron!? –preguntó Georg sonriente.

Sí y no sólo eso, sino que volvimos a ser novios –afirmé felizmente.

¡Ya era hora! –exclamó alegre–. Pasen, chicos, y me cuentan todo.

Le contamos a Georg cómo había sido el hermoso encuentro entre Bill y yo. Luego decidimos llamar a Gustav para informarle que fuese a la casa de Georg así hablábamos de que ya estaba todo bien, y además para decirle que Tokio Hotel volvería a estar integrado por Tom Kaulitz.

Ambos, el bajista y el baterista, se alegraron muchísimo con las nuevas noticias. Nunca pensaron que Bill y yo nos perdonaríamos tan fácil, y a decir verdad, yo tampoco imaginé que sería así. Aunque también, me retaron por haberlos dejado sin banda, y con la lacra de Andreas. También les contamos a ambos acerca de lo que había pasado con Bill y el rubio. Este, ya no volvería a molestar en nuestras vidas y Georg y Gustav se alegraron de ello.

Quedará entre nosotros que querías que Bill saliera con Andreas –le susurró Gustav a Georg sin que Bill ni yo nos percatáramos de ello.

Con respecto a la banda, decidimos que debíamos hacer un concierto de bienvenida para mí. Esperaríamos a avisarle a David de mi llegada a Alemania y le pediríamos que organizase el concierto. Quería volver a estar en un escenario. Hacía más de tres meses que no lo hacía, lo cual era muy extraño para mí. Habían sido como unas vacaciones, pero nada felices, para ser realista.

 

 

Capítulo IV: “Confío en ti”.

 

...Tú eres un ángel...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=VHFNbAQKxkU ]

 

También tenemos que contarles otra cosa, chicos –afirmé sin siquiera saber aún si era una buena o una mala noticia.

¿Qué cosa? –preguntaron Georg y Gustav al unísono.

Bill averiguó de quién era realmente el hijo que Melany perdió.

¿No era tuyo? –cuestionó Georg sorprendido.

Supuestamente era mío. Pero nos enteramos que el padre de esa criatura era...

Era Andreas –completó Bill mi frase–. Y el muy basura ni siquiera fue capaz de derramar una lágrima por él.

No puedo creerlo –afirmó Georg atónito.

Yo tampoco. ¿Y Melany sabía la verdad? –preguntó Gustav completamente sorprendido al igual que Georg.

Sí. Seguramente ambos se complotaron.

¿Cómo fueron capaces de mentir de esa manera? ¿Qué ganarían ambos con hacerlo?

Y, es obvio, Geo. Mintiendo respecto de su hijo, Melany ganaría que Tom se quedase con ella –respondió Bill.

Y Andreas tendría el camino libre para estar con Bill –terminé de relatar lo que parecía una novela.

Definitivamente, ni Andreas ni Melany supieron lo que es pensar en alguien que no fuesen ellos. Todo lo hicieron para su propia satisfacción –opinó Gustav.

Pues claro. Me imagino lo feliz que debió haber estado la lacra cuando me fui. Lástima que ahora su juego se ha acabado –afirmé malévolamente.

Lo que más me duele de todo esto es que Andreas arruinó una amistad de más de diez años por enamorarse de mí.

Uno no elige de quién enamorarse, mi amor. Sino míranos a nosotros, nos enamoramos y somos gemelos.

Pero el rubio podría haber optado por no luchar por el amor de Bill, y dejarlo ser feliz contigo, Tom. Sin embargo, él sólo se empeñó en separarlos. Él no está enamorado, sino que está obsesionado –aseguró Gustav sabiamente.

Así es, amigo. Igualmente, me interesa muy poco ahora Andreas. Lo único importante aquí es que yo estoy de novio –bromeé haciéndome el ganador.

¿Se pusieron de novios? –preguntó Georg sonriente–. Realmente, nunca pensé que Tom Kaulitz estaría de novio. Y mucho menos enamorado.

Ni yo –contestó Bill.

Ni yo –le copió Gustav a mi hermano.

Ni yo –terminé por contestar yo también lo mismo–. Nunca pensé que se podía amar tanto. Te amo, mi amor –abracé a mi gemelo.

Estábamos sentados en el living de la casa de Georg.

Y yo a ti –Bill me besó tiernamente.

Todo estaba perfecto. Bill no tenía motivos para engañarme. Además, él no era capaz de hacerme semejante cosa. Por ello, fue que esa noche, cuando mi gemelo y yo volvimos a casa y estaba por acostarme, tomé la decisión de no hacerle caso la estúpida pesadilla de la noche anterior y me acosté tranquilo. Sin embargo, volvió a pasar. Nuevamente soñé con que mi hermano besaba a una chica. Al igual que ya lo había hecho, sólo oculté mi atormentador sueño; lo ignoré por completo y no le conté a nadie de ello. Continuaría con mi vida normalmente.

Intenté que la pesadilla no afectara mi vida, mas se presentó siete noches seguidas. No había forma de evitar que mis sueños interviniesen en mi vivir normal. Ya no sabía cómo ocultárselo a Bill, y mucho menos sabía qué hacer para que no me continuase pasando lo mismo.

Luego de esa semana torturante, mientras me encontraba recostado en la cama, me puse a pensar seriamente en una solución para el problema de las pesadillas. Si tenía que tomar pastillas para impedir soñar cosas malas, lo haría. No me interesaba.

Ese día, se había ido Bill a comprar el almuerzo. Continué pensando por un largo rato y después me llamó David. Él ya sabía que yo había llegado al país.

¿David?

Sí, Tom. ¿Cómo estás?

Bien, bien. ¿Tú?

Todo bien. Tengo buenas noticias para ustedes.

¿Sí? Dime.

Conseguí que dentro de una semana sea el concierto de bienvenida para ti.

Me encantaría decir: ¡qué bueno! Sin embargo, no puedo. Necesito que sea antes. Por favor...

¡Tom! Cuando les consigo el concierto lejos, lo quieren para la fecha más cercana, cuando lo consigo cerca, se enojan –rezongó David con toda la razón del mundo.

Perdóname, es que nos vamos a tomar unas vacaciones.

Pero desde que está Andreas que tienen vacaciones.

Mas ahora las preciso yo. Por favor, David, necesito tu ayuda. No aguanto un segundo más de presión. Quiero irme por un mes y te prometo que cuando vuelva todo será como antes. Sólo haz que el concierto sea antes de la semana que viene y te lo agradeceré por el resto de mis días.

Está bien, Tom. No obstante, esta es la última vez que les hago caso.

Bueno, bueno. Gracias, de verdad. Ya les diré a los chicos.

Te avisaré en un rato cuándo será el concierto. Adiós –contestó él un poco enojado.

Nos vemos. Gracias de nuevo –cortamos la comunicación.

Luego de convencer a David, tenía que convencer a Bill. En esos minutos que mi gemelo se había ido, había tomado la decisión de irme de vacaciones con él. Sería lo mejor para despejarme y dejar de soñar con cosas malas. Siempre cambiar de aire, me ayudaba a liberar las tensiones y a soñar cosas nuevas. Pedía por favor que esos nuevos sueños fuesen buenos, debido a que si eran como los que iba teniendo hasta el momento, terminaría volviéndome loco.

Cuando mi gemelo regresara de comprar el almuerzo, le haría mi propuesta.

¡Tomy, conseguí pizza! ¡Ven a comer! –exclamó Bill al llegar a casa.

Bajé las escaleras completamente nervioso; tenía miedo de que Bill no quisiera ir de vacaciones. No sabía por qué.

Aquí estoy, mi amor –afirmé sonriente para ocultar mi nerviosismo–. Antes de comer, ¿podemos hablar? –pregunté acariciando su suave rostro.

Por supuesto, mi Tomy. Dime de qué quieres hablar.

Quiero proponerte algo.

¿Matrimonio? –cuestionó él bromeando.

Si pudiese lo haría –sonreí–. Quiero que nos vayamos de vacaciones. Tú y yo solos, tal como siempre lo hacemos. Sólo que esta vez iremos siendo algo más que gemelos. Creo que nos divertiremos un poco más.

¿Tengo que decir que sí?

¿No quieres ir? –pregunté haciendo pucherito.

No, lo que pasa es que no quiero decir que sí. Existen frases como: cómo no, por supuesto, con mucho gusto...

Claro que sí, acepto, te amo... –continué con la numeración que había comenzado mi gemelo.

Creo que esas dos últimas palabras no pertenecen al grupo que estaba numerando.

Pero te amo igual. Gracias por aceptar, mi Billy.

De nada, Tomy. Te amo –afirmó para luego besarme.

Estaba feliz de que Bill me hubiese dicho que sí respecto de las vacaciones. Por fin podría liberarme de las pesadillas atormentadoras y escalofriantes. Además, estando ambos solos en una casa en medio de la nada, era imposible que Bill me fuese infiel. Por más que confiase en que él no haría nada, irme de vacaciones me daría muchísima seguridad.

Tom... –me llamó Bill mientras comíamos.

¿Qué pasa, mi amor?

¿Sabes? Recién me doy cuenta de que no tienes el camafeo que te regalé. ¿Qué hiciste con él? –me preguntó mi gemelo algo enojado.

Allí... en el lugar al cual me fui para alejarme de ti, había una fuente de los deseos. Debías tirar algo muy preciado para ti para que tu deseo se cumpliese. Y como lo más preciado que tengo en la vida eres tú, pero no podía tirarte, tuve que lanzar el camafeo. Perdóname, mi vida. Al menos el deseo se cumplió; no fue en vano tirarlo. Espero que no te enojes.

No me enojaré si me dices qué deseo pediste –pidió Bill en tono rezongón, cruzando los brazos.

No pedí volver contigo, ni que jamás me olvidaras, ni que me perdonaras cuando volviera, ni nada de eso –afirmé intentando asustar a Bill y su cara me demostraba que yo había logrado hacerlo.

Está bien, no te juzgo.

Pedí volver a verte sonreír. Tú no te das cuenta pero, cuando sonríes, tu rostro se ilumina, es más hermoso aún de lo normal, es como si hicieras que en mi mundo sólo haya una persona por la cual respiro, y es por ti, mi vida. Tu sonrisa es lo que me sirve para darme cuenta de lo hermosa que es la vida, y de lo mucho que vale la pena vivirla. Ojalá pueda verla hasta el día en el que mi corazón deje de latir.

Los ojos de Bill se llenaron de lágrimas.

Todavía no puedo entender cómo es que alguien como tú es una persona de carne y hueso. Tú eres un ángel, Tomy –dijo mi gemelo sonriente, para que yo pudiese deleitarme con esa maravillosa sonrisa perfecta.

Y tú eres mi ángel de la guarda –afirmé tomando sus manos que estaban apoyadas en la mesa–. Creo que no te enojaste con lo del camafeo, ¿no? –pregunté a propósito.

No puedo enojarme si me recitas un poema después de mi cara de furioso.

Lo haré siempre que te enojes entonces –reí.

Somos tan felices juntos, mi vida –afirmó mi gemelo tiernamente.

A veces hasta me da miedo que todo esté tan bien. No puedo creer que al fin haya encontrado al amor de mi vida. ¿No te pasa a ti lo mismo, Billy?

Sí, a veces me da mucho miedo pensar en que esto se puede terminar algún día. Me muero sin ti, Tom.

Yo también, amor. Por eso espero que siempre salgamos adelante, por más que nuestro amor sea prohibido.

Nadie nos separará, como ya lo hemos dicho.

Nadie, jamás. Y eso es porque nos amamos.

Con locura.

Con la locura de ser hermanos.

Me acerqué a mi hermano y lo besé. Cada día estaba más seguro de que Bill era incapaz de hacerme daño. Esas pesadillas eran una gran mentira.

 

 

Capítulo V: “ Una palabra tan fácil, pero tan complicada”.

 

...Jamás haría algo que te lastimara...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=rPZgOyo_9nE ]

 

Mi amor, llamó David –le avisé a mi gemelo.

Ah, ¿y qué quería?

Avisarnos que tenemos el concierto de bienvenida para mí la semana que viene.

Buenísimo, ¿qué día?

Le dije que cambiara la fecha para que sea más temprano. Perdóname porque lo hice sin consultarte, Billy. Necesito que la semana que viene nos vayamos de vacaciones. Espero que no te enojes.

No hay problema, Tomy. Lo que quieras tú está bien. Pero, ¿por qué necesitas irte la semana que viene? –preguntó Bill curioso.

Porque necesito despejarme, quiero divertirme contigo como nunca antes lo hice. –mentí ocultando mis nervios–. ¿Está mal?

No, claro que no. Solamente que pensé que querías escapar de algo. Tom, tú y yo nos conocemos muy bien. Dime, ¿tienes miedo de que pase algo con Camille? –otra vez Bill volvía a meterla a nuestras conversaciones.

Miente, miente, pensé.

Ay, Bill. No puedo mentirte. Sí, tengo miedo de que pase algo pero en realidad mi cabeza me dice que jamás lo harías. Sé que me amas y no quiero desconfiar de ti. Perdóname si sientes que es eso lo que hago. Y lo de las vacaciones no es porque quiero alejarme de todos, sino porque realmente quiero irme contigo y aprovechar todo el tiempo que podamos juntos.

Tomy, no quiero que pienses que voy a hacer algo malo, ya te dije que con Camille lo que pasó sólo fue una aventura de niños, nada más. Tú sabes que te amo más que a nadie. Jamás haría algo que te lastimara.

Yo tampoco. Desde que me enamore de ti, he cambiado. Y creo que se nota demasiado.

Tienes razón. Gracias por hacerlo.

De nada, mi amor. Haría lo que sea por ti.

David me llamó cuando terminamos de almorzar para decirme que había conseguido lo que yo quería. El concierto se haría dentro de dos días, no en una semana como él lo tenía planeado. Le agradecí más de cinco veces, debido a que últimamente, estábamos siendo muy hartantes con él. Sin embargo, había logrado mi objetivo. Me iría dentro de tres días de vacaciones con Bill, ambos solos, sin paparazzis, sin enemigos, y sin sueños perturbadores. O al menos eso quería creer.

Les avisamos a Gustav y a Georg de lo del concierto y, aunque al principio se quejaron de que fuese temprano en relación a la fecha, terminaron por aceptarlo. No les conté de lo de las vacaciones con Bill, cuando nos viésemos para ensayar les contaría. No obstante, no les diría que le pedí a David que adelantara el concierto por mí. De eso no se enterarían; tenía miedo de que se enojaran.

Ese día nos juntamos para ensayar, al igual que los dos días siguientes. El tiempo se pasó rápido y, cuando quise acordar, ya era hora de salir al show.

Deséame suerte –le pedí a mi gemelo.

Todas las fans enamoradas de ti volverán a quererte tal como lo hacían antes –afirmó Bill en tono de reclamo.

No seas celoso, sabes que yo te amo a ti.

Pero las fans a ti.

Tontito.

Salimos al escenario y nunca había oído tantos gritos juntos en toda mi vida. Al fin volvía a estar allí, frente a todos esos fanáticos ansiosos de escuchar a Tokio Hotel, a la banda original, no a esa que tenía como miembro a un idiota que ni sabía tocar la guitarra. Me sentía bien, debido a que no había sucedido lo que pensé que podía pasar. Se me había cruzado por la cabeza la idea de que mis seguidores me odiasen por haberme ido de la banda. Sin embargo, eso no sucedió. Al contrario, todos parecían estar felices de volverme a ver.

Bill, creo que por primera vez en su carrera de cantante, me dio el micrófono en un concierto.

Agradece todo esto –me susurró sonriente.

Hola –saludé sonriente a las personas que habían ido al concierto de bienvenida–. Les quiero pedir disculpas por si les hice pasar un mal rato al irme de la banda, pero ahora lo único importante es que estoy de vuelta. Y con los mejores del mundo. Gracias por todo. Los queremos mucho, fanáticos.

Luego de recibir los aplausos triunfales, comenzamos a tocar. Sin lugar a dudas, califiqué ese concierto como el mejor del año. Y hablando de años, faltaba poco para Navidad y para año nuevo. Y lo mejor de ello, era que compartiría ambas fechas sólo con el amor de mi vida. Tenía que hacer que esos dos días, fuesen mágicos para Bill, al igual que todas nuestras vacaciones.

Terminó ese hermoso concierto, y nos dirigimos hacia los camerinos. Bill me dijo que le había gustado lo que había dicho en el escenario, y también lo hicieron Georg y Gustav. Les agradecí y a estos dos últimos, les avisé acerca de las vacaciones que pensábamos tomarnos con Bill. Les pareció que estaba bien, dijeron que debíamos distendernos de todas las tensiones que habíamos tenido en los últimos meses, así que nos apoyaron por completo. Ellos nos entendían.

Al día siguiente, comenzamos a ver con mi gemelo en qué lugar podíamos vacacionar. Pensamos en ir a Miami, o a Los ángeles o a México. Pero finalmente, decidimos que iríamos a las playas de San Francisco. Sería un lugar tranquilo, sin muchos fans y para que sólo estuviésemos Bill y yo.

También decidimos que emprenderíamos el viaje al día siguiente. Así que esa tarde fuimos a visitar a mamá para contarle sobre las vacaciones, y para despedirnos de ella, debido a que no la veríamos por unas semanas.

Cuando volvimos a casa, armamos los bolsos y listo, todo estaba preparado para salir de vacaciones al día siguiente. Sólo nos faltaba sacar los pasajes, pero a ello lo haríamos antes de viajar.

Esa noche nos dormimos abrazados, hablando, contándonos cosas, y haciendo planes de lo que haríamos en San Francisco. Debían ser unas vacaciones inolvidables tanto para Bill como para mí. Y estaba seguro de que lo serían si mis pesadillas no continuaban atormentándome.

Mi amor, llegó el gran día –me susurró Bill al oído cuando ya había amanecido.

Buenos días, luz de mis ojos –saludé felizmente.

Buenos días, Tomy.

¿Listo para viajar?

Más que listo.

Mi gemelo se levantó y yo lo hice junto con él. Desayunamos con una enorme sonrisa marcada en el rostro y luego, llamamos a un taxi para que nos llevara hacia el aeropuerto. Este, vino aproximadamente en unos cinco minutos, nos subimos junto con las maletas y ya estábamos listos para una apasionante aventura de hermanos, de gemelos, de amantes y novios.

Todo nos salió perfecto, desde la salida de Alemania, hasta San Francisco. Lo único duro fue que en el avión, aunque íbamos Bill y yo solos porque íbamos en primera clase y estábamos apartados de los demás pasajeros, no nos besamos. Teníamos miedo, terror de hacerlo y de que apareciese justo la azafata del avión o alguno de los tripulantes que iban en él. No queríamos arriesgarnos, así que nos aguantamos las ganas de besarnos.

Llegamos a San Francisco aproximadamente a las diez de la noche. Ya teníamos reservación en la cabaña que habíamos elegido, por lo que apenas bajamos del avión, nos dirigimos hacia allí.

Mi gemelo y yo estábamos felices, libres de guardaespaldas, de fans, de enemigos y de todo lo que nos pudiese impedir amarnos. Podía afirmar, finalmente, que la vida era bella, hermosa, que valía la pena vivirla.

Esa noche, mi visión respecto de la vida cambió por completo. Me dormí absolutamente feliz, ya que habíamos hecho el amor con Bill. Pero lo bella, hermosa y fantástica que era la vida, se tornó fea, oscura y desagradable cuando la pesadilla volvió a presentarse. Intenté calmarme, tal como siempre lo realizaba desde hacía una semana, es decir, desde el momento en el que habían comenzado a torturarme nuevamente las pesadillas. Sin embargo, ya nada lograba con tratar de tranquilizarme. El miedo, la angustia de dicha pesadilla, continuaban en mí. Lo peor, era que nadie sabía lo que me sucedía y el no descargarme con alguien, me estaba matando. Sobre todo no compartir las cosas con Bill era realmente angustiante, debido a que a todo se lo confesaba.

Basta, Tom, basta. Idiota, idiota, soy un idiota –me quejaba conmigo mismo, susurrando en el medio de la noche.

Debía confiar en la persona a quien tenía a mi lado. Inconscientemente, no confiaba en Bill. Me odiaba a mí mismo por no hacerlo.

Las horas pasaban mientras yo intentaba dormirme y, sin darme cuenta, llegó el amanecer. No podía creer que hubiese pasado la noche en vela culpa de una maldita pesadilla. A lo mejor, esa noche la había tenido debido a que recién comenzaban mis vacaciones. Esperaría a que pasaran algunas noches más y vería si continuaba pasando lo mismo. Si ello era así, entonces podía afirmar que estaba volviéndome loco.

Ya que me había amanecido sin poder dormir lo necesario, decidí utilizar ese tiempo para levantarme y prepararle el desayuno a mi gemelo. Caminé hacia la cocina e hice dos grandes cafés con leche. Ese era el mejor desayuno para mi hermano, el adicto al café.

Cuando me dirigía hacia la habitación con la bandeja y el desayuno, tocaron la puerta. ¿Quién sería?, me pregunté. Llegaba a ser algún paparazzi, lo mataba. Además, ¿quién se atrevía a interrumpirme justo cuando estaba caminando con la bandeja, intentando que no se me cayese el café? Mataría a quien fuese que había golpeado la puerta de la cabaña.

 

 

Capítulo VI: “Retrocediendo en el tiempo”.

 

...Ya había comprobado que sin él me era imposible vivir...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=0hta-UW2648 ]

 

Hola, tengo una entrega para Tom Kaulitz. ¿Es usted, señor? –me preguntó quien parecía ser el cartero del lugar.

Sí. ¿Quién me la envía? –cuestioné recibiendo la carta que entregó el hombre.

No lo sé, fíjese si tiene remitente. A mí me entregan todo en la oficina central de correo. Tiene que firmar aquí, muchacho.

Está bien.

Firmé el recibo que tenía el cartero y este se retiró. Cerré la puerta de casa y abrí el sobre, el cual, por cierto, no especificaba el remitente.

La “carta”, si se podía llamarle así, decía:

Tom Kaulitz: la vida no es más que un viaje hacia la muerte".

Está de más decir que esa frase me provocó un escalofrío que recorrió la totalidad de mi cuerpo. Me quedé estupefacto. Y para cuando pude pensar claramente, me realicé una serie de interrogantes a mí mismo. ¿Cómo diablos alguien sabía que Bill y yo estábamos de vacaciones en San Francisco? ¿Esa frase era una amenaza de muerte? ¿Debía tener miedo?

Alguien me está jugando una broma de muy mal gusto. Bill se debe enterar de esto.

Antes de despertar a mi gemelo, calenté el café, debido a que ya se había enfriado, tomé nuevamente la bandeja con el desayuno y me dirigí hacia la habitación de mi gemelo.

Despierta, dormilón –le susurré a mi hermano, acariciando su perfecta mano.

Él sólo se limitó a moverse, pero no se despertó.

Billy... –dije acercándome a sus labios y dándole un pequeño beso en ellos.

¡Te vi! –exclamó Bill haciéndome dar un salto del susto.

¡Bill! Casi me haces morir de un infarto. ¿Te hacías el dormido? –pregunté sonriente.

Sí. Quería ver qué hacías al ver que no me despertaba –rió él malévolamente.

Yo que te traigo el desayuno y tú me pagas así –afirmé poniendo cara triste.

Oh, ¿esto es para mí? –señaló mi gemelo el café.

Obvio, mi amor.

Gracias, Tomy. Te amo –sonrió Bill feliz por mi dulce gesto.

Te amo, mi vida –hice una pequeña pausa–. Lamento arruinar este hermoso momento, Billy, pero hay algo que me está matando.

¿Qué pasa, Tomy? –cuestionó Bill preocupándose.

Espérame –pedí dirigiéndome hacia la cocina.

Tomé de la mesa la carta amenazante y la llevé para mostrársela a mi hermano.

Lee esto –le dije entregándole dicha carta.

Bill recibió el papel y leyó atentamente lo que estaba escrito en él.

¿Quién escribió esto? –preguntó mi hermano atónito.

No lo sé. El cartero me trajo ese papel y me dijo que lo había retirado de la oficina de correo. No tenía remitente. Aún intento descifrar cómo diablos saben que estoy aquí, Bill. Ni siquiera me dejan de molestar cuando estoy a millones de kilómetros de mi país. Estoy tan harto de los enemigos.

Yo también. ¿Algún día podremos ser felices, Tomy?

Bill se apoyó en mi hombro, abrazándome.

No lo sé, Billy. Ojalá que sí –le respondí agotado de las cosas negativas de mi vida.

Tengo miedo. Otra vez las amenazas.

Y los sueños –murmuré sin siquiera mover los labios–. ¿Y si es el idiota de Bushido el que está haciendo la broma? ¿Se habrá escapado de la cárcel?

No creo. Mamá nos hubiese avisado si estuviera ese loco suelto.

Espero que no sea él. Sino juro que soy capaz de matarlo con mis propias manos.

Tranquilo, amor. ¿Quieres que le llamemos a mamá así nos quedamos tranquilos?

Dale. No soporto más las amenazas. Lo único que falta es que nos arruinen las vacaciones.

No lo harán. Nadie nos arruinará nuestro único momento a solas.

Tienes razón. Te amo, Billy. No quiero que nos hagan daño a ninguno de los dos.

Yo tampoco, mi amor.

Mi gemelo me abrazó.

Era raro que Bill tuviese menos miedo que yo, pero eso se debía, obviamente, a que él no soñaba con las cosas horribles que yo soñaba. Entre las pesadillas y las amenazas me estaba volviendo loco. El miedo cada vez se apoderaba más de mí. Tantos temores eran los que se apoyaban sobre mí, que sentía que me sobrepasaban. Sin embargo, el miedo más latente era el de separarme de Bill. Si algo hacía que nos tuviésemos que separar, moriría. Ya había comprobado que sin él me era imposible vivir.

Bill tomó el teléfono y marcó el número de mamá.

Hola, ¿Bill?

Sí, mamá. ¿Cómo estás?

Bien, ¿tú, hijo? ¿Llegaron bien? ¿Cómo les fue en el viaje?

Bien, llegamos bien, por suerte.

Dale saludos a Tom de mi parte.

Okay, lo haré. Mamá, te llamo porque con Tom queremos preguntarte algo.

Dime.

¿Bushido se escapó de la cárcel?

¿Te refieres a quien te...?

Sí, mamá. El que me violó. ¿Está suelto o no?

No, Dios mío. No sé nada, pero hubiera salido por todos lados si se hubiese escapado de la cárcel. Además, yo estaría preocupada por ustedes y les hubiera avisado. ¿Por qué la pregunta?

Porque hoy recibimos una carta de amenaza. Y temíamos que fuese él quien nos comenzó a amenazar nuevamente.

No puedo creerlo. Hijos, cuídense. Me muero si les pasa algo.

Sí, mamá. Pero necesito saber quién más sabe que estamos aquí, en San Francisco. ¿Tú le has contado a alguien, madre?

No, no, hijos. Solamente Gordon y yo lo sabemos.

Y Gustav y Georg.

A lo mejor ellos dijeron algo.

No creo. Bueno, sólo espero que sea una broma de mal gusto y que no sea nada grave.

Ojalá, hijo, ojalá.

Te dejo, mamá.

Bueno. Suerte, hijo. Avísame si sigue pasando lo de las amenazas. Mándale saludos a Tom. Te amo y dile a él que lo amo. Les manda saludos Gordon. Adiós.

Mándale saludos también. Te amamos. Besos –cortaron la comunicación.

¿Qué pasó? ¿Está suelto? –pregunté intrigado.

Bushido no está suelto. No tengo idea de quién puede estar mandándonos amenazas.

Error, Bill. A quien le mandan las amenazas es a mí, no a ti. Y lo hace alguien que me quiere ver muerto, de eso no hay dudas. Pero, ¿sabes qué? No se saldrá con la suya, no me arruinará las vacaciones.

Por supuesto que no.

Disfrutemos y nos olvidemos de lo sucedido, ¿sí?

Me parece bien.

Era tan fácil decirlo mas, en realidad, yo sabía muy bien que lo de las amenazas me estaba matando. Y más todavía me mataba lo de los sueños. Sólo esperaba que no se siguieran presentando.

Ese día, salimos a pasear al mar con Bill, caminamos a la orilla de la playa, nos bañamos. En fin, disfrutamos de un día perfecto. El problema de las vacaciones no ocurría de día, sino de noche. Continué soñando con Bill y la chica el segundo día, el tercero, el cuarto y así sucesivamente. Y tampoco se quedaba atrás el asunto de las amenazas.

El tercer día, recibí una amenaza que decía:

Sal a ver el sol por última vez”.

Y así continuaron llegándome las amenazas. Todas eran distintas, sin embargo, todas hacían referencia a un solo tema: La muerte. Con cada amenaza nueva que llegaba, mi temor crecía aun más. Al igual que el de Bill. Ambos teníamos miedo de que nos fuese, o de que me fuese a pasar algo. No sabíamos quién diablos era el amenazador, sólo sabíamos que era un psicópata suelto, y que corríamos riesgo de que nos pasara algo a cada momento del día. No obstante, eso no influyó para nada en nuestras salidas con Bill, ni mucho menos en nuestros momentos de diversión. O, al menos, pensé que no influiría.

Llegó el veinticuatro de diciembre. Mamá nos había llamado para saber si volveríamos a casa para pasar la Navidad juntos. Luego de un largo rato de discutir con ella por teléfono, le terminé diciendo que no volveríamos a Alemania y le corté. Estaba mal humorado, debido a tantas amenazas y a las malditas pesadillas que no me dejaban en paz.

Tranquilo, amor –intentaba calmarme Bill después de que había cortado la comunicación con mamá.

¿No entiende que no pasaremos la Navidad con ella? Ya no somos niños pequeños –me quejé molesto.

Ella sólo quiere una Navidad familiar... La entiendo pero también queremos pasar la Navidad festejando a nuestro modo, ¿no? –me preguntó Bill sonriente.

Pues, claro. Además, no podemos estar yendo a Alemania y volviendo como si fuese acá en la esquina. Encima de que me persigue un amenazador, mamá quiere que vayamos.

Tienes razón. No quiero que salgamos demasiado. Me muero si te pasa algo.

Gracias por todo, Billy. Quiero que pasemos la mejor Navidad de nuestras vidas.

Sí, yo también, mi amor.

El día anterior, salí a comprar un regalo de Navidad para Bill. Quería que fuese algo especial, pero no sabía qué regalarle. Luego de pensar un buen rato, se me ocurrió la idea de comprarle algo fuera de lo usual, mas que tuviera un significado especial.

Decidí encargar para el día anterior un boxer, que tuviese la frase: “Bill, te amo”. Cuando le dije al vendedor que pusiera eso en el boxer, me miró extrañado. Le hubiese contestado algo muy malo, sin embargo, no valía la pena.

A la noche, pasé a retirar el regalo y era perfecto, tal como yo lo quería. Afortunadamente, el vendedor no sabía que yo era Tom Kaulitz. Y apostaba a que ni siquiera sabría quién era ese.

 

 

Capítulo VII: “Me entrego a ti”.

 

...La felicidad sólo se podía vivir en mí cuando estaba junto a él...”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=g9PJY3bmeOI ]

 

Al día siguiente, ya en Noche Buena, le entregué mi regalo a Bill.

No puedo creerlo, eres la persona más idiota, Tom –me dijo mi gemelo en tono burlón, riéndose del obsequio que le había dado–. Es increíble que me hayas regalado esto –afirmó aún riendo–. Toma el mío.

Recibí el regalo que mi gemelo me entregaba. Lo abrí y era un álbum de fotos, con todas las fotografías de nuestras vacaciones y tenía algunas páginas en blanco; supuse que eran para los días que nos quedaban allí, en San Francisco. Eran fotos que nadie tenía, y que nadie podía ver jamás, debido a que salíamos besándonos, acariciándonos y cosas así, es decir, situaciones no muy “comunes” para dos hermanos gemelos.

Guárdalo bajo ocho llaves –me pidió Bill.

Lo haré. Muchas gracias, mi vida. Es hermoso, al igual que tú. Ahora tendré algo para recordar cada hermoso momento que vivimos. Te amo.

Te amo, Tomy. Ah, y, por cierto, me encantó tu regalo –afirmó él sonrojándose.

Quiero verte cuando lo tengas puesto.

Creo que eso no será posible.

Para Tom Kaulitz no hay nada imposible.

Está bien, si insistes...

Oye, ni siquiera te he insistido. Eres muy fácil de ganar.

Sólo contigo soy así.

Pues, mejor.

Te amo.

Te amo –lo besé tiernamente.

Esa noche hicimos el amor, por lo que fue la mejor Navidad de nuestras vidas. Estábamos con la persona a quien más amábamos en el mundo, y eso era lo más importante.

Me hubiese gustado amanecer al día siguiente, con la misma sonrisa en el rostro con la que me había dormido. Pero eso no fue posible. ¿Por qué? Por nada anormal que hubiese pasado en mi vida, sino simplemente por las pesadillas. A lo mejor de tanto que se habían repetido, ya parecía que ni me molestaba que se presentasen, mas no era así. Cada día estaba volviéndome más loco y torturándome más y más. Mi cerebro no dejaba de pensar un segundo, ni siquiera cuando dormía podía descansar completamente. Me dolía aceptarlo, pero me quería volver a casa lo antes posible. Las vacaciones me estaban estresando más aún de lo que ya estaba antes. Lo único que lograba bajarme el nivel de estrés era estar con Bill. Besarlo, acariciarlo, me hacía blanquear mi mente y pensar sólo en lo feliz que éramos juntos. Sin embargo, no podía andar todo el día pegado a mi hermano como si fuese una garrapata, por más que me hubiese gustado hacerlo.

Mi gemelo me había propuesto, al llegar a San Francisco, quedarnos allí hasta año nuevo. Faltaban siete días. No aguantaba ni un segundo más en ese lugar. Por más que volviese a casa, y continuara soñando con lo mismo, era distinto. Allí tenía la banda, mi familia, mis amigos y todo eso haría que pensara en otras cosas además de las malditas pesadillas.

Luego de analizar mi cruel situación me dije a mí mismo que si volvía a llegar una amenaza más, o si volvía a tener una pesadilla –lo cual probablemente pasaría– le diría a Bill que volviésemos a casa.

Y no tuve que esperar demasiado para que alguna de las cosas malignas que me perseguían volviesen a suceder. Esa misma mañana, me levanté y había otra carta de amenaza en el buzón. Allí fue cuando pensé que jamás se acabaría esa gran pesadilla, constituida por las pesadillas reales y por los sueños.

Abrí el papel intentando no romperlo, debido a que la bronca que tenía en mi interior me estaba matando.

Esta vez decía: “Mortem effugere nemo potest”.

¿Este imbécil se cree que me sé todos los idiomas del mundo? –me cuestioné ansioso por traducir lo que significaba esa frase.

Me acerqué a la laptop e inmediatamente traduje el texto. La frase del amenazador significaba: “Nadie es capaz de huír de la muerte”. ¿Ni Tom Kaulitz?, me pregunté.

Terminé por convencerme de que debía irme de ese lugar.

Me acerqué a la habitación y desperté a mi gemelo.

¿Qué pasa, Tomy? –me preguntó él bostezando.

¿Qué no pasa, Billy? Quiero que hablemos, por favor.

Bien, por supuesto.

Mi gemelo se enderezó y se sentó en la cama.

Esta mañana llegó otra amenaza. Esta vez estaba en latín y significaba “Nadie es capaz de huír de la muerte”. Eso me provocó escalofríos en todo el cuerpo.

Es increíble. ¿Quién es la maldita, cobarde, infeliz persona que se aprovecha de mi novio?

No lo sé, Billy. Quiero pedirte algo, amor.

Te escucho, Tomy.

Me pone realmente mal lo que voy a hacer pero... no tengo más alternativas.

¿Qué pasa? Me asustas.

Tenemos que volver a casa.

Mi gemelo se quedó sorprendido. No podía creer lo que yo le estaba diciendo.

Perdóname, Bill. De verdad, perdóname. Te juro que amo estar contigo, y estas vacaciones han sido las mejores de mi vida, mas necesito que volvamos a casa, porque esto de las amenazas me tiene loco. Y creo que se nota. Estoy más alterado que nunca.

Bill, en cierta forma, me daba lástima, debido a que no sabía que había dos motivos por los cuales me quería ir. Sólo podía decirle uno.

Oh, mi amor. Me lo hubieses pedido antes si te querías ir. No te iba a decir nada, no me iba a enojar. Quiero tu felicidad, y si tú estás más tranquilo en casa, pues entonces, vámonos –afirmó mi hermano un poco preocupado por mí.

¿En serio me lo dices, Bill? Vaya, pensé que te enojarías. Gracias por entenderme, cariño. Te amo.

Te amo y me preocupa saber que estás así culpa de un idiota que se cree poderoso al amenazarnos.

Al amenazarme querrás decir.

No, porque si te amenaza a ti, me está amenazando a mí también. Entonces, ¿esta tarde sacamos los pasajes?

Así es. No puedo creer que hagas esto por mí.

Tomy, tenemos miles de vacaciones más por vivir. Además con los días que hemos pasado aquí, ya tengo un hermoso recuerdo que habitará por siempre en mí.

Gracias, de verdad.

Abracé y besé a mi gemelo, feliz de que me entendiese.

Esa misma tarde sacamos los pasajes. Nos iríamos al día siguiente. Sinceramente, no veía las horas de volver a estar en Alemania. Apenas estuviese allí, sacaría un turno para ir a algún psicólogo. No aguantaba más tener las pesadillas del demonio, que torturaban cada noche de mi existencia.

Al día siguiente, contratamos guardaespaldas, por las dudas de que el amenazador quisiera atacarnos o algo por el estilo. Fuimos todo el viaje en avión con ellos al lado. Yo no aguantaba las horas de llegar a casa para decirle a mi gemelo cuánto lo amaba.

Cuando llegamos a nuestro hogar, aproximadamente alrededor de las diez de la noche, Bill le llamó a mamá para avisarle que habíamos vuelto de las vacaciones. Yo no llamé debido a que el día anterior habíamos discutido por el asunto de pasar la Navidad sin ella y sin Gordon.

Me alegra, hijo, saber que ya están aquí, porque yo he estado muy mal.

¿Qué pasó, mamá? –preguntó Bill preocupado–. ¿Sigues enojada porque no pasamos la Navidad contigo?

No, no, Bill. No es por eso que estoy mal. Es por una mala noticia. Ya se enterarán. Necesito contársela a ustedes personalmente, no por teléfono. ¿Vienen ahora a casa?

No lo sé. Tom, ¿quieres ir ahora a casa de mamá? Ella está mal –me susurró mi hermano para que mamá no pudiese oír.

¿Por qué? –cuestioné intrigado.

Tiene que darnos una mala noticia.

Entonces vamos, no puedo quedarme toda la noche pensando en qué será lo que nos tiene que decir.

Sí, vamos dentro de un rato, mamá.

Okay, hijo. Los espero. Nos vemos.

Te amo, mamá. Suerte –cortaron la comunicación.

¿Estará mal por la discusión de ayer? –le pregunté preocupado a mi hermano.

No, no. Me dijo que es por algo que nos tiene que decir.

¿Y si sabe de lo nuestro? ¿Si se enteró?

Tom, no seas perseguido, no creo que sea eso. Es decir, ojalá no sea eso. Muero si mamá se entera de ello.

Yo también. Para que esté mal, tiene que haber pasado algo grave.

A lo mejor se peleó con Gordon.

Quizás. Bueno, Bill, me baño y vamos a la casa de mamá.

¿Puedo...? ¿Puedo bañarme contigo? –cuestionó mi gemelo sonrojándose.

¿De verdad lo dices? –pregunté aún sin creer que Bill Kaulitz estuviese diciendo eso.

Sí. Si no quieres está todo bien.

¿Cómo diablos Tom Kaulitz no va a querer? Si soy el hombre más pervertido del mundo –afirmé contento por la propuesta de mi hermano.

Tienes razón. Debí pensarlo –opinó él sonriente.

Bañarme con mi gemelo fue más divertido de lo que imaginaba. Incluso era mucho más hermoso que bañarse con una mujer. Es decir, la perfección era estar con Bill, no con alguien más. Lo amaba, él hacía que cada segundo de mi vida se convirtiese en un segundo en el cielo, en el más hermoso de los paraísos. La felicidad sólo se podía vivir en mí cuando estaba junto a él. Era mi otra mitad, mi corazón, era mi todo. Formaba parte de mi cuerpo, de mi ser. Y si me daban a elegir en aquel entonces vivir sin él, o que se presentasen las pesadillas por el resto de mis días, sin dudas elegía la segunda opción. A lo mejor me volvería loco, sí, pero tendría a la persona que más amaba junto a mí. Y eso era lo único que importaba en mi vida.

 

 

Capítulo VIII: “Algo inesperado”.

 

...No podemos vivir toda la vida temiendo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Tgxy78rT—pU ]

 

Cuando Bill y yo terminamos de bañarnos, nos dirigimos en su Cadillac hacia la casa de mamá. Estábamos ansiosos y preocupados por ella y por lo que nos tuviese que decir.

Ya allí, golpeamos la puerta y abrió Gordon.

Hola, chicos –saludó nuestro padrastro sonando preocupado.

Hola, Gordon –dijimos Bill y yo al unísono.

¿Y mamá? –pregunté intrigado.

Está en el living. Pasen, chicos.

Ambos pasamos hacia el living de la casa y allí se encontraba mamá sentada.

Mamá, ¿estás bien? –cuestionó Bill abrazándola.

Digamos que mejor que ayer.

Yo me acerqué y también la abracé. Su rostro estaba triste. Quería, debía saber qué era lo que le pasaba a nuestra madre.

Mamá, cuéntanos qué pasa –afirmé nervioso.

Está bien. Siéntense y les cuento.

Hicimos lo que mamá nos pidió y Gordon se sentó a su lado, tomando su mano.

Ayer pasó algo... –comenzó ella–. ¿Puedes contarlo tú, Gordon?

Sí, amor –hizo una pausa–. Chicos, lo que pasó ayer fue que Andreas murió. Lo asesinaron.

Bill y yo nos quedamos anonadados. No podíamos creer lo que estábamos escuchando. Aquél que había sido nuestro mejor amigo por más de diez años estaba muerto. Era increíble, pero cierto.

Las lágrimas se deslizaban lentamente por el rostro de mi gemelo, quien realmente estaba dolido por la pérdida. Yo, solamente me quedé atónito. No podía decir que estaba feliz, por supuesto que no, mas simplemente, no me puse del todo triste. O no me puse tan triste como Bill.

Por eso estoy mal... –rompió el silencio mamá, limpiando algunas lágrimas de su rostro.

Pero, ¿cómo? ¿Quién lo mató? –cuestioné con la voz algo entrecortada por la noticia.

Nadie sabe. La policía lo encontró con un balazo en la cabeza en su casa –contestó Gordon.

En mi cabeza pensé: No le deseaba la muerte a nadie, pero a él...

Es cruel saber que una persona que ha pasado tanto tiempo con nosotros se ha ido –afirmé fingiendo algo de dolor por la muerte de la lacra–. ¿Estás bien, Bill?

Me duele en cierta forma su muerte, por más que haya sido una mierda de persona este último año, Andreas siempre estuvo en las buenas y en las malas –respondió mi gemelo.

Tienes razón. Y, mamá, ¿cuándo será el velorio?

Mañana por la tarde. Irán, ¿no?

Por supuesto –contestó mi gemelo sin dudarlo un segundo.

No lo sé –respondí indiferente.

Bill no se sorprendió por mi respuesta. Ahora que él sabía la clase de persona que había sido Andreas, entendía por todo lo que yo había pasado. Jamás volverían a surgir peleas por culpa del rubio oxigenado. O al menos, no debía pasar, ya que él estaba muerto.

Debemos averiguar quién diablos mató Andreas –opinó Bill.

Bueno, lo haremos –respondí desganadamente.

Tengan cuidado, hijos –advirtió mamá.

Sí, mamá. Quiero saber qué ha averiguado la policía. ¿Vamos mañana a la comisaría, Tom? –cuestionó mi gemelo, el cual, al parecer, tenía muchas ganas de saber quién había sido el asesino de la lacra.

Bueno, como tú quieras.

A mí, sinceramente, no me interesaba saber quién había asesinado al rubio. En todo caso, lo querría saber para agradecerle, por más cruel que sonara. Con sólo pensar en todas las maldades que Andreas había realizado, me daban ganas de matarlo yo, con mis propias manos. Alguien alivió mi interior, debido a que siempre vivía en mí el miedo de que la lacra volviese a aparecer, para continuar arruinando la vida mía y la de Bill. No obstante, eso no pasaría. Nuestro ex mejor amigo, estaba muerto.

Nos despedimos de Gordon y de mamá y fuimos hacia casa.

Tomy, ¿mañana irás al velorio? –me preguntó Bill mientras ambos nos acostábamos.

No habíamos hablado nada desde que habíamos llegado a casa. Al parecer, mi gemelo continuaba atónito por la noticia de Andreas.

No creo, Billy. ¿Te enojarás si no voy?

No, Tomy. Entiendo que no quieras ir. La verdad, es que me pongo en tu lugar, y odiaría con toda mi alma a Andreas, incluso muerto. Así que, no te preocupes, no me enojaré. Te amo, mi amor –afirmó mi hermano sonriente.

Te amo y no quiero que estés mal –respondí abrazándolo.

No estoy mal, Tom. Solamente me conmovió la noticia. Sabes que soy sensible.

Si lo sabré, tonto... –contesté riendo.

Tú eres el tonto.

Esa noche, desearía haber dormido plácidamente, mas no fue así. Primero, tuve la misma pesadilla de siempre, que ya me había hartado pero estaba acostumbrado. Segundo, soñé que Andreas revivía y me mataba. Me dije que debía dejar de ver tantas películas y continué durmiendo.

Al día siguiente, Bill me levantó temprano para que fuésemos a la comisaría.

Luego de desayunar, salimos de casa para irnos. Justo en ese momento, el cartero se acercó al buzón y colocó una carta. Otra amenaza, pensé. Y, ya que mis instintos la mayor parte del tiempo no fallaban, tampoco lo hicieron esa vez. Era otra amenaza. En ella se leía:

Dos por una”.

¿Esto es una promoción o qué? –cuestioné sumamente confundido.

Pero no dice uno dice una.

O continuán jugándonos una broma, o el amenazador escribe muy mal.

A lo mejor esta no es una carta de amenaza –opinó Bill.

Tiene la misma letra que las anteriores –contesté obviando mi postura.

Tienes razón. No me había fijado en ello –sonrió mi gemelo avergonzado.

Eres tonto. ¿Alguna vez te lo dije? –bromeé.

Si mal no recuerdo, anoche lo hiciste.

Oh, no me acordaba –mentí.

Sí, sí –contestó Bill sarcásticamente.

Ambos nos subimos al Cadillac y nos dirigimos hacia la comisaría.

Hola, vengo por el caso de Andreas, el chico que hace dos días apareció asesinado con un balazo en la cabeza –le dijo Bill a un policía de la comisaría cuando ya estábamos allí.

¿Apellido del fallecido?

Schlemmer.

Estamos en el estudio del caso. Se cerrará dicho caso cuando descubramos al asesino del joven.

Pero, ¿ya descubrieron algo? ¿Están haciendo algo para buscar pruebas?

Sí. Sin embargo, lo único que sabemos es que la víctima recibía amenazas.

Bill y yo nos miramos, para luego quedarnos anonadados. No podíamos creer lo que acabábamos de oír. Según la conclusión que pude realizar en unos milisegundos, parecía que el asesino de Andreas era quien nos había enviado todas las amenazas que recibimos durante todos esos días.

Nosotros también recibimos amenazas. Justamente esta mañana recibimos una –opiné aún sin dejar de estar sorprendido.

Deben traerlas aquí así las analizamos. Si la persona que asesinó, es la misma de las amenazas, no podemos permitirle que vuelva a cometer otro crimen.

No, no, por Dios –contestó Bill asustado–. Esta tarde les traeremos las amenazas.

Sí, lo más pronto posible.

Bueno. Gracias por la información. Adiós.

Adiós –saludó el policía.

¿Y si nos pasa algo? –me preguntó Bill aterrado mientras íbamos de regreso a casa.

No debemos dejar que nada nos pase. Saldremos a todos lados con la máxima cantidad de guardaespaldas que podamos.

Tienes razón. Odio eso pero todo sea para que no nos pase nada.

Ojalá encuentren a la persona que mató a Andreas. Antes me daba igual si la atrapaban o no, ahora quiero que lo hagan. No podemos vivir toda la vida temiendo. Si no era Melany, era Andreas, pero siempre había alguien a quien tenerle miedo.

Tienes razón –hizo una pausa–. No me puedo quedar de brazos cruzados, Tomy. Debemos pensar quién puede ser la persona que está haciendo todo esto. Indudablemente, es alguien que conoce cada uno de nuestros movimientos, debido a que cuando nos fuimos de vacaciones, decidió enviarnos allí las amenazas, y cuando volvimos, nos envió aquí dichas amenazas. Sabe todo acerca de nosotros, pero nosotros nada acerca de él/ella.

Pensemos, ¿quién querría acabar conmigo y con Andreas?

Además de Bushido, no se me ocurre nadie.

A mí tampoco.

Hagamos una cosa: a partir de mañana, comenzamos a investigar por nuestra propia cuenta. No esperaré hasta que el asesino de Andreas nos dañe a nosotros.

Tienes razón, Tomy. Está bien, investigaremos.

Me alegra que me apoyes, hermanito –afirmé sonriente–. Ah, debo decirte algo, Bill.

¿Qué pasa, Tomy?

Hoy iré al velorio. Lo pensé bien y creo que debo pensar en las cosas positivas que hizo Andreas mientras estaba vivo. No vale la pena enfocarme sólo en aquello malo. Pero principalmente voy porque no quiero que te pase nada; debo cuidarte.

El miedo se había apoderado de mí. Debía cuidar a mi gemelo, no solamente porque le podría pasar algo, sino también porque debía cuidarlo de Camille. Sí, estaba seguro de que ella iría al velorio, debido a que conocía a Andreas. Y debía admitir que me ponía un poco celoso saber que ella estuviese con Bill en el velorio. Sobre todo cuando yo continuaba soñando cosas extrañas.

 

 

Capítulo IX: “Ya basta”.

 

...Te perdonaré siempre porque te amo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Fsw05KyLOII ]

 

¿De verdad, Tom? No sabes cuánto me alegra oír eso. Y agradezco que quieras cuidarme. Gracias, mi amor –respondió Bill sonriente.

De nada. Debemos estar juntos ahora más que nunca; no voy a permitir que nuevamente por mi culpa te pase algo.

¿Qué otra cosa me ha pasado por tu culpa? –me preguntó Bill sorprendido.

Por mi culpa te violaron.

¿Por tu culpa? –cuestionó mi gemelo aun más asombrado que antes.

Sí. Si yo nunca hubiese inventado lo de las amenazas, quizás jamás habría sucedido nada. Además, no estuve aquí cuando más me necesitabas.

A ver, espera. ¿Tú inventaste lo de las amenazas? –me preguntó Bill poniéndose nervioso.

Perdóname, Bill. Tengo que contarte toda la verdad. Entremos a casa y te contaré.

Nos bajamos del auto y entramos a casa. Bill me pidió que me sentara en el sillón junto a él y así lo hice.

Comienza que me has hecho poner nervioso –afirmó él–. ¿Cómo es eso de que inventaste las amenazas?

Mira, mi amor. Yo sabía que tú irías a la fiesta de Bushido porque leí algo en nuestro blog. Por ello, quise hacer algo para que no fueses, y no se me ocurrió mejor idea que la de las amenazas. Le conté a mamá que había recibido amenazas, así no te dejaba salir y tú le hiciste caso. Sin embargo, cuando mamá comenzó a recibir amenazas reales, la cosa se tornó más seria. Jamás hubiese pensado que te iban a secuestrar o algo por el estilo, sólo pensé que alguien me estaba jugando una broma. Todo empezó como una escena de celos para mí, pero se me fue de las manos. Perdóname, Bill, te juro que el día que me enteré que te habían secuestrado, me quise morir. Temía lo peor. Y pasó lo peor. Lo que yo no sé es cómo diablos se enteró Bushido de las amenazas. O quizás fue casualidad que le enviara amenazas a mamá. Bueno...la idea es...¿me perdonas, Bill? –le pregunté a mi gemelo bajando la mirada.

Primero, no tienes la culpa de nada. Segundo, sé que no fue tu intención que me pasara algo a mí, Tom. A lo mejor debía pasar lo de la violación porque si nunca me violaban, tú no hubieses vuelto, ¿verdad?

Bill, tarde o temprano yo volvería. No aguantaba un día más viviendo sin ti.

Yo tampoco aguantaba, mi amor. No obstante, eso ya pasó, es el pasado. No pensemos más en eso que me hace mal.

Está bien, mi vida. Como tú quieras. Gracias por perdonarme.

De nada, Tomy. Te perdonaré siempre porque te amo.

Lo besé apasionadamente. Desde que yo había vuelto de Tokyo, Bill había cambiado, pero no para mal sino al contrario. Era otro Bill, más considerado, más comprensivo, más romántico, –aunque eso fuese casi imposible– más todo. Me sentía como tocando el cielo con las manos cuando nuestros labios se rozaban en esos besos, que si por mí hubiera sido, hubiese estado toda una vida así, junto a él, junto a quien amaba más que a mi propia vida y a quien apreciaba más que a mi propia existencia.

A la tarde, llegó la hora de ir al velorio. Bill se cambió, al igual que yo. Ambos nos pusimos trajes negros. Luego, recogimos todas las amenazas, incluyendo la que nos había llegado esa mañana y nos dirigimos hacia la comisaría.

Al llegar allí, dejamos las amenazas y explicamos por qué lo hacíamos, debido a que era otro policía el que nos atendió. Nos dijeron que si tenían cualquier noticia nos llamarían, por lo que tuvimos que dejar el número de nuestro teléfono de casa y, por si las dudas, dejamos el teléfono móvil de mi gemelo.

Ya terminado ese trámite, manejé hacia el lugar en el cual velaban al fallecido. Llegamos y saludamos a mamá, a Gordon y a Camille que ya habían llegado. También saludamos a los padres de Andreas, quienes no estaban nada feliz que digamos. La noticia los había dejado completamente destrozados, por supuesto.

El sacerdote comenzó a dar la misa y, aproximadamente, a la hora y media finalizó. Bill, por suerte, no lloró durante la misma, pero mamá sí. Tenía ganas de decirle que no desperdiciase sus lágrimas en alguien que no valía la pena, mas era preferible quedarse callado. Algún día se olvidarían de Andreas. Aunque me sentía una mala persona pensando así, el rubio oxigenado se lo tenía bien merecido.

Gordon de vez en cuando me miraba como para ver si yo lloraba o no; por supuesto que yo no lo hacía. Camille sólo tenía la mirada enfocada en el suelo, estaba triste. Ella también conocía a Andreas desde que éramos chicos, con la excepción de que se veían de vez en cuando.

Cuando ya había terminado el velorio, nos despedimos de nuestra familia. Bill abrazó a Camille porque ambos estaban tristes y debo admitir que ello me puso celoso. Últimamente, estaba muy traumado con el tema celos, debido a las pesadillas que me torturaban la existencia. Y no era para menos, sabiendo que una vez dichas pesadillas se convirtieron en realidad.

Saludé mal humoradamente a Camille, pero, por suerte, nadie lo notó. Luego proseguí por saludar a mi padrastro y abracé a mamá con todas mis fuerzas. No había nada más feo que ver a tu madre llorar. Bill también la abrazó y finalmente, nos fuimos del lugar.

Mi gemelo y yo íbamos absolutamente callados en el auto. Quizás porque no queríamos romper el silencio, o quizás yo no lo quería hacer debido a que mi hermano continuaba algo triste por la muerte de Andreas. Me daban ganas de pegarle, de decirle que se acordara de todo lo que el rubio nos había hecho. No obstante, lo único que podría llegar a lograr con eso, sería pelearme con él. Y no quería eso. No volvería a pelear con Bill por el asunto de Andreas, y mucho menos después de que este había muerto.

Me sentía un poco mal, porque quería que todos pensaran igual que yo. Eso estaba muy mal, sí, pero no podía evitarlo. Quería que nadie estuviese triste por el infeliz de Andreas, mucho menos Bill y mamá. ¡Él me hizo la vida imposible!, hubiera deseado gritarles. ¿Acaso todos pensaban que yo odiaba a Andreas porque quería? No. Tenía más de mil motivos para odiarlo.

Llegamos a casa y Bill y yo continuábamos sin decir palabra alguna. Pero alguno de los dos debía romper el silencio.

¿Estás enojado, Tom? –me preguntó mi gemelo intrigado.

No, ¿por qué? –respondí haciéndome el desentendido.

Lo estás. Te conozco. Dime que es por Camille y te pego.

No, no es por ella.

¿Entonces? –cuestionó Bill algo desorientado.

Es una cosa sin importancia, no me prestes atención. No estoy enojado contigo, Billy. No quiero arruinar nada de todo lo hermoso que estamos viviendo por algo insignificante.

Pero quiero saber por qué estás molesto, o lo que sea que te pasa. Cuéntame –pidió mi gemelo entristeciendo su rostro.

Está bien, mi amor. Te contaré. Sólo me molesta pensar que tú y mamá pueden estar mal por la lacra asquerosa y oxigenada de Andreas. No quería verlos tristes, porque ustedes no se lo merecen. Sé que no estás tan triste como lo habríamos estado ambos si Andreas hubiera sido bueno, sin embargo, simplemente me molesta verte mal; ello hace que yo también me ponga mal. No obstante, está todo bien, mi amor. No hay drama alguno. Si tú estás mal, sabes que voy a estar para abrazarte –afirmé acercándome a él y abrazándolo.

No estoy mal, Tomy. Bueno...en parte sí. Pero es nada más que melancolía de recordar los buenos momentos que pasamos con él. No te pongas mal tú, Tom. Mamá y yo estamos perfectos. Sobre todo yo. Tengo la vida que siempre soñé y no puedo pedir más nada. Bah, en realidad, puedo pedir que nos dejen de enviar amenazas –dijo Bill ezbozando una sonrisa.

Yo también pediría eso y otra cosa.

¿Qué otra cosa?

Obviamente, yo hablaba de que se terminasen las pesadillas, mas no podía explicarle de ellas a mi gemelo. Así que, debía mentir.

Que tú seas feliz por siempre. No importa si conmigo o sin mí, espero que siempre la felicidad esté de tu lado, mi amor.

Aunque también quería que mi hermano fuera feliz, lo único que pedía en ese momento era poder olvidar las pesadillas. Sabía que a lo largo me traerían problemas, o mal humor –probablemente, ocurriría primero lo segundo–; por lo que no aguantaba más.

Tom, eres tan tierno. Gracias, hermanito, por todo.

De nada, Billy.

El teléfono de mi hermano comenzó a sonar. Bill buscó en el bolsillo de su traje pero, en vez de encontrar el teléfono móvil, encontró un pequeño papel.

¿Qué es esto? –preguntó mi gemelo intrigado.

Al abrirlo, se percató de que dicho papel era otra amenaza.

 

 

Capítulo X: “Hermanos y detectives”.

 

...Perder a Andreas era milagroso...”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=LaQKYPYyl2w ]

 

El que ríe último, ríe mejor –leyó Bill la reciente amenaza que nos había llegado.

Me harté, me cansé. No puedo creer que nos sigan enviando esas frases del demonio, que más que miedo, me hacen dar rabia –me quejé molesto.

Totalmente.

El teléfono móvil ya había dejado de sonar. Sin embargo, luego de unos segundos, comenzó a hacerlo nuevamente.

Atiende –le pedí a mi gemelo.

¿Hola? –respondió él después de que había logrado encontrar su teléfono.

Hola, soy el policía que esta tarde los atendió a usted y a su hermano. Tenemos noticias para ustedes.

Dígame.

Comprobamos que el hombre que envía las amenazas, es el mismo que asesinó a Andreas Schlemmer.

No puedo creerlo. Entonces, ¿nosotros también corremos riesgo de morir?

Sí. Les pedimos que tomen todas las medidas de seguridad que puedan, hasta que podamos descubrir quién está detrás de todo esto.

Bien, lo haremos. Apenas sepan algo más nos avisan. Muchas gracias por la información. Adiós.

Sí, por supuesto. Adiós.

El sujeto que asesinó a Andreas, es quien nos envía las amenazas. Me lo acaba de avisar el policía que nos atendió hoy –afirmó Bill preocupado luego de cortar la comunicación.

Debemos averiguar urgente quién es el asesino.

Sí. Tengo miedo.

Tranquilo, Bill. No debes actuar así. Tenemos que actuar como verdaderos detectives. Mañana apenas amanezca nos levantaremos e iremos a la casa de Andreas. Allí buscaremos pistas y no descansaremos hasta encontrar la verdad.

Tienes razón. Haremos eso. Lo único que te pido es que llevemos al menos dos o tres guardaespaldas.

Sí, Bill, como tú quieras. Eso no será un gran problema. Es más, si quieres ahora mismo les decimos.

Okay, dale.

Tomé el teléfono y marqué el número de mi guardaespaldas. Le dije que lo necesitaba y además necesitaba dos guardaespaldas más para el día siguiente. Me contestó que seguramente conseguía, que no me preocupase. Cortamos la llamada y en unos minutos volvió a comunicarse conmigo para confirmarme que estaban todos a nuestro servicio.

Al día siguiente, amanecí con todas las ganas de investigar quién era el gracioso de las amenazas, debido a que no había tenido las pesadillas esa noche. Estaba feliz. Tenía la esperanza de que esos malditos sueños no se presentasen más.

Desperté a mi gemelo y, luego de desayunar, nos dirigimos junto a los guardaespaldas hacia la casa de nuestro ex mejor amigo fallecido.

Allí, se encontraban los padres de Andreas, quienes estaban sacando todas las cosas materiales de la casa de su hijo. Nosotros los saludamos y les contamos que queríamos buscar pistas para averiguar quién había matado al rubio. Ellos no tuvieron problema, por supuesto. Nos daban su apoyo para cualquier cosa; pues, nos conocían desde que éramos unos niños. Además, jamás se enteraron de que estuvimos alguna vez peleados con su hijo. Ni tampoco tenía la intención de hacérselos saber.

Toda la mañana Bill y yo estuvimos buscando pistas en la casa de Andreas, pistas de con quién se podía haber relacionado el mismo como para que alguien lo matara, o pistas simplemente para saber qué otras maldades había realizado. Mientras, los guardaespaldas nos esperaban afuera, atentos a cualquier cosa extraña que pudiese suceder.

Después de revolver toda la habitación de mi ex mejor amigo, decidí ir a la cocina en busca de pistas. Por algún lado debía haber algo sospechoso. Y, como mi intuición la mayoría de las veces no fallaba, encontré lo que buscaba.

Tengo algo, Bill –afirmé sorprendido mirando a mi gemelo, el cual hurgaba las alacenas con el mismo objetivo que yo.

¿Qué tienes? –preguntó mi hermano intrigado–. ¿Eso?

Bill dirigió su mirada despectiva hacia el objeto que yo tenía en la mano.

¿Qué tiene de sospechoso una caja de cigarrillos? –preguntó Bill desconcertado.

Andreas no fumaba, Bill.

¿Qué sabes, Tom? A lo mejor había empezado a fumar.

Puede ser. Pero, ¿sabes qué? Yo sé quién fumaba de estos cigarillos y...pensándolo bien, puede ser un sospechoso.

¿Quién?

El padre de Melany –afirmé sorprendiéndome por mi propia mi conclusión.

¿Y para qué querría matar a Andreas? –cuestionó mi gemelo también asombrado por lo que yo había dicho.

No lo sé. Sin embargo, tiene todos los motivos para amenazarme a mí.

¿Qué motivos?

Él me echaba la culpa de que Melany estuviese embarazada, y para colmo, pensaba que yo la había matado.

¿Tú realmente piensas que puede haber sido él?

No lo sé... Puede ser, pero no sé qué ganaría con matar al pobre infeliz de Andreas, si él no tenía nada que ver.

De todas formas, podemos avisarle a la policía que el padre de la loca es un sospechoso. Así, lo investigarán y averiguaremos si él es el asesino o no.

Tienes razón. Hoy vayamos a la policía y avisemos. ¿Cómo no se me ocurrió antes pensar en la posibilidad de que el padre de la loca podía ser el amenazador?

A mí tampoco jamás se me cruzó por la cabeza que todo esto tendría algo que ver con la loca.

Sólo espero que la persona que esté haciendo todo esto, obtenga su merecido.

Sí.

Cuando terminamos de explorar la casa de Andreas y vimos que no había nada más sospechoso, nos retiramos del lugar. No lo hicimos sin antes despedirnos de los padres del rubio, por supuesto. Ellos eran buenas personas, no como lo había sido su hijo. Además, estaban destrozados por la muerte del mismo. Pues claro, perder a un hijo no era nada fácil. Aunque perder a Andreas era milagroso, al menos para mí.

Posteriormente a investigar como dos detectives, Bill y yo nos dirigimos hacia la comisaría nuevamente. Al llegar, le avisamos a los policías que teníamos un posible culpable del asesinato de Andreas. Ellos anotaron todo lo que les dijimos y luego abandonamos la comisaría.

Por lo demás, el día transcurrió normalmente. No llegaron amenazas ni nada extraño sucedió. Todo estaba perfecto. La noche anterior no había tenido las pesadillas y las amenazas no llegaban tan seguido como antes. Sólo esperaba que eso continuase de esa manera. Faltaban dos días para que llegara año nuevo y quería empezar bien el año que venía. Por ello, pedía que las cosas continuaran tan bien como en ese momento.

Me puse a pensar, a meditar sobre la vida luego de que Bill se había dormido. Lo que pensé fue acerca de cómo diablos había llegado una amenaza al bolsillo de mi hermano. A casa no había entrado nadie más que nosotros dos, es decir, era imposible que alguien hubiese guardado en el traje de Bill la amenaza antes de que este se lo pusiera. Sólo pasamos por la comisaría y luego fuimos al velorio. O el asesino había estado en la comisaría, o en el velatorio. Y, si ello era así, dicho asesino no estaba muy lejos; hasta podríamos haberlo cruzado sin darnos cuenta. La cuestión era que yo debía sacar conclusiones. Para colocar el papel en el bolsillo de mi gemelo, primero se necesitaba estar muy cerca de él, y segundo, hacerlo sin que nadie se percate de ello.

Pero yo estuve todo el día pegado a él... –murmuré pensando en voz alta.

En ese instante, inmediatamente un nombre se vino a mi cabeza. Era el de Camille. Ella había abrazado a Bill. Quizás disimuladamente le había colocado el papel en el bolsillo a mi gemelo, sin que yo me diese cuenta. No obstante, todo carecía de lógica. ¿Para qué diablos ella me amenazaría? A lo mejor, sabía de lo mío con Bill y por eso quería separarnos. ¿¡Qué estaba pensando!? Eso no tenía nada de sentido común. Camille no tenía nada que ver en el asunto y punto. Otra vez no quería encontrarme con una enemiga. Ya demasiado había tenido con Melany.

Otro de los sospechosos que se me cruzó por la cabeza fue Gordon. ¿Gordon? Sí, él. Ni siquiera yo podía creer que lo estuviese metiendo dentro de los sospechosos. ¿Por qué lo hice? Simplemente, porque ya no me quedaba a quién culpar.

Mi cerebro cada vez tenía más sueño y menos ganas de pensar. Así que decidí dormirme.

Al día siguiente, un policía me llamó para avisarme las nuevas noticias. Nadie se podía contactar con el padre de Melany. Lograron hacerlo con su esposa, pero no con él. Al parecer, cuando los padres de la loca se habían ido de viaje, se pelearon y se separaron. La mujer juró que no sabía en dónde diablos se encontraba su ex esposo.

Usted y su hermano deberán tener cuidado. Hay un asesino que está suelto. Nosotros nos encargaremos de buscar a este posible sospechoso por todos lados hasta encontrarlo. Pero ustedes deben cuidarse y no salir demasiado. No creo que eso sea difícil para ustedes, que son famosos y deben estar acostumbrados a permanecer en casa –afirmó el policía amablemente.

Sí. Está bien, lo haremos. Muchas gracias por su ayuda.

De nada, Adiós.

Adiós.

 

Capítulo XI: “¿Inusual o usual?”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=gzWW7O4AzzY ]

 

...Se murió sin siquiera saber qué se sentía decir perdón...”

 

¿Qué pasó? –me preguntó Bill intrigado por saber de qué se trataba la llamada del policía.

Tengo malas noticias, Bill.

¿Ahora qué?

El policía me advirtió que no salgamos demasiado. Tenemos que tener cuidado, porque el padre de Melany no aparece por ningún lado y si es él el asesino, puede estar a tan sólo unos pasos de aquí.

No me interesa no salir, Tomy. Con tal de no salir con miedo, me quedo encerrado aquí hasta la próxima Navidad. Tengo mucho miedo –afirmó Bill con una expresión que me hizo preocupar.

Billy, no temas. Nadie nos hará daño. Nos quedaremos aquí y no saldremos hasta que el asunto esté aclarado. No permitiré que te toquen medio cabello. Si fuera por mí, te dejaría salir, porque yo soy quien recibe las amenazas, no tú y no tienes por qué quedarte aquí encerrado por mí. El problema es que jamás me perdonaré si te pasa algo. Espero que me entiendas.

Si tú te tienes que quedar aquí por doce años consecutivos, me quedaré, mi amor. Además, si tú eres el blanco del asesino de Andreas, seguramente también lo soy yo. Así que no saldremos.

¿Y qué haremos con la banda? Todo el mundo nos odiará, Billy –afirmé preocupado.

¿Por qué? –preguntó él sorprendido.

Porque, ¿hace cuánto que no tocamos un concierto? ¿Hace cuánto que no salimos a escena? Y ahora peor... el tiempo se alagará más.

Bueno...Tienes razón. Pero, ¿cuántas veces nos hemos desaparecido por un tiempo?

Muchas, mas, ¿y si nuestras fans nos abandonan?

Tom, no pienses eso. No seas negativo. No nos abandonarán. Y nosotros no los abandonaremos a ellos.

Tienes razón. Debemos aclarar todo cuando podamos salir.

Y dar un concierto.

Sí.

En los días siguientes, no recibimos más amenazas. Yo estaba comenzando a recuperar mi vida normal, y ya no pensaba que era un loco, debido a que las pesadillas no me atormentaban. Además, me sentía feliz de poder pasar todo el tiempo con Bill, sin nadie más.

Pasaron dos días, y Georg y Gustav llamaron para saber qué era de nuestra vida, debido a que no sabían nada desde que habíamos vuelto de las vacaciones. Les contamos todo, incluso que Andreas murió. Gustav no pudo evitarlo, sonrió al enterarse de la noticia; y para Georg el enterarse de ello le fue indiferente. No estaba ni feliz ni triste.

También les contamos del asunto de las amenazas. Realmente, a ellos tampoco se les ocurría quién podía ser. Solamente opinaron que sí tenía posibilidades de ser el padre de Melany. Además, era sospechoso que justo se hubiese desaparecido ahora. De todas formas, con Bill decidimos esperar a que la policía encontrara al responsable del asesinato.

Ese día, luego de hablar con los G's, es decir, con Georg y Gustav, hicimos la cena.

Eran aproximadamente las nueve de la noche cuando estábamos hablando y comiendo y nos interrumpió el teléfono de casa.

¿Hola? –contesté tragando la comida para no parecer atorado con la misma.

Buenas noches. Disculpe la hora de llamada, necesito realizarle una pregunta, señor. ¿Usted es familiar o tiene alguna relación directa con Andreas Schlemmer?

Era su ex mejor amigo. ¿Por qué? ¿Quién habla?

Soy Alfred, el señor dueño del cementerio en el que Andreas estaba enterrado.

¿Estaba? –pregunté confundido.

Sí, estaba. Hace un momento, me dirigí a visualizar que estuviese todo en orden aquí en el cementerio, como todas las noches lo hago, pero me encontré con un sepulcro desmantelado. Y era el de este joven, Andreas. Necesito que venga alguien a ayudarme a buscarlo por aquí, y luego llamaré a la policía sino tenemos éxito en la búsqueda. No puedo contactarme con los padres del cadáver.

Pero, no puedo. Tengo que...

Por favor –interrumpió el señor–. Sino tendré que esperar hasta el amanecer; todo está oscuro ahora. No me haré cargo de lo que suceda con el cuerpo. Creo que eso no es muy positivo –afirmó Alfred intentando convercerme de ir al cementerio.

Veré que puedo hacer. Ahora le tengo que cortar.

Está bien. Intente venir. Si quiere venga acompañado, mas lo importante es que pueda ayudar al cuerpo de su mejor amigo. Se lo pueden haber robado.

Okay. Voy a hacer lo posible por ir. No se preocupe. En todo caso, le avisaré a los padres de Andreas que lo busquen. Adiós –corté la llamada–. ¡Qué hartante! –exclamé haciendo referencia al anciano con el que acababa de hablar.

¿Qué pasó? ¿Quién era? –cuestionó Bill sorprendido por mi reacción ante la llamada.

Un viejo del cementerio, que encontró la tumba de Andreas desmantelada. Supongo que eso quiere decir que el cuerpo del rubio no estaba allí. El caso es que quiere que vaya porque dice que tengo que ayudarlo a buscar el cuerpo ahí, en el cementerio. Pero, ¿qué se piensa? ¿Que soy su sirviente? –pregunté mal humoradamente.

Tom, debemos ir. Los padres de Andreas, ¿saben del asunto?

Según el anciano, les quiso avisar pero no se pudo comunicar con ellos.

Vamos para allá y en el camino les llamamos a ellos.

Bill, ¿hablas en serio? –cuestioné sorprendido.

Sí. ¿Por qué no habría de hacerlo?

No tengo ganas de ir –respondí con toda la sinceridad del mundo—. Te apuesto que Andreas no lo hubiese hecho por mí –sonreí sarcásticamente.

Está bien, iré yo solo si tengo que hacerlo –afirmó mi gemelo enojado, tomando el abrigo de la silla en la que estaba colgado.

Espera, Bill. No te enojes. Está bien, iré contigo.

No vengas si no quieres. Sé manejar y puedo andar solo.

Bill, ¿no comprendes el riesgo que implica salir? Hemos estado recibiendo amenazas por dos semanas consecutivas y tú te dignas a salir por una pavada. Andreas ya está muerto, qué importa su cuerpo. Sinceramente, nuestras vidas son más importantes que las del rubio. No nos podemos arriesgar a que nos pase algo.

Tú siempre tienes una excusa para no ayudar a los demás.

Para ayudar a los muertos tengo una excusa.

Bill caminó hacia la puerta, me observó con una mirada que causó un escalofrío en mí, y abrió dicha puerta.

No te irás sin mí –afirmé persiguiéndolo.

Él se subió al Cadillac del lado del conductor y antes de que cerrase la puerta del auto, detuve la misma.

Déjame manejar. Yo manejo –hablé en un tono no muy agradable que digamos.

No tienes control sobre mi vida, Tom –dijo mi gemelo, haciendo que sus palabras realmente dolieran.

Bill me cerró la puerta del auto en la cara, e inmediatamente fui para el otro lado y me subí por la otra puerta. Él arrancó el auto.

Fuimos todo el camino hasta el cementerio sin dirigirnos la palabra. Bill se había enojado y yo también. Particularmente, me molestaba que mi gemelo continuase dando todo por Andreas, incluso cuando estaba muerto. Tenía ganas de decirle: ¡Él ya murió! ¡Olvídalo! Además, no quería que nos arriesgáramos a que nos pasara algo culpa de un viejo odioso que quería ayuda. ¿Y yo qué culpa tenía que estuviese solo? Ninguna que yo supiera.

Bill se enojó porque no me importaba el cuerpo del infeliz. ¿Y a quién le importaría el cuerpo de su enemigo? Creo que sólo a mi gemelo. A veces odiaba que fuese tan bueno. O quizás no lo hacía por bueno, sino porque aún quería de alguna forma a Andreas.

Siempre de una forma u otra, muerto o vivo, presente o ausente, lejos o cerca, el rubio oxigenado terminaba siendo motivo de discusión para Bill y para mí. Jamás podríamos superar esa intromisión de Andreas en nuestra relación. Yo lo odiaba y pensé que mi gemelo también lo hacía. Mas ya me daba cuenta de que no. Bill solamente tenía bronca con él. A mí me había arruinado la existencia, en un grado mayor que Melany. Al menos ella se había arrepentido. El rubio se murió sin siquiera saber qué se sentía pedir perdón.

Siempre Andreas tiene que terminar arruinando todo. Inclusive aún cuando está muerto –opiné rompiendo el silencio, cuando estábamos a punto de llegar al cementerio.

Si se arruinan las cosas es por ti, Tom. Ahora falta que le eches la culpa a un muerto. Mejor cállate –contestó Bill completamente enojado.

Justo en ese momento, aún sin terminar de discutir, llegamos al cementerio. Estaba completamente oscuro, como en las películas de terror. Sólo faltaba que se apareciera un fantasma y listo, mi vida no podría marchar peor.

Entramos con el auto y lo estacionamos al costado del camino, el cual recorría todos los sepulcros del lugar.

¿Dónde estará el viejo infeliz? –pregunté odiosamente.

Bill sin contestarme encendió las luces altas del auto, para que el dueño del cementerio se diera cuenta de que estábamos ahí.

Estuvimos allí parados como estatuas durante cinco minutos, y luego mi gemelo comenzó a caminar hacia la oscuridad.

 

 

Capítulo XII: “Temeroso y cuidadoso”.

 

...Jamás volveré a desconfiar de ti...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Eo1u—F—JfII ]

 

¿A dónde vas? –le pregunté intrigado, pero mostrando indiferencia.

Increíblemente, Bill me contestó tranquilo.

No pienso esperar aquí. Iré a ver el sepulcro.

Lo seguí. No pensaba quedarme ahí al lado del auto solo. Si había algún lugar al que le tenía miedo, era a los cementerios.

Nos dirigimos hacia donde se encontraba la tumba el día del velorio. Por suerte, la luna estaba justo arriba de nosotros, por lo que podíamos ver algo. Si no hubiera sido por ella, ni siquiera me hubiese acercado al sepulcro.

El cajón de muertos estaba desenterrado, a un costado del pozo, abierto y sin ningún muerto en él. Largaba un olor sumamente desagradable. Se suponía que antes de velarlo, se debía poner un perfume o algo así, para que no matase a alguien con el olor a muerto. A mí, sinceramente, me mataba Andreas pero también su olor a lacra.

Por Dios... –murmuró Bill sorprendido por el estado de la tumba.

En ese momento, mi mente se oscureció, al igual que la noche. Y no era porque no pensaba en nada, o porque no veía nada, sino porque recibí un golpe de atrás que me dejó inconsciente en el suelo.

¡Tom! –alcanzó a exclamar Bill un momento antes de recibir un golpe él también.

Aunque no lo recibió en la cabeza sino en la espalda, también quedó insconciente, incluso por más tiempo que yo.

Abrí los ojos. Todo se veía más oscuro que antes. Toqué las paredes del lugar en el que me encontraba y estaban muy cercanas a mí. Mis pies chocaban con el fondo de ese rectángulo. Parecía ser que estaba encerrado en una tumba. Para ser más preciso, estaba encerrado en la tumba de Andreas. ¡Qué maravilla! Me encontraba encerrado en una tumba, sin salida, ni lugares por los que entrara aire. Cuando tomé conciencia de lo que podía llegar a pasar si no salía rápido de ese lugar, comencé a golpear desesperadamente dicha tumba.

¡Auxilio! ¡Ayuda! –exclamaba impacientado, esperando a alguien que me sacara de ese horrible lugar.

Estaba empezando a tener claustrofobia allí dentro. Y lo peor era que mientras más gritaba, más sentía que me faltaba el aire. Pero quería salir de allí como fuese, y tenía mucho miedo de que quien me hubiese pegado, le hiciese algo a Bill. Todo había sido una trampa; una deliciosa trampa en la que yo caí, junto con mi gemelo. Sólo esperaba que él se encontrase a salvo. Eso me importaba aun más que mi propia vida.

Bill reaccionó unos segundos después de que yo lo había hecho y vio que una persona estaba echándole tierra al pozo, con la tumba colocada dentro de él. Dicha persona se parecía a Andreas. Era rubio, más o menos alto y flaco. Sin embargo, ¿cómo era posible que un muerto estuviese parado allí, intentando tapar una tumba, su tumba?

¿¡Andreas!? –preguntó mi hermano totalmente confundido, tocándose la espalda del dolor que tenía por el golpe recibido.

El rubio dirigió la mirada hacia mi gemelo en medio de la oscuridad y no tardó ni medio segundo en darse la vuelta y correr como un cobarde. ¿Era Andreas? Quién sabía.

Bill dejó de pensar en el rubio y mi nombre se le cruzó por la cabeza.

¿¡Tom!? ¡Tom! –gritó mi hermano desesperado, mirando a su alrededor y percatándose de que yo no me encontraba allí.

Se puso de pie y se asomó al pozo para ver qué había sucedido con el cajón de muertos. Este, se encontraba cerrado y con algo de tierra encima. Lo que Bill no sabía era que yo me encontraba dentro de él, a punto de asfixiarme.

Utilicé lo que quedaba de mi fuerza en los últimos golpes, pero, pese a ello, mi gemelo no me oyó. O, al menos, eso fue lo que pensé.

Sin embargo, Bill me había escuchado perfectamente, el problema era que no encontraba con qué diablos abrir el cajón. Su columna estaba adolorida y, para colmo, él no era de tener mucha fuerza que dijéramos.

Se largó dentro del pozo; abriría la tumba como fuera. Era más que seguro que yo estaba ahí.

Luego de tanto hacer fuerza con sus frágiles brazos, logró abrir el cajón. Que no le preguntasen cómo lo había hecho, seguramente no sabría qué responder.

Al abrir la tumba, Bill me vio ahí, desmayado. Respiré tanto y tanto, que llegó un momento en el cual no pude hacerlo más. Allí, mi mente se tornó negra nuevamente, sin previo aviso, por supuesto.

¿¡Tom!? ¿¡Tomy!? ¡Tom! –exclamó mi gemelo desesperado, golpeando mi rostro para intentar despertarme–. ¡Tom, respóndeme! Despierta, Tom...

Bill tomó mi muñeca para comprobar si tenía pulso y se dio cuenta de que no estaba muerto; pero sí inconsciente y con un ritmo cardíaco que no era normal.

A mi gemelo, en ese momento, se le cruzó la posibilidad de que yo pudiera morir, tal como le hubiese sucedido a cualquier persona en su lugar. Decidió, entonces, ayudarme a que no pasara eso. Tomó mi rostro, lo acercó al suyo y me besó. No para sentir el sabor de mis labios, sino para darme respiración boca a boca. Yo necesitaba aire y él me necesitaba más que al aire.

Tomy... –continuaba susurrando mi gemelo, quien ya estaba al borde de las lágrimas.

En el segundo intento de Bill de darme aliento, abrí mis ojos. Ya había recuperado la conciencia. Pues claro, mi gemelo me había dado la vida nuevamente con su aire, su aliento, su respiración.

Comencé a toser desmedidamente. Bill sólo se limitaba a mirarme y sonreír.

Estás vivo. Casi me matas, mi amor –afirmó mi hermano abrazándome, feliz de volverme a ver con vida.

¿Te hicieron daño? –fue lo primero que pregunté al reaccionar, al volver a la vida.

Eso era en verdad, lo que más me importaba en el mundo. Si otra vez tocaban a mi Bill, mataría a quien fuese que lo hiciera.

Solamente recibí un golpe en la espalda, al igual que tú lo hiciste en la cabeza.

Me alegra que estés bien, cariño –lo abracé con todas mis fuerzas.

A mí me alegra que tú estés bien. Por un momento pensé que te perdería.

Siempre estaré contigo.

Besé a Bill y, al instante, ambos nos olvidamos de la pelea que habíamos tenido anteriormente.

Debemos irnos de aquí. Corremos riesgo de que nos pase algo más –afirmé asustado.

Tienes razón. Vámonos.

Me paré del cajón de muertos y tomé a Bill de la mano. Debíamos huír de ese espantoso lugar sin que nos volviese a pasar algo.

Nos dirigimos hacia donde se encontraba el auto y subimos al mismo. Esa vez, manejé yo hasta casa.

¿Pudiste ver quién fue el idiota que nos pegó y que me quiso matar? Obviamente, es quien me enviaba amenazas.

A lo mejor piensas que estoy loco, mas estoy seguro de que fue Andreas.

¿Andreas? –pregunté sorprendido, aunque no me asombraba en absoluto que este se hubiese estado haciendo el muerto cuando no era así.

Sí. Cuando recuperé la conciencia, me di con que un chico estaba echándole tierra al cajón, intentando enterrarte vivo. Y era rubio, flaco y más o menos alto. Además, eso explicaría la desaparición de su cuerpo.

No puedo creerlo. Y yo que pensé que era el padre de Melany.

¡Eso es! A lo mejor pueden estar complotados.

Esto de cierta forma no me sorprende. No estaba muy errado cuando pensaba que jamás me libraría de Andreas.

Tienes razón. Ese idiota nos seguirá molestando de por vida.

Bill estaba por bajar del auto, debido a que ya habíamos llegado a casa, cuando lo detuve.

Espera. No bajes.

¿Qué pasa? –me preguntó mi gemelo sorprendido.

Debemos fijarnos que no haya nadie.

Me bajé del auto y di una vuelta alrededor del mismo, para corroborar que nadie nos estuviese por atacar nuevamente. Debía admitir que tenía miedo. Más aún del que tenía antes. Saber que Andreas podría estar vivo, y complotado con otro posible enemigo, me hacía estremecer.

Esa misma noche, Bill y yo decidimos llamar y avisarle de lo sucedido a la policía. También, le dijimos a la misma que Andreas podía estar vivo. Ello fue discutido debido a que supuestamente, los análisis de la morgue se habían realizado de forma correcta.

Aunque no nos crean, yo sigo afirmando que todo esto fue planeado por Andreas. Él sabía de las amenazas anteriores y, a lo mejor, nos quiso jugar el mismo chiste –opiné mientras mi gemelo y yo estábamos por irnos a dormir.

Lo mismo digo, mi amor. —hizo una pausa—. Tomy, ¿me perdonas?

¿Por qué? –cuestioné suponiendo el motivo de las disculpas de mi gemelo.

Siempre termino equivocándome. Siempre lo hago. Me siento un completo idiota. Esta vez va en serio, jamás volveré a desconfiar de ti, Tom. Si tú dices que el cielo es amarillo, lo es; si dices que la tierra es cuadrada, te creeré, porque tienes la razón siempre. Si me advertiste que no saliera porque era peligroso, debí hacerlo. Si me dijiste alguna vez que Andreas era una basura, no me mentías, lo era. Simplemente no tengo palabras para pedirte disculpas. Sólo puedo decirte perdón. Lamento mucho todo lo que te hago, Tomy –afirmó mi hermano dejando que una lágrima se derramase por su mejilla.

 

 

Capítulo XIII: “Cambio de roles”.

 

... ...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=UaASPfAMgs8 ]

 

Bill, por favor, no llores, si sabes que te perdono. Te amo, mi vida, eres todo para mí y no soportaría pelearme contigo para siempre por una cosa insignificante. Sé que intentas confiar en mí y sé que a veces no hice las cosas lo mejor que pude como para que confíes en mí. Sin embargo, debo aceptar tus disculpas, porque realmente me dolió que me dijeras que soy yo quien arruina todo.

Sí. Ahora sé que por mi egoísmo arruino todo.

La culpa es de los dos. Mitad y mitad. Pero ya lo he dicho, amor mío, lo que importa es que nos entendamos y podamos disculparnos. Eso queda encerrado en las palabras “te amo”. ¿Sí? Entiéndelo. Te perdono porque te amo, no hay más que decir.

Bill tomó mi rostro y me besó desaforadamente. Nos amábamos, sí. De eso no quedaba ninguna duda. Y quien lo pusiera en duda merecía la horca.

Pasaron dos días y la policía finalmente nos llamó para avisarnos acerca del proceso de investigación. Ya era hora, pensé.

Ya sabemos quién fue el asesino y confirmamos que era dicha persona quien enviaba las amenazas.

¿De verdad? –pregunté sarcásticamente—. A eso ya lo sabía. ¿Quién es el asesino?

Robert Austen, padre de Melany Austen. ¿Ella estuvo relacionada sentimentalmente con usted?

Lamentablemente, sí. ¿Es él el asesino? –cuestioné sin sorprenderme en absoluto—. Lo sospeché. Pero Andreas no está muerto, ¿verdad?

El cuerpo no se podrá volver a analizar, debido a que no se encuentra en el cementerio.

Entonces, ¿no saben si es el cuerpo de él o el de otro muerto? Increíble –afirmé sarcásticamente.

No, no lo sabemos ni lo podremos saber hasta que encontremos el cuerpo.

Okay. ¿Están en búsqueda de Robert?

Sí, estamos en eso. Le avisaremos cualquier avance en la investigación. Adiós.

Adiós –corté la comunicación—. Idiotas –rezongué mal humorado.

¿Qué pasó? ¿Quién era? –me preguntó mi gemelo intrigado.

Se confirmó que el asesino de Andreas es Robert, el padre de la loca.

Eso no es novedad. Lo que necesitamos saber es si Andreas realmente está muerto o no. Y si el padre de Melany y él son cómplices.

Claramente, eso es lo que queremos saber. Pero la policía me vuelve loco. Lo que menos hacen es buscar al asesino.

Pues, si no actúa la policía, tendremos que hacerlo nosotros.

¿A qué te refieres, Billy?

A que debemos buscar al infeliz que nos golpeó. Tú aún continúas con el chichón en tu cabeza, y yo con la espalda morada. No se saldrá con la suya.

No lo hará. Tienes razón. Si pudimos encontrar quién fue el supuesto asesino de Andreas, tranquilamente podremos encontrar el cuerpo del rubio. Y si no lo hacemos, este está vivo.

Sí. Entonces, manos a la obra.

Nos sentamos con mi gemelo en la mesa, y comenzamos a juntar todas las pruebas que teníamos, como si hubiésemos sido detectives o algo por el estilo.

Lo principal sería atrapar al padre de Melany. Lo demás vendrá sólo –afirmé convencido.

Sí. Supongamos que Andreas está muerto. Lo único que sabemos es que su asesino es... ¿Robert se llamaba?

Sí, sí.

El asesino es Robert. No sabemos por qué mató a Andreas, ni por qué nos envía amenazas, ni dónde está. En algún lugar del mundo tiene que estar. Mas, ¿quién puede decírnoslo?

La esposa, debemos comunicarnos con ella –contesté completamente emocionado por las palabras de Bill–. Amo tus conclusiones, Bill.

Mi hermano sólo se limitó a sonreír.

Llamaré a la señora madre de la loca –afirmé sacando mi teléfono.

Pero, ¿no había hablado ya la policía con ella?

Sí. De todas formas, no perdemos nada con volver a preguntarle acerca del paradero de su esposo.

Tienes razón. A lo mejor oculta que sabe algo.

Sí. Así que le pediré a la policía el número de la mujer.

Llamé a la policía y amargamente me dieron el número de la madre de Melany, pero lo importante era que lo tenía. Decidí averiguar qué sabía esta mujer sobre su esposo. Si mentía, debía hacerlo muy bien para que yo le creyese que no sabía nada.

¿Hola? —contestó ella el teléfono.

Hola, mire, no sé si se acuerda de mí, soy Tom Kaulitz. Usted debe ser Rosalie, ¿no?

Sí. Tom Kaulitz...No recuerdo su nombre. ¿Podría ser más específico?

Soy quien iba a ser padre de su nieto.

Ah, el infeliz que le arruinó la vida a mi hija. ¿Qué demonios quieres?

Señora, más respeto, por favor, que yo a su hija no le he hecho nada. Además, no me interesa eso ahora. Necesito saber el paradero de su esposo –dije intentando no precipitarme.

¿Y te piensas que te lo diré?

Sí, a menos que también usted quiera ir a la cárcel.

Lo único que me faltaba era que un mocoso me amenace.

Este mocoso puede hacer más de lo que usted piensa –respondí sintiéndome importante.

Bill me miraba y se reía por lo que yo le decía a la madre de Melany, quien estaba igual de loca que su hija.

No tengo por qué perder tiempo con un infeliz como tú. Adiós.

Entonces supongo que no le importará que la policía la busque y la traiga hacia la comisaría –afirmé con la intención de hacerla tener miedo.

¿Qué? –cuestionó ella alterada.

Mire, señora, yo no la quiero, usted no me quiere pero necesito que me diga en dónde se encuentra su esposo por el bien de ambos.

Yo no sé en dónde está Robert.

Sí que sabe donde está. Ambos sabemos lo que es capaz de hacer su esposo, así que dígame en este momento en dónde se encuentra él.

¿Qué ganaría con decírtelo?

Evitaría que Robert le haga daño. Vamos, dígamelo, usted sabe que jamás le he hecho nada a Melany, ella sola se arruinó la vida.

Prométeme que me dejarás de molestar si te lo digo.

Lo haré, le prometo que no la involucraré más en este asunto. Ahora dígame en qué lugar puedo encontrar a Robert.

Calle 9, barrio Pfenning. No me molestes más. Adiós.

Muchas gracias, de verdad. Adiós –corté la llamada.

Al fin había conseguido lo que quería: la dirección del asesino. Así, podría hacerle lo mismo que él estaba haciendo conmigo, con la diferencia de que no lo amenazaría, sino que le haría algo peor.

Tengo la dirección –dije sonriente.

Buenísimo, la policía lo atrapará. ¿Qué esperas? Llamémosla.

No, no, espera, Bill. Quiero que hagamos otra cosa.

¿Qué cosa? –me preguntó mi gemelo sorprendido.

Con la dirección, podemos hacer lo mismo que hizo él con nosotros.

¿Enviarle amenazas?

No, no. Algo peor.

¿Enviarlo a la policía?

No. Le tenderemos una trampa. ¿Qué te parece?

¿Una trampa? ¿A qué te refieres con trampa?

Lo citamos en algún lugar, lo golpeamos tal cual él hizo con nosotros y luego llamamos a la policía. ¿Qué dices? –cuestioné totalmente emocionado por mi idea.

Quería cobrar venganza, necesitaba hacerlo. La sangre de esa familia ya no podía volver a arruinar mi vida, me tenían harto. No podrían volver a pisotearme, ya era hora de que alguien sufriera por todo lo que yo y mi gemelo lo habíamos hecho. Estaba mal vengarse, sí, pero con la impotencia que tenía en ese momento era entendible.

¿Estás hablando en serio, Tom? –me preguntó Bill completamente anonadado.

¿Por qué no habría de hacerlo?

¿Realmente quieres no entregarle a la policía al asesino?

Yo no dije que no lo iba a hacer. Lo haré luego de vengarme.

No, Tom. No te voy a permitir que hagas una pavada. Deja, la policía se encargará de hacerlo pagar por todo. ¿Y qué tal si va con Andreas? ¿Si lo citamos y va con Andreas? –repitió mi hermano preocupado.

Matamos dos pájaros de un tiro. Ambos podemos contra ellos dos. Dale, di que sí, Billy. Ayúdame, por favor. No me dejes solo en esto. Piensa en todo lo que nos han hecho Andreas y el padre de Melany y te volverá la bronca.

Está bien, Tom. Sin embargo, debes prometerme que la policía se llevará a ese asesino a la cárcel.

Lo prometo, mi amor. Cuando me haya vengado, llamaré a la policía y asunto acabado. Gracias por decir que sí. Te amo.

Te amo; espero que no salga nada mal en tu plan.

Quédate tranquilo, amor. Todo saldrá perfecto. Nos saldremos con la nuestra y el infeliz ese irá a la cárcel.

Sí. Alguien debe pagar por todo lo que nos hicieron Melany y Andreas.

Al día siguiente, puse en marcha nuestro plan. Le envié una carta a la dirección que la madre de Melany me había proporcionado diciendo:

Sé quién eres y a quién has matado. Si no quieres que te encierren en la cárcel ve el viernes a la plaza principal de aquí, a las diez de la noche. Te espero y no lleves a nadie, porque sino la pasarás muy mal”.

Me sentía un completo matón al enviar esa citación. Sin embargo, no me arrepentía de haberlo hecho. Por más que quisiera evitar tener rencor hacia el amenazador, no podía. Él había arruinado mis vacaciones y, si Andreas no había muerto y era su cómplice, pues ya se había convertido en mi segundo enemigo.

Desde el momento en el cual había enviado la carta, ya nada más podía hacer. Sólo me quedaba esperar a que llegara el día indicado para ver qué sucedía.

Por un momento, pensé en no llevar a Bill al encuentro. Si le pasaba algo, jamás me lo perdonaría. No obstante, mi gemelo no me dejaría ir sino era con él. Lo conocía perfectamente. Por ello, no le diría nada. Si él quería arriesgarse a ir, estaba en él. Por supuesto que yo estaría pendiente de él, no dejaría que nada le sucediese. Si me tenían que matar a mí por él, dejaría que lo hicieran sin dudarlo un segundo.

 

 

Capítulo XIV: “Rompiendo las reglas”.

 

... Habíamos nacido para amarnos...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=pL4LTACRans&f ]

 

El día previo al supuesto encuentro entre el padre de Melany y yo, es decir el jueves, recibí un llamado de mamá. ¿Qué quería? Pues, proponerme algo que no sería de mi agrado.

¿Estás loca, mamá? ¿Cómo que hacer la fiesta de cumpleaños de Camille aquí? –exclamé sin miedo a que Bill me oyera desde su habitación.

Vamos, Tom, es tu prima. Y la quieres. ¿Por qué no querrías que hagamos su fiesta sorpresa allí?

Porque no, mamá. Imagínate el lío que dejarán los invitados aquí. Luego Bill y yo somos quienes tenemos que limpiar todo.

Yo los ayudaré y Camille también. Además no hay tantos invitados, si ella no conoce a nadie de aquí.

Pero...

Tom Kaulitz, basta de peros. ¿Dejarás que hagamos la fiesta sorpresa de Camille en tu casa o no? Mira que la casa también es de Bill y, si él me da permiso, la haremos.

¿Entonces para qué me preguntas, madre? Hazla aquí. Me ganas por cansancio otra vez.

Gracias, Tomy, gracias. Recuerda que no es este sábado sino el que viene. Consúltalo con Bill de todas formas y me avisas. Gracias, hijo.

De nada, mamá. Hay veces que te odio tanto –susurré sin que ella me oyese.

Adiós, Tom. Suerte y mándale saludos a Bill. Los amo.

Yo a ti –afirmé falsamente, cortando la comunicación.

Había miles de motivos por los cuales no quería realizar la fiesta sorpresa de Camille en mi casa, en la casa de mi gemelo y mía. El principal motivo, era que no podríamos estar juntos con Bill en toda la noche; íbamos a tener que estar pendiente de los invitados a lo largo de toda la fiesta. Además de que ensuciaban, tomaban, comían, y un sin fin de cosas que no era mi intención recordarlas. Apostaba a que, cuando le dijera a mi hermano acerca de lo de la fiesta sorpresa, se le ocurriría la patética idea de buscar a todos los amigos que alguna vez Camille había tenido en nuestro barrio. A mí no me interesaba en absoluto el hacerle ese gran favor. Desde que me había enterado que había besado al amor de mi vida, no tenía más ganas de entablar relación alguna con ella. Si quería invitados, que se los buscase ella.

Me acerqué a la habitación de mi hermano para avisarle acerca de lo que teníamos que hacer el sábado de la semana siguiente.

Llamó mamá, Billy.

¿Sí? Ni escuché el teléfono. ¿Qué dijo? –me contestó mi gemelo sonriente.

Quería pedirme permiso.

¿Permiso? ¿Permiso para qué?

Quiere que le hagamos aquí la fiesta sorpresa a Camille, que cumple el sábado de la semana que entra.

Buenísimo. Supongo que le dijiste que sí, ¿no?

Sí. Mas...no estaba totalmente conforme.

¿Por qué?

Porque cuando termine tendremos que limpiar todo lo que ensucien los invitados.

Tom, por Dios, qué vagancia –afirmó mi gemelo sorprendido—. Sabía que eras vago pero no tenía idea que llegabas hasta tal punto.

Miré a mi hermano con cara de enfadado. No estaba para esos chistes. Realmente me había puesto de mal humor el que mamá me obligara –teóricamente– a realizar en casa la fiesta de Camille. No sabía por qué me alteraba tanto pensar en su nombre, siendo que ella jamás me había hecho nada en forma directa y siempre había sido buena conmigo. Como ya lo había dicho antes, quizás las pesadillas me habían dejado un poco traumado.

No seas alérgico a las chicas... –murmuré pensando en voz alta.

¿Qué? No te oí. ¿No vas a defenderte por lo que acabo de decir?

No, ya que no me interesa lo que digas negativo sobre mí. Sé que me amas y que no puedes vivir sin mí.

¿Quién te ha mentido así? –me cuestionó mi gemelo irónicamente.

Tú –respondí poniendo cara triste.

Mentira, mi amor. Te amo y tienes razón, no puedo vivir sin ti.

Lo sabía. Te amo también y tampoco puedo vivir si no es contigo.

Me acerqué a Bill y lo besé tiernamente en su mejilla.

Oye, Tomy, ¿y quiénes vendrán a la fiesta sorpresa?

No lo sé. No creo que mamá haya invitado a alguien. Si Camille no conoce a nadie de aquí.

Tienes razón. ¿Recuerdas que ella nos dijo que invitáramos a Andreas para su cumpleaños?

Sí. Si está vivo, no tenemos como traerlo y si está muerto, mucho menos –afirmé en tono burlón.

Tom...me refería a que podemos traer gente que nosotros conozcamos.

Sabía que lo diría. Estaba esperando el momento en el que mi gemelo pronunciara esa oración. Nos conocíamos tanto que a veces hasta parecía que nos leíamos la mente.

¿Gente como quién? ¿Famosos?

No, no. Podemos decirles a Georg y Gustav, seguramente ellos podrán traer amigas y amigos, ya que nosotros no conocemos a muchas personas que digamos. ¿Qué te parece?

Bien, me parece lo mejor. No tengo ganas de buscar gente por mi cuenta.

¿Estás de mal humor o me parece? –me preguntó mi gemelo.

Me tiene nervioso y mal lo del encuentro de mañana. Voy a ser sincero, amor, no quiero que vayas. Temo que pueda pasarte algo y no me lo perdonaré jamás si eso sucede.

Tom, yo quiero ir, voy a ir y punto. Debo aceptarlo, también tengo miedo pero no dejaré que vayas solo. Tengo que estar contigo en las buenas y en las malas.

Lo sé. Sin embargo, creo que no podremos contra el viejo. ¿Y si lleva a más de dos personas? Prefiero arriesgarme yo y no arriesgarte a ti.

Estuve pensando y...no quiero dejar que te rindas. Debes vengarte y el asesino necesita una buena lección –hizo una pausa–.Tengo una idea. Se me acaba de ocurrir algo.

¿Qué cosa?

Hagamos lo mismo que él haría en nuestro caso.

¿Y qué se supone que haría?

Contratar a personas que golpeen. Contratemos a alguien que nos ayude y listo, problema solucionado.

No puedo creer que tú hayas hecho semejante propuesta. Es tan...raro –opiné sorprendido.

Era increíble que Bill tuviese una propuesta ilegal para realizar. Él siempre había sido el correcto, el cumplidor de la ley, etc. Ese nuevo Bill rebelde no me gustaba, me encantaba. Jamás hubiese pensado que él diría que teníamos que contratar a alguien para golpear a otras personas. Eso sonaba tan, tan ilegal pero a la vez tan emocionante. Nunca había tenido que pelear contra un asesino. Tenía miedo, por supuesto, mas cuando escuché la propuesta de mi gemelo, supuse que valía la pena intentarlo.

¿Por qué? –preguntó él sonriente.

Porque tú nunca has querido romper las reglas. Vas por el mismo camino que yo.

Es que de verdad el asesino se merece pagar por todo, por lo que le hizo a Andreas y porque intentó arruinarnos las vacaciones. Además, quiere matarte y con mi Tomy nadie se mete.

Amo que me defiendas, amo que quieras romper las reglas para defenderme, amo todo lo que haces, lo que eres, te amo, ¿sabes?

Amaba ser tierno con él, porque jamás lo había sido con nadie y sentía que tenía mucha ternura guardada en mi interior que debía salir. Siempre dije que algún día me enamoraría y, aunque fue de la persona menos esperada, lo hice. Por ello había guardado tanto amor, tanto cariño. Necesitaba hacerlo para estar con alguien como Bill, a quien todo el tiempo le gustaba que le demostraran que lo querían.

Yo te amo más, ¿sabes? –me peleó él para luego acercarse y besarme.

Siempre sentí que ambos habíamos nacido para amarnos. Y también sentía que el tiempo que llevábamos juntos habían sido varios meses, años, décadas, porque era una maravilla, lo más hermoso del mundo tenerlo entre mis brazos y poder decirle cuánto lo amaba y lo apreciaba.

Pondremos ya en marcha tu plan –afirmé entusiasmado por buscar algún matón.

Ahora la gran pregunta es, ¿de dónde sacamos a alguien que no diga quienes somos y alguien que pegue por nosotros?

Algún fan nuestro.

Tom, ¿cómo vas a decir eso? ¿Qué tal si le pasa algo? Luego nosotros seremos los culpables. Estás loco. Debe ser alguien que preste servicios para golpear...

¿Y si buscamos en un periódico o en la red?

Mm, será mejor en la red. En un periódico es muy poco probable que alguien se ofrezca tan abiertamente.

Me dirigí hacia mi habitación y llevé mi laptop hacia el living, lugar en el que estábamos con Bill.

Ambos comenzamos a averiguar, entramos a varias páginas pero no obtuvimos ningún resultado, debido a que todas las personas que realizaban los trabajos vivían en Estados Unidos.

¿Cómo no va a haber nadie de Alemania? –pregunté desconcertado–. ¿Acaso nadie conoce el país?

Mira, mira, ahí hay alguien –afirmó Bill señalando la pantalla.

Se veía en ella un blog de alguien que decía golpear a quien necesitara la gente. No especificaba ni sexo, ni edad, lo importante era que vivía en Alemania. Tampoco sabíamos en qué lugar de nuestro país se encontraba. Eso sería lo que averiguaríamos.

En la página del desconocido, este había dejado un teléfono de contacto y una cuenta de correo para establecer comunicación con él. Por supuesto, que nosotros nos comunicaríamos para que nos ayudase en nuestro plan maligno.

 

 

Capítulo XV: “Temor a la maldad”.

 

...Podría ser su héroe por siempre...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=8e—dmDnaBRs ]

 

Al golpeador, ¿le llamamos o le escribimos por Internet? –me preguntó Bill.

Primero le escribamos para preguntar lo básico y después cualquier cosa le llamemos.

Okay.

Le escribimos el correo y se lo enviamos. Le preguntamos que de qué sexo era aunque, obviamente, tenía que ser hombre, le preguntamos la edad, el lugar en dónde vivía y si podíamos contratar sus servicios. Sólo teníamos que esperar a que nos respondiera y, por suerte, lo hizo rápidamente.

Leímos el correo y decía así:

Soy mujer, vivo en Hamburgo, tengo veinte años y sí, pueden contratar mis servicios. Estoy disponible. Necesito que me digan sus nombres, cuándo querrán que haga el trabajo y cuánto hay de efectivo. Desde ya, gracias. Y si prejuzgan que no podré hacer nada porque soy mujer, no me conocen.”

¡¿Mujer?! –nos preguntamos Bill y yo al unísono.

Creo que fue mala idea lo de contratar a alguien –afirmé aún sorprendido.

No, Tom. No prejuzgues. No creo que sea una niña debilucha que no se sabe defender. Me imagino a una chica toda musculosa, grandota y con aspecto de hombre –respondió mi hermano.

No muy linda que digamos –reí por la descripción de mi gemelo.

Ay, Tom. —rió él también–. Al parecer, le interesa mucho lo económico. Lo primero que preguntó fue cuánto había de efectivo.

Sí. Bueno, en este momento, lo de menos es el dinero. ¿Le contestamos el correo?

Dale.

Le respondimos el correo a la “golpeadora”. Le especificamos que no teníamos un precio límite, que pagábamos lo que ella cobrara. También le dijimos que éramos Bill y Tom de Tokio Hotel, que queríamos que al día siguiente nos acompañara a realizar el trabajo; y que por favor mantuviese el secreto.

Nos contestó que nos juntásemos ese mismo día para que nos organizáramos correctamente. El correo decía que lo hiciéramos a las seis de la tarde en el callejón frente a la plaza “Gescheitheit” y que fuésemos con el dinero. Y agregó al final del correo: “Si no pueden allí, olvídense de mis servicios”.

¡Qué carácter! –exclamé sorprendido por el trato de la chica hacia nosotros.

La verdad. Falta que ahora nos maltrate una mocosa –afirmó Bill haciéndose el adulto.

¿Iremos esta tarde?

Sí. ¿Por qué no habríamos de hacerlo?

Primero, que no es muy lógica la idea de que sea una mujer quien nos ayudará a golpear a dos tipos o más que están locos. Segundo, que aún continúo con miedo de que nos suceda algo si salimos y tecero, creo que el carácter de la mocosa no me está gustando.

No vas a abandonar nuestro plan ahora, Tom –me reclamó Bill fulminándome con la mirada–. Mira, te propongo algo. Hoy vamos, nos encontramos con la chica y luego decidimos si la contratamos o no. ¿Quieres?

Bueno, está bien. Pero, ¿si nos pasa algo?

Tom, sólo vamos en auto, nos bajamos, hablamos con ella y listo. ¿Qué nos puede pasar en ese pequeño plazo de tiempo?

A decir verdad, no muchas cosas. Está bien, iremos. Gracias por convencerme, Billy.

De nada, Tomy.

La tarde llegó. Nos cambiamos y nos dirigimos hacia el callejón.

Cuando estábamos llegando allí, recordé la descripción que Bill había realizado de la chica y realmente así era como la imaginaba yo también.

Llegamos al callejón en el auto, estacionamos y vimos a alguien de espalda. No era justamente la clase de espalda de quien me imaginé que sería nuestra golpeadora. Ella tenía un cuerpo escultural. Estaba vestida con una minifalda y un corset. No logré ver su rostro desde el auto.

¿Es ella? –preguntó Bill señalando a la chica que estaba de espalda y atónito, al igual que yo lo estaba.

Parece ser que así es. No era tal cual la habías descripto, hermano.

Creo que me equivoqué y prejuzgué demasiado rápido.

Sí –reí—. Yo también lo hice. Cambiando de tema, Billy, tengo una idea para evitar que nos pase algo.

Dime, Tomy. Rápido que tengo miedo de que esta chica se vaya.

¿Te enfadas si me quedo aquí en el auto? Yo vigilaré que nadie se acerque a ustedes. Tú arregla los asuntos con la chica y listo, contrátala. Además, será mejor que te vean a ti por ahora. Si nos ven a los dos juntos, será menos seguro. ¿Entiendes?

Algo. Lo único que entendí fue que vaya yo y le explique todo a esta chica. Quédate, ya regreso y me cuentas porque no comprendí lo que me has intentado decir –afirmó mi gemelo con cara de desconcertado.

Okay. Ve y ten cuidado.

Mi gemelo se bajó del auto y se dirigió hacia donde se encontraba la chica. Le tocó la espalda suavemente, no fuera a ser que ella lo recibiera con un golpe.

Al darse vuelta, mi hermano se quedó estupefacto. Ella era la mujer más hermosa que había visto en años. Cabello rubio, aunque teñido, ojos celestes y con un cuerpo digno de admirar.

 

¿Bill Kaulitz? –le cuestionó ella a mi gemelo con cara de póker.

Sí. ¿Tú te llamas...?

Candy –afirmó saludando en la mejilla a mi hermano.

¿Candy? ¿Ese es un seudónimo o es tu nombre real?

Es mi nombre real. No hagas preguntas tontas o te pegaré. —contestó ella frenéticamente.

Bueno, bueno. —respondió Bill sintiendo algo de miedo de la persona con quien estaba tratando.

Me has dicho que mañana es el trabajo ¿no?

Sí, así es. Nosotros citamos a la víctima a las diez de la noche. Iremos a esa hora a la plaza principal.

¿Nosotros? ¿Por qué hablas como si estuvieses con alguien?

Porque mi gemelo está allí, en el auto –afirmó Bill señalando en dirección hacia donde se encontraba el Cadillac y desde donde yo observaba todo lo que sucedía.

Ah, okay. ¿A cuántos hay que golpear?

No lo sabemos. Creemos que son dos o más.

¿Y seremos tres nosotros?

Sí. Nos matarán.

Cállate. Seremos demasiado para ellos. Conmigo, nadie les podrá hacer nada. –opinó ella absolutamente convencida de lo que decía.

Bill se sentía un pobre indefenso ante la vida, debido a que no podía ser cierto que una mujer fuese más fuerte que él. A decir verdad, si podía. No se necesitaba poseer de mucho cuerpo para afirmar que Bill era un debilucho. Sin embargo, así era como lo amaba, indefenso ante la vida, ante el mundo, para poder defenderlo ante cualquier situación que necesitase de mi ayuda y rescatarlo. Así podría ser su héroe por siempre.

Tienes razón. Con tu ayuda podremos hacer el trabajo –respondió Bill.

Pues bien, entonces allí estaré a la hora planeada en el lugar indicado.

Sí. Toma el dinero –afirmó Bill entregándole a ella todo el efectivo que habíamos decidido darle–. ¿Tienes algún teléfono para contartarme contigo?

Ella sacó de su bolsillo trasero un papel que contenía su número telefónico y se lo entregó a mi gemelo.

Aquí tienes. Ahora me tengo que ir. Adiós.

Está bien. Suerte –saludó mi hermano.

Bill se acercó al auto y se subió.

Listo. Mañana estará con nosotros a las diez de la noche en la plaza.

Buenísimo. ¿Cómo se llama?

Candy. Cuando le pregunté si era un seudónimo o su nombre real, estuvo a punto de pegarme. No quedan dudas de que esta chica tiene su carácter.

Ya lo veo –contesté sorprendido.

Volvimos a casa. El día finalizó en paz y tranquilo.

Al siguiente día, me levanté temprano, estaba nervioso. No había podido conciliar muy bien el sueño a lo largo de la noche. Tenía miedo de que todo saliese mal. ¿Qué pasaría si nos secuestraban? ¿O si nos vencía el asesino porque llevaba armas? Nadie se enteraría si algo de eso sucedía, debido a que nadie estaba al tanto de la citación del asesino hecha por Bill y por mí. Mamá nos echaría de menos luego de un largo tiempo, ya que con ella no hablábamos todo el día, al igual que con Gustav y Georg. Pero lo peor que me podía pasar, sería que secuestrasen a Bill. En esa situación, sí que estaba en aprietos.

Debía tranquilizarme y pensar en positivo. Éramos tres contra uno. O quizás contra dos. Sin embargo, nada podía salir mal; teníamos que golpear al asesino y luego enviarlo a la cárcel. Eso no sonaba tan difícil. O quizás sí.

A pesar de que tenía más de mil motivos por los cuales no concurrir al encuentro, decidí que lo haría.

Aproximadamente a las nueve y cincuenta minutos, Bill y yo salimos hacia la plaza. Había citado al asesino allí debido a que durante la noche nadie merodeaba por la zona.

Tengo miedo –expresé aterrorizado.

Somos dos –contestó mi gemelo mientras íbamos en el auto—. Pero tengo fe en nosotros.

Yo también. Juntos en todas por siempre, mi amor –afirmé tocando su mano suavemente.

Sí, por siempre.

Me besó en la mejilla y luego estacioné el auto. Ya estábamos en la plaza. ¿Qué sucedería? Hubiese deseado saberlo.

 

 

Capítulo XVI: “Detente, enemigo”.

 

...Sonreír sin temerle a nada...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=vfPcXKhZ5J4 ]

 

Cuando llegamos a la plaza, Candy estaba parada allí esperándonos. Sin embargo, nadie más estaba en el lugar. Ni el padre de Melany, ni Andreas se habían presentado por la citación. Eso sí que era extraño.

Bill y yo saludamos a la chica. Ella nos entregó un garrote a ambos para que con él golpeáramos al padre de Melany si queríamos. Bill lo recibió sin negarse y yo hice exactamente lo mismo. Si no podíamos derrotarlo con los golpes, lo haríamos con el garrote. Lo importante del plan era vengarse.

Esperaríamos cinco minutos más a que viniese alguien porque el citado no aparecía. Por un lado, me ponía feliz ello. No obstante, quería que diese la cara el maldito asesino.

Tiene que venir. —afirmé convencido.

Sino lo golpearé peor –opinó Candy malévolamente—. ¿Y cómo se llama la víctima?

Robert –respondió Bill.

¿Robert cuánto? –preguntó la rubia sorprendida.

Austen. ¿Por qué?

¿¡Austen!? –exclamó ella nerviosa—. No puede ser.

¿Qué pasa? ¿Lo conoces? –pregunté intrigado.

No, no. Sólo que mi mejor amigo tenía el mismo apellido –respondió ella haciendo sonar sus dedos por los nervios.

¿Seguro que estás bien? –cuestionó mi gemelo quien notó que ella no se encontraba del todo tranquila.

Sí. Ya deja de preguntar.

Oh, bueno.

Si no viene el viejo en cinco minutos, yo me voy.

Tú te quedas aquí todo el tiempo que dispongamos nosotros –contesté peleando a la joven.

Dije que me voy en cinco minutos.

No.

Sí.

No.

Tom, ¿no crees que deberíamos escondernos y ver si viene alguien? Si nos ve aquí se escapará –interrumpió Bill.

Tienes razón. Nos escondamos allí en el callejón –respondí señalando al frente de la plaza.

Esperen, allí viene alguien –afirmó asustada Candy.

Me di vuelta y era el padre de Melany. Al fin lo tenía cara a cara para vengarme.

¿¡Tú!? –preguntó él asombrado.

No te lo esperabas, ¿verdad? –respondí escondiendo, al igual que Bill y Candy, el palo detrás de mí.

No te hablaba a ti, imbécil –me respondió él provocándome.

Bill y yo nos miramos confundidos.

¿A quién entonces? –cuestionó Bill sorprendido.

Yo no conozco a este viejo. A mí no me miren –afirmó Candy acercándose a él.

Ella dejó el garrote en el piso y le lanzó un puñetazo al asesino, quien ni siquiera pudo verlo anticipadamente. El próximo que lo golpeó fui yo y luego siguió Bill, pero lo de mi gemelo fue con el garrote. Él pensaba que no era lo demasiado fuerte como para golpear al padre de Melany.

Dinos, ¿eres cómplice de Andreas? –le pregunté mientras me encontraba arriba de él y lo golpeaba.

Responde o te ganarás un premio. —amenazó Candy odiosamente.

¡Deténganse, animales! —exclamaba la víctima quejándose.

Ya sabemos que eres el supuesto asesino de Andreas. ¿Qué tienes que ver con él?

¡Él está muerto! ¡Déjenme en paz!

¡Mientes, mientes! —gritaba Bill una y otra vez.

Y si está muerto, ¿por qué lo asesinaste? –pregunté con la esperanza de que Robert me respondiera.

¡Qué diablos te importa! —respondió él amargamente.

Bill, llama a la policía –ordené sintiéndome importante.

Mi gemelo tomó el teléfono.

Oh no, a la policía no –opinó el padre de la loca.

¿Podré escuchar la verdad? –cuestioné intrigado por saberlo todo.

¡Yo no maté a nadie! —exclamó el padre de la loca.

¿Y se supone que debemos creerte? –preguntó Bill.

Tú mataste a Andreas o eres cómplice de él. ¿Cúal es la opción correcta?

Ninguna.

Bien. Al parecer tienes muchas ganas de ir a la cárcel –afirmé sonriente—. Se acabó la charla. Llamaré a la policía y denunciaré a este infeliz. Sosténmelo, por favor –le pedí a Candy, quien al instante acató mis órdenes.

Tomé el teléfono de las manos de Bill y estaba a punto de llamar cuando me interrumpieron.

Está bien. Asesiné a Andreas. ¿Me pueden dejar en paz, niños mal criados? Ya me pegaron lo suficiente, déjenme ir.

Tiene razón el hombre –opinó Bill—. Debemos finalizar nuestro trabajo.

Por eso estoy llamando.

Pero antes debemos ocuparnos de algo.

Bill se acercó a Robert, quien ya prácticamente no tenía fuerzas para nada y colocó en su mano un arma. Por supuesto, lo hizo sin dejar sus huellas en ella. Nadie podría decirnos nada si le habíamos pegado al hombre en defensa propia. La coartada debía ser perfecta.

¿Hola? Mire aquí tengo amordazado a Robert Austen, quien está siendo buscado por asesino –introduje para que la policía fuese y se llevara al padre de Melany.

Bueno, dígame en dónde se encuentran usted y él ahora.

Estamos en la plaza principal.

Iremos enseguida. ¿Quién llama?

Tom Kaulitz.

Bueno. Estamos en camino.

Cortaron la comunicación.

Están viniendo. Candy, debes irte. Debemos estar nosotros solos aquí –afirmé tranquilamente.

Bueno.

No te irás y me dejarás aquí ¿¡verdad!? –se entrometió el asesino–. ¡Traicionera!

Me iré. Adiós. Sosténganlo, que no se les vaya a escapar –saludó Candy yéndose del lugar.

¿Por qué le gritó traicionera? –me cuestionó Bill al oído, ya que se había quedado pensando en ello.

No tengo idea. Ya lo averiguaremos.

Unos segundos después, la policía llegó al lugar. No dijeron absolutamente nada de todos los golpes que tenía el asesino, sólo a nosotros nos preguntaron si estábamos bien.

Finalmente, se llevaron al padre de Melany esposado. Cuando lo hicieron, pude respirar profundamente y agradecerle a Dios porque todo había terminado. Mi gemelo y yo habíamos salido intactos y habíamos logrado nuestro objetivo: vengarnos. No podía creer que todo hubiese pasado tan rápido. Al fin la pesadilla había concluido.

¿Buscarán el cuerpo de Andreas? —le pregunté a un oficial antes de que se retirase.

Sí, joven. Estaremos buscándolo así cerramos el caso.

Bueno, muchas gracias. ¿Nos podemos ir a casa?

Sí. En unos días los llamarán para el juicio, deben testificar.

Está bien. Adiós.

Adiós –saludó Bill también.

Ambos subimos al auto y nos dirigimos hacia casa mientras hablábamos de todo lo sucedido.

Al fin logramos lo que queríamos, mi amor –afirmó Bill felizmente.

Sí, Billy. Espero que ahora sí nadie más nos moleste.

Sí, ojala.

Ahora puedo sonreír sin temerle a nada. Te amo.

Te amo, Tomy.

¿Vamos a casa de Georg o de Gustav? Aprovechemos que podemos ser libres.

Para que sea más fácil los invitemos a ambos a casa. Y ya que estamos les decimos que consigan gente para el cumpleaños de Camille.

Y también organizamos las cosas de la banda.

Okay.

Manejé hasta casa y cuando mi hermano y yo estábamos allí, llamamos a Georg y a Gustav. Ellos aceptaron encantados la invitación y fueron a casa.

Esa noche encargamos pizzas, lo cual era un rito para nosotros. Luego, nos sentamos a hablar. Bill y yo les contamos a los invitados de dónde acabábamos de llegar. Los G's se quedaron completamente sorprendidos al saber que la idea de contratar a un golpeador fue de Bill, al igual que yo lo había hecho. Y también se asombraron por lo que habíamos hecho.

¿Cómo no nos van a pedir ayuda a nosotros? Si sabían que los podíamos ayudar. –reclamó Georg algo enojado.

Es que...No sé. En realidad, ni siquiera lo pensamos –contestó Bill—. Le dije a Tom que podíamos contratar a alguien, él aceptó y eso fue todo.

Claro, no se acuerdan de nosotros –afirmó Gustav triste.

Eso es mentira –dije enfadado—. De todas formas, estamos sanos y salvos y eso es lo que importa.

Y ya nadie más nos molestará –añadió Bill sonriente.

Me alegro por ustedes, chicos –dijo Gustav con una sonrisa.

Gracias –respondimos Bill y yo al unísono.

Chicos, cambiando de tema, debemos hacerles una invitación. —introdujo mi gemelo.

¿A dónde? —cuestionó Georg intrigado.

Camille, nuestra prima de Francia, está aquí en el país. Y cumple años la semana que viene. Como no conoce a nadie, Tom y yo queremos que ustedes consigan gente para ir. Por supuesto que ustedes están invitados.

Buenísimo. Estaremos allí –contestó Georg sin siquiera pensarlo.

¿Y dónde es? –preguntó Gustav.

En casa –respondí tranquilo para que nadie pudiera notar que me desagradaba la idea.

Allí estaré entonces.

Y, ¿podrían conseguir gente para que vaya? —cuestionó mi hermano nuevamente.

Sí, sí. Por eso no se preocupen. Intentaremos llevar la mayor cantidad de personas que se pueda.

No, esperen. No tanta gente. No vivimos en un castillo –dije quedando como aguafiestas.

Ay, Tom, mientras más gente mejor –afirmó mi hermano contradiciéndome.

Parece que hubiesen cambiado de roles. Tom, tú eres Bill y Bill, eres Tom.

¿Por qué lo dices? –le preguntó Bill al bajista.

Porque tú eres rebelde, Bill y Tom es el aguafiestas.

Georg está en lo cierto –opinó Gustav sonriendo.

Bueno, por una vez en la vida que sea aguafiestas no se van a morir —expliqué molesto.

¿Por qué no quieres que vaya tanta gente, Tom?

Porque no podremos estar juntos en toda la noche, Billy.

No te morirás por una noche sin estar conmigo, Tomy. Tenemos toda la vida para estar juntos.

Es verdad –respondí sonriente.

 

Capítulo XVII: “Supuestos errados”.

 

...Cada quien dice las cosas porque son importantes...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=KFPIMugUWKw ]

 

Nada me convencería de querer hacer el cumpleaños de Camille en casa. Tenía un mal presentimiento respecto de esa fiesta. No sabía bien por qué, pero mis presentimientos no fallaban. Estaría con Bill toda la noche para asegurarme de que todo saliera bien. Qué desconfiado soy, pensé.

No se peleen, enamorados –opinó Georg.

No nos pelearemos más, ¿verdad, Billy?

No, claro que no.

Chicos, debemos tocar en algún lado. La banda está más desaparecida que nunca.

Sí, Geo. Tienes razón. Perdonen, chicos. Bill y yo últimamente hemos estado en otros asuntos y no hemos podido atender a la banda. Sin embargo, ya estamos librados de todo y volveremos a poner en primer lugar en importancia a la banda.

Los entendemos. No hay problema. —explicó Gustav.

Se me acaba de ocurrir una idea.

¿Cuál, Bill?

¿Qué les parece si, antes de salir a tocar de nuevo frente a nuestras fans, tocamos en el cumpleaños de Camille? Sería algo así como un ensayo, ya que hace más de un mes que no tenemos un concierto.

Sí, me gusta la idea.

Opino lo mismo que Tom. —dijo Gustav.

Hagámoslo. —expuso Georg entusiasmado.

Bien. Entonces tocaremos en el cumpleaños de Camille. No se olviden que es fiesta sorpresa, chicos. —nos recordó Bill a todos.

Sí, sí. ¿Y es linda su prima? —cuestionó Georg interesado en Camille.

Sí, te gustará. Es modelo —respondí guiñándole el ojo a mi amigo.

Entonces líguenme con ella. —ordenó Georg.

Lígatela tú si la quieres. —contestó Bill para no cumplir con lo mandado por el rubio.

Yo te ayudaré, amigo. —expliqué sonriente.

Gracias, Tom.

De nada.

Esa noche, después de hablar por horas y horas y organizar cosas de la banda, Bill y yo volvimos a casa y nos acostamos.

Al día siguiente, antes de que yo me levantase, mi hermano decidió hacer un pequeño llamado.

¿Hola? —respondieron del otro lado de la línea.

Hola, soy Bill Kaulitz.

Ah, ¿el de ayer?

Sí, sí.

Ah. ¿Cómo terminó todo?

Bien, por suerte mejor de lo esperado. —hizo una pausa—. Candy, necesito preguntarte algo.

Pregunta.

¿Por qué el asesino te llamó “traicionera”?

Luego de escucharse un gran silencio del otro lado de la línea, ella respondió.

No sé. No tengo idea. ¿Por qué te tienes que dejar llevar por lo que dice un maniático asesino? Si llamaste por eso, ya te respondí. No mantengo contacto con la gente a quien le realicé trabajos. Adiós.

Espera, sólo quería saber porque...

Ella cortó la llamada. Realmente, tenía un carácter demasiado fuerte que no era comprendido por la mayoría de la gente.

Mi gemelo sólo se limitó a quejarse un poco por el trato de la chica hacia él. Nada más. Bill había querido averiguar sobre la palabra “traicionera” debido a que ella no lo había dejado dormir en toda la noche. Cada quien dice las cosas porque son importantes. Nadie habla pavadas a menos que esté loco. Y en la vida de mi gemelo y en la mía, este lema era de suma importancia. Siempre que ambos le dábamos importancia a algo, era porque la tenía. En nuestras vidas la minoría de las cosas pasaban porque sí; la mayoría pasaban por algo. Tanto era así que cada persona con la que establecíamos relación alguna, terminaba siendo o muy importante o muy influyente. A veces ello era bueno, a veces no.

Por todo ello era que creía en que las pesadillas no se habían presentado por pura casualidad, ni por restos diurnos, ni por mi inconciente, ni por nada relacionado con la Psicología. Mis pesadillas se habían presentado para molestarme, no para irse. Y si no quería hacer la fiesta de Camille, era también por el motivo de las pesadillas. Ellas me habían atormentado lo suficiente cuando Bill y yo tan sólo éramos hermanos e hicieron que fuésemos algo más. No obstante, la última pesadilla había sido distinta. No sólo ponía en riesgo mi relación con Bill, sino que también me había hecho desconfiar de todo mi entorno. Debía olvidarme de esas pesadillas porque quien me haría mal sería yo mismo.

Los días pasaron y, cuando quise darme cuenta del tiempo, ya había transcurrido una semana. Y ese día sábado, era el día de cumpleaños de Camille. Bill decidió saludarla y yo también lo hice. No sabía si lo hacía porque me nacía del corazón o porque lo sentía una obligación. No vas a odiar a cada persona que haya besado a Bill, pensé diciéndomelo a mí mismo.

Aproximadamente a las siete de la tarde, mi gemelo y yo comenzamos a realizar los preparativos para la fiesta. Adornos por aquí, limpieza por allá, y todo estaba listo.

Mamá nos había explicado bien cómo sería la sorpresa para Camille. A las diez de la noche vendrían todos los invitados. Supuestamente, para Camille sería nada más que una cena de cumpleaños; ella no se imaginaba todo lo que teníamos preparado. Además, le encantaría que tocáramos con nuestra banda, ya que ella siempre lo había pedido. Se emocionaría aun más al saber que tocaríamos sólo para ella, para su cumpleaños. Sería algo así como un concierto VIP.

Cuando todos los invitados estuviesen presentes, llamaríamos a mamá y le avisaríamos que fuese junto con Gordon y la cumpleañera.

A las diez y media, tocaron el timbre por primera vez en la noche.

Está todo listo, ¿no? —me preguntó mi gemelo algo nervioso; temía que las cosas no salieran bien.

Está todo perfecto, mi amor.

Besé a mi gemelo, pensando en que ese sería el último beso hasta más o menos unas cinco horas después.

Mi gemelo abrió la puerta. Entre ese montón de chicos que estaban allí, pude distinguir a Georg y a Gustav. Ambos venían con un grupo de seis o siete chicos.

¿No trajeron chicas? —preguntó Bill sorprendido.

¿Y tú para qué quieres chicas? —le susurré a mi gemelo en el oído.

Camille pensará que entre todos la violaremos. —afirmó mi hermano seriamente.

Si quieren les digo a un par de chicos más que vengan, ellos vendrán con sus novias. —explicó Georg tranquilamente.

Hazlo, hazlo. —opiné—. Pasen, chicos.

La banda de chicos entró a casa junto con el bajista y el baterista.

Hola, chicos. —saludó Gustav dándonos la mano a mí y a Bill.

Mi hermano fue a buscar a la heladera algo de comer, pero principalmente algo para tomar. Indudablemente, los chicos venían desesperados por beber alcohol.

Ya llamé. Dentro de unos veinte minutos vendrán como diecinueve personas más. —me dijo Georg calmadamente, como si esa cifra fuese mínima.

¡¿Diecinueve!? —exclamé aterrado, haciendo que todos los amigos de Georg y de Gustav me mirasen extrañados.

Sí. ¿Hay algún problema?

No, no. Mientras vengan chicas... —opinó Bill entrometiéndose en la conversación.

Sí que hay problemas. ¿De dónde sacaremos más bebidas? —le cuestioné a mi gemelo algo molesto.

Yo me ocuparé de conseguir más bebida. —explicó Georg.

¿Ves, Tomy? Problema solucionado. —afirmó Bill, quien estaba con un espíritu de fiesta impresionante.

Por ello, era que me parecía no reconocer a mi hermano.

Me senté a hablar con Gustav un rato hasta que vinieron los demás invitados. No eran diecinueve, pero sí eran dieciocho.

Bill inmediatamente llamó a mamá para avisarle que fuese con Camille ya que la fiesta había comenzado. O estaba por empezar.

Tomé el micrófono debido a que todos se debían enterar de los pasos a seguir por la fiesta sorpresa.

Hola, atención todos, por favor. Cuando toquen el timbre, se apagan las luces, levantan sus copas y Bill abrirá la puerta. En ese momento, gritarán sorpresa y listo.

Esperamos unos minutos hablando y posteriormente, sonó el timbre. Era hora de recibir a nuestra prima. Mi hermano abrió la puerta y...

¿Por qué está todo oscuro? —cuestionó Camille sorprendida.

Porque esto es...

¡Sorpresa! —exclamaron todos al mismo tiempo mientras yo encendía las luces.

¡Ay, no puedo creerlo! —gritó Camille completamente emocionada—. ¿Hicieron todo esto por mí, chicos? —nos preguntó ella a Bill y a mí.

Por supuesto. —respondí feliz ya que ella realmente había apreciado todo nuestro esfuerzo.

Al fin y al cabo, no estaba nada mal hacer buenas acciones. Debíamos pasar esa noche genial, hacer que fuese la fiesta del año y que Camille se llevase ese gran recuerdo con ella por siempre.

Nuestra prima lejana se cansó de agradecernos a Bill y a mí por lo que habíamos hecho. Ambos le repetimos una y otra vez que había sido idea de mamá, mas ella insistía en agradecernos.

Estábamos en ronda todos los de la fiesta conversando, cuando mi gemelo, quien recién volvía del baño, me preguntó si podía hablar conmigo.

Sí. ¿Qué pasa, hermano? —le pregunté a Bill guiñándole un ojo.

Idiota. —rió él—. ¿Quieres que toquemos ahora? Porque me duele un poco la cabeza y además después me agarrará el sueño y no habrá quién me haga poner de pie.

Bueno, mi amor. —murmuré sin que nadie me pudiese oír—. Llamaré a Gus y a Geo.

Invité a ambos a que tocásemos y ellos se dirigieron hacia el patio de casa, al igual que mi gemelo y yo. Allí tocaríamos.

Llamamos a la gente por el sistema de sonido que teníamos y se acercaron todos.

El motivo de esta fiesta, como sabrán algunos, es por el cumpleaños de Camille. Y hoy con nuestra banda queremos dedicarle un tema que esperamos sea de su agrado.

Comenzamos a tocar “By your side”, tal como estaba planeado.

Cuando finalizamos, todos nos aplaudieron majestuosamente y posterior a ello, continuó cada uno conversando con quien lo estaba haciendo y retomaron del mismo tema en el que habían dejado. Todo parecía ir tranquilo y perfecto.

 

 

Capítulo XVIII: “Traicionándome a mí mismo”.

 

...¿Entiendes la gravedad del hecho?...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Mmfd27D3X7s ]

 

Particularmente, me fui a hablar con Georg y con Gustav mientras tomábamos cerveza. Bill se me había extraviado. En el patio no se encontraba, y mucho menos en el piso de abajo de casa. Seguramente, pensé, estaba en el baño.

Yo continué tomando alcohol junto a Gustav y a Georg. Comencé bebiendo dos cervezas, luego tres, cuatro y lo último que recuerdo haber tomado es Kirsch, que era un licor de cereza muy delicioso y famoso en Alemania. Ni siquiera recuerdo haberlo terminado, debido a que desde ese momento, perdí por completo la sobriedad.

A la mañana siguiente, me desperté a causa del intenso dolor de cabeza producto del tomar demasiado la noche anterior.

Dios... –susurré hablando solo.

Bajé. Bill se había levantado temprano para terminar de limpiar el desastre de la noche anterior.

Mi amor, hasta que al fin te levantas –me dijo Bill sonriente.

Sí. Me está matando el dolor de cabeza. Anoche tomé demasiado. Perdóname, no pude ayudarte a limpiar nada, Billy.

No hay problema, Tomy. Mamá se quedó anoche y limpió la mayoría de la casa. Bah, creo que fue ella quien lo hizo, porque me acosté temprano.

Ah, bueno.

Precisamente en ese instante, sonó el timbre.

Hola, chicos –saludó Georg cuando Bill abrió la puerta de casa.

Hola, tonto –respondí desganadamente por el dolor de cabeza que tenía.

Georg, qué raro que tú vengas tan temprano –afirmó Bill.

Pero si es la una de la tarde. —contestó el bajista sorprendido.

Por eso. Es temprano este horario para ti –expliqué malévolamente.

Es que vine para ayudarlos a limpiar.

¿¡Limpiar!? –exclamamos Bill y yo al unísono.

Sí. ¿Qué tiene de raro?

Que eres la persona más desordenada que conozco –afirmé sonriente.

Ay, alguna vez en la vida tengo que ordenar –respondió Georg defendiéndose.

Increíble. Chicos, ya vengo, voy a sacar la basura –dijo Bill saliendo de casa.

Geo, no te creí nada de lo que acabas de inventar. No creo que tú vengas para limpiar. ¿Para qué has venido? –cuestioné intrigado aprovechando que mi gemelo no estaba.

Está bien, mentí. Vine aquí porque necesito hablar contigo. Es urgente –susurró Georg asomándose a la puerta para verificar que Bill no se estuviese acercando.

OK. Hablemos.

No, tiene que ser sin Bill.

¿Y cómo la pasaste anoche, Geo? –preguntó mi gemelo entrando a casa.

Bien, genial. Hacía años que no tenía una fiesta tan buena.

Muchachos, perdonen que los interrumpa pero me voy a acostar. Se me parte la cabeza –interrumpí guiñándole el ojo a Georg.

Esperaba que este fuese inteligente y se diera cuenta de ir arriba para hablar conmigo.

Bueno, Tomy. Ve, no hay problema. La próxima vez intenta no tomar tanto –me retó Bill.

No, no. Jamás tomaré así de nuevo –afirmé subiendo las escaleras

Me dirigí hacia mi habitación, esperando que Georg también fuera allí. Me preocupaba en cierta forma lo que tenía para decirme. Por su cara cuando me dijo que urgente tenía que hablar conmigo, no era algo bueno lo que tenía para notificarme.

Bill, tengo una urgencia. Voy al baño y vuelvo para limpiar –le explicó Georg a mi hermano.

Bueno –respondió mi gemelo sonriente.

Georg subió disimulando que se dirigía hacia el baño pero en realidad fue hacia mi dormitorio.

Aquí estoy –dijo Georg entrando a mi habitación y luego cerrando la puerta.

Cuéntame rápido. ¿Qué pasa? Me tienes preocupado.

Es algo muy grave lo que te tengo que contar. Es algo de anoche. ¿Recuerdas algo?

No, no me acuerdo de nada por los efectos del alcohol. ¿Qué pasó anoche? Cuéntame que me pongo nervioso, Georg.

¿No recuerdas nada de nada?

No, nada. Sólo recuerdo que comencé a tomar Kirsh y desde ese momento mi mente se bloqueó por completo. Ahora me dices, ¿qué pasó? ¿Bill hizo algo? –cuestioné relacionando inmediatamente lo que me tenía que decir Georg con mi pesadilla.

No...Él no hizo nada.

¿Entonces? ¡Me preocupas! –exclamé sin poder evitarlo—. Georg, habla. Me estoy enojando.

Anoche hiciste algo incorrecto, Tom.

¿Qué hice? –pregunté sorprendido y aterrorizado, sin querer oír la respuesta que tenía para darme mi amigo.

Con una chica...

¿Qué? —cuestioné al borde de que me diese un paro cardíaco—. ¿Me acosté con...?

No, no, Tom, por Dios. Besaste a...

¿Besé a una chica? –volví a interrogar completamente aterrado.

Sí. Besaste a Camille, Tom.

No podía creer lo que estaba escuchando. Me quedé perplejo. Había engañado a Bill y no sólo eso, sino que lo había hecho con nuestra prima. Me sentía la peor persona del mundo, la peor basura que pudiese existir sobre la faz de la tierra.

¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho?, me preguntaba una y otra vez sin encontrar respuesta a mi interrogante. Si amaba a Bill más que a nada en el universo, ¿qué necesidad había tenido de serle infiel? No sabía.

Cuando pude reaccionar y volver a la realidad, me senté en la cama; aún continuaba atónito. Me había dolido en el alma enterarme de lo que había hecho.

Tom... –musitó Georg viendo cómo me destrozaba por mis propios actos—. No lo hiciste queriendo, estabas ebrio –afirmó él intentando calmarme.

Dime cómo fue. ¿No fue ella quien me besó? ¿No me resistí? ¿No pudiste detenerla, Geo? –pregunté desesperadamente.

Tranquilízate, Tom. Te contaré. Estábamos todos en ronda hablando en el patio, tú ya estabas borracho y nos avisaste que te ibas al baño. Lo primero que pensé fue que ibas a regurgitar por todo lo que habías tomado. Cuando me di cuenta de que ya habían pasado más de diez minutos de que te habías ido, decidí ir a ver si estabas bien. Me asomé a la sala y ahí vi...

¿Qué viste, Georg? –cuestioné esperando la respuesta que ya sabía.

Tú y Camille estaban besándose desaforadamente. Lo peor fue que tú te le caías encima de lo ebrio que te encontrabas. En ese momento, grité tu nombre, ambos me miraron, ella asustada y tú con cara de que no estabas muy bien.

No alcancé a caminar hacia ustedes cuando de repente te caíste al piso. Camille se preocupó por ti y me dijo que te llevase y te acostase arriba. Me pidió que por favor no le dijera a nadie de lo que había visto y se fue de aquí. Yo te acosté como pude y me llevé a todos los invitados conmigo. Tu mamá se quedó limpiando. Y Bill, supongo, ya se había acostado.

Todavía no puedo creerlo. Le fui infiel al amor de mi vida. Jamás me lo perdonaré. Me merezco lo peor. Mátame, Georg.

Tom, no exageres, estabas inconsciente. No sabías lo que hacías.

Si lo sabía o no, no es lo importante, el problema es que lo hice, Geo. No sé por qué besé a Camille. La besé y tengo novio. ¿Entiendes la gravedad del hecho? –pregunté algo alterado–. Soy un idiota, un idiota, un idiota –me quejaba autoflagelándome–. ¿Qué se me habrá cruzado en ese momento por mi mente para comenter dicho pecado? Jamás pensé que haría una cosa como esa, nunca pensé que engañaría a la persona que más amo en el mundo.

Tranquilo, Tom. Perdóname, pero debo bajar porque sino vendrá Bill. Volveré. No dejaré que te tortures.

Ve, Georg. Yo me quedaré aquí para morir de la culpa.

Cállate, regresaré.

Me quedé acostado pensando en lo culpable y mal que me sentía. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Debía disimular y hacer de cuenta que jamás había pasado nada? ¿O debía decirle a Bill que lo había engañado para que todo terminara? No podría soportar el fin de nuestra relación por un error mío. Y mucho menos por haber hecho infiel al amor de mi vida. Bill, indudablemente, me dejaría al enterarse de la verdad. Sin embargo, no podría seguir con él ocultándole, mintiéndole, fingiendo que todo estaba más que bien cuando en realidad la culpa me estaba matando por dentro. Además, eso implicaría que yo viviera pensando en la posibilidad de que mi gemelo se enterara de la verdad por otras bocas. Y eso sería peor aún.

No sabía qué hacer. Quizás debía esperar algunos días hasta que pudiese pensar conscientemente. No quería tomar ninguna decisión apresurada.

Georg bajó con cara de preocupación y Bill inmediatamente la notó.

¿Te pasa algo, Georg? –cuestionó mi hermano intrigado.

No, no. ¿Por qué?

Tienes cara de preocupación. ¿De verdad estás bien?

Tienes razón. No estoy del todo bien.

¿Por qué? –preguntó Bill preocupándose él también.

Pasé por la habitación de Tom y no se ve nada bien. Creo que necesita algunos besos.

Entonces iré a verlo.

Bueno.

 

 

Capítulo XIX: “Lo celestial se acabó”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=bMXpPsnOb9s ]

 

...Una infidelidad era la máxima expresión de no amar a una persona...”

 

La intención de Georg era que Bill me demostrara lo mucho que me amaba y que yo hiciera lo mismo con él. Sobre todo, yo era quien debía hacerlo ya que tenía que dejarle bien en claro a mi gemelo que jamás había querido engañarlo porque lo amaba, porque era el aire que respiraba, la sangre que fluía por mis venas, mi otra mitad, la persona gracias a la cual había vuelto a nacer; era quien me conocía tanto como yo a él.

Si la noche anterior no hubiera tomado, jamás habría pasado nada ya que sobrio ni en cien años ni en mil, hubiese engañado a Bill. Simplemente porque no necesitaba a nadie más que a él, sólo necesitaba a la persona que amaba para poder vivir, sólo quería estar con Bill.

Golpearon la puerta de mi habitación y yo continuaba acostado meditando, buscando alguna respuesta al por qué de mis actos.

¿Quién es? –pregunté con la voz entrecortada, suponiendo que era Georg.

Soy Bill. ¿Puedo pasar, mi amor?

Inmediatamente me enderecé exaltado. ¿Cómo haría para simular que estaba todo perfecto? No sabía, mas debía hacerlo.

Pasa –le indiqué.

Él entró y apenas vio mi rostro se dio cuenta de que mi cara no era la mejor. También yo noté en él cierta preocupación.

Bill se sentó en la cama a mi lado.

¿Te duele mucho la cabeza? Georg me dijo que te sentías mal y que necesitabas algunos besos.

Muchos besos necesito. No me siento nada bien.

Te daré los que quieras.

Mi gemelo se acercó a mí y me besó. Me hubiese gustado disfrutar del beso apasionado con Billy, mi Billy, sin embargo no lo hice en absoluto. No porque no lo amara más o porque no lo quisiera, sino porque la culpa me estaba carcomiendo por dentro, era más fuerte que yo.

Te amo, te amo, te amo –le susurré a Bill en su oído y luego lo abracé.

Yo te amo más, mi amor. —me peleó él como siempre, sonriente.

Bill hizo que con su sonrisa me sintiera aun más culpable. No podía ver que él estuviera feliz conmigo a su lado, yo lo había traicionado y no podría perdonármelo jamás.

Volví a abrazar a mi hermano, pero esta vez sin evitarlo dejé que la tristeza me inundara y las lágrimas se deslizaron sobre mis mejillas repletas de sentimiento.

¿Tomy? –me preguntó Bill observando mi rostro.

Prométeme que jamás me dejarás, mi amor –afirmé tomando sus delicadas manos.

Lo haré, Tomy. Jamás te dejaré, si sabes que eres el amor de mi vida. Pero, ¿por qué lloras? –cuestionó él preocupándose aun más de lo que lo estaba antes.

Me merezco la muerte, lo peor...

Tom, ¿qué pasa? ¿Por qué dices esas cosas?

Debo...debo contarte algo, Bill. No puedo más.

Cuéntame, me preocupas, mi vida. No quiero que estés mal. ¿Qué pasó? –me preguntó acariciando mi rostro.

No merezco ni tu confianza, ni tu amor, ni tus besos, ni tus caricias... –enumeré para besar a mi hermano nuevamente.

Cuando lo besé, lo hice con el miedo de que ese fuera nuestro último beso. Bill debía saber la verdad, yo no podría cargar un peso tan grande como lo era el de la culpa. Además, mientras más pasara el tiempo, peor sería. Prefería ser sincero con él y no ocultarle cosas a que se enterase de la verdad por otras bocas.

Sinceramente, él no se merecía estar con una basura como yo. Y si me dejaba, tenía todo el derecho de hacerlo, yo me lo había buscado. Consciente o inconsciente pero lo había hecho.

Tom, todo lo que acabas de decir es mentira. Tú te mereces todo eso y más. No puedo entender por qué estás diciendo todas esas cosas.

Te contaré la verdad. Sin embargo, primero quiero que sepas que eres lo más importante que tengo y que pase lo que pase estaré a tu lado porque te amo como jamás amé a nadie. Debes saberlo...

Yo también, mi amor. Pero, ¿qué verdad me contarás?

Tomé sus manos para tener la fuerza necesaria y poder serle sincero.

Anoche tomé demasiado y perdí la consciencia, por lo que no recuerdo nada. El problema es que Georg me contó algo que hice...

¿Qué hiciste? –preguntó mi gemelo dejando que su cara preocupada ahora se volviese un rostro sorprendido.

Besé a una mujer, Bill –confesé agachando la mirada.

Mi hermano lo primero que hizo fue soltarme las manos lentamente. Luego, sus ojos comenzaron a derramar miles de lágrimas.

Perdóname. No tienes una idea de lo mal que me siento –afirmé tristemente levantando mi mirada.

Yo también comencé a llorar al ver cómo el corazón de Bill se hacía trizas. No soportaba verlo llorar.

Me mentiste, todo el tiempo me has mentido. Jamás me amaste, ni me amas, ni me amarás. Tú sólo te amas a ti mismo y a tu orgullo. Eres la peor basura que conozco. ¿Sabes? Gracias por destruirme –afirmó mi gemelo llorando desconsolado.

Besé a Camille. Supongo que deberías saberlo –añadí, creo que para empeorar las cosas.

¿Qué pretendes, idiota? ¿Que te felicite? Ahórrate tus lágrimas de cocodrilo, infeliz. Nunca más en la vida vuelvas a hablarme.

¿Qué se suponía que debía responder? Él tenía toda la razón del mundo.

Pero ni siquiera estaba consciente, por favor, Bill. Perdóname... –supliqué sin saber qué decir.

Y está de más decir que lo nuestro aquí se acabó. Olvídate de mí para siempre. Si quieres ve y cásate con cinco mujeres, pero a mí me dejas en paz.

Bill se levantó completamente enfadado y destrozado y abandonó la habitación. Ambos llorábamos desesperadamente. Nunca en mi vida me había sentido tan mala persona. Sabía exactamente la clase de persona que Bill era; él nunca me perdonaría lo que le había hecho. Yo había roto miles de promesas gracias a mi egoísmo.

Georg oyó el portazo de Bill ya que este se había encerrado en su habitación e inmediatamente subió para informarse sobre lo que había sucedido.

¿Qué pasó? —preguntó el rubio sorprendido entrando a mi cuarto y viéndome tirado en el suelo.

Yo estaba llorando como nunca antes lo había hecho.

Se lo dije –respondí con un nudo en la garganta—. Y me dejó.

Si Georg me daba su opinión, arruinaría aun más las cosas. Así que mejor decidió no opinar demasiado.

Tom... –susurró él—. Tranquilízate, por favor. No es el fin del mundo.

Sí, lo es para mí. No será el fin del mundo pero el fin de mi mundo sí.

Espérame aquí. No hagas nada.

Georg se acercó a la puerta del dormitorio de Bill.

¿Bill? ¿Puedo pasar? Soy Georg.

¡Vete, Georg! ¡No tengo ganas de hablar con nadie! –exclamó mi gemelo enojado para que el rubio lo oyese.

Bill sentía que le habían robado el corazón. No podía creer que yo hubiese hecho semejante cosa. Él pensaba que yo había fingido haber cambiado. Yo realmente no era el mismo Tom de hacía un año atrás, era una persona más sensible, más alegre y sobre todo una persona que estaba enamorada. Aunque Bill pensara lo contrario, yo sí había cambiado, pero todavía no sabía que existían fórmulas para controlarse estando borracho.

Si yo no encontraba razones para mi infidelidad, Bill menos lo hacía. Otra cosa que compartíamos además de eso era que ambos nos sentíamos unos imbéciles. Mi hermano lo hacía por creer en mí, en mi palabra, por confiar en mí. Y yo por engañar y perder a la única persona que amaba en toda tierra.

¿Qué haría yo sin Bill? Mi vida ya estaba planeada para estar junto a él por el resto de mis días. Sin embargo, debía aceptar que me merecía todo lo que estaba pasando. Cualquiera hubiera hecho lo mismo en el lugar de mi gemelo, por lo que lo entendía.

Lo más doloroso de la situación era el amar tanto. Bill y yo jamás nos imaginamos que llegaríamos a querernos de la forma en la que lo hacíamos. Y más inimaginable era todavía eso por la simple razón de ser gemelos idénticos.

Sentir que mi gemelo me odiaba era el peor sentimiento que nunca antes hube experimentado. La situación que estaba viviendo era aun más hiriente que cuando me había desaparecido yéndome a Tokyo. Esta vez había perdido para siempre a Bill. No podría recuperarlo ni aunque le regalase la luna. Una infidelidad era la máxima expresión de no amar a una persona. Con la diferencia de que yo estaba borracho y amaba a Bill más que a mi propia vida. El problema era que yo no sabía amar, no sabía cómo ser un buen enamorado, un buen novio. Y, aunque era obvio que no había recetas para amar correctamente, jamás había aprendido a hacerlo, ni aprendería.

Mi amor, ese amor que alguna vez sonaba tan lejano, tan imposible y que pude lograr conseguir, se había desintegrado en un santiamén. Y yo había sido quien había dado el soplo fallido para alejarlo de mí.

 

 

Capítulo XX: “Debemos aprender”.

 

...Tenía un enemigo invisible...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=2TyAYPsgfFs ]

 

Lo destrocé –le expliqué a Georg limpiando mis lágrimas.

Llámale a Camille y dile que arruinó todo.

Yo fui quien lo arruinó todo.

¿Te puedo preguntar algo, Tom?

Dime, Geo.

¿Por qué le contaste la verdad a Bill?

¿Tú preferías que esconda todo? ¿Y que me arriesgue a que Camille le cuente la verdad a mi gemelo? ¿Y mentirle a la persona que más amo en el mundo? No, eso jamás. Me siento muy culpable como para no decírselo. Podría haber disfrutado del último beso que le di, sin embargo no lo hice porque sentía que lo estaba traicionando. Sé que esto ha acabado para siempre, sé que ya nada tiene remedio. Arruiné la felicidad de ambos.

Vamos, déjate de pavadas, Tom. Bill no podrá olvidarte de un día para el otro. Arregla las cosas, no te quedes ahí tirado. Levanta –me ordenó Georg enfadado por mi negativismo.

No quiero, amigo. Ya nada tiene sentido sin Bill a mi lado.

Sí que lo tiene. Debes luchar por él; tú no hiciste las cosas a consciencia y eso puede ser una ventaja al momento del perdón de Bill.

¿Tú perdonarías a la persona que más amas en el mundo si te ha engañado?

Georg se quedó en silencio sin contestar a mi pregunta.

Lo tomo como un no. Sólo puedo esperar a que a Bill se le pase un poco el enojo para ir a hablar con él. Ahora quiero estar solo.

No lo haré. No te dejaré solo.

Georg, por favor. No me suicidaré.

Pero quiero estar si me necesitas.

No puedo hacer nada, Geo. Gracias de verdad por todo. Ahora sólo necesito reflexionar acerca de lo que ha sucedido. Aprecio que quieras ayudarme.

Bueno, entiendo. Espero que no hagas nada raro. ¿Me acompañas a la puerta?

Sí, por supuesto.

Acompañé a Georg hasta la puerta de salida para despedirlo.

Amigo, todo mejorará, quédate tranquilo. Adiós –afirmó el rubio abrazándome.

Jamás mejorarán las cosas. Pero gracias de todas formas.

Cerré la puerta y volví a subir. Pasé por la habitación de mi gemelo tristemente con la intención de detenerme para hablarle. Lo pensé varias veces, mas decidí no establecer charla alguna con él. Sería todo en vano.

A pesar de que no le hablé, me detuve en su puerta. Apoyé mi cabeza en ella, encontrándome al borde de las lágrimas. Cuando lo hice, me percaté de los sollozos de mi hermano. Él estaba sufriendo, llorando por mi culpa. Cada segundo que pasaba, me daba cuenta del gravísimo error que había cometido.

En ese instante, me pregunté qué perdería con intentar hablarle a mi gemelo. Si él me odiaba, lo continuaría haciendo por más que le hablase o no. Además, Georg tenía un poco de razón. ¿Había peleado por el amor de Bill aproximadamente a lo largo de un año y lo dejaría ir así de fácil? No. Al menos valía la pena intentarlo una vez más. Si mi gemelo ni siquiera me escuchaba, entonces tendría que esperar algunos días hasta que se calmara un poco. Sabía que no me perdonaría, pero al menos quería explicarle mi situación.

¿Golpeo la puerta o entro? –musité.

Decidí que era mejor golpear y así lo hice. Nada se oyó desde adentro de la habitación y eso provocó cierto temor en mí. Bill no me querría ver. Por ello, comencé a caminar hacia mi cuarto pero su voz hizo que me detuviese.

¡Ya deja de molestar, Georg! ¡Te he dicho que no quiero hablar con nadie! –exclamó él completamente enfadado.

Soy el amor de tu vida, Bill, no Georg –susurré destrozándome aun más.

Bill, al percatarse de que nadie le respondía volvió a gritar.

Y si eres Tom, ni se te ocurra acercarte por acá. Al final terminó siendo peor que Andreas –afirmó mi gemelo pensando en voz alta.

Yo escuché absolutamente todo lo que él había dicho. Compararme con Andreas era lo peor que podían hacerme. En ese momento me pregunté por qué la vida tenía que ser tan cruel. Ni siquiera terminábamos de salir de un problema y nos involucrábamos en otro. La historia de amor entre Bill y yo estaba destinada definitivamente a ser problemática.

Me dirigí hacia mi habitación y me acosté. Quería dormir, más allá de que fueran las doce del mediodía.

Mi gemelo también necesitaba dormir. Ambos éramos iguales, si estábamos deprimidos, debíamos dormir.

Yo me dormí, a diferencia de mi hermano que antes de hacerlo fue interrumpido por el teléfono.

¿Qué? –respondió mi gemelo odiosamente a través del teléfono.

Eh, soy Candy. Te iba a pedir disculpas por el trato de ayer pero si estás de mal humor hablamos otro día.

No estoy de mal humor. Está bien, acepto tus disculpas.

No soy de hacerlo muy seguido así que debes considerarte afortunado.

Es imposible que hoy me considere afortunado.

¿Por qué? ¿Has tenido un mal día? Si recién estamos a mediodía.

Sí, lo que pasa es que las malas noticias no te preguntan a qué hora del día te gustaría recibirlas.

En ello tienes razón. Bueno, te decía que me quiero disculpar porque te traté mal ayer y tú no tenías la culpa de nada. Lo que pasa es que cuando uno está enojado se la agarra con el primero que habla.

Dímelo a mí. Te acabo de hacer eso. Perdóname.

Está bien. Ojo por ojo, diente por diente.

No, de verdad. No lo hice por venganza. Me han hecho empezar con el pie izquierdo el día, la semana, el mes... –afirmó angustiadamente Bill.

¿Puedo saber qué te ha pasado? No, no. Yo no te conté así que no creo que quieras contarme. No te preocupes.

Ey, espera. No te he contestado nada. ¿Por qué te respondes sola? Es por un tema amoroso. Me clavaron un puñal por la espalda –explicó Bill con la voz entrecortada.

Entiendo. Y, ¿llevaban mucho tiempo?

No mucho. Como tres meses.

Ah, es poco tiempo. En tres meses jamás llegas a conocer a una persona.

Es que yo conozco a esa persona desde que éramos chicos –dijo Bill por no decir que me conocía desde que estábamos en el vientre materno.

Ah entonces sí. Me imagino cómo debes estar. Bueno, te dejo tranquilo. Lo único que puedo decirte es que aprendas a no confiar en nadie. Todas las personas son la misma mierda.

Lo tendré en cuenta. Seguramente tienes razón.

Cualquier cosa dime y le enseñaré una lección –afirmó ella bromeando.

Bueno –contestó Bill esbozando una pequeña sonrisa.

Adiós. Suerte.

Igual para ti. Nos vemos.

Cortaron la comunicación y Bill inmediatamente se durmió.

Aproximadamente a las cinco de la tarde, desperté aterrorizado de mi larga siesta. ¿Qué podría haber pasado para que yo me despertase asustado? Indudablemente, las pesadillas no me dejarían en paz. Aunque esa vez, agradecí haber soñado lo que soñé.

La pesadilla me mostró que me había advertido todo el tiempo lo que pasaría. Y yo no había querido hacerle caso. Lo que había soñado durante todas las vacaciones sucedió. Un poco diferente pero pasó. En vez de Bill, había sido yo la persona que besó a Camille. Entonces, mi conclusión fue que todo el tiempo soñé con Camille besando a mi gemelo. Sin embargo, cambié el futuro de cierta manera.

Hasta el mismísimo día del cumpleaños de nuestra prima yo me negué a querer hacerlo en casa. Yo sabía que algo malo pasaría pero nadie me quiso hacer caso. Debía contarle a Bill lo de mis sueños; él tenía que saberlo. Sobre todo tenía que saber que algo raro iba a pasar en la fiesta. Y no podía decir que yo no había evitado hacer la fiesta porque sí era así.

Quizás mi gemelo me trataría de loco pero no perdería nada con explicarle lo que realmente había pasado. Desde que comencé a soñar que besaba a Bill supe que lo de mis pesadillas no era algo normal. Ellas me arruinarían la existencia por un largo periodo de tiempo. Y también causarían cierto temor en mí. ¿Cómo podía ser posible que alguien adivinara el futuro por medio de los sueños? No sabía ni tampoco quería saberlo. Por el momento, me quedaría con la hipótesis de que eran casualidad o intuición.

Salí de mi habitación y me acerqué a la de Bill. Tenía miedo. Sí, miedo de que mi gemelo me rechazara, de que no me quisiera escuchar, de que me maltratara y de tantas cosas más que no me alcanzaba una vida para contarlas. El miedo era mi peor enemigo en esa etapa de mi vida. Estaba realmente harto de temer. Hasta dormir causaba cierto pavor en mí. No estaban ni Melany, ni a Andreas pero tenía un enemigo invisible. Y se llamaba “temor”.

 

Capítulo XXI: “Explícame por qué”.

 

...Eres mi único y mi primer amor...”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=7ZhG9CmBJI4 ]

 

Golpeé por segunda vez la habitación de mi gemelo. Nadie respondía. Conté hasta tres y entré, no esperaría nuevamente allí afuera para luego arrepentirme.

Bill yacía dormido en su cama, todo acurrucado con sus ojos libres de maquillaje, seguramente de tanto llorar. Allí pude recordar lo mucho que lo amaba.

Perdóname... –le susurré a mi gemelo arrrodillado a la orilla de su cama–. Sé que te herí para siempre, pero te amo con todo mi ser. Ojalá pudieses perdonarme. –afirmé subiendo el tono de mi voz, por lo que Bill comenzó a moverse.

De repente, abrió sus ojos. Me hizo erizar la piel debido a que me tomó por sorpresa.

¿Qué haces tú aquí? –me preguntó él completamente enfadado y asustado por encontrarme en su habitación.

Quiero hablar contigo.

Yo no tengo nada que hablar contigo. Te dije que no me molestaras más –afirmó Bill dándose vuelta y mirando para el otro lado.

No te pido que me perdones, ni siquiera que me contestes, sólo quiero que me escuches. Todo lo que digo será verdad, Bill, sino no estaría aquí. Me encantaría que me mires a los ojos cuando te hablo pero sé que no querrás. Te contaré todo. Antes de que nos fuésemos de vacaciones tuve una pesadilla. Soñé que tú estabas besando a una chica. No sabía quién era, ni dónde, nada. No le di importancia cuando me había sucedido una vez; sin embargo, cuando se hizo cotidiano el hecho de soñar eso comencé a tener miedo. Además, justo había venido Camille y había confesado lo del beso, cosa que hizo dudar más aún de lo que podías llegar a hacer. Luego te pedí que nos fuéramos de vacaciones y era por el hecho de que a lo mejor cambiar de aire me ayudaba a no tener más pesadillas. Obviamente que también quería estar contigo. Llegamos allí y todo parecía marchar bien hasta que me acosté a dormir y volvió a suceder lo mismo. A todo ello se le sumaban las amenazas y todo lo del padre de Melany. Imagínate que estaba aterrorizado. Por ese motivo fue también que quise regresar a casa, Bill. Nada había cambiado y todo seguía igual o peor. Y sabes que realmente quería volverme aquí. Llegamos y ya para año nuevo no volví a tener más las pesadillas. Y aunque tenía la esperanza de que el año fuese mejor, ahora estoy hundido en la tristeza –expresé tomando aire para seguir con la historia–. Prosigo contándote. No quería que fuera aquí la fiesta de Camille por el simple motivo de mis pesadillas, tenía miedo de que pasara algo malo. Cuando en la fiesta vi que todo marchaba perfecto, me despreocupé, tomé de más y después no tengo idea de lo que hice. Es decir, Georg me contó... Billy, sabes que me negué de todas las formas posibles para que no hiciéramos la fiesta aquí. Por favor...te amo más que a mi vida y eres mi único y mi primer amor. Perdóname, Bill. Sólo quiero una oportunidad más, nunca estuve tan arrepentido como lo estoy en este instante.

Desconfiabas de mí y terminaste siendo tú quien la besó. Es increíble. Vaya caradura eres, Tom –opinó mi gemelo dándose la vuelta y mirándome como si me fusilara con la mirada–. Además, al día siguiente de la fiesta, jamás me mencionaste haber perdido la consciencia. Eres un mentiroso. Siempre lo supe mas pensé que conmigo serías distinto. Qué iluso que fui. Vete de aquí. Te dije que no te quiero ver nunca más en la vida. Estoy destrozado, ¿acaso no querías eso? Bien, pues lo lograste.

Te estuve diciendo toda la mañana que estaba con dolor de cabeza ¿y no me crees? –pregunté absolutamente dolido.

No es lo mismo decir que te duele la cabeza que decir que perdiste la consciencia. Cállate ya, hazme el favor. Vete.

¿Y qué dices de la promesa? Me prometiste que jamás me dejarías.

Eso fue antes de que supiera que...que me engañaste con la puta de Camille. Vete de mi habitación. No te volveré a repetir que te vayas.

Me levanté del suelo sin levantar la mirada y me retiré de la habitación de Bill. Realmente me sentía avergonzado de mirarlo. Ya no tenía armas con las cuales defenderme, era un completo idiota. Sin embargo, como siempre supe decirlo, yo no tenía la culpa de todo. Bill no me creía nada y eso continuaba siendo por la confianza. Él no confiaba en mí y pensé que no lo haría jamás.

Me encerré en mi habitación y me puse a pensar. Tenía que hacer algo. Las cosas no podían quedarse de ese modo. Me comunicaría con la persona más involucrada en el tema porque de brazos cruzados no me quedaría.

¿Tomy? –cuestionó mamá respondiendo el teléfono.

Sí, mamá. ¿Está Camille ahí?

Está durmiendo. ¿Por qué?

Necesito hablar con ella. Despiértala.

Tom, llegó tarde y quiere descansar. ¿Por qué motivo es?

Quiero hablar con ella, madre. Te estoy diciendo que la despiertes. No me importa si llegó tarde o no, además son más de las seis de la tarde ya. No es hora de dormir –me quejé molesto.

Tom, ¿puedes dejar de tratarme mal? ¿Qué te pasa? –preguntó mamá algo furiosa.

Nada. Sólo quiero hablar con Camille. Si no quiere hablar conmigo y la estás encubriendo, dile que iré para allá. No me interesa lo que esté haciendo.

Está bien. Ahí te paso con ella –afirmó mamá demostrándome que estaba mintiendo–. ¿Hola? —respondió Camille el teléfono asustada.

¿Por qué no quieres hablar conmigo? –cuestioné para escuchar mentir a mi prima, ya que yo sabía la respuesta a mi pregunta.

Espérame. Simone, me voy al cuarto a hablar –le explicó ella a mi madre.

Espero tu respuesta.

¿Ya te contaron lo que pasó anoche?

Sí. ¿Por eso no quieres hablar conmigo?

Sí. Me da vergüenza que lo sepas.

Sólo me interesa saber cómo fue que pasó.

Espera, ¿tú piensas que te besé yo?

Yo no he dicho nada. Tengo amnesia de lo que sucedió anoche. Quiero que me cuentes tu versión de los hechos. A mí ya me han contado una.

Bueno, lo haré. Te contaré todo.

Sé lo más sincera que puedas, por favor.

Por supuesto. Yo estaba bailando con uno de los chicos de la fiesta y, en el momento en el cual este se fue para buscar algo de beber, apareciste tú. Te me paraste al frente e inmediatamente noté que estabas borracho. Me dijiste un par de piropos al oído y luego nos besamos. En ese instante, apareció Georg y ambos nos quedamos perplejos. El rubio se quiso acercar a ti pero tú te caíste por tu estado de ebriedad. Le dije que te cuidara y me fui. Estaba avergonzada porque había besado a mi primo. Y aclaro que no te besé ni tú me besaste, ambos nos besamos. La situación se dio así. No quiero que pienses que aproveché de tu situación ni nada por el estilo. Sólo hice lo que cualquier chica hubiese hecho: no resistirme a tu encanto. No cometí ningún crimen. ¿O sí?

Cuando ella terminó de relatar la historia me pregunté qué era lo que había estado haciendo. La había tratado mal desde un principio siendo que el único culpable de todo era yo. Ella no sabía que yo estaba de novio –y seguramente ni lo sospechaba–, por lo que no tenía la culpa de nada. A veces me pasaba que por odiarme a mí mismo cometía el gravísimo error de comenzar a odiar a los demás. Jamás había comprendido la frase: “Ámate a ti mismo y podrás amar a los demás”, y fue justo en ese momento cuando descubrí su significado.

Bill podía poner las manos en el fuego diciendo que yo me amaba, mas no era así. A lo mejor hasta hacía algunos meses atrás era verdad que me creía el ser más hermoso, más ganador y más bueno del mundo. Sin embargo, el amor hacia Bill hizo que todo eso se esfumara y empezara a ver que yo era un ser humano más y que cometía errores al igual que cualquier otro. Y en todo caso, cometía más errores que varias personas juntas. Por ello, era que algunas veces llegaba al punto de odiarme e insultarme a mí mismo. Y lo hacía teniendo toda la razón.

Por ejemplo, cuando decidí irme a Tokyo, no me di cuenta de lo idiota que era tomar esa decisión. Tuve que tomar consciencia, pensar tres meses y recién poder descubrir el error que había cometido. Quizás yo tardaba en reflexionar sobre mis actos, pero mejor era tarde que nunca.

Por otra parte, no juzgaba a Bill, sólo me parecía un poco injusto que se dejase llevar por todo su entorno, por todo lo que le decían sin escucharme sólo un segundo. Por más que yo había sido quien le había confesado la verdad, él no me entendía. La noche anterior yo estaba borracho, sin saber lo que hacía y sin pensar. ¿Tan difícil era de entender? Al parecer, así era.

 

 

Capítulo XXII: “Ayudas externas y extremas”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=ldLtCBamwaU ]

 

...Quiero volver a ser feliz como lo era hace dos días atrás...”

 

Perdóname, Camille. Te juzgué sin saber qué era lo que realmente había pasado. Confío en tu palabra. Gracias por ser sincera conmigo.

De nada, Tom. No importa. Lo que pasa es que no me gusta que piensen que soy una chica que anda besando a todo hombre que se le cruza en el camino. Sabes que nunca fui así. Y si me besé con Bill cuando era chica era porque él lo hizo. Ustedes son mis primos lejanos y no quiero que piensen que me gustan ambos. Creo que sabes lo que es besar a alguien porque sí. ¿Verdad?

Sí, sí. Créeme que te entiendo más que nadie. Por años estuve haciendo eso, sin encontrarle sentido alguno a mi vida. No obstante, el problema radica en que ahora tengo un motivo por el cual vivir, por el cual seguir, por el cual luchar. Y ese motivo es el amor de mi vida. Estoy enamorado, Cami. Y estaba de novio con esa persona hasta que se enteró de lo que sucedió anoche. Espero que ahora puedas entender mejor mi enojo.

Tom...no puedo creerlo. Arruiné tu relación. Perdóname, por favor. Perdóname... –pidió Camille poniéndose realmente mal por el sentimiento de culpa.

Camille, no te pongas mal. No tienes nada que ver. El culpable de todo soy yo. Jamás me tendría que haber emborrachado. Soy un imbécil.

Te prometo que haré todo lo posible para ayudarte. Esto no se quedará así. No permitiré que dos personas que se aman rompan por culpa de mis malditos impulsos. Me odio.

No se puede hacer nada, Cami. Ya está todo dicho y hecho. Conociendo como es esa persona, jamás me perdonará.

Tenemos que juntarnos y me contarás todo. Necesito saber más para poder ayudarte. Me cambio y salgo para tu casa.

No, espera, Camille –afirmé cuando ya era demasiado tarde.

Ella ya había cortado el teléfono.

No puede venir. Si la ve Bill me odiará más de lo que ya lo hace –susurré hablando conmigo mismo.

Llamé a mamá nuevamente para preguntarle si Camille ya se había ido de allí. Me dijo que no y me pasó con ella.

No vengas para aquí. Ya sabrás por qué. Si quieres que hablemos vámonos a otro lado –expliqué sin saber si lo que hacía estaba bien o mal.

Está bien. ¿En dónde nos vemos, entonces?

¿Qué te parece en la plaza principal?

Okay. Allí estaré en quince minutos.

Bueno. Ahora sí, adiós.

Adiós. Suerte.

Corté la comunicación ya un poco más conforme con el encuentro entre Camille y yo. Pensaba contarle toda la verdad. No me interesaba si le parecía bien o mal que mi gemelo y yo estuviésemos de novios, lo único que quería era que me ayudara a recuperarlo, aunque eso fuese casi imposible. Sinceramente, no tenía muchas esperanzas de que eso se hiciera realidad. Bill continuaba, como lo había dicho antes, siendo desconfiado. Por más que él se hubiese dado cuenta de que lo era, no hacía nada para cambiarlo. De todas formas, había algo de lo que no dudaba y era del amor que Bill tenía hacia mí. Él no podría dejar de amarme de un día para el otro. O quizás no me amaba como antes.

Al terminar de pensar, me cambié para ir a ver a Camille. Estaba intrigado por saber lo que diría ella respecto de mi relación con mi gemelo.

Cuando ya habían pasado quince minutos, me dirigí hacia la plaza. Salí de casa y no le avisé a Bill, por supuesto. Se enojaría aún peor de lo que lo estaba.

Llegué a la plaza y esperé un rato sentado porque Camille todavía no había llegado.

Hola –saludó ella al arribar al lugar.

Hola, ¿cómo estás?

Y...un poco mal por lo que me has contado. No podía creerlo.

Yo no quería creer que fuese cierto.

Ahora quiero saber, ¿quién es tu enamorada? –preguntó ella sentándose a mi lado.

Es algo difícil de contar...¿Te puedo preguntar algo antes de contarte quién es?

Sí, dime.

¿Apruebas toda clase de amor? ¿O estás en contra de lo extraño?

¿Ah? ¿De lo extraño? –cuestionó mi prima confundida.

Es decir...No sé cómo explicarlo. Te lo diré sin anestesia mejor.

Dímelo.

No estoy de novio con una mujer.

¿Eres gay? –preguntó Camille sorprendida.

Espera que termine de hablar porque eso no es todo. Hay algo aun más sorprendente y extraño.

¿Qué? ¿Algo más sorprendente que eso? Imposible.

Créeme que sí es posible que te asombres más.

Habla rápido.

Estoy enamorado de alguien que tú conoces.

¿De alguien que conozco? –cuestionó confundida la morocha.

Sí...piensa bien.

Pero si yo conozco a nadie de aquí.

Vamos, ¿cómo que no?

¿Estás enamorado de Georg?

Ay, no. Por Dios –negué riendo por la conclusión de Camille.

¿De Gustav?

Tampoco.

No sé. Me rindo.

¿Tan rápido?

Sí. Tom, dime que me estás haciendo poner nerviosa.

Es alguien famoso.

Ah, nunca lo adivinaría si hay miles de famosos.

Sin embargo, no son muchos los que son cantantes de bandas alemanas.

No conozco muchas bandas alemanas. ¡Dime que no aguanto más! –exclamó ella a punto de entrar en pánico–. ¿Es necesaria tanta introducción? Dime cómo se llama y se acabó el asunto.

Está bien, te diré. Se llama Bill. Bill Kaulitz.

Camille definitivamente no se esperaba esa respuesta. A decir verdad, no era muy predecible que dijéramos. Por ello, se quedó perpleja.

¿Existe otro Bill Kaulitz que no sea tu hermano? –me preguntó ella sin quitar todavía su cara de susto.

No que yo sepa.

¿Estás enamorado de tu hermano?

Sí.

Me has dejado atónita. Creo que no hace falta decirlo.

No, estoy acostumbrado a ello.

Sonreí tontamente sin saber qué demonios hacer.

Este es el momento en el cual me siento más culpable aún de lo que lo estaba antes. Soy una idiota –dijo ella torturándose.

¿Ahora entiendes por qué no quería que fueras a casa? Él me odia. O al menos eso es lo que desea.

Tom, no digas eso. A lo mejor está enojado, ponte en su lugar.

Lo hago, Cami, lo hago...Y cada vez me siento más imbécil y más culpable porque entiendo lo que está viviendo. Sinceramente, yo me moriría si Bill hace algo así. Entiendo que no me perdone, que me quiera matar, que me odie mas sólo quiero que me crea. Él piensa que sigo siendo el mujeriego de antes, el Tom orgulloso, creído, al que no le importaba nadie más que él mismo. No obstante, eso no es así. Si anoche hice las cosas mal fue debido a los efectos del alcohol, no a voluntad. Te juro que lo amo más que a mi vida, Camille. No quise perderlo, jamás quise hacerlo. No quiero llorar de nuevo sabiendo que no está conmigo mi único amor. Quiero volver a ser feliz como lo era hace dos días atrás.

Mi prima lejana me abrazó. Realmente, el apoyo de alguien era lo que más necesitaba en ese momento. Me sentía solo, completamente solo aunque tuviese el apoyo de Georg.

No quiero hacerme la víctima –afirmé separándome de la morocha.

Lo sé, Tom. Pero para ello debes abrir tu mente. Piensa qué podemos hacer para que recuperes a Bill.

No puedo pensar. Simplemente no puedo. Tengo la mente más bloqueada que nunca. Lo único que se me cruza por la cabeza ahora es el nombre de mi gemelo.

Hablaré con él. Bill sabe que te besaste conmigo, ¿no?

Sí. Te debe odiar –confesé con toda la sinceridad del mundo.

Lo sé. Y lo hace con toda razón. No puedo creer que yo haya armado todo este lío por un simple capricho.

No tienes la culpa, Camille. Ya dije que el responsable soy yo.

No lo eres. Y si lo fueras, lo mejor que podrías hacer sería luchar por su amor y demostrarle a Bill que has cambiado.

Tienes razón. Haré eso.

Pero primero quiero hablar con él. ¿Ahora está en casa?

Supongo. De todas formas, te recomiendo que esperes aunque sea algunos días porque Bill sería capaz de matarte con el enojo que tiene ahora.

¿Tú dices? Bueno, está bien, esperaré.

Oye...

¿Sí?

Gracias por oírme y por no creer que estoy loco por amar a Bill.

De nada. Comprendo que nadie elije de quién enamorarse.

En ello tienes razón. Pero no todas las personas piensan así. Gracias.

No agradezcas, puedes contar conmigo siempre, sabes que soy tu prima y estaré para oírte. Prometo que voy a hacer todo lo posible para ayudarte con Bill. Si tú y él se aman deben volver a estar juntos.

Lo que sucede es que para eso él debe perdonarme.

Lo hará, te lo prometo. Bueno, Tom, lamento todo lo que ha pasado. Ahora debo irme, tengo que hacer un par de cosas.

Bueno. No hay problema. Luego hablamos. Intenta llamarme al teléfono móvil porque no quiero que Bill sepa que hablo contigo. Se enojará peor.

Okay. Suerte. Adiós –me saludó ella.

Adiós. Gracias por todo, de verdad.

De nada. Acuérdate de lo que prometí.

Camille se dirigió a la casa de mamá y yo me fui para casa. Entré a la misma y todo continuaba exactamente igual que cuando había salido. El ambiente estaba silencioso y calmado, es decir, era obvio que siempre estaba así, sólo que esa vez yo me enfaticé como nunca en ello, ya que veía todo lo negativo del mundo. Cuando uno se encierra triste es cuando comienza a buscar el mínimo detalle de las cosas, seres, etc. con el fin de criticar pero no constructivamente sino destructivamente.

 

Capítulo XXIII: “A pensar sin hablar”.

 

...¿Quieres dejar ir al amor de tu vida?...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=mOYU14KLqmw ]

 

Subí a mi habitación y me encerré allí nuevamente. Aunque había estado todo el día durmiendo, volví a hacerlo. No quería hacer nada más que dormir. Y sólo quería despertar con la suave voz de Bill, diciendo que me amaba más que a nadie. Sin embargo, eso no ocurriría.

Me quedé pensando toda la noche. Dormía de a ratos y me despertaba para pensar. Quería saber cuál era el grave pecado que había cometido. Es decir, lo sabía pero no tenía idea de por qué era tan grave. No quería usar excusas para lo que había hecho, simplemente siempre había bebido y jamás pensé en las consecuencias que me podía traer eso. Esa era la realidad. Además, conocía tanto a Bill que sabía que él exageraba las cosas el triple de lo grave que eran. Eso no era novedad.

No obstante, la vida continuaba. Con mi gemelo o sin él, debía seguir. ¿Cómo haría? Quién sabía.

Al día siguiente, Gustav me llamó.

Amigo, David me llamó y quería saber qué haríamos con la banda. Como tú me dijiste que haríamos un concierto después del cumpleaños de Camille, eso fue de lo que le informé.

Ah, ¿y qué te dijo?

Lo mismo de siempre. Que apenas consiga un concierto, nos avisa.

Tendrás que preguntarle tú a Bill si quiere tocar y cuándo quiere hacerlo.

¿Y tú acaso no tienes boca? –me preguntó Gustav sorprendido–. Siempre o te llamo a ti o a Bill y ustedes se avisan. No entiendo cuál es el problema.

El problema es que no me hablo con mi gemelo, Gus.

¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿De qué me perdí?

¿Georg no te contó nada?

No. Cuéntame tú.

¿Recuerdas que me emborraché en el cumpleaños de mi prima?

Sí.

La besé. Besé a Camille. Y se lo conté a mi gemelo. Creo que eso da cuenta de cómo es la situación actual de nuestra relación.

Estás bromeando, ¿verdad?

Ojalá lo estuviera haciendo, Gus.

Odio que se peleen. Me molesta que dos personas que se aman tanto tengan que estar mal. Además, ninguno de los dos se merece sufrir.

Créeme que a mí y a Bill nos duele más pelearnos. Justamente eso es por lo que acabas de decir, porque ambos sabemos que nos amamos. Bah, a decir verdad Bill debe creer que no lo amo. Y tiene todo el derecho de hacerlo.

Tom, sabes que yo nunca me pongo del lado de nadie. Mas esta vez, creo que Bill debería confiar más en ti. Supongo que tú le has explicado que estabas borracho, ¿no?

Pues claro.

¿Y qué acaso no entiende? Porque esa noche de verdad estabas muy borracho. Cuando él se acostó con Melany en estado de ebriedad, no se acordaba nada. Entonces, ¿por qué se enoja tanto si cualquiera puede hacer cualquier cosa estando ebrio?

No lo sé. De todas formas, es todo mi culpa, Gus.

No, Tom. Todo no es tu culpa. Tu gemelo sabe que hiciste de todo por él. Tú le perdonaste que le creyera más a Andreas que a ti. Y eso no es cualquier cosa. Sin embargo, no quiero llenarte la cabeza en contra de Bill, todo lo contrario, quiero que estén bien, que no se peleen por cosas tontas.

Yo también, Gus, quiero eso. Pero no sé qué hacer para que Bill me perdone y poder volver a ser felices como antes. Te juro que he pensado en todas las posibilidades mas no se me ocurre nada.

Entiendo. Como amigo te aconsejo que esperes a que a tu gemelo se le pase un poco el enojo y recién ahí le pides perdón. Si te perdona, fantástico y si no lo hace deberás esperar. Tarde o temprano Bill te deberá entender.

¿Y si no lo hace? ¿Si jamás me perdona? Moriré sin él, Gus. Quizás no hoy, ni mañana pero sin su amor no puedo vivir lo que resta de mi vida. Lo necesito. No te das una idea de cuánto. Hace un día que no lo beso y ya siento que muero por dentro. Y no exagero.

Tom, sabes que Bill siente lo mismo. Solamente que es entendible que esté mal y diga que te odie porque se debe sentir decepcionado.

Lo sé. Me comparó con Andreas, ¿entiendes lo malo que es eso?

Espera, Bill no tiene derecho de decir eso. Tú eres un ángel comparado con él. Además, tú lo amas, el rubio sólo estaba obsesionado con él.

Sí. En ello tienes razón. ¿Sabes? Hablé con Camille. Yo le echaba toda la culpa a ella en un principio, ya que a lo mejor me había besado en contra de mi voluntad o algo así. No obstante, eso no fue así. Ambos nos besamos al mismo tiempo. Y le creo. No creo que mienta. La conozco y sé que no es una mala persona.

Esperemos que no sea como Melany.

¡Gus! ¿Cómo la vas a comparar con ese monstruo? Conozco a Camille desde los cinco años, es imposible que sea mala. A menos que se haya transformado como Andreas.

No sé. Te aconsejo que no confies en nadie. Igualmente, ella no es lo importante ahora. Quiero hablar con Bill. ¿Puedo hacerlo?

Habla. No creo que cambie de opinión.

Tú sólo déjame a mí. Ustedes volverán a estar juntos.

Ojalá, amigo. Gracias por todo, Gus.

Volviendo al tema de la banda, hablaré con Bill. También tengo que decirle a Georg. Te dejo, Tom. Después hablamos. Ahora quiero conversar con tu gemelo, no puede ser que las cosas se queden así. No lo puedo permitir.

No le digas nada malo, no quiero que esté peor de lo que yo lo dejé. Adiós, Gus. Háblame después. Suerte.

Le diré lo que pienso. Adiós, Tom. Cuídate.

Gustav cortó el teléfono. Tenía miedo de que Bill pensara que yo lo había mandado a que le dijera algo. Sinceramente, sentía que nadie se debía meter, porque a Bill eso le molestaría. No obstante, me olvidé de advertirle eso a Gustav. De cualquier manera, él no perdería nada con intentar serle sincero a Bill. Excepto si este último se enojaba y se había levantado con mal humor, lo cual era muy probable.

¿Bill? –preguntó Gustav a través del teléfono.

Sí, Gus. ¿Cómo estás?

Bien. ¿Tú?

Mal. Ya seguramente Georg te habrá contado el por qué.

Me enteré pero no por él. Tom me contó.

Ah. ¿Qué te dijo? ¿Que él era un santo y que me ama? –cuestionó mi gemelo sarcásticamente.

Bill...no entiendo cómo dos personas que se aman tanto pueden estar separados.

No digas eso porque odio a Tom con toda mi alma y él no creo que me ame mucho que digamos, sino no hubiese hecho lo que hizo.

Entiendo que estés enojado, es comprensible, pero entiende también que Tom estaba borracho. No sabía lo que hacía.

Todo el mundo lo entiende a él, ¿verdad? Sin embargo, a mí nadie me entiende. ¿Qué les pasa a todos?

Bill, tranquilízate. No estoy del lado de ninguno de los dos porque ambos son mis amigos y quiero que sean felices. Y ambos se seguirán dañando si siguen así.

Tom sigue siendo el mismo mujeriego de hace un año atrás. No sé por qué hizo de cuenta que me amaba, cuando no eso nunca fue verdad. ¿Llamaste sólo para hablar de Tom, Gustav?

No, no, Bill. Quería avisarte algo de la banda. No te enojes, de verdad. Sólo quiero lo mejor para ti y para Tom.

No volveré con Tom ni aunque me insista el mismísimo Dios. Así que ya, Gustav, no intentes persuadirme. Dime, ¿qué pasa con la banda?

David nos va a conseguir un concierto, como siempre. Necesito saber cuándo quieres que sea así le decimos la fecha y él nos consigue.

No sé. Mientras más alejado sea, mejor. Así no le tengo que ver la cara al traicionero de mi hermano.

Dios...no exageres, Bill. Ya hablaremos personalmente. Necesito hacerlo. Con respecto a lo de la banda le diré a David que consiga cualquier fecha. Me falta preguntarle a Georg nada más.

Okay.

Mañana iré para tu casa, Bill.

Está bien. Perdón, Gustav. No quise tratarte mal. Está de más decir que me irrita todo.

Creo que sí. No obstante, te entiendo, Bill. Sé que no debe ser nada fácil enterarte de lo que te has enterado. Sólo te pido que reflexiones y pienses mil veces si quieres dejar ir al amor de tu vida. Tenlo en cuenta. Hablamos mañana. Adiós. Suerte.

Está bien. Veré que puedo hacer con esas ideas. Adiós. Nos vemos.

Ambos cortaron la llamada. Las palabras que Gustav había dicho de dejar ir al amor de su vida quedaron retumbando en la cabeza de Bill. Él no quería hacerlo, no quería perderme así como yo no quería perderlo a él. El problema era que mi gemelo tenía un orgullo demasiado grande que le impedía perdonarme fácilmente.

Mi hermano decidió salir a tomar a aire, a caminar. Necesitaba pensar en muchas cosas. Sobre todo, debía reflexionar. Tenía que decidir si me dejaba ir, con la posibilidad de luego arrepentirse, o si se quedaba conmigo para que compartiésemos toda la vida juntos. Pensándolo de ese modo, sonaba fácil la decisión. Sin embargo, si Bill volvía conmigo corría el riesgo de que yo nuevamente lo engañase. O al menos, así pensaba él. Lo que me correspondía hacer a mí era darle la certeza de que jamás volvería a hacer algo semejante.

 

 

Capítulo XXIV: “Historias ocultas”.

 

...Cuando uno no tiene lo que quiere, busca la manera de conseguirlo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=ZwdNrT7uUNQ ]

 

Bill caminaba entre la multitud mirando al suelo, triste. La gente iba, venía; pero nadie parecía percatarse de la presencia de mi hermano. Hasta parecía que no era una superstar, sino una persona común. Para colmo, el día estaba nublado. El clima era perfecto para deprimirse.

Repentinamente, algo pareció captar la atención de mi gemelo. Levantó la vista y en frente de él se había armado un alboroto.

¡Deténganla! ¡Me ha robado! –exclamó el vendedor del puesto de periódicos exaltado.

A lo lejos una chica corría con varias revistas en sus manos. Al parecer, acababa de robarle al puesto de diarios.

Bill decidió que era hora de hacer la acción buena del día. No era muy bueno corriendo, mas daría lo mejor de sí para atrapar a la ladrona. Lo que más le indignaba a mi gemelo eran los rateros, al igual que a mucha gente.

Mi hermano corrió lo más rápido que pudo hasta que alcanzó a la rubia que había urtado.

¡Oye, devuelve eso que no es tuyo! –gritó Bill tomando del brazo a la chica.

Ella inmediatamente se dio vuelta. Mi gemelo se quedó estupefacto al observar a la chica.

¿Bill? –cuestionó ella totalmente sorprendida.

¿Tú? –preguntó mi hermano sorprendido al igual que la ladrona.

¡Gracias, chico! La detuviste –exclamó una voz desconocida que provino de atrás de mi gemelo.

Era el señor de los periódicos quien había agradecido a Bill por sostener a la muchacha. A pesar de ello, este dejó que su brazo perdiera fuerza y soltara a la rubia.

Ella nuevamente salió corriendo.

¿Qué has hecho? –cuestionó el vendedor atónito.

Perdón –pidió mi hermano caminando en dirección contraria a la de la chica.

Bill se dirigió a casa. Al llegar allí, subió a su habitación y se encerró. De pronto, ya no se encontraba deprimido, sino sorprendido. No podía creer que había dejado en libertad a una ladrona. Sin embargo, lo que era más increíble aún era la identidad de ella.

Su teléfono sonó aproximadamente unos minutos después de que arribara a casa.

¿Hola? –respondió Bill.

Gracias. Te agradezco de verdad lo que has hecho hoy.

No puedo creer lo que has hecho, Candy. ¿Cómo es eso de que robas?

Déjame en paz, Bill. Sólo quería agradecerte. La próxima vez si quieres me envías a la cárcel.

No me interesa hacerlo. Sólo quiero saber por qué robas.

Métete en tus problemas, intruso. Déjame a mí con los míos.

Espera, Candy, no cortes. ¿No ves que sólo quiero ayudarte? Quiero hablar personalmente contigo. ¿Puedes?

No. Si me atrapan por tu culpa, saldré de la cárcel especialmente para mostrarte que eso no se hace conmigo.

A mí no me amenaces. Vamos, te paso a buscar en el auto y nos quedamos ahí. No te pasará nada.

No, Bill...

Sí. Pásame la dirección. Sino lo haces, la conseguiré de algún lado, créelo.

¿Te crees que soy idiota? ¿Cómo sé que no me quieres mandar a la cárcel?

Qué complicada eres. Por eso jamás me enamoré de una mujer –musitó Bill quejándose–. ¿No crees que si hubiera querido enviarte a la cárcel lo hubiese hecho entregándote al señor de los periódicos?

No porque...

Bueno –interrumpió Bill–. Si no me quieres ver y tampoco quieres ayuda, vete al diablo –afirmó él completamente enojado, cortando la comunicación con Candy.

Ella era una persona con un carácter muy fuerte y Bill estaba malhumorado por todo lo que le estaba pasando. Ambos se trataban mal y hasta incluso parecía que les encantaba hacerlo. De todas formas, a veces se arrepentían. Por ello, Candy volvió a llamar.

Mi dirección es Washington 436.

Eres dura, ¿eh?

Tengo razones para serlo. ¿Vendrás o no?

Sí. Espérame.

Bill tomó su abrigo y se dirigió hacia la casa de Candy. Quería despejarse y dejar de pensar en mí por un momento. Candy, al no saber nuestra historia, no hablaría respecto del tema. Y eso no dejaba de ser una suerte para Bill.

Mi gemelo llegó a casa de la rubia y golpeó la puerta.

¡Pasa, Bill! –exclamó ella desde adentro de su hogar.

Bill abrió la puerta y entró al departamento de Candy.

Permiso.

Pasa. Perdona que esto sea un lío. No soy muy ordenada que digamos –explicó ella.

La rubia exageraba un poco. No había tanta suciedad en su casa. Había casas en peores condiciones.

Siéntate. ¿Quieres tomar algo? –preguntó Candy amablemente.

No, gracias. Quiero hablar contigo sobre lo que pasó hoy.

Bill, jamás quise ponerte en aprietos. Discúlpame si lo hice. Sólo quería salirme con la mía.

¿Por qué robas? Tú no careces de nada, Candy.

¿A ti te parece que no? —cuestionó ella mirando hacia la ventana, sin enfocar su mirada en quien le hablaba.

No, pues...Por lo que veo tienes casa, comida y ropa.

No sabes a lo que me refiero.

No. Explícame tú de qué careces entonces. ¿Careces de revistas que las robas?

No eres mi psicólogo y no soy tu paciente, Bill.

¿Puedes dejar de ser odiosa una vez en la vida? Estoy intentando ayudarte, te lo repito por décima vez. ¿De qué careces?

De amor, Bill. Eso es lo que falta en mi vida. Y, desafortunadamente, no se puede robar ni conseguir en ningún lado.

Mi gemelo se quedó sorprendido pero a la vez sintió lástima por Candy. Al parecer, hablar del tema a ella la ponía mal. Y era comprensible, por supuesto. ¿A quién no lo pondría mal sentirse solo en un planeta tan grande?

Y si no se puede conseguir en ningún lado, ¿por qué robas?

¿Por qué razón robarías tú cuando te falta amor?

No sé. Quizás buscaría llamar la atención.

Y bueno...

¿Robas para llamar la atención?

¿Sabes? Cuando uno no tiene lo que quiere, busca la manera de conseguirlo. Para ser más exacta, sí, Bill, robo para llamar la atención. A lo mejor alguna vez en la vida quiero ser importante y estar en la boca de los demás.

Te entiendo, Candy. Sin embargo, no debes buscar tu bien a costa del de los demás. Además, no sólo le haces mal a la gente que le robas, sino también te haces mal a ti. Jamás vas a conseguir amor siendo una criminal.

Toda la vida...siempre fui buena. ¿Y qué? ¿A alguien le interesó? No, porque a nadie le importaba si yo vivía o no, si yo comía o no, si yo dormía o no –afirmó la rubia haciendo fuerza para no llorar, pero no lo logró.

Rompió en llanto.

Oye, ¿por qué dices que a nadie le importabas? ¿Y tus padres?

Mi padre es de esos empresarios con plata a quienes no les importa nada más que sus negocios y sus ganancias. Y mi madre anduvo con cuanto hombre se le cruzaba, dejándome de lado, haciendo a un costado a su hija. Desde que tengo memoria me crié sola en casa. Mientras los otros niños iban con sus madres al colegio, yo iba sola, me las arreglaba sola. Afortunadamente era inteligente por lo que pude aprender todo por mi propia cuenta. Cuando terminé el colegio decidí que no estudiaría nada. Mis padres hicieron oídos sordos y continuaron con su vida, así como yo continué con la mía. Mi padre me envía dinero todos los meses, porque sino tendría que salir a robar para alimentarme.

Ella terminó de contar su historia y secó sus lágrimas. Todo el tiempo había enfocado su mirada en la ventana. Se notaba que tenía mucho dolor e impotencia por lo que le había pasado.

Bill se había quedado impactado por la historia de Candy. Jamás pensó que ella hubiese tenido una infancia tan dura. La nuestra no había sido fácil, por supuesto, pero la de ella sonaba mucho más difícil.

No tengas hijos jamás si los dejarás descuidados por la plata –advirtió ella con toda la razón del mundo.

No haré eso. No soy tan superficial como parezco. Es decir, todos los famosos parecemos superficiales, mas hay algunos que no lo son. Yo no me considero para nada materialista ni superficial.

De todas formas, no confío en nadie –afirmó ella con total sinceridad–. Además, apuesto a que no te quieres juntar con una ratera.

Obvio, es comprensible que no confíes en nadie. No necesito que lo hagas. Y no dejaré de juntarme contigo. Quiero que sepas que te ayudaré a salir del ámbito de lo ilegal. Te lo prometo. Intentaré hacer todo lo posible para cooperar y hacer que dejes de robar. Y, aunque odio a la gente que lo hace, contigo es distinto.

¿Por qué es distinto?

No lo sé. Tú me causaste intriga desde el primer momento en que te vi. No me preguntes por qué.

Me parece que tu misión va a ser algo difícil. Miles de veces he intentado detenerme y no robar pero me es imposible. No puedo, simplemente no puedo.

Haré que tengas la fuerza de voluntad para hacerlo. No podré andar como una garrapata, todo el día pegado a ti mas intentaré hacerlo. De a poco te irás olvidando. Créeme, cuando me propongo algo, lo logro.

Pero...

No más peros –interrumpió mi gemelo–. Lo harás y punto. Es una promesa.

Nunca suelo agradecer pero te agradezco porque te preocupas por mí. Gracias.

De nada. No seré más que un conocido famoso para ti mas puedes contar conmigo, de verdad.

Lo mismo digo.

El teléfono móvil de Bill comenzó a sonar en ese instante.

 

 

Capítulo XXV: “¿Queda algo de amor?”

 

...A las palabras se las lleva el viento...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=PSlqcC6sIoc ]

 

Perdona, Candy.

Mi gemelo atendió su teléfono.

¿Hola?

Soy Georg, Bill. ¿Cómo estás?

Mal, ¿cómo voy a estar, Georg? Ni siquiera tienes que preguntarlo. ¿Tú, cómo estás?

Bien. Está bien, no te enojes. Sólo llamaba para avisarte que la fecha para el concierto será el diecinueve de marzo. Gustav me acaba de informar de ello. Me falta avisarle a Tom. ¿Puedes deci...?

Ni lo sueñes –interrumpió mi gemelo–. Si quieres buscar una excusa para que le hable, te informo que no soy idiota, Georg. Llámale tú.

Bill cortó repentinamente el teléfono. Estaba realmente harto de que todo el mundo le hablara de mí. Además, tenía razón en decir que Georg quería que nosotros habláramos. Pero él no lo hacía ni de metido ni pora ayudarme a mí, sino porque era amigo de ambos y quería lo mejor para los dos. Sin embargo, eso era lo que Bill no comprendía.

¿Por qué estás mal? –no dudó en preguntar Candy–. Creo que te conté mi historia y tengo derecho a saber algo sobre tu vida –se explicó ella.

Por supuesto. Verás...Antes de ayer dejé a mi novia.

Mi gemelo no le contaría a alguien que recién conocía de nuestra relación.

¿Por qué motivo? Si puedo saber, claro.

Me hizo infiel. Jamás pensé que lo haría.

¿Te enteraste por otras bocas? –le preguntó ella a Bill sorprendida.

No. Por ella –espondió mi gemelo.

Qué extraño que te haya contado.

Sí.

¿Ves? Es por eso que no confío en nadie –afirmó ella sonriendo sarcásticamente.

Y yo debo aprender a hacerlo.

Sí. No sé si hoy existen personas en este mundo que valgan la pena. Todavía lo niego.

Eso es verdad. Tengo “amigos” pero ni siquiera sé si me ayudan a veces o no. Cuando les conviene están y sino se ponen del lado de cualquiera. Estoy rodeado de gente todo el día pero me siento absolutamente solo. O al menos así lo hago cuando estoy mal.

Yo estoy sola todo el tiempo y a eso nadie lo puede negar. Supongo que toda la vida estaré así.

No te cierres. ¿Qué sabes sobre lo que va a suceder en el futuro?

Lo sé, Bill. No hace falta ser bruja para darse cuenta de ello. Bueno, volviendo a tu tema, ¿puedo darte un consejo?

Dime. Lo necesito.

Ni se te ocurra perdonar a quien te engañó. Quien lo hace una vez, lo hace siempre. No caigas ni aunque estés enamorado. No lo digo por mala sólo lo hago porque sé que es así.

Lo hizo porque estaba borracha.

Mm, entonces ahí cambia la cosa. ¿Tú tomas alcohol?

Una sola vez tomé y no quiero volver a intentarlo.

Al día siguiente, ¿pudiste recordar algo de lo que hiciste?

No, no recordaba absolutamente nada. Lo que recordé fue lo que me contaron luego.

Y cuando tu novia te confesó la verdad, ¿mencionó haber perdido la memoria?

Sí.

Ah...bueno. No es justificable, por supuesto, mas es entendible. A cualquiera le puede pasar.

Lo sé. El problema es que me lastimó por completo. Confiaba en esa persona como en nadie y me hirió profundamente. Me decepcionó. Ella desconfiaba de mí y terminó siendo ella quien me fue infiel.

Sí, entiendo. Pero no vale la pena estar mal por eso. El amor va y viene. Un día puede aparecer una persona que te guste y al otro día otra. Hay cosas más importantes –opinó Candy cruelmente.

Ojalá pudiese pensar igual que tú. Sólo que soy un hombre muy romántico y le doy demasiada, quizás hasta extremada importancia al amor. No me enamoro todos los días. Hace tres años que estaba enamorado de esa persona. Y me defraudó por completo.

Bueno, ánimos.

Igualmente. Oye, me voy. Se está haciendo tarde y ya te molesté demasiado.

No lo has hecho. Me has ayudado demasiado. Gracias nuevamente, Bill.

De nada. Gracias a ti por tus consejos.

De nada.

Candy acompañó hasta la puerta a mi hermano y lo despidió. Bill volvió a casa justo en el momento en el cual yo estaba cenando.

Me sorprendió verlo llegar ya que no sabía que se había ido de casa. ¿De dónde vendría?, me pregunté intrigado. Él se limitó a abrir la puerta, entrar y subir las escaleras. Ni siquiera dirigió la mirada hacia el lugar en el que me encontraba yo. Eso me dolía hasta lo más profundo de mi corazón pero sólo tragué saliva e intenté no ponerme mal nuevamente.

Cuando estaba por subir a mi habitación ya que ya había finalizado de cenar, sonó el teléfono de casa. Me molestó que lo hiciera debido a que todo el maldito día había estado sonando. Primero, la llamada de Gustav por la mañana, luego la de Georg por la tarde y esa vez no sabía quién sería.

Me acerqué a dicho teléfono y atendí. De nuevo quien llamaba era el baterista.

Soy Gustav, Tom.

Sí, me di cuenta. ¿Qué pasó ahora?

Quería avisarte que el concierto es el diecinueve de marzo.

Ya lo sé –contesté amargadamente—. Me avisó Georg.

Ah, okay. ¿Y estás conforme con la fecha esta vez?

Sí. Gus, justo me iba a dormir. ¿Podemos hablar mañana?

Sí, está bien. No hay problema. Sólo llamaba para decirte eso. Espera, antes de cortar, una pregunta.

Dime.

¿Sigue todo igual con Bill?

Sí. Ni me lo recuerdes. Después te contaré lo que hablé con Camille –susurré para que Bill no escuchase.

Está bien. Mañana iré a tu hogar porque también tengo que hablar con tu hermano.

No. Aquí no podremos hablar. Iré yo a tu casa y luego si quieres te vienes hacia aquí.

Bueno. Nos vemos. Suerte.

Adiós. Cuídate.

Al cortar la llamada, subí las escaleras y dio la casualidad de que en ese momento Bill salía de su habitación y se dirigía hacia el baño.

Busca una excusa, busca una excusa... –murmuré sin mover siquiera los labios–. Bill, ¿no has visto mis llaves?

¿Por qué debería verlas yo? –preguntó mi gemelo sin levantar su cabeza para mirar a quien le había hablado.

Porque eres el único que vive aquí conmigo.

Búscalas tú si las has perdido –afirmó mi gemelo pasando por mi lado y levantando su mirada–. Yo no las he visto.

Por un momento pensé que me pegaría y me mataría porque su rostro denotaba odio, rencor, bronca, amargura, decepción y tristeza. Todos esos sentimientos juntos. Lo que menos sentí cuando me observó fue amor. Ni siquiera pude sentir que alguna vez él me hubiese amado.

Yo sólo me quedé mirándolo como aceptando mi derrota. Sin embargo, ahí no había concluido mi misión. Esa vez no me rendiría muy fácil que dijéramos.

Mi gemelo amagó a continuar caminando pero lo detuve.

Espera, Bill. Debemos hablar –afirmé tomando suavemente el brazo de mi hermano.

Esa vez no quería hablar yo como la vez anterior. Quería que mi gemelo también hablase. Además, era una obligación hablar. No podía terminar todo así. Al menos quería saber si mi gemelo me amaba.

No lo hagas más difícil, por favor, Tom –me pidió él cambiando por completo la expresión en su rostro.

Inmediatamente lo solté.

Créeme que quiero hacerlo todo más fácil, Bill. Pero tenemos que hablar. Las cosas no pueden terminar así. Soy tu hermano. ¿Lo recuerdas?

Sí. El mujeriego que se acuesta y se besa con todas, el que nunca se enamoró, aquél al que nunca le importó nada. El que es completamente distinto a mí.

Sin embargo, soy el que se complementa contigo. ¿Lo olvidas? Somos tan distintos pero tan iguales que somos como la misma persona en uno. Sólo dime, ¿cuándo antes había luchado por un amor imposible? ¿Cuándo antes hice todo lo que hice por ti? ¿Cuántas veces le dije te amo a una persona antes de ti? ¿Cuándo antes le pedí a alguien que fuese mi novia? ¿Cuándo antes estuve con un hombre, Bill? ¿Cuándo antes extrañé a alguien tanto como a ti? Ni siquiera a mamá la extrañaría de ese modo. Y respóndeme, ¿cuándo antes besé los labios de alguien con la pasión con que lo hago contigo? ¿Quieres que responda a todo eso? La respuesta es nunca, mi amor, porque sólo te amo a ti y será así aunque jamás vuelva a estar contigo.

Sólo necesito tiempo para recuperar la confianza en ti. Porque a las palabras se las lleva el viento, pero a los hechos no. Si me amas tanto como dices no creo que te sea difícil demostrármelo.

No. Claro que no. Lo haré. Podré demostrarte cuánto me importas. Es un hecho. Por último, necesito preguntarte algo y listo. Te prometo que te dejaré en paz hasta que encuentre la forma de decirte lo importante que eres para mí.

¿Qué? –preguntó él con cara de nada.

¿Todavía me amas?

Ni aunque quiera podría dejar de amarte de un día para el otro –respondió Bill yéndose para el baño.

¿Sí? ¿Sí? ¿Eso fue un sí? –me pregunté a mí mismo susurrando–. ¡Sí! –exclamé sonriente por lo que acababa de oír.

Al menos tenía algo de esperanzas respecto de lo que podría pasar con mi gemelo. No estaba tan desamparado y desilusionado como lo estaba antes de hablar con él. Al parecer, lo que le había dicho había funcionado y eso me llenaba de alegría porque había salido de lo más profundo de mi corazón.

 

 

Capítulo XXVI: “Manos a la obra”.

 

...Yo estaba perdidamente enamorado de mi hermano...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=vm3l5j61EMU ]

 

Debía meditar seriamente qué haría para recuperar a mi gemelo. Tenía que ser algo para que nunca más Bill dudase de mi amor hacia él.

Esa noche estaba agotado así que me acosté. Luego pensaría lo qué haría con respecto a mi hermano.

Bill, después de hablar conmigo, también se puso algo contento. Él me amaba aunque lo negase y no quería perderme. Todos le decían que cualquiera en estado de ebriedad haría lo que le diera gana y él realmente sabía que ello era así. Sólo que tenía miedo de que yo siempre estando borracho hiciera lo mismo. Lo que le faltaba era confianza, esa confianza que nunca tuvo por completo y que lo hacía dudar de mí a cada segundo. De todas formas, si él conseguía la confianza que necesitaba para conmigo, quizás yo tenía una posibilidad de volver a estar junto a él. Y cuidaría esa nueva oportunidad como si fuese algo sagrado.

Al día siguiente, me levanté normalmente, desayuné y me dirigí hacia la casa de Gustav como habíamos quedado. Quería que él me ayudara a pensar qué hacer para ganarme la confianza de Bill. Solo no podía.

Golpeé la puerta de la casa del baterista, quien me abrió sonriente y me hizo pasar. Nos sentamos en el sillón y primero comenzamos a hablar de su vida, ya que siempre yo hablaba de la mía y no sabía nada sobre su estado de ánimo. Por suerte, todo para él estaba perfecto.

¿Para ti? –me preguntó él preocupado por mi relación con Bill.

Digamos que mejor que ayer. Pude intercambiar un par de palabras con mi gemelo.

¿Sí? ¿Qué te dijo? –cuestionó Gustav intrigado.

Traté de buscar alguna excusa para hablarle. Le pregunté si había visto mis llaves y me respondió que las buscara. Cuando se quiso ir lo detuve diciéndole que teníamos que hablar, que las cosas no podían terminar de ese modo. Le recordé que era su hermano y me contestó que se acordaba de mí, que yo era ese mujeriego al que nunca le había importado nada. Allí fue cuando le hice saber lo mucho que lo amaba y todo lo que había hecho por él. En toda mi vida, Gus, sólo a él le he dicho te amo, él fue mi primer novio y el único, el único que logró enamorarme y atraerme de la forma en que lo hizo. Jamás con una chica antes sentí lo que con él sentí. Y eso fue exactamente lo que le dije.

Hiciste bien, amigo. Le fuiste sincero y le dijiste todo lo que sentías. Yo cuando hablé con él ayer me explicó exactamente lo mismo que te dijo a ti. Intenté hacerlo recapacitar pero no hubo forma. ¿Qué te contestó a ti después de que le manifestaste todo eso?

Que necesitaba tiempo para recuperar la confianza que había perdido y que necesitaba que le demostrase mediante hechos que lo amaba. Luego le pregunté si él me amaba y me respondió que no podría dejar de hacerlo ni aunque quisiera de un día para el otro. Lo tomé como un sí.

Eso fue un sí –afirmó Gustav sonriendo–. A mí me dijo que te odiaba pero en realidad no se lo creí. Jamás creería semejante barbaridad de Bill. Además estaba enojado por todo lo que había pasado, por supuesto.

Pues claro. Ahora el gran problema es qué hago para convencer a mi gemelo de que lo amo. ¡Ya sé! Viajaré a la fuente, buscaré el camafeo y volveré.

¿A la fuente? ¿A qué fuente?

A una fuente que visité cuando huí, después de que Melany hubiese muerto. Me cumplió mi deseo la fuente. Realmente era mágica.

¿En dónde queda?

No puedo decirte exactamente. Sólo te digo que queda fuera del país.

¿¡Te fuiste de Alemania cuando huíste?! Pensé que te habías quedado por aquí en algún lugar.

No, ojalá. Por ese motivo fue que no pude llegar a tiempo y rescatar a Bill de Bushido.

Con razón. De todas formas, no vas a salir del país para buscar el camafeo. ¿O sí?

No. Es demasiado lejos. Se me tiene que ocurrir otra idea...¡Ya sé!

¿Qué?

¿Y si le regalo un álbum de fotos? Él me regaló también uno para Navidad.

Mm tengo una idea aún mejor.

¿Cuál?

¿Qué tal si le escribes debajo de cada imagen una historia de la foto o algo así?

¡Sí! Buena idea, Gustav. Eres un genio. Gracias por ayudarme porque realmente no nací para ser romántico. En todo caso, lo seré a mi modo.

Tienes razón. Eres un cero a la izquierda para lo romántico.

Gustav y yo continuamos hablando de temas que no tenían ninguna importancia.

Mientras lo hacíamos, golpearon la puerta de casa. Allí se encontraba Bill escribiendo canciones tranquilamente. Él se dirigió, al oír el timbre, a abrir la puerta. No tenía idea de quién podía ser quien fuese a visitarlo.

Cuando mi gemelo abrió la puerta su cara se transformó por completo.

Hola, Bill –saludó Camille seriamente.

Bill tenía que simular que estaba todo bien porque Camille supuestamente no sabía lo de ellos. Sin embargo, él no podría evitar tratarla mal.

Tom no está –contestó mi hermano con cara de asesino.

¿Y quién dijo que lo buscaba a él? –cuestionó ella totalmente sorprendida–. Quiero hablar contigo, Bill.

¿De qué? –preguntó mi hermano haciéndose el desentendido.

De Tom.

¿Qué pasa con él?

¿Puedo pasar así hablamos bien?

Mi gemelo le hizo una seña como que pasara, no muy conforme que digamos, por supuesto. Ambos se sentaron en los sillones.

Habla rápido que estaba ocupado –expresó él a propósito.

Sé por qué estás enojado conmigo y tienes toda la razón de estarlo.

A ver, ¿qué sabes?

Tom me contó todo. Sabes a que me refiero. Me contó que son novios.

Error. Éramos novios –corrigió Bill sin estar sorprendido porque su prima sabía la verdad.

No quiero que digas eso. Me hace sentir más culpable aún de lo que lo soy. Te contaré lo que pasó la noche de mi cumpleaños, Bill, porque no quiero que nadie esté peleado con nadie. Déjame explicarte las cosas. Eres mi primo y jamás hemos tenido una pelea y no la tendremos ahora por lo que sucedió.

Al ver que mi gemelo no contestaba, ella prosiguió.

Te seré sincera en todo lo que te diré, como siempre lo he sido. La noche de mi cumpleaños Tom estaba más borracho que nunca. En un momento, se acercó a mí y nos besamos. Y te hago la misma aclaración que le hice a él: no lo besé ni él me besó, ambos lo hicimos. Pero hay algo de lo que estoy segura y es que yo tengo la culpa de todo. Si quieres enójate conmigo mas no lo hagas con tu hermano. Él me demostró que te ama. Me llamó y me trató mal y cuando le pregunté qué le pasaba me confesó que por culpa del beso había perdido al amor de su vida. Él se echa toda la culpa de lo que sucedió pero si hay alguien aquí que tiene la culpa soy yo. Me dejé llevar por mis instintos y arruiné una relación que, por lo que veo, era perfecta. Más allá de que sean hermanos, creo que lo único que importa es el amor que existe entre ustedes. Perdóname, te juro que si hubiese sabido que estaban saliendo jamás hubiera hecho nada. De verdad, estoy absolutamente arrepentida. Sin embargo, el punto de la conversación no soy yo, sino Tom. Dale una segunda oportunidad, sé que si hay alguien que te ama es él. Jamás en mi vida lo vi enamorado y mucho menos me lo imaginé enamorado de la forma en que lo está. Es increíble que yo haya vuelto y no reconozca a Tom. Es otra persona y se nota cuando habla de ti. Creo que tienes motivos para dudar de su amor mas también tienes motivos para afirmar que te ama con todo su ser. Y es más larga la segunda lista que la primera.

El corazón de Bill comenzaba a ablandarse poco a poco. Todas las opiniones que había recibido y todas las personas con las cuales había hablado le habían dado indicio de que me perdonase. Pero no lo hacían sólo porque me querían o algo por el estilo sino porque se notaba a quinientos kilómetros a la redonda que yo estaba perdidamente enamorado de mi hermano. No sólo eso era notable, también lo era mi gran cambio con respecto al amor. O digamos que más que amor se podría llamar “juego”. Toda mi vida había jugado con las mujeres y pasar repentinamente de hacer eso a enamorarme de verdad era algo que nadie podía creer. Ni siquiera yo mismo terminaba de creerlo.

Aunque Bill no sabía perdonar muy fácil que digamos, tenía que hacerlo. No podía perder al amor de su vida por su gran orgullo y por su capacidad de no saber perdonar. Yo tampoco quería perderlo por mi capacidad de no medir mis hechos. Ninguno de los dos podía seguir actuando como si estuviese soltero, estábamos de novios y eso era algo que nos debía entrar en nuestra cabeza. El egoísmo y el orgullo debía pasar a segundo plano.

 

 

Capítulo XXVII: “Recapacitando”.

 

...Que las cosas no estuvieran mal no significaba que todo estaba perfecto...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=MgBRhgeQMEg ]

 

Si me tengo que enojar contigo lo voy a hacer, no tengo drama alguno. Sin embargo, mi gran problema, Camille, es el miedo. ¿Qué pasa si Tom vuelve a besar a cualquiera estando borracho? Pensará a lo mejor que siempre lo perdonaré y lo que quiero yo no es eso. Yo quiero y necesito a alguien que me ame, no quiero ser otro de sus juegos. Tú conoces a mi hermano en el aspecto mujeriego y sabes cómo es. A lo mejor él me demostró que cambió pero no sé si realmente eso es así.

Por ello es que te digo mi opinión, Bill. Para mí, sí cambió. Si algunos aspectos de ti son negativos me parece que debes cambiarlos por la persona que amas. Y él ha hecho exactamente eso. Por más que no he hablado con él durante horas, sé que eso es así. Si tú hubieses sido uno más de su lista él no estaría como está ahora ni buscando tu perdón como lo está haciendo ahora. ¿No crees?

Sí. Puede ser. Pensaré en lo que me has dicho. Y aunque no confío demasiado en ti creo que tienes razón porque varias personas me lo han hecho saber. Además creo que si quisieras separarnos o estar con Tom no vendrías a decirme esto.

Claro que no. No me interesa si me perdonas a mí o no, Bill. Sólo quiero que intentes escuchar a tu corazón y pensar en la posibilidad de perdonar a Tom. Y tampoco te digo que lo perdones ya, ni mañana ni pasado pero a la larga hazlo. Ustedes jamás estuvieron peleados mucho tiempo. ¿O sí?

Sí. Estuvimos tres meses sin hablarnos ni vernos.

¿De verdad? –preguntó Camille asombrada.

Sí. Sin embargo, la reconciliación fue lo mejor que me pasó en el mundo. Ese fue el mejor día de mi vida.

¿Entonces, Billy? Perdónalo. Ni tú ni Tom se merecen sufrir sabiendo que ambos se aman. Piénsalo. Ahora me voy, espero haber podido hacer algo. Me sentía tan inútil sin poder ayudarlos sabiendo lo que hice.

Agradezco tu ayuda. Quédate tranquila porque has hecho algo.

Bueno, me voy. Adiós. Nos vemos, Bill.

Suerte. Adiós.

Mi gemelo acompañó a nuestra prima a la puerta y ella se retiró de casa.

Aproximadamente una hora después, Gustav y yo fuimos a casa. Él había quedado en ir para hablar con mi gemelo.

Cuando entramos a casa, Bill se encontraba en el sillón del living acostado. Estaba pensando qué haría de su vida. No sabía si volver conmigo y perdonarme o dejarme para siempre.

Hola, Bill –saludó Gustav al entrar a casa.

Yo entré por detrás del rubio y miré a mi gemelo completamente perdido en él. Bill me miró de la misma manera que yo. Extrañaba esa mirada tierna con la cual él me miraba cuando todo estaba bien. Hacía mucho tiempo que no podía observar y ver en sus ojos la verdad de que me amaba.

Hola... –respondió mi gemelo al saludo de Gustav.

Yo me iré arriba, Gus –afirmé subiendo las escaleras.

Okay.

Luego de que se sintió el ruido de que cerré la puerta de mi habitación, Gustav comenzó a hablar.

No puedo creer que ni siquiera se saluden –dijo el rubio decepcionado y algo triste.

No soy yo quien lo debe hacer –respondió Bill.

Oye, ambos son unos orgullosos.

Lo sé.

Vine aquí porque quedé en venir para hablar sobre tú y Tom.

No hace falta que lo hagas, Gus. Ya lo entendí todo. Debo perdonar a Tom.

¿Me estás hablando en serio? –preguntó Gustav completamente sorprendido.

Sí. ¿Por qué te sorprendes?

Porque hasta hacía unas horas atrás no querías saber más nada con tu hermano, lo odiabas con toda tu alma y no sé cuántas barbaridades más.

Te contaré por qué cambié de opinión tan rápido.

Sí, por favor. No entiendo nada.

Lo que pasó fue que vino Camille.

¿Y qué quería?

Me contó toda la verdad. Y estoy seguro de que no es mentira porque si realmente quisiera estar con Tom no hubiera venido a hablar conmigo. Me hizo dar cuenta de que en verdad Tom cambió. Obvio que primero necesito que él me demuestre que no es el mismo de antes. De todas formas, le daré la seguridad de que sepa que lo amo. Creo que es lo que él necesita.

Fantástico. Empiezo a creer que tu prima no es mala. Es más, le estoy agradeciendo que haya venido a hablar contigo. Pensé que hoy tendría que ponerte una pistola en la cabeza para que te dieras cuenta de la verdad.

Pero no has tenido que hacerlo. Todos se merecen una segunda oportunidad.

Así se piensa, Bill. No quiero que pienses que vivo para defender a Tom sino me parece que es lo mejor para ambos. Sé que cuando tu gemelo comete un error no lo vuelve a repetir. Creo que esta vez ha escarmentado.

Ojalá que sí. Vuelve a hacer lo que hizo y que se olvide de mí para siempre.

Sí, por supuesto.

Ahora le daré un tiempo para ver qué hace para recuperarme. ¿Tú dices que le avise de ello para que no sufra?

No hace falta. Tom sabe que debe demostrarte su amor. Además no está tan mal como antes. Lo hiciste ilusionar anoche cuando le dijiste que no podrías dejar de amarlo de un día para el otro.

Es que por más que yo haya dicho que lo odiaba cualquiera sabe que eso es mentira. Lo amo más que a todo lo existente en este universo. Y estos dos días que hemos estado sin hablar me han estado matando. Aunque no lo demuestre, lo extraño.

Lo sé, Bill. No hace falta que me lo digas. Sé cuanto amas a Tom y si algún día dices que lo odias no te creeré. Tú lo has dicho: no se puede dejar de amar a alguien de un día para el otro.

No. Y ahora lo sé más que nunca.

¿No quieres preguntarle a tu hermano cómo está? Digo... Así comienzas a prestarle atención.

Me encantaría. ¿Puedes llamarlo?

¡Tom! –exclamó Gustav.

Yo estaba practicando guitarra cuando sentí el grito del rubio. Inmediatamente dejé de hacer lo que estaba haciendo y bajé para ver qué quería el baterista.

¿Qué pasa? –cuestioné dándome cuenta de que Bill miraba hacia el suelo.

Bill, te toca hablar –indicó Gustav.

Bill alzó su mirada y la enfocó en mí.

Te amo con el alma, amor de mi vida –afirmó Bill.

Mi gemelo nos dejó atónitos a Gustav y a mí. Ninguno de los dos se esperaba que él me dijera eso. Pensé que me diría algo insignificante mas me dejó perplejo con lo que había dicho. Definitivamente esas palabras me habían alegrado el día, sin lugar a dudas. Era cierto, él aún me amaba y no me odiaba. Jamás pensé que me diría semejante cosa después de todo lo que había pasado. Mi consciencia todos los días me torturaba pensando en que nunca más iba a volver a escuchar pronunciar las palabras “te amo” de los labios de mi hermano. Pero pensar en ello había constituido un pensamiento errado.

Sin poder evitarlo, sin siquiera pensar si estaba bien o mal, sonreí. Él lo había hecho, había logrado que yo sonriese como hacía tanto que no pasaba.

Te amo con todo lo que soy, amor de mi vida –respondí cuando pude hablar.

Ambos nos olvidamos por completo de que Gustav estaba ahí. Sin embargo, a él no le molestó en absoluto. Incluso sonreía porque sabía lo feliz que nos había hecho a ambos confesarnos lo que sentíamos. O recordarnos lo que sentíamos.

Bill se levantó de donde estaba sentado y me abrazó con todas sus fuerzas. Por supuesto que yo respondí a ese abrazo como si fuese el último de nuestra vida, de nuestra existencia. Ambos perdimos la noción del lugar y del tiempo y nos quedamos un largo rato abrazados.

Hubiera querido besarlo apasionadamente pero sabía que no era el momento. Que las cosas no estuvieran mal no significaba que todo estaba perfecto ni que todo era color de rosas. Y yo sabía que Bill pensaba así, por ello no quise meter la pata en ningún momento.

Esto no quiere decir que te haya perdonado. Lo haré si tan sólo me demuestras una vez más cuánto me amas –explicó Bill al desprendernos del extenso abrazo que nos habíamos dado.

Te juro por lo más sagrado que tengo que lo haré. Es una promesa que no se va a esfumar al igual que no lo harán todas nuestras promesas anteriores. Gracias por alegrarme el día.

Gracias a ti. Por ahora sólo seremos hermanos y te hablaré como tal hasta que las cosas cambien. Espero no te molestes. Lo que menos quiero es que nos hagamos mal, ¿sí?

Te entiendo, Billy. Sabes que siempre lo hice y lo haré.

Te agradezco que seas así de comprensivo. Ahora si quieres ve y sigue haciendo lo que estabas haciendo. Debo terminar de hablar con Gus.

Okay. Los dejaré que hablen. Gracias nuevamente, Billy.

Subí las escaleras con una sonrisa que era más fuerte que yo. No podía evitarlo, amaba a Bill como jamás pensé que lo amaría. Y cada día que pasaba en vez de olvidarlo lo amaba un poco más, aunque eso fuese casi imposible. Daba gracias a la vida de haber encontrado a mi alma gemela. Y era mi alma gemela en todos los sentidos.

 

 

Capítulo XXVIII: “No bajemos los brazos”.

 

...No lo voy a hacer, porque te amo...”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=WmPo8F2DUsA ]

 

Nunca pensé que le dirías eso –afirmó Gustav sorprendido.

Yo tampoco. Pero sinceramente me salió del alma. Necesitaba decírselo. ¿Piensas que he hecho bien?

Sí, Bill. Fue lo mejor que podrías haber hecho. El problema ahora es que Tom está completamente ilusionado con volver contigo. Espero esa ilusión no sea en vano.

Ojalá que no.

Gustav luego de hablar un rato más con mi hermano, se fue de casa.

Al día siguiente, Bill fue a casa de Candy ya que debía comenzar con la “psicología” para que ella no robase nunca más.

Hola... –saludó mi gemelo sonriente al entrar a la casa de la muchacha.

Hola, Bill –contestó ella sonriendo del mismo modo que él.

Hay un olor extraño.

¿Sí? ¿Olor a qué? –cuestionó Candy frunciendo el ceño.

No lo sé. Es extraño.

Yo no siento nada.

Huele como...

Ay, Bill. No huele a nada –respondió la rubia algo nerviosa.

Bill se acercó a ella y le husmeó el cabello.

Usas un riquísimo perfume –afirmó mi gemelo seriamente.

¿De verdad? –cuestionó Candy sonrojándose.

Sí. Pero no sólo tienes olor a perfume. ¿Sabes a qué más huele tu cabello?

No. ¿A qué?

Tú sabes bien a qué.

No sé de qué hablas.

Candy, además de robar ¿te drogas?

Ella dio vuelta su rostro y quedó dándole la espalda a mi gemelo, sin responder a la pregunta que le había realizado el mismo.

Sí. ¿También me la quitarás? —preguntó Candy sonriendo con ironía.

No. Si me encanta que lo hagas –contestó mi gemelo sarcásticamente.

Ah, mejor entonces.

Estaba siendo sarcástico. ¿Te drogas por la misma razón que robas o hay otra cosa que no me has contado?

Por lo que te conté, porque tengo un hermano perdido y porque no puedo dejar de hacerlo.

¿Tienes un hermano perdido? –cuestionó Bill atónito.

Sí. ¿Quieres algún motivo más por el cual me drogo?

¿Tienes más?

No. Pero a lo mejor eso no es demasiado para ti.

Nada es demasiado para llegar al extremo de recurrir a las drogas.

Vete, Bill. No quiero moralistas en mi casa. Ni menos gente que me puede enviar a la cárcel.

¿Tú realmente piensas que te enviaría a la cárcel en estas instancias? Si lo querría haber hecho, lo hubiese hecho antes. Y no soy ningún moralista, sólo quiero lo mejor para ti.

¿Por qué? Si no tienes nada que ver conmigo.

¿Acaso no puedo ayudar a alguien desconocido?

¿Y por qué tendrías que hacerlo? ¿De dónde surge tanta caridad, Bill?

Eres un caso perdido. ¿Me puedes explicar por qué no quieres recibir mi ayuda?

Yo jamás dije eso.

Pero lo insinúas con cada queja tuya. Mira, sé que no confías en nadie pero apuesto a que puedes hacerlo conmigo. No te decepcionaré de verdad, Candy. No sé por qué tienes tanto miedo.

Creo que si estuvieras en mi lugar entenderías por qué tengo tanto miedo.

Bueno, entiendo. Está bien. Te hago una pregunta y no te molesto más entonces. ¿Quieres que te ayude o no? Respóndeme con toda la sinceridad posible.

Sí, Bill. Quiero que me ayudes. Debo dejar de robar, de drogarme y aprender a confiar en la gente. Y creo que tú eres la persona indicada para hacerlo.

Mi gemelo sonrió feliz por lo que había dicho Candy.

¿Ves que a veces tienes fuerza de voluntad? Tú aparentas ser algo que no eres, Candy. Conmigo puedes ser buena, no hace falta que me trates mal. Sé cómo tratar a las mujeres.

Creo que si quedan personas amables en el mundo eres tú una de ellas, Bill. Gracias.

No agradezcas y comencemos.

¿Qué haremos hoy? –cuestionó Candy sonriente.

Me encanta que sonrías –acotó Bill–. Quiero que vayamos al puesto de periódicos de ayer y devuelvas lo que has robado.

¿Estás loco?

No que yo sepa. Lo harás. Te prometo que no te pasará nada.

¿Y tú crees que con tus promesas me basta? ¡Me enviarán a la cárcel y no te van a preguntar a ti!

Dios, ¡cálmate, mujer! Si realmente quieres cambiar, lo harás. Estoy seguro.

No lo haré ni aunque me paguen.

Entonces no tengo nada más que hacer aquí.

Bill se dirigió hacia la puerta y cuando estaba a punto de salir, Candy lo detuvo.

Espera. Está bien, lo haré. Pero ten en cuenta que te odio.

Yo también te odio. Vamos y toma las revistas si vas a ir.

Candy se dirigió hacia su habitación e hizo lo que Bill le había dicho. Luego ambos se dirigieron hacia el puesto de periódicos que Candy había robado hacía algunos días atrás.

¿Qué haré? ¿Qué le digo? Señor, perdone, soy una ladrona compulsiva. No me envíe a la cárcel –se burlaba Candy sarcásticamente.

Dile lo primero que se te venga a la mente –respondió Bill sin prestarle demasiada atención a la chica.

Cuando llegaron al puesto de periódicos, el dueño del mismo inmediatamente reconoció a Candy y a Bill. Ella dejó a la vista las revistas que había robado el día anterior sin decir palabra alguna.

Habla –pidió Bill mirándola fijamente.

Esto le pertenece. Perdóneme. Estoy realmente arrepentida. Le ruego no me mande a la cárcel –explicó ella atemorizada por el rostro serio del dueño del puesto.

No lo haré. Jamás pensé que existía aún gente que se arrepintiese de robar. Te agradezco –respondió sonriente el vendedor.

Candy también sonrió. No podía creer que Bill hubiese tenido razón. Se sentía bien por lo que acababa de hacer y era la primera vez que le pasaba. Al fin pudo sentir que hacía algo bien por la humanidad y a su vez, por ella misma.

Bill también estaba feliz y orgulloso por Candy. Nunca pensó que ella le haría caso en semejante petición.

Debo pedirle perdón por dejarla ir pero no podía hacer otra cosa –añadió mi gemelo hablándole al vendedor–. La conocía.

No pidas perdón, Bill. Tú has sido el buen hombre que me trajo hasta aquí. —añadió Candy.

Gracias a ambos. Se merecen lo mejor –respondió el vendedor de diarios feliz.

No es así, pero gracias de todos modos. Que le vaya bien y tenga un buen día. —saludó Candy para retirarse.

Suerte. Adiós –saludó también Bill.

Que estén bien, niños. Que Dios los bendiga.

Candy y Bill se dirigieron hacia el hogar de ella con una gran sonrisa en el rostro.

Te abrazaría pero está lleno de paparazzis –explicó ella contenta.

Como si no estuviese acostumbrado a que inventen historias falsas. Si quieres hacerlo, hazlo.

Mejor en casa.

Apenas ambos entraron a la casa de la rubia, ella lo abrazó con todas sus fuerzas y mi gemelo respondió felizmente a su abrazo.

No sé cuándo fue la última vez que abracé a alguien –afirmó ella sin soltar a Bill.

Repito, ¿ves que cuando quieres, puedes? Te felicito. Eres una persona fuerte y valiente, Candy.

¿Fuerte? Acabo de agachar la cabeza y casi le lloro a la persona que le robé.

¿Y eso para ti es señal de debilidad?

Sí. No demuestro valentía.

Candy, hazme el favor de callarte. Eres fuerte porque no todas las personas piden perdón y no todas las personas se arrepienten de lo que han hecho.

Está bien. Tú ganas de nuevo. Gracias, Bill.

Todavía no agradezcas. Falta mucho que hacer.

Nada de lo que hago te gusta. Te trato bien, no quieres, te trato mal, tampoco quieres. Me puedes explicar, ¿qué es lo que quieres? —cuestionó Candy furiosa.

Bill rió por el planteo de Candy.

Somos muy diferentes. Creo que va a costarnos demasiado tiempo que nos llevemos bien –acotó Bill.

Sí. Pienso igual.

Bueno, Candy, me voy. Si me quedo aquí va a ser para que continuemos peleando. Volveré dentro de dos días.

Está bien. Tienes razón. Adiós. Suerte –saludó Candy besando en la mejilla a mi gemelo.

Nos vemos. Suerte para ti también y controla tus impulsos.

Bill se dirigió a casa en su Cadillac. Todo el camino fue sonriente porque le gustaba ayudar a Candy. A pesar de que eran como dos polos opuestos, a ambos les gustaba compartir momentos con el otro. Solamente que ello no se notaba demasiado.

Por otra parte, yo había aprovechado que él no estaba para ocuparme de un asunto: cómo hacer para recuperar su amor perdido.

Había pensado toda la tarde hasta que una idea se me cruzó por la cabeza. Además del álbum de fotos, le daría a Bill otra sorpresa. Me llevaría trabajo pero suponía que valdría la pena.

Cuando mi hermano entró a casa, lo primero que vio fue dicha sorpresa.

Dios mío... –susurró él completamente asombrado.

Él comenzó a caminar por la escalera despegando cada papelito que yo había dejado pegado en ella. Cada papel contenía una frase que alguna vez alguno de los dos había dicho.

Por verte haré cualquier cosa... –leyó Bill la primera frase—. ¿Quieres ser mi novio? –continuó mi gemelo leyendo las frases.

Tomó la tercera frase y decía: “todos mis miedos se van cuando estoy contigo”. Indudablemente, esa oración también había sido dicha por alguno de los dos.

Perdóname por no haber rechazado un abrazo que no valía nada a comparación de los tuyos.

Por último, Bill tomó la quinta frase que estaba ya en el final de la escalera y la leyó.

Quiere que nos separemos, Billy. No lo voy a hacer, porque te amo.

 

 

 

Capítulo XXIX: “Guardaré nuestros recuerdos”.

 

...Nacimos estando juntos y para estar así por el resto de nuestras vidas...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=7mZ0FxN—fzI ]

 

Luego de leer las frases, Bill pudo recordar todos y cada uno de los momentos por los cuales ambos habíamos atravesado. Habían sido muchas tristezas, muchas alegrías pero cada instante que vivimos juntos había sido especial.

Mi gemelo sintió unas inmensas ganas de llorar en ese momento. Me extrañaba porque me necesitaba y yo era su vida. Así como él era la mía.

Yo me encontraba espiando por la cerradura de mi habitación sus movimientos. Y observé cómo su rostro se había modificado profundamente desde que había comenzado a subir las escaleras hasta que terminó de hacerlo.

Apenas mi hermano llegó arriba, abrí la puerta de mi habitación y lo sorprendí aun más.

Hola –saludé sonriente apoyado en el marco de la puerta.

Hola –me respondió Bill con algo de melancolía en su rostro.

¿Pasas? Quiero contarte algo.

Bill ingresó a mi habitación y yo lo hice por detrás de él.

Siéntate, me llevará algo de tiempo lo que tengo que hacer –le pedí a mi hermano, quien acató mis órdenes al instante.

Tomé el álbum de fotos que había realizado de la mesa de luz y me senté en la cama, al lado de mi gemelo. Abrí el álbum y le mostré la primera página, en la cual había una foto de ambos cuando éramos bebés.

¿Ves? Tú desde el principio de mi vida fuiste especial. No sé qué hubiera sido de mí si jamás te hubiese tenido. ¿Imaginas lo que sería yo sin ti? ¿Te imaginas la vida sin mí? Porque yo no puedo imaginármela sin ti. Nacimos estando juntos y para estar así por el resto de nuestras vidas. Ni aunque quisiera podría separarme de ti, Bill, y lo sabes perfectamente.

Pasé la hoja del álbum y aparecía una foto en la que salíamos Bill y yo ya más grandes, cuando estábamos en el colegio.

Creo que esta fue la etapa de mi vida que más marcada está. ¿Sabes por qué? Porque supe que tenía que cuidarte, que estaba en este mundo para que nadie te hiciera daño, para que nadie te lastimara. Y desde ahí comenzaste a darle sentido a mi vida, tal como lo haces hasta el día de hoy.

No hizo falta en ningún momento hacer callar a mi hermano debido a que nunca amagó siquiera a hablar. Él sabía exactamente que sólo yo quería hacerlo. Él luego tendría tiempo para expresar sus sentimientos.

La foto que seguía era una foto de la banda.

Esto es lo que amo hacer, fue mi sueño alguna vez y se hizo realidad. Pero otro sueño también era que mi hermano fuese feliz y sé que lo eres porque tienes una banda, porque cantas y es lo que siempre amaste hacer. Si no hubiera conocido a Georg y a Gustav, en este momento tendría como amigo a una basura. Y si no los hubiera conocido jamás hubiera sabido lo mucho que era capaz de amarte, de entregarte, de entregarme a ti. Tantas cosas no hubieran pasado sin conocerlos a ellos. Y el motivo por el cual la pongo en el álbum es porque nos hace feliz a ambos y es otra de las cosas que compartimos.

Cuando pasé la página me encontré con la foto más maravillosa de todo el álbum. En ella, Bill estaba cantando. O mejor dicho, me estaba cantando.

Recuerdo la primera vez que cantaste “Monsoon”. Me quedé impactado por lo hermosa que era esa canción. Y de ahí en más me la cantaste en cada concierto. En aquel tiempo no éramos más que gemelos pero estoy seguro de que tú siempre me quisiste transmitir que estabas enamorado de mí. No sé exactamente cuándo te enamoraste de mí mas luego me lo dirás.

Pasé dos o tres páginas del álbum en las cuales había muchas fotos de conciertos, giras, etcétera. Iba a ir a lo importante.

La próxima foto era una que le había robado a mi gemelo de su álbum, en la cual estábamos cenando en San Francisco.

Perdóname porque las mejores vacaciones se terminaron por mi culpa. ¿Sabes? Ni las pesadillas ni las amenazas lograron arruinarlas debido a que te tenía a ti y la felicidad que me daba tenerte no se opacaba con nada. Quiero volver a tenerte entre mis brazos, Bill. Así podré superar cualquier obstáculo de esta vida y podré ser realmente feliz. Si no te tengo fingiré que todo estará bien, sin embargo por dentro iré muriendo lentamente. Te necesito –afirmé angustiado e hice una pausa para después continuar–. Y la foto que sigue se relaciona un poco con la anterior. Es de la playa en la cual nos encontramos cuando volví al país. Es la foto de nuestra playa. No estamos nosotros mas creo que nuestros recuerdos bastan para saber que ese fue un encuentro inolvidable. Nunca podré olvidar todo lo que pasó allí, Bill. Fue lo más fantástico y maravilloso que alguien puede pedir jamás. Y lo más preciado de ese momento fue el saber que confiaste en mí y pudiste volver a estar entre mis brazos después de la situación traumante que habías tenido. Eso es algo de lo que siempre voy a estar agradecido. Ojalá pudieras ahora encontrar la confianza que necesitas para conmigo. Bueno... todavía quedan más fotos, pero prefiero que las veas tú solo. Me falta explicarte un par de cosas más y listo, te dejaré libre. Quiero hablarte de las frases que encontraste en la escalera. ¿Me ayudas recordándome qué decía cada una? —pregunté amablemente.

Por verte haré cualquier cosa –leyó mi gemelo la frase con la garganta algo anudada por todo lo que yo le había dicho.

Esa frase la dijiste tú cuando yo me encontraba en casa de Melany y no nos podíamos ver porque le teníamos miedo. Superamos cualquier miedo y logramos vernos y pasar una de las mejores noches de toda nuestra vida. Y te respondo, mi amor, yo también por verte haría cualquier cosa, hasta incluso rompería muros si lo tuviese que hacer.

No me importaba si mi hermano pensaba que era un tonto por decir tantas pavadas juntas, lo importante era que él debía saber lo mucho que lo amaba.

Si no me equivoco, la segunda frase decía: ¿Quieres ser mi novio? Y a ello te lo pregunté esa misma noche en casa de Melany, debajo de la lluvia, mientras ambos sonreíamos encantados por el amor que nos teníamos. Ese amor no ha cambiado, al menos de mi parte. Jamás cambió, ni siquiera fue puesto en duda. Te amo como el primer día, Bill. Entiéndelo.

Acerqué mi mano a la de Bill ya que en ella tenía la siguiente frase. Acaricié su mano en el intento de sacarle el papel. Por supuesto que ello había sido a propósito.

Bueno, a esta frase me la dijiste tú. Todos mis miedos se van cuando estoy contigo. Realmente le pido a la vida que eso hoy sea así. No sé. Por mi parte la frase es una afirmación verdadera. Si yo hubiera tenido que enfrentar todo lo que nos ha pasado solo, hoy no estaría aquí. Estaría internado en un loquero por vivir perseguido. No obstante, eso no es así gracias a ti. El miedo no existe si estoy a tu lado.

Si... —dijo Bill pero lo interrumpí.

Sólo un segundo más.

Cuando salí de la cárcel y abracé a Melany te enojaste conmigo. Y tenías todo el derecho de hacerlo. Te pedí perdón y te dije que ese abrazo no era nada a comparación de uno de tus abrazos. No mentí cuando ello salió de mi boca y esas disculpas eran sinceras. Y ahora quiero decirte que me perdones porque a veces soy un idiota. Sé que jamás debí haber besado a Camille. Estoy realmente arrepentido de que ello pasara. Perdóname. No obstante, la última frase trata de ello Bill. Nadie se interpondrá en nuestro camino y por más que Dios y todos los santos y el diablo quieran separarnos y junten sus fuerzas para hacerlo, no lo haremos, porque te amo. Te amo con el más sincero amor que se puede amar a alguien, con cada vena y arteria existente en mi organismo, con cada latido de mi corazón; cuando mis ojos pestañean pronuncian tu nombre, Bill. Si tú no estás presente en mi vida yo ya no sé lo que es respirar. Todo carece de sentido para mí si lo nuestro se termina definitivamente. Te amo y si a través de este año que hemos vivido juntos no te lo he demostrado, no me queda más remedio que rendirme. Sólo quiero que sepas que cuando viajé, tu nombre vivía en mi corazón, lo llevé tatuado y aún lo conservo. Allí, cuando salía a la calle cada persona se llamaba Bill Kaulitz y cada ser humano tenía tu rostro. Y a lo mejor estaba delirando, sí, pero porque ello se llamaba amor. Y aún se llama de ese modo. O si tu quieres le podemos decir obsesión. Tú eres mi obsesión. La obsesión por la cual lloré tres meses, es decir, noventa días consecutivos eres tú, Bill, nadie más. –terminé de expresar mis sentimientos con los ojos llenos de lágrimas, intentando que ellas no salieran.

 

Capítulo XXX: “Dos ángeles”.

 

...Cuando muera, el último suspiro será para ti...”

 

[ www.youtube.com/watch?v=xIMGZhEnNiI ]

 

Bill se acercó a mi rostro y besó mis labios con tanta pasión que hasta el día de mi muerte sería inolvidable ese beso.

La felicidad de ese momento no me cabía en el cuerpo. Por fin volvía a sentir sus labios sobre los míos, por fin podía sentir nuevamente que Bill me amaba, tal cual lo hacía hacía unos días atrás. Y si había algo de lo que estaba seguro, era que no volvería a cometer el mismo error jamás. Me podía haber tropezado con una piedra una vez, pero no lo haría dos veces con la misma.

Soy yo quien ahora te debe pedir perdón. Me equivoqué al dudar de tu amor. Jamás lo haré nuevamente, Tomy. Eres la persona con la cual quiero pasar el resto de mi vida y la eternidad también. “Juntos” será la palabra más preciada de aquí en más en mi vida porque así es como quiero que estemos siempre. Sólo seré feliz con saber que jamás volverás a hacer lo que hiciste con Camille.

Te prometo que nunca más volverá a suceder. Entonces, ¿empezamos desde cero? –pregunté sonriente.

Empezamos desde cero.

¿Sabes? Pensé que jamás me perdonarías.

Yo también lo pensé. Pero todos me dijeron que te perdonara y que no te dejara ir si eras el amor de mi vida.

¿Y lo soy?

Eres el amor de mi vida. El único que voy a tener por siempre. Te dejé ir una vez, no lo haré dos veces, mi amor.

Gracias, gracias, Bill. Te prometo que cuando muera, el último suspiro será para ti.

Jamás conocí esa parte tan tierna de ti. Quiero que seas así por el resto de tu vida. Y cambiaste, ahora lo confirmé más que nunca. Te amo, amor.

Nuevamente mi gemelo me besó. Cayó encima de mí pero en ningún momento dejó de rozar sus labios con los míos. Luego, comencé a acariciar su suave vientre. Extrañaba su olor, el dulce sabor de sus labios, su piel tersa como la de un bebé.

Quería hacerle el amor con tanta pasión como la primera vez. Y Bill también lo quería. Nos extrañábamos y la forma de demostrarlo era así. No siempre, por supuesto, porque el amor no se basa en ello sino que va mucho más allá.

Así fue como ambos hicimos caso a nuestros instintos. Comenzamos por acariciarnos mientras nos besábamos, luego quité su remera lentamente, pues debía recorrer cada parte de su cuerpo con mi mirada. Él sólo me miraba fijamente, amándome con sus ojos pardos.

Posteriormente, fue Bill a quien le tocó sacar mi remera. Lo hizo aun más lento que yo, rozando sus manos con mi piel. Ello me hacía dar escalofríos pero no podía negar que me encantaba.

Ves a grandes rasgos mi piel, mas si pudieras ver cada célula que hay en mí verías que cada una de ellas te pertenece –recité a modo de poema lo que me salió del corazón.

Bill sonrió pero sin prestarle mucha atención a lo que yo había dicho, continuó por desprender mi pantalón. Cuando lo hizo, intenté quitar el suyo, mas no me dejó hacerlo y me desnudó por completo.

¿Sabes? Esta vez quiero poseerte yo. Puedo, ¿no? –me preguntó Bill sonriente.

A mi gemelo ya nada le daba vergüenza, pues claro, esa era la confianza que nadie jamás había podido darle. Y que yo estaba orgulloso de haber podido hacerlo.

A sus órdenes. Lo que sea por darte lo que quieras, mi amor –respondí feliz de volver a ser yo junto a Bill.

Terminé de desvestir a mi hermano y estábamos listos para probar algo nuevo. Tenía miedo pero sabía que Bill haría su trabajo con sumo cuidado.

Espera, Tomy. ¿Estás seguro de que quieres cambiar los roles?

Sí, sí. ¿Por qué?

Porque sólo estaba bromeando. No quería cambiar. Yo no nací para eso –afirmó Bill para después lanzar una carcajada tremenda que terminó por contagiarme la risa.

Y allí estábamos ambos riendo, solos, dos hermanos a punto de hacer el amor, como si eso fuese lo más natural del mundo. Pero al miedo del qué dirían los demás lo habíamos perdido hacía mucho tiempo atrás.

Cuando nos terminamos de reír, comenzamos a hacer el amor de la misma manera que siempre lo habíamos hecho. Con la excepción de que ese día, por primera vez lo hicimos dos veces seguidas y con algunos agregados. Igualmente, lo que importaba no era la cantidad sino la calidad. Y, sin exagerar, ambos éramos los más tiernos teniendo sexo.

Esa noche antes de dormirnos, despedí a mi gemelo.

Buenas noches, mi angelito. Antes de dormirnos, ¿puedo preguntarte algo?

Sí, mi Tomy. Dime.

¿Por qué eres un ángel que no tiene alas?

Porque a las alas te las llevaste tú para cargarme y juntos volar.

Con razón que veo todo celestial. Estamos en el cielo.

Tomé la mano del amor de mi vida y quedando ambos enfrentados acostados, cerré mis ojos. Él me miró por unos segundos, cerró también sus ojos y me acompañó a soñar. Eso era todo lo que necesitaba para poder sobrevivir: un Bill que estuviese siempre junto a mí.

Al día siguiente, el teléfono sonó. Lo hizo por más de media hora hasta que finalmente Bill lo escuchó y lo atendió.

¿Bill? Soy Candy.

Ah, hola, Candy. ¿Todo bien?

No. Por eso te llamaba. Tengo muchas ganas de robar, ven si no quieres que lo haga. No sé cuánto tiempo más podré controlarme.

En un momento estaré allí. Tú sólo quédate ahí, no salgas de casa. Piensa en otra cosa que no sea robar.

Lo intentaré. Tú apúrate. Adiós.

Adiós. En cinco minutos salgo para allá.

Cortó la comunicación la rubia. Bill inmediatamente salió de la cama y se cambió. Yo ni me percaté de que mi hermano se había levantado.

Luego, él salió de casa, se subió al auto y manejó hacia el hogar de Candy.

Cuando hubo llegado allí, golpeó la puerta. La rubia salió.

Bill, al fin –afirmó ella como si mi gemelo se hubiese tardado mucho tiempo–. Pasa.

Hola –la saludó mi hermano dándole un beso en la mejilla.

Él entró a la casa de Candy.

¿Hiciste algo? –preguntó Bill intrigado.

No. Por suerte.

Mejor –dijo Bill sonriente–. ¿Quieres que a la clase que te tenía que dar mañana te la dé hoy?

Sí, sí, por favor.

Okay. Antes que nada quiero agradecerte por llamarme.

¿Por qué?

Porque apenas necesitaste mi ayuda me llamaste. No fuiste orgullosa de decir que podías sola. Me gustó eso.

Ay, no exageres, Bill. Sólo te llamé y listo.

Pero aprecio esas pequeñas cosas.

Estás de buen humor, ¿verdad? —cuestionó ella cambiando por completo de tema.

Sí. ¿Cómo lo sabes?

Me di cuenta porque estás menos odioso que siempre. ¿A qué se debe el buen humor? Si puedo saber.

¿Recuerdas la chica de la que te hablé? ¿La que me había engañado estando borracha? Bueno, volví con ella. La perdoné.

Me alegro por ti –respondió ella acompañando a la sonrisa de mi gemelo con una suya.

En ese momento, yo me estaba despertando. Después de recorrer toda la casa, me percaté de que Bill no estaba allí. Me pregunté en dónde estaría. Lo llamaría para averiguarlo.

¿Hola? –atendió el teléfono mi gemelo.

Mi amor, ¿dónde estás? Te fuiste de casa sin avisar nada.

Ah, sí. Perdóname. Luego te explico todo.

Bueno. Me preocupé porque cuando me desperté no estabas. ¿Está todo bien? Suenas raro.

Estoy bien, mi amor. No te preocupes. Más tarde voy a casa.

Bueno, Billy. Te espero. Adiós. Te amo.

Yo también. Adiós.

Me pareció algo extraño que Bill no me hubiese querido contar en dónde se encontraba. Sin embargo, debía confiar en él como él empezaría a hacerlo para conmigo. O al menos así lo debía hacer.

Justo cuando me quedé pensando, me sonó el teléfono.

¿Hola?

¡Hijo! ¡Desaparecido al igual que tu hermano! ¿¡Cómo estás, cariño?! –exclamó mamá feliz por volver a oír mi voz.

Bien, madre. ¿Tú? ¿Cómo has estado? Te extraño. Perdóname porque no te he llamado.

Bien, hijo. Sí, al parecer no tienes madre.

Perdón, mamá. Sabes que Bill y yo estamos en nuestro mundo.

Hablando de él, ¿está ahí?

No. Se ha ido pero no sé a dónde.

Ay, hijo. Nos tenemos que ver así me cuentan de sus vidas.

Sí, mamá.

Algún día de esta semana quizás vaya a verlos. Ahora te quería pedir un favor, Tom. A ti y a tu hermano también.

Dime, mamá.

Camille hoy a la noche vuelve a Francia. Y no quiere que ustedes sepan que se va. No sé por qué. Así que quería que vinieran así la despiden.

¿¡Cómo que se va y no quiere despedirse?! –cuestioné exaltado.

Sí. Eso me ha dicho.

¿A qué hora es el vuelo?

A las ocho.

Bueno, entonces iremos un poco más temprano para despedirnos de ella.

Dale, hijo. No te olvides de decirle a Bill. Los espero. Adiós. Te amo.

Adiós, mamá. Te amo.

 

Capítulo XXXI: “Lo maravilloso de vivir”.

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=YQrkCaeFmgk ]

 

¿Era ella? —le preguntó Candy a Bill luego de que él cortó la llamada conmigo.

Sí –mintió mi gemelo.

Ah. Oye, ¿y qué me harás hacer hoy?

Saldremos a caminar.

¿Sólo eso? —cuestionó la rubia sorprendida.

Sí. Así veremos cuánto aguantas sin robar algo de todo lo que verás en la calle.

Ah, eres malvado.

Demasiado.

Candy y Bill estuvieron caminando como dos horas por el centro de la ciudad. Ella no sintió ganas de robar en ningún momento porque estaba entretenida hablando con mi hermano.

Cuando ya estaban por volver ambos a sus respectivos hogares, él la invitó a tomar un helado en lugar de almorzar. Ella aceptó con gusto.

Detrás tuyo está lleno de paparazzis –afirmó Bill intentando esconder su rostro.

Qué imbéciles. Los voy a matar –respondió ella dándose la vuelta.

Los paparazzis, por supuesto, aprovecharon para sacar varias fotos que involucraban a Bill y a Candy, pero a ninguno de ellos dos les importó.

Se hicieron las tres y media de la tarde y Bill aún no regresaba a casa. Lo esperé una hora para almorzar, sin embargo él no volvía. Decidí comer solo.

Estaba a punto de subir las escaleras para dormirme una siesta cuando sentí el ruido de la puerta. Indudablemente, era Bill quien había llegado.

Mi amor, perdóname. No pude almorzar contigo –se lamentó Bill.

No hay problema, Billy –mentí algo decepcionado por mi gemelo.

Él se acercó, me abrazó y luego me besó.

Ven, debo explicarte en dónde estaba –afirmó mi hermano tomándome de la mano y llevándome hasta el sillón–. ¿Recuerdas a Candy?

No. ¿Qué Candy?

La muchacha que contratamos para que golpee al padre de Melany.

Ah, sí. Ya sé quien es. ¿Qué tiene ella?

Es ladrona y se droga.

No me extrañaría de una persona como ella.

¡Tom! —gritó Bill algo enojado.

¿Qué? Si es verdad. Bueno, continúa.

Bueno. Es una historia muy larga. No obstante, lo más importante es que quiero ayudarla a que deje de hacer lo que hace. Y para ello le doy clases o algo parecido.

¿Y tú piensas que puedes ayudarla y que tiene arreglo?

Tom, por supuesto. Esta mañana ella me llamó diciéndome que tenía ganas de robar así que inmediatamente fui a verla.

Y dejaste a Tomy solo –me quejé haciendo puchero.

Perdóname, mi amor. Jamás te dejaré solo. Te amo mucho, mucho.

Yo también, mi vida.

Lo besé.

Ah, antes de que me olvide tengo que decirte algo, Billy.

Dime.

Camille hoy vuelve a Francia. Me tuvo que avisar mamá porque ella no quiere que sepamos que se va. Mamá quiere que vayamos a despedirla. ¿Tú qué dices?

Bill se quedó un momento pensativo.

Si no quieres ir, no vayas –agregué.

Sí quiero ir. Ella es nuestra prima después de todo.

Sonreí al oír la respuesta de Bill.

Sí. Lo es. Su vuelo sale a las ocho.

Bueno. ¿Quieres que vamos ahora a casa de mamá? La extraño y de paso hacemos las pases con Camille.

Dale. Me encanta la idea. Vamos.

Ambos nos cambiamos y nos dirigimos hacia la casa de mamá.

¡Hijos! –exclamó mamá al vernos.

¡Mamá! –gritamos Bill y yo al unísono..

Los tres nos abrazamos. Nos extrañábamos. Luego, entramos a casa y saludamos a Gordon.

¿Y Camille? –pregunté.

Está en su habitación empacando. No sabe que vendrían ustedes –me respondió mamá.

¿Vamos, Bill, a sorprenderla?

Sí. Dale.

Ambos caminamos sin hacer el menor ruido hasta la habitación en la que se encontraba nuestra prima. Ella estaba espacando.

¿Necesitas ayuda? —le preguntó mi gemelo a ella tomándola por sorpresa.

¡Chicos! ¿Qué hacen aquí? –cuestionó ella completamente sorprendida pero sonriente.

Vinimos a darte una linda despedida –contesté a su interrogante.

¿Cómo...? Oh, Simone. La mataré. Ella les dijo, ¿verdad?

Sí. Pero qué importa –respondió mi hermano—. Quiero hablar contigo, Cami.

Ella dejó de hacer lo que estaba haciendo y se sentó en la cama. Le hizo una seña a Bill de que se sentase junto a ella.

Los dejo solos. Hablen tranquilos. —dije para luego retirarme de la habitación.

¿Se han arreglado? —le preguntó Camille a Bill.

Sí. Gracias a Dios. No sé cómo se me pudo cruzar por la cabeza la idea de que mi gemelo no me amaba. Él lo hace tanto como yo lo hago.

¿Viste, Bill? Te lo dije. Él te ama con todo su ser, te lo aseguro.

Te debo agradecer porque creo que si jamás hubieses ido a hablar a casa, no me hubiera dado cuenta de la verdad. Estaba muy enojado y sólo veía lo que había sucedido, no quería saber ni siquiera las razones por las cuales había pasado lo que pasó. Perdóname si te traté mal, Camille. Te conozco desde que éramos muy pequeños y creo que no vale la pena que estemos peleados por un error que puede cometer cualquiera.

No importa, Bill. Te lo aclaré desde un principio, mientras tú y Tom estén bien, no importa nada más. Gracias por perdonarlo. Mi consciencia jamás estará del todo limpia, pero al menos aliviaste un poco del peso que traía conmigo. ¿Sabes? Eres una persona maravillosa, Bill. Jamás cambies. —afirmó ella abrazando a mi gemelo.

Tú también lo eres. Gracias por todo, Camille. Te debo mucho. Lamento no haber estado demasiado tiempo contigo desde que llegaste a Alemania. Te prometo que iremos Tom y yo a visitarte algún día a tu casa.

Bueno. Sería la mejor sorpresa. Te extrañaré, Bill.

Yo también, Cami. Te extrañaré muchísimo.

Y yo. —me entrometí en la conversación ingresando nuevamente al cuarto de nuestra prima.

¿De dónde has salido tú? —cuestionó mi hermano sorprendido.

¿Estabas escuchando todo, Tom? —preguntó Camille en el mismo estado de sorpresa que Bill.

Digamos que sí. —respondí sonriendo pícaramente.

Te odio, Tom. —dijo Bill cruelmente.

Hasta hace cinco minutos atrás me amabas.

Tiene razón. —acotó Camille.

Jamás podré odiarte, mi amor.

Bill estaba a punto de pararse para besarme, cuando alguien nos interrumpió.

¿Qué hacen, niños? —cuestionó mamá ingresando en la habitación.

Me quedé perplejo por un par de segundos y luego un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Creo que a Bill le sucedió exactamente lo mismo.

Nada. —respondió la única persona que no se quedó tan anonadada como mi hermano y yo—. Estábamos poniéndonos melancólicos. —mintió ella.

¿Qué les pasa a ustedes? —preguntó nuestra madre mirándome a mí y a Bill.

Nada. —respondí—.¿Por qué? —

¿Por qué tienen esa cara de sorprendidos?

Nos has hecho morir de un infarto, madre. ¿Cómo vas a gritar así? —le cuestionó mi gemelo.

Ay, no exageres, Bill. Ayúdenle a Camille, pobre. Yo vengo en un rato.

Mamá se fue de la habitación y Bill terminó besándome. Después de ello, mi hermano y yo le ayudamos a Camille a empacar lo que tenía en su habitación.

Estuvimos toda la tarde haciendo eso hasta que llegó la hora en la que nuestra prima debía irse. Dijimos que la acompañaríamos hasta el aeropuerto y así lo hicimos. Cuando estábamos allí sentados, esperando a que fuese la hora del vuelo de Camille, sucedió algo inesperado.

Joven, ¿¡me puede sostener un segundo a mi hijo!? —me preguntó una señora dándome en los brazos a un bebé que tenía aproximadamente tres meses de vida.

Bueno. —contesté sin siquiera pensarlo.

Gracias. ¡Lo que pasa es que mi otro hijo se ha ido corriendo y no lo veo! ¡Ya regreso! —exclamó ella completamente desesperada.

La mujer se alejó de nuestra vista y Bill y Camille se quedaron tan sorprendidos como yo.

Había recibido al bebé y no paraba de llorar.

Tranquilo, tranquilo... —intenté calmarlo.

Como por arte de magia, el niño me miró cesando el llanto. Me quedé sorprendido.

Se ve que con tu voz lo has calmado. —opinó Bill sonriente.

Parece que así es. —respondí sonriendo también.

Comencé a tocar las suaves manos del bebé. Era hermoso. Él me sonreía amistosamente y yo respondía a su dulce sonrisa con mimos.

Luces bien como papá. —acotó Camille.

¿Tú dices? —pregunté casi sin creerlo.

Te ves como el mejor padre del mundo. —contestó Bill clavando su mirada en mí.

Pero nuestros hijos serán más lindos, ¿verdad? —le cuestioné a mi hermano.

Todos los hijos contigo serán hermosos.

Ustedes son la pareja más tierna que he conocido en toda mi vida. ¿A quién le importa después de todo que sean hermanos?

A nosotros no. —contestamos ambos al unísono, intercambiando esas miradas que decían qué era el amor.

Cuando volví a mirar al bebé, se me cruzó por la mente una imagen. En ella estábamos Bill y yo con un niño en los brazos. Ambos le sonreíamos y, al parecer, éramos los mejores padres del mundo.

Muchas gracias, de verdad. Gracias, gracias. —me agradeció sin cesar la señora sacándome de mi imaginación todo lo que estaba pensando.

Ella apareció con una nena de aproximadamente cuatro años.

Oh, de nada. Un placer. —respondí sonriente.

No lloró nada. Increíble –afirmó la señora sorprendida—. Gracias, de nuevo. Adiós. —saludó ella retirándose de nuestra vista.

 

 

Capítulo XXXII: “Enloqueciendo cada vez más”.

 

...Estaba loco de amor por Bill...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=faM—GtMo9ac ]

 

Me quedé unos instantes pensativo. De pronto, me habían inundado unas inmensas ganas de experimentar lo que se sentía ser padre. ¿Sería posible alguna vez ello saliendo con Bill? No lo sabía. Pero me moría por tener hijos. A lo mejor en el momento en que Melany había quedado embarazada no tenía ganas de hacerlo, además era distinto tener un hijo no deseado con la persona no deseada.

¿Tendremos nuestros hijos, Billy? –le pregunté a mi gemelo.

Por supuesto, mi amor. Cuando tú quieras.

¿Estarás dispuesta a quedar embarazada? –cuestioné bromeando.

Oye, qué malo –dijo Camille mientras reía.

Muy gracioso –respondió Bill enfadado.

No era broma.

Ah, pues aún peor.

Sabes que sí lo era, mi amor. Te amo. Y te besaría si no fuera por los paparazzis.

Bill me abrazó.

De esto no se podrán quejar los paparazzis –afirmó mi hermano convencido.

Pasajeros del vuelo ochocientos quince se les informa que su avión saldrá en cinco minutos –oímos lo que se decía por el altoparlante.

Es mi vuelo. Debo irme, tortolitos. Este tiempo que estuve aquí en Alemania fue fantástico. Gracias por todo, chicos. Los quiero mucho –expresó ella abrazándonos a ambos.

Te queremos también, Camille. Suerte en el vuelo y avísanos cuando llegues.

Bueno. Los extrañaré. Les deseo la mejor de las suertes para ustedes. Ojalá sean felices por y para siempre.

Cuando nuestra prima terminó de despedirse se dirigió hacia el avión correspondiente. Nosotros dos volvimos a nuestro hogar felices y enamorados.

Siento que todo está tan perfecto que parece un sueño –expresé alegremente.

Lo mismo digo yo, Tomy. Es increíble cómo las cosas cambian de un día para el otro.

Sí, tienes razón.

Oye, recién nombraste la palabra sueño. Me hiciste acordar a tus sueños. ¿Qué pasó al final con ellos? ¿Te continuaron molestando?

No. Eran sólo un aviso de lo que sucedería. Y, aunque sucedió todo al revés, me dan miedo. Es la segunda vez que me pasa que un sueño se convierte en realidad.

A lo mejor eres brujo –bromeó Bill–. Tomy, de verdad quiero que la próxima vez que te pase eso me cuentes. Sino me enojaré.

Sí, Billy. Te prometo que lo haré.

Así me gusta. ¿Dormimos juntos nuevamente? –me preguntó él entusiasmado.

Pues claro. Tenemos un dormitorio de adorno. Es para simular que somos hermanos.

Por supuesto.

Bill y yo nos acostamos e inmediatamente nos dormimos. Estábamos cansados y sobre todo mi hermano lo estaba. Había estado todo el día caminando y fuera de casa.

Esa noche, soñé con la misma imagen que había tenido a la tarde, en la que Bill y yo teníamos a un niño en brazos. Cuando me desperté, me acordaba de dicho sueño y fue por ello que me pregunté si eso era una señal. No tenía respuesta para dicho interrogante, sólo sabía que para completar mi felicidad con Bill, quería formar una familia. Quizás sería la idea más loca que se le puede ocurrir a alguien, pero la verdad era que estaba un poco loco. Estaba loco de amor por Bill y si ya estaba teniendo una relación incestuosa ¿algo más podría afectar a mi salud psíquica? No. Ya no había nada más loco que eso.

Esa mañana me levanté, desayuné y esperé media hora para ver si mi hermano se levantaba. Él no lo hizo. No obstante, de algo me serviría que Bill continuase durmiendo. Me saldría con la mía. Si la idea de un hijo me había estado torturando toda la noche y no me podía quitar esa idea de mi cabeza, era por algo. Nada sucedía porque sí.

Averiguaría lo que fuese necesario para cumplir mi sueño. Así que, me vestí y me dirigí hacia la Oficina de Adopciones sin siquiera pensar dos veces lo que estaba haciendo.

Buenos días, quiero averiguar qué tengo que hacer para adoptar un niño –expliqué en ese lugar absolutamente perdido.

Buenos días. Tome asiento y le explicaremos los procedimientos de una adopción.

Bueno.

Hice lo que me dijeron y la señorita empezó a contarme todo.

Lo primero que se debe hacer para el trámite de adopción es completar esta planilla.

La muchacha me entregó unas tres hojas aproximadamente que eran para completar.

Debes leer eso en casa, tranquilo, completarlo y luego depositarlo en esta urna. Apenas se lea, nos contactaremos contigo para llevar a cabo el siguiente paso que es realizar una evaluación moral, psicológica, legal y social de el/los adoptantes.

Ah, listo. Muchas gracias –agradecí contento.

No perdería nada con leer y llenar el papel y ver qué respuesta recibía. Lo único que me preocupaba era que Bill no quisiera adoptar pero a eso lo hablaría con él después. Por el momento quería guardarme ese secreto sólo para mí, al menos hasta que obtuviese la respuesta de la Oficina de Adopciones. En unos días, sorprendería a mi gemelo con esa loca idea de adoptar.

Cuando llegué a casa, mi hermano se encontraba desayunando. Yo me escondí el papel que me habían dado en el bolsillo del pantalón.

¿De dónde vienes tú? –me cuestionó él frunciendo el ceño.

No te diré –respondí sonriente.

¿Por qué? –preguntó Bill sorprendido.

Porque es una sorpresa. ¿Acaso quieres que te la diga?

Oh, Tom, sabes que no me gustan las sorpresas. Ahora estaré ansioso por saber qué me depara el destino.

A ti no te gusta cualquier sorpresa pero apuesto a que las mías sí te gustan.

Bueno, quizás tienes algo de razón, mas no aguantaré hasta que me la des.

Tendrás que hacerlo porque mi boca es una tumba.

Entonces déjame probar el muerto que tienes adentro –respondió Bill acercándose a mis labios.

Me besó. Sin embargo, dicho beso se acabó rápidamente porque tanto yo como mi gemelo estábamos tentados por lo que él había dicho. Había sido muy graciosa la forma en la que lo había hecho.

¿Quisiste decir que tengo mal aliento? –bromeé aún sin parar de reír.

No, Tom. Eres un idiota.

Sí. Sin embargo, soy tu idiota.

Lo sé. Siempre serás mío.

Y tú siempre mío. Te amo.

Te amo más, Tomy. ¿Sabes? Te violaría cada día de mi vida.

Ey, no quiero ser tu víctima.

Y a mí qué me importa. El violador no le pregunta a la víctima si quiere o no.

Eres un tramposo –opiné cruzándome de brazos.

Y me encanta serlo.

Y así continuamos nuestra dulce pelea con Bill. Amaba pelearlo pero de ese modo, no de mala forma. Él, por supuesto, también disfrutaba hacerlo.

Ese día nos pasamos toda la tarde conversando, peleando, besándonos, acariciándonos, mimándonos. Y los momentos en los que estábamos así de felices y la pasábamos tan bien valían mil veces más que aquellos en los cuales estábamos mal y peleándonos de verdad. Éramos la primera pareja en el mundo que después de una fuerte pelea, o una infidelidad terminó como si nada hubiese pasado o quizás mejor que antes. Me sentía orgulloso por tener esa vida. Incluso hasta había veces en las que pensaba que no merecía tener esa vida por lo egocéntrico y malvado que había sido en mi adolescencia y parte de mi juventud. No obstante, debía aprovechar cada momento que la vida me regalaba junto al amor de mi vida.

Al día siguiente, Camille me llamó para avisarme que había llegado bien. Sin embargo, no sólo ella se comunicó conmigo sino también lo hizo Georg. Tuve que contarle todo lo que había sucedido con Bill porque no estaba enterado de nada al igual que Gustav. Él principalmente me llamaba para saber qué demonios haríamos con la banda ya que estaba desaparecida. Le dije que esa tarde nos juntáramos a ensayar y que nos pusiéramos en marcha para escribir nuevas canciones y eso. Debíamos grabar un nuevo disco pues seguramente las fanáticas estarían cansadas de escuchar nuestras viejas canciones. Teníamos que actualizarnos. Georg estuvo de acuerdo respecto de ello, también Gustav, con quien me contacté ese mismo día, y Bill igual. Nos propusimos al menos tener para la semana que venía dos canciones hechas. Eso era demasiado mas si encontrábamos inspiración en cosas cotidianas, de seguro escribiríamos lo que necesitábamos.

Una vez que nos reunimos, comenzamos a hablar más profundamente del tema.

Chicos, se me acaba de ocurrir una idea –afirmé ansioso por decir lo que pensaba.

¿Qué idea, Tomy? –preguntó mi gemelo intrigado.

Gus y Geo, ¿por qué no se vienen a vivir aquí?

Los tres se quedaron absolutamente desconcertados.

Tom, ¿me puedes explicar qué diablos tiene que ver eso con lo que estábamos hablando? –cuestionó Gustav a punto de pegarme.

No lo sé. Se me acaba de ocurrir esa idea y la dije. ¿Me pueden responder?

Primero no sé si Bill querrá, segundo interrumpiremos su privacidad y tercero los cuatro viviendo juntos seremos un desastre –respondió Georg.

Con respecto al primer punto, yo no tengo problema, chicos –opinó Bill–. Pero en lo tercero que has dicho, tienes toda la razón del mundo.

Piénsenlo. Y después nos contestan. Es para facilitar todo lo de la banda, lo de traer los intrumentos cada vez que hay que ensayar y eso. Me entienden, ¿verdad?

Sí –me respondieron los tres al unísono.

Lo pensaremos –expresó Gustav.

 

 

Capítulo XXXIII: “Sucesos impredecibles”.

 

...Él podía sólo con una palabra llevarse todas mis dudas lejos...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=vAre95Vr1ms ]

 

Esa noche, después de que nuestros amigos se fueron y mientras Bill dormía plácidamente, me propuse completar el formulario que me habían dado en la Oficina de Adopciones.

El papel comenzaba preguntando si era una pareja o una persona soltera quien quería adoptar. Por supuesto que puse que era una persona soltera porque ni loco pondría que era Bill mi pareja. Luego, pedía mi nombre, mi apellido y esas cosas.

Después de la información personal, aparecía un cuestionario de preguntas con respecto a la adopción. Se preguntaban los motivos por los cuáles quería adoptar y luego se establecían un par de situaciones que había que resolver. Por ejemplo decía qué haría si el niño no quería ir a la escuela y cosas por el estilo. Intenté responder todo con el mayor razonamiento posible. Quería tener un bebé. Debía ser papá.

Terminé de leer lo que había escrito, guardé el papel debajo de la almohada y me dormí.

Al siguiente día, antes de que Bill despertase, llevé el formulario de adopción al lugar correspondiente y lo deposité en la urna. Sólo me quedaba esperar la respuesta por parte de la oficina.

Al llegar a casa, prendí la laptop y entré a nuestra página de Tokio Hotel. Hacía mucho que no ingresaba ahí, por lo que ese día quise hacerlo. Dicha página estaba saturada de comentarios y de fotos. Eran fotos tomadas por los paparazzis en las que salía Bill con Candy tomando un helado. No puedo negar que sentí celos al verlos ahí sonrientes, mientras yo esperaba a mi gemelo solo en casa con el almuerzo. Eso me molestó de su parte, pero no quería decirle nada. No quería enojarme por cualquier cosa ni mucho menos hacerle escenas de celos que no servían de nada. Me repetí una y otra vez que confiaba en Bill, aunque no sabía aún si estaba convencido de ello.

Ya que no me agradó entrar a la página y encontrar todo lo que encontré, salí de ahí inmediatamente. Me quedé viendo televisión.

Aproximadamente una hora más tarde, mi gemelo se levantó.

Ya era hora, angelito –le dije a mi hermano.

Él sólo se limitó a sonreír.

Oye, si no dormí tanto. Apenas son las doce. ¿Tú qué haces levantado antes que yo?

No lo sé. Es increíble. Billy, ¿has entrado últimamente a la página de Tokio Hotel? –pregunté a propósito.

No, no. ¿Por qué?

Porque yo tampoco he entrado. Hace mucho que no lo hago –mentí.

¿Quieres que entremos ahora?

Dale –respondí sonriente.

Bill prendió su laptop y entró a la página indicada. Yo estaba sentado a su lado. Él se quedó perplejo al ver tantas fotos con Candy y tantos comentarios preguntando si esa esa su nueva novia.

Tomy, sólo estábamos tomando un helado –me explicó Bill de antemano–. No sé para qué inventan tantas pavadas.

Sí, tomaban un helado mientras yo estaba solo esperándote, pensé.

No importa, Billy. Yo te creo –contesté sonriendo falsamente.

Gracias, mi amor –agradeció mi gemelo besándome.

Apagamos la computadora y nos pusimos a ver qué haríamos de comer.

Esta tarde tengo que ir con Candy –explicó mi hermano mientras comíamos.

Está bien –respondí no muy convencido de mi contestación–. Ya te dije que confío en ti, mi vida.

Me hubiese gustado preguntarle a Bill por qué razón no me llevaba con él a la casa de Candy. Así tendría la oportunidad de conocerla bien.

¿Seguro? Si no quieres no voy, Tomy.

No, Bill, de verdad no hay problema. Además no soy quien manda en tu vida.

Sí que lo eres. Eres el dueño de mi vida.

Gracias, Billy. Lo mismo digo.

Él podía sólo con una palabra llevarse todas mis dudas lejos.

Posteriormente a almorzar, Bill se bañó, se cambió y salió para la casa de Candy. Nuevamente me quedaría solo.

Cuando mi gemelo llegó a lo de la rubia, la encontró completamente renovada. Ella tenía cara de felicidad, no tenía tan marcadas sus ojeras y estaba de buen humor.

Ayer salí de compras –le contó ella a mi gemelo.

Me da miedo. ¿Hiciste algo malo, Candy? Si es así, tendrás que contármelo.

No hice absolutamente nada. Estoy feliz.

¿De verdad? Me siento orgulloso por ti, Candy –expresó Bill abrazándol–. Poco a poco verás cuán fácil es controlarse y no robar nada.

No sólo eso, sino que hace cuatro días que no me drogo.

¿Qué hiciste para saciar la adicción y no hacer ninguna de esas dos cosas? –cuestionó mi hermano sorprendido por el comportamiento de la rubia.

No te contaré, Bill.

Ahora me das más miedo. ¿Qué hiciste, Candy?

No es nada malo, te lo aseguro.

Cuéntame en este mismo instante. Lo que no es malo para ti, es lo malo para mí.

Oh qué exagerado eres. Me da vergüenza, no te diré.

Bill se quedó aun más desconcertado todavía cuando la rubia le dijo que le daba vergüenza.

¿Es lo que yo estoy pensando? –preguntó mi gemelo.

Y yo que sé qué estás pensando. Antes de que digas cualquier pavada, mejor te diré lo que hago, ¿sí? Pero prométeme que no te reirás.

Está bien, lo prometo.

Pienso en ti. Para no drogarme y no robar pienso en ti, Bill.

Mi hermano se quedó totalmente sorprendido. No sabía que esa podía ser una fórmula para no hacer cosas ilícitas.

¿En mí? –cuestionó él ruborizándose por completo, sin poder evitarlo.

Sí, Bill. Ya, no me fastidies más, demasiado hice con decirte.

Oye, estabas de buen humor –afirmó mi gemelo sonriente.

Es que tú me pones de mal humor.

Pues si no te he hecho nada, mujer.

No. Sólo has sonreído desde que has llegado.

¿Y eso es malo? –cuestionó mi gemelo asombrado.

No. Lamentablemente, tu sonrisa es hermosa.

¿Por qué lamentablemente?

No, por nada. Deja la discusión ahí, Bill. ¿Qué haremos hoy?

¿Te gusta cocinar?

Sí. ¿Por qué?

¿Y te gusta jugar a los naipes?

Sí. ¿Por qué tantas preguntas raras, Bill?

¿Hagamos una torta o galletas? Así después las comemos mientras jugamos.

¿Y qué tiene que ver eso con ayudarme? –preguntó la muchacha confundida.

Nada. Pero supongo que poco a poco te irás recuperando porque hoy estás perfecta. Al menos debo distraerte con otra cosa, ¿no? A menos que quieras que me vaya...

No. Quédate y cocinemos y me distraigo. Me gusta que estés aquí.

Gracias, Candy.

Antes de empezar a cocinar, debatieron qué hacer. No sabían si hacer galletas, lemon pie o torta. Finalmente, decidieron hacer el lemon pie que a ambos les gustaba y era el más rico de los tres postres. Buscaron todos los ingredientes y comenzaron a cocinar.

Tan sólo les faltaba meter el postre al horno, cuando de pronto sonó el timbre de la casa de Candy.

Atiende, Bill, por favor. Así meto el lemon al horno.

Bueno.

Él se acercó a la puerta y la abrió. Al parecer, cuando lo hizo le corrió un escalofrío desde la frente hasta el dedo grande de los pies.

¿Está Candy? –preguntó un muchacho que tenía mil veces más músculos que mi hermano.

Dicho muchacho estaba acompañado por dos amigos más. Venían en patota.

¿Quién es, Bill? –le cuestionó Candy mirándolo desde la cocina.

Ella no podía ver quién venía debido a que la puerta atajaba su vista.

¡Somos tus amiguitos! –exclamó uno de los chicos.

Candy inmediatamente al oír la voz del joven, se dirigió hacia la puerta. Bill sólo miraba algo desconcertado a los tres chicos “amigos” de ella.

¿Quiénes son, Candy? –le susurró mi hermano en el oído.

Váyanse ya de aquí –les pidió la rubia odiosamente, pero con toda la razón del mundo.

¿No comprarás? –cuestionó el muchacho que parecía ser el líder de los tres.

Bill se dio cuenta inmediatamente de que ellos eran los amigos que le vendían la droga a Candy.

Ella no comprará nada –les respondió mi gemelo en tono desafiante.

Nadie está hablando contigo, marica.

Ey, ey, no te propases. Déjenlo en paz –pidió Candy defendiendo a mi gemelo.

¿Y quién es este, puta, tu nuevo novio? –preguntó el chico cada vez más agresivo.

Vete al demonio –contestó Candy cerrando la puerta en la cara del muchacho–. Esto es mala idea –afirmó ella apoyándose de espalda en la puerta.

¿Qué cosa es mala idea? –cuestionó Bill.

Cerrarles la puerta. Me matarán.

Los tres chicos golpeaban la puerta con la intención de que Candy la volviese a abrir.

¡Oye, abre! ¡Que me pegue el marica de tu novio! –exclamaban los drogadictos desde afuera de la casa de la rubia.

Me hartaron –se quejó Bill abriendo la puerta–. Yo no soy ningún marica, infeliz.

Apenas terminó de decir ello, Bill le lanzó una trompada al líder de los vendedores de droga. Como era de suponerse, los amigos se entrometieron y le devolvieron la trompada a mi gemelo. Sin embargo, no fue sólo una trompada sino dos.

 

 

Capítulo XXXIV: “Eres hiriente”.

 

...¿Acaso no confías en mí?...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=PCc5T9f1JU8 ]

 

Luego, los tres patoteros se fueron y Candy cerró la puerta.

Bill, ¿por qué te has metido? ¿Estás bien? –preguntó la rubia preocupada por mi gemelo.

Te lo dije, me habían hartado. Imbéciles –rezongó Bill.

Espera acá, te traeré hielo. No, mejor siéntate primero.

Ella lo tomó del brazo y lo llevó hasta el sillón para sentarlo allí.

¿Con esa gente te juntas tú, Candy?

Error. Con esa gente me juntaba.

Candy fue hasta la cocina y sintió el olor al lemon pie.

¡Cierto! ¡El lemon pie! –gritó ella temiendo que se le hubiese quemado.

No me digas que se quemó –pidió Bill.

Ay, qué alivio. No, no se quemó.

Menos mal –contestó Bill respirando profundamente.

Ella sacó el lemon pie del horno y buscó el hielo para el ojo de mi gemelo. Ya en el comedor, le sostuvo el hielo sobre su rostro.

¿Mejor? –cuestionó Candy preocupada por la imagen de Bill.

Sí, algo.

Perdóname. Jamás debí haberte metido en este lío. Me siento tan...

No, Candy –interrumpió mi gemelo—.Tú no tienes la culpa de nada. Además yo estoy aquí con el objetivo de ayudarte. Hasta que no lo haga y sepa que estás tranquila y bien no te dejaré en paz.

Eres un ángel. No sé cómo fue que apareciste en mi vida, Bill, pero has colaborado para que no me sienta del todo vacía. Gracias.

De nada –respondió Bill sonriente sin alejar su vista de Candy—. ¿Sabes? Me tendrás que perdonar mas no me siento nada bien, amiga. Iré a casa. Perdóname por no haber podido jugar y no comer el lemon pie que hicimos. Seguramente estará delicioso.

Bill, tú no te irás de aquí en este estado. No puedes ver nada. Tienes el ojo hinchado como una naranja y no es por asustarte pero pronto se te hinchará más.

Candy, estoy bien.

Mi gemelo se paró del sillón, su vista se nubló y fue a parar al mismísimo sillón, sólo que esta vez lo hizo desmayado.

Bill, Bill... –lo llamó Candy repetidas veces, sin embargo mi gemelo no reaccionaba.

Ella llamó al médico. Este vino quince minutos después del desmayo de Bill, quien aún continuaba inconciente. El médico le recetó descansar y no sólo eso sino que también le colocó una inyección para que lo hiciera. Dentro de todo, Bill estaba estable.

Yo en casa aburrido escribí tres canciones, de las cuales seguramente armaríamos una.

Las horas se me pasaron rápido y cuando quise acordar, eran las diez de la noche. Era muy tarde y Bill aún estaba con Candy.

¿Le llamo o no? –me pregunté sin saber qué hacer.

Si le llamaba, iba a quedar como hartante y cuida y sino, tendría que esperar a que Bill se decidiera a volver a casa.

Yo lo llamo.

Tomé el teléfono y llamé a mi gemelo. Su celular sonaba y sonaba pero nadie atendía. Me preocupó. Sin embargo, más preocupante fue cuando le llamé después de media hora y aún no me respondía. No sabía qué hacer.

Me dirigí a mi habitación cansado de llamarle a Bill y me acosté. No me podía dormir de la preocupación, así que tomé mi teléfono móvil y continué llamando.

El cantar de los pájaros era tan sensacional...

¡El cantar de los pájaros! –exclamé completamente alterado.

Me había quedado dormido y ya era la mañana. Bill aún no había llegado a casa y eso me preocupó aun más que la noche anterior. Pero él había dormido toda la noche en la casa de Candy producto de los calmantes que le había dado el médico.

Candy, ¿qué hago aquí todavía? –le preguntó mi gemelo a la rubia sin creer que había pasado la noche en su casa.

Anoche te desmayaste. ¿Recuerdas? Fue producto de la trompada que recibiste.

Recuerdo que se tornó todo negro y nunca más desperté.

Llamé al médico porque estaba preocupada y te dio calmantes que hicieron que durmieras toda la noche sin interrupciones.

Tom me matará.

¿Por qué? –cuestionó Candy sorprendida.

Porque no fui a casa anoche.

¿Ah? ¿Acaso él nunca no fue a dormir a tu casa?

Sí. Lo que pasa es que debe estar preocupado. No le he avisado nada.

Bill tomó el teléfono móvil y se encontró con todas las llamadas que yo le había realizado. Justo en ese momento, le volvió a sonar. Era yo quien le llamaba. Estaba desesperado y quería que Bill me atendiera de una vez por todas el teléfono.

¿Hola? –atendió mi gemelo.

¿Bill? ¿Me puedes explicar en dónde diablos estás y por qué no contestaste el teléfono anoche? –pregunté prepotente–. Estaba preocupadísimo.

Perdóname, Tom. Ya sé que te tendría que haber avisado lo que pasa es que sucedió algo inesperado. Cuando llegue a casa te cuento. Ahora salgo para allá.

Pero, ¿estás en lo de Candy?

Sí, sí. Aún estoy aquí. Ya voy. Adiós –saludó mi hermano cortándome el teléfono.

Estaba enfadado con Bill. Me parecía perfecto que él quisiera ayudarla a que ella dejase de drogarse y de robar, sin embargo no tenía por qué quedarse a dormir en su casa. Bill me iba a escuchar cuando volviese. Y no sólo eso era una escena de celos sino también me había molestado la actitud de él de no avisar siquiera que se quedaba allí. Yo podría haber hasta llamado a la policía en un intento de encontrarlo.

Te lo dije. Se enojaría –expresó Bill refiriéndose a mí.

Explícale lo que te pasó. Supongo que te entenderá. Además, qué le importa lo que haces a tu gemelo –afirmó Candy cruelmente.

Bill decidió no responderle a Candy lo que acababa de decir. Ella no sabía nada de nosotros.

Amiga, me voy. Adiós. Nos vemos.

Mira cómo te han dejado el ojo. Tu hermano te preguntará seguramente si has estado jugando boxeo o lucha libre.

Sí, es verdad. Horrible mi cara.

Bueno, dejo que te vayas. Adiós, Billy. Gracias por todo y perdóname por lo del ojo.

No tienes la culpa. Nos vemos pasado mañana, Candy.

Bill salió de la casa de la rubia y se subió al Cadillac, para dirigirse a nuestro hogar.

Yo intenté relajarme un poco en mi habitación porque cuando viniera Bill no le iba a decir muchas cosas bonitas que dijéramos. Estaba furioso.

Mi gemelo entró a casa intentando taparse la cara, con el miedo de que yo lo viera y me muriese del infarto. Al ver que yo no estaba ni en la cocina ni en el living, Bill se dirigió a mi habitación. La puerta estaba abierta así que él entró.

Me quedé anonadado al ver el rostro moreteado de mi hermano. Mi enfado fue triplicado y mi preocupación volvió a aparecer.

¿Qué...qué te pasó? –tartamudeé pálido de la sorpresa–. No me digas que fue Candy quien te...

No, no, Tom, por Dios. No fue ella.

Bill se sentó junto a mí en la cama.

Perdóname, Tomy. Lo que pasó fue que estábamos lo más bien en casa de Candy y de repente llegaron sus amigos. Mejor dicho, los muchachos que le venden la droga a ella. Comenzaron a decir tantas cosas patéticas que no me quedó más remedio que pegarle a uno de ellos. Los demás, obviamente me devolvieron la trompada. Y así fue como terminé con este ojo morado. Lo peor es que Candy llamó al médico y me dio calmantes que hicieron que durmiera toda la noche. Por eso no te avisé nada, mi amor. Perdón.

Me quedé en absoluto silencio. No sabía qué opinar al respecto. Parecía que Bill no estaba mintiendo, pero yo aún continuaba muy enojado.

Estaba preocupado, Bill. Podría haber llamado a la policía porque no te podía localizar. Te seré sincero, me encanta la idea de que puedas ayudar a Candy pero, ¿quedarte a dormir en su casa? Eso ya me pone los pelos de punta.

¿Acaso no confías en mí, Tom? Dijimos que empezaríamos a confiar el uno en el otro.

Sí, Bill. Esto va más allá de que confíe en ti o no. Tú no me avisaste siquiera que te quedarías a dormir.

¿Cómo te iba a avisar si estaba inconciente, hermano? ¿Acaso querías que te avisara a través de los sueños?

Candy te podría haber levantado. Y otra cosa que no me gusta es que ella te esté metiendo en sus líos. Mira como tienes el ojo por culpa de meterte con esa gente. Bill, estás equivocado si piensas que puedes hacer que las personas que se drogan dejen de hacerlo.

Tú jamás dejarás de ser siquiera un poco menos egoísta.

No lo digo por egoísta, Bill. Lo digo porque quiero ayudarte a ti. ¿Qué hago yo si empiezas a drogarte?

¿Y tú piensas que no sé que eso está mal? –preguntó mi hermano sonriendo sarcásticamente.

No tiene nada que ver. Puedes pensar que está mal y hacerlo.

Tom, no quiero discutir contigo. Yo seguiré ayudando a Candy te guste o no.

Pues sí, haz lo que quieras con ella. Total yo qué importo en tu vida.

Sabes que me importas más que nadie, Tom. ¿Siempre por un tercero tenemos que discutir?

Y al parecer, sí.

Sé que te debí haber avisado pero no estaba conciente para hacerlo. ¿Me perdonas o seguiremos peleando por una estupidez?

Si para ti es una estupidez que tu hermano desaparezca toda la noche sin dar señales de vida, pues no sigamos peleando entonces.

Está bien, Tom. No es una estupidez. Estoy bien, no me ha pasado nada, estoy vivo.

Pero con un ojo morado.

¿Puedes aprovechar que estoy aquí en vez de quejarte? Si quieres me vuelvo a ir.

Si lo que quieres es irte, vete. Ahí tienes la puerta.

Tom, eres insoportable cuando te enojas –dijo Bill en un tono que terminó de hacerme enojar.

Me levanté de la cama y salí de mi habitación.

 

 

Capítulo XXXV: “La crueldad del amor”.

 

...Jamás olvidaré lo que hiciste...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=zEX8mv864—0 ]

 

En ese momento, me sonó el teléfono móvil. Atendí encerrándome en el baño.

¿Sí? –respondí intentando calmarme.

Bill había logrado llevarme a un estado de nervios considerable.

¿Es usted el señor Tom Kaulitz?

Sí.

Le llamamos de la Oficina de Adopciones. Usted completó la ficha de adopción, ¿verdad?

Sí –contesté como si no existiese otra respuesta.

Bien. Su ficha ha sido aprobada. En el plazo de quince días hábiles tendrá que pasar por aquí, donde se le realizará un test psicológico y social. Si cumple con todas las condiciones requeridas, obtendrá los papeles de adopción y con ellos retirará a su niño/a el día indicado. Por supuesto que podrá tener un contacto antes con el niño/a que usted elija.

Bueno. Muchas gracias, de verdad –agradecí sin poder creer lo que estaba oyendo.

De nada. Que tenga un buen día. Adiós.

Adiós.

Corté el teléfono y no podía creerlo. Al fin sería padre, tendría un hijo y no me importaba lo que dijera nadie. Debía arreglarme con Bill así le contaba de la sorpresa. De todas formas, lo haría cuando hubiese pasado la evaluación psicológica y estuviese confirmado que adoptaría.

Esa noticia me había alegrado el día ya que mi gemelo se había esmerado en arruinármelo.

Salí del baño y me dirigí hacia mi habitación. Bill continuaba allí sentado.

Vete, quiero estar solo –expresé sin siquiera mirar al rostro a mi hermano.

¿Qué te pasa, Tom? ¿Tanto te vas a enojar por algo así? –me preguntó Bill–. ¿Y podrías mirarme siquiera a los ojos cuando te hablo? Está bien, entiendo –dijo él ya que no recibió respuesta alguna de mi parte.

Bill se puso de pie y cuando pasó por la puerta me habló.

Recuerda que soy yo quien no debe confiar en ti. Jamás me olvidaré lo que hiciste con Camille.

Cuando él salió de mi habitación, cerré la puerta con todas mis fuerzas. Esas palabras habían terminado de herirme por completo. ¿Cómo podía ser que Bill fuese tan cruel? ¿Qué le había pasado al Bill tierno que una vez había conocido? Era obvio que desde que nos habíamos peleado la última vez, mi gemelo había cambiado. A lo mejor él me había perdonado de la boca para afuera pero en su interior todavía no lo había hecho.

Otra vez el raro sentimiento de miedo se apoderaba de mí. Bill tenía razón, no confiaba en él. Mi miedo era que Candy conquistara a mi gemelo. Sin embargo, este no hubiese vuelto conmigo si no me amaba. Estaba seguro de ello.

Ese día me lo pasé encerrado en mi habitación al igual que mi hermano.

Aproximadamente a las ocho de la noche, sonó el timbre de casa. No tenía la más mínima idea de quién podía ser. Salí de mi habitación y bajé a atender. Pensé que seguramente Bill estaba durmiendo porque ni siquiera había amagado a fijarse quién venía.

¡Hijo! Te dije que vendría esta semana y lo hice.

Siempre mamá venía en el momento menos oportuno. Y con eso me refería a que siempre venía cuando Bill y yo estábamos peleados. Lo malo de eso era que ella nos preguntaba hasta que le contáramos por qué estábamos enojados.

Ah, sí. Hola, madre. Hola, Gordon –lo saludé ya que él también había venido con mamá.

Ambos pasaron y se sentaron.

¿Y Bill?

Está en su habitación. No sé que es lo que hace. Supongo que dormirá.

¿A esta hora duerme?

No lo sé, mamá. Ve y fíjate qué es lo que hace.

Mamá se dirigió hacia la habitación de Bill y golpeó.

Vete de aquí si lo que quieres es pedir perdón –se oyó a través de la puerta.

¿Ah? –se preguntó mamá desconcertada–. Soy tu madre, Bill. ¿Qué has dicho?

¿Mamá? Pasa.

Nuestra madre entró a la habitación de mi gemelo.

Hijo, ¿qué haces?

Estoy escribiendo canciones, madre. Qué sorpresa que has venido.

Sí, Gordon está abajo. Ven a saludarlo.

Bueno.

Bill bajó las escaleras junto con mamá. Gordon y yo estábamos sentados en el living.

Hola, Gordon –saludó Bill.

Mi hermano ni siquiera me dirigió la mirada. Él sólo hizo de cuenta que nadie más estaba allí.

Mi gemelo se puso a hablar con Gordon y mamá. Yo sólo opinaba de vez en cuando; estaba enfadado con mi hermano al igual que él lo estaba conmigo.

Después de unas largas y tendidas horas de charla, a Bill le sonó el teléfono móvil.

Perdona, mamá. Ya vengo –dijo mi hermano parándose y dirigiéndose hacia la cocina para que nadie lo escuchase.

Supuse que sería Candy quien llamaba. Y no me equivoqué al respecto.

¿Hola?

Billy, tengo una urgencia.

Dime, Candy.

Han venido ellos de nuevo.

¿Te refieres a los que te venden droga?

Sí, sí.

¿Qué pasó? ¿Les abriste la puerta? ¿Estás bien?

No les abrí, pero suponieron que estaba yo aquí. Me dejaron una nota por debajo de la puerta en la que decían que si no les compro más droga, me van a matar. Odio sentirme así de débil.

Acéptalo, Candy. Tienes miedo y no debes avergonzarte por sentirte así.

Sí, Bill. Tengo miedo. Y... quería saber si tú me puedes proteger. Sé que es una propuesta idiota, pero me siento amenazada.

No es una propuesta idiota, Candy. ¿Qué dices? Tienes toda la razón del mundo. Tengo una idea por el momento. ¿Quieres que te envíe guardaespaldas?

¿Puedes hacer eso, Bill? Oh, gracias. Te lo agradezco de verdad. Eres lo mejor.

Gracias. No es nada. Ahora hablaré con ellos y listo, problema solucionado.

Bill apenas finalizó la llamada se comunicó con los guardaespaldas. Él estaba por cortar la llamada cuando lo interrumpí.

¿Quiere que le hagas unos masajes en los pies? –pregunté haciendo referencia a Candy, por supuesto.

Yo había ido a la cocina para buscar algo de tomar. Mientras lo hacía, opiné lo primero que se me vino a la mente. Mi gemelo cortó el teléfono y me contestó:

Eres un imbécil.

¿Sabes? –cuestioné tomando a Bill del brazo–. Tus palabras hieren.

Las tuyas también. Sin embargo, lo que más me duele es que no confíes en mí.

Confío en ti, Bill. Quiero aprovechar cada segundo de mi vida estando contigo. La vida es demasiado corta para todas las cosas que quiero vivir junto a ti.

Cuando Gordon y mamá se vayan puede ser que hablemos.

Era yo el que estaba enojado contigo, no tú conmigo.

A Bill no le interesó en absoluto lo que yo había dicho y se dirigió hacia el living nuevamente.

Aproximadamente a las diez de la noche mamá y Gordon se fueron de casa. Bill terminó de despedirlos y se dirigió hacia su habitación. Lo perseguí y ya en su puerta, lo detuve.

¿Qué parte de quiero aprovechar cada segundo contigo no entiendes? –le pregunté sosteniéndolo de la cintura.

Quizás lo entiendo.

Tomé a Bill con más fuerza y lo alcé haciendo que sus piernas se prendieran en mi cintura.

Te amo, te amo y te amo. ¿Cuándo dejarás de dudar de mi amor?

Tú pones en duda mi amor. Yo esta vez no lo he hecho.

Yo digo que si te pasa algo, no me lo perdonaré jamás. Y es por eso que me preocupo.

Está bien. Ya pasó. Te amo.

Bill me besó estando en mis brazos. Luego, lo llevé a la cama y le hice el amor tan apasionadamente como siempre. Sabía que esa tonta pelea no duraría mucho tiempo.

A la mañana siguiente, mi hermano fue despertado por el teléfono.

Bill... –susurró Candy a través de la línea telefónica.

¿Sí?

Perdona si te desperté.

No hay problema. ¿Qué pasó con tus amiguitos?

No vinieron más. Se ve que vieron que había dos autos desconocidos allí afuera y se fueron.

Buenísimo.

Sí. Yo...Bill te llamaba para otra cosa.

¿Para qué?

Para pedirte que no vengas hoy.

¿Por qué? —preguntó mi gemelo sorprendido.

Porque no. No quiero que vengas por un tiempo, Bill. Perdóname.

Dime una buena razón, Candy. ¿Por qué no debo hacerlo?

Porque no. No continúes preguntando, por favor –me pidió ella dejando caer un par de lágrimas por sus mejillas.

Iré. Sé que algo no anda bien. No podrás impedírmelo, Candy.

Bill...hazlo, por favor.

¿Estás llorando? –cuestionó él al oír la voz quebrada de la rubia.

Y eso qué importa. No vengas –repitió ella para luego cortar la comunicación.

Bill se preocupó. Candy no estaba bien y eso se notaba incluso a través del teléfono. Le pareció muy raro a mi gemelo la petición de ella. ¿Por qué razón no quería verlo? ¿Estaba pasando algo y él no sabía? A lo mejor se trata de un secuestro, pensó Bill. De todas formas, él no se quedaría con la duda e iría a ver qué le pasaba. No la dejaría sola.

Bill se vistió y se dirigió hacia la casa de la muchacha.

 

 

Capítulo XXXVI: “Más y más temores”.

 

...Sentía una angustia que me provocaba ganas de llorar. ..”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=1CkNzVkFAzE ]

 

Mi gemelo golpeó la puerta de la casa de Candy. Se asomaron los dos guardaespaldas que él había mandado y lo dejaron pasar.

¿Dónde está ella? –cuestionó Bill preocupado.

En su habitación –le respondió uno de los guardaespaldas.

Mi hermano se dirigió hacia allí. Candy estaba echada en la cama boca abajo, destapada y aún con el calzado puesto. Estaba dormida.

Candy... –susurró Bill tocándola para que despertara.

Ella se dio vuelta y abrió sus ojos.

¿¡Qué haces tú aquí?! —le cuestionó a mi hermano exaltada.

Quería saber la razón por la cual no quieres que venga.

No abriré mi boca, Bill. Así que te puedes ir yendo de aquí.

Bien, pues no me iré hasta que me digas la verdad –afirmó Bill sentándose en los pies de la cama.

¿Sabes cuál es la verdad? –preguntó ella enderezándose–. Que yo ya estoy perfecta.

Ah, ¿sí? ¿Y por qué diablos llorabas en el teléfono?

Porque me sentía realmente bien. No puedo creer que haya superado todo lo malo.

Vamos, Candy. Te conoceré hace un par de días pero no soy tan ingenuo como para creerme semejante estupidez. ¿Acaso me tomas por idiota? En el teléfono sonabas terrible. ¿Pasó algo con tus amigos que no me hayas contado?

Ellos no son mis amigos. Deja ya de decirles así. Y no, no pasó nada más. Todo lo que te conté es verdad.

¿No te amenazaron?

¿Ah? ¿Por qué habrían de hacerlo?

No lo sé. Dime tú.

Bill, estás mezclando las cosas. Ellos no tienen nada que ver con la decisión que tomé.

Candy, sólo te pido que me des una sola razón. Te prometo que si te entiendo, me iré y no me volverás a ver hasta dentro de un tiempo.

Te la he dado, Bill. Te di una razón. Vete.

Quiero una razón creíble. No te creo nada lo que me has planteado anteriormente.

Es tu problema.

Oye, mírame a los ojos.

Bill tomó a la rubia del mentón e hizo que ella dirigiese su mirada hacia él.

Dime qué tengo que hacer para que confíes en mí –le pidió mi gemelo.

Nada. Confío en ti. Sólo que lo que siento va más allá de eso.

¿Y qué sientes?

Que no te debo seguir viendo. Tengo miedo.

¿Miedo de qué, linda?

Ya sabes de lo que hablo. No quiero que la relación que tenemos de amistad o algo así se estropee por un tonto capricho.

No entiendo, Candy.

Bill, no quiero enamo...

¿Le tienes miedo al amor? –interrumpió mi gemelo.

No, claro que no. Tengo miedo de enamorarme de ti, nada más. Eres algo así como un amor imposible.

¿Sabes? Jamás pensé que diría esto mas...yo también tengo miedo, Candy.

¿De e...?

Sí, de enamorarme de ti –interrumpió nuevamente Bill–. Amo a mi pareja con toda mi alma pero últimamente ha estado todo tan mal que ya no sé qué pensar. No quiero estar con alguien que me use como si fuera un juguete.

¿Es así como te sientes, Bill? ¿Te sientes usado?

No lo sé. A veces sí, sin embargo, hay otras veces que siento que su amor es sincero y verdadero.

Yo no quiero separarte de nadie, Bill. Si terminas con ella que sea porque no sientes nada no por sentir amor para conmigo. Además no te amo. No obstante, no quiero comenzar a hacerlo y por eso es que me quiero alejar de ti.

¿A ti te parece motivo suficiente para que nos separemos? No quiero que vuelvas a consumir drogas nunca más en tu vida, Candy y tampoco quiero que robes. Si yo te dejo ahora, ¿qué pasará con todo aquello que hemos logrado?

Te prometo que estaré bien, Billy. Gracias por preocuparte por mí. Debes saber que eres un ángel que apareció en mi vida como por arte divino. Eres la persona que siempre necesité a mi lado y te puedo asegurar que cambiaste mi vida. Contigo puedo ser yo misma, esa Candy débil que le teme a tantas cosas...

Shh... –la calló mi gemelo–. No quiero que esto sea una despedida. Te seguiré viendo, Candy. No voy a permitir que por teléfono me digas que está todo perfecto cuando a lo mejor ello no es así. Necesito verte aunque sea una vez por semana. Con eso me conformo.

Bill, no entiendes. ¿Y qué pasa si me enamoro de ti?

No se va a caer el mundo si ello pasa.

No, pero seré yo quien sufra, no tú.

Ay, ya. Dejemos de hacer especulaciones y volvamos a la realidad. ¿Aceptarás verme una vez por semana aunque sea?

Está bien, Bill. Sé que vendrás aunque te diga que no. ¿No es verdad?

Sí, tienes toda la razón del mundo.

Ahora sí, ¿me puedes dejar sola?

Bueno. Pero antes, ¿te puedo preguntar algo?

Sí, Bill.

Si no me amas, ¿por qué llorabas en el teléfono?

Simplemente sentí que me destrozaba yo misma al decirte que no vinieras más.

Me preocupaste y me sentí pésimamente mal. Pensé que había hecho algo equivocado o que sencillamente te había hartado.

Perdóname, Bill. Jamás has hecho nada de eso. Lo más malo que has hecho ha sido hipnotizarme con tu bella sonrisa.

Candy tomó las manos de mi gemelo y las besó.

Eres lo más hermoso que existe. No entiendo cómo tanta perfección puede caber en un solo cuerpo.

No sé realmente por qué nadie ha llegado aquí –explicó Bill tocando el corazón de Candy–. Sé que tienes mucho para dar. Estoy seguro. Ojalá puedas enamorarte de alguien y darle todo lo que tienes ahí dentro. Múestrate tal cual eres, linda, que así conquistarás varios corazones.

Con uno me basta. Y esperemos que no sea el tuyo.

Ojalá que no. No por ti sino porque me sentiría la peor basura del mundo si dejara a...

¿A tu novia? Nunca me has dicho cómo se llama.

Sí. Lo que pasa, Candy, es que... no te he dicho toda la verdad.

¿Qué verdad?

En realidad no tengo novia.

¡¿Cómo que no tienes novia!? –exclamó Candy a punto de asesinarme.

Tengo novio.

La rubia se quedó perpleja. No podía creer lo que mi hermano le acababa de confesar.

¿Estás diciendo que eres...?

No soy gay –interrumpió Bill–. Soy bisexual.

Ah, bueno. Sólo quiero preguntarte una cosa, Bill.

Dime.

¿¡Por qué me mentiste y no me dijiste eso desde el principio?! –preguntó la rubia completamente alterada.

Dios, ¡tranquilízate, mujer! Debía conocerte para poder decir la verdad. No puedo andar diciendo por todos lados mi sexualidad. Sabes todos los contra que me traería que la prensa se entere de ello.

Tienes razón. Perdóname, Bill. Te acepto tal cual eres. Seguirás siendo un amor de persona de todas formas.

Gracias, Candy.

Mientras Bill estaba en casa de Candy, me desperté. Me di cuenta de que él no estaba en casa nuevamente. De seguro está en lo de la ladrona, pensé. Candy no me caía mal al principio pero lo comenzó a hacer cuando Bill vino con un ojo morado. ¿Por qué ella no había evitado eso? ¿O por qué dejó que mi gemelo les pegara a los otros si sabía lo agresivos que eran? Además, mi hermano poco a poco me estaba cambiando por ella. O al menos así lo sentía yo. Últimamente estaba todo el día afuera y no me prestaba atención porque cuando volvía peleábamos. Odiaba estar así con él. Bill era mi vida y no hacía falta remarcárselo a cada segundo. Nunca habíamos tenido tantas peleas juntas y como había dicho antes, desde que había pasado lo de la infidelidad, mi hermano estaba cambiado. Sentía en el alma un gran vacío y una angustia que me provocaba ganas de llorar.

De todas formas, no le quería decir a Bill cómo me sentía porque sería para formular otra pelea en vano. Me guardaría mis sentimientos para mí solo. Una vez lo había hecho y no me había muerto así que dos veces no le hacían mal a nadie. Sólo a mí.

Pensé en aprovechar ese tiempo que Bill no estaba para ir a hacerme el test psicológico—social de la Oficina de Adopciones. Sin embargo, cuando me estaba cambiando el teléfono me sonó. Era mi hermano, el desaparecido.

Tomy...

Bill... –lo nombré sin saber bien qué decirle.

Estoy yendo para casa. Te llamaba para que no desesperes.

Está bien. Gracias por avisar, Billy. Te esperaré. Te amo –expresé algo obligado a hacerlo.

Yo también, Tomy –afirmó mi hermano para después cortar el teléfono móvil.

Ambos sufríamos. Bill tenía miedo de enamorarse de Candy, esa rubia a la cual estaba ayudando desde hacía unas semanas pero se había convertido en alguien muy importante para él. Y yo tenía miedo de perder al amor de mi vida. Aún continuaba echándome la culpa por lo que había pasado en el cumpleaños de Camille, aunque por un lado sabía que no la tenía. Si Bill continuaba igual y no me prestaba atención comenzaría a decírselo y eso no sería bueno para ninguno de los dos. Lo único que podía ser algo sumamente positivo para nuestra relación sería el adoptar. Sólo esperaba que Bill lo quisiese hacer.

 

 

Capítulo XXXVII: “Cobarde”.

 

... Si estás conmigo es porque me amas...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=V6TSjjB4qyI ]

 

Bill llegó a casa y subió hacia mi habitación.

Amor... –susurró él.

¿El deber te llamaba? –pregunté sonriente.

Sí. O mejor dicho Candy. No te he avisado que me iba porque no te quería despertar. ¿Estás enojado?

No, Bill. Ya basta de peleas. Esta vida es corta y tengo que aprovechar cada segundo a tu lado. Si estás conmigo es porque me amas, ¿verdad?

Sí, Tomy. Gracias por ser tan tierno conmigo.

Él se acercó y me besó.

Oye, mi vida, tengo escritas tres canciones. ¿Recuerdas que debíamos tenerlas para Georg y Gustav?

Oh, cierto. Lo había olvidado por completo. Buenísimo. ¿Quieres que esta tarde nos juntemos con ellos así empezamos a formar las primeras canciones?

Por supuesto.

Esa tarde nos juntamos con la banda e hicimos dos canciones para el nuevo disco.

Así, fue pasando la semana. Al llegar el día lunes, Bill decidió ir a ver a Candy y yo aproveché para que me hicieran el test psicológico—social.

Hola –saludó sonriente Bill a Candy al arribar a su casa.

Bill, ¿cómo has estado? –preguntó ella sonriendo al igual que mi gemelo.

Bien. Te extrañé.

Yo no –contestó ella con maldad.

Qué sinceridad.

Era broma, Bill. También lo hice.

Ey, ¿no te animas a decir que me has extrañado?

¿Yo? Pues claro que me animo.

A ver. Dilo una vez más pero con las palabras textuales.

No molestes, Bill.

Eres más fría de lo que pensé –expresó mi hermano seriamente.

Te extrañé. Ya está, lo dije. ¿Contento?

Sí.

Pasa, tonto.

Mi gemelo entró a la casa de la rubia, quien parecía estar bien de ánimo al igual que la semana anterior.

Ambos hablaron un rato, se contaron algunas cosas y después se pusieron a jugar a los naipes ya que esa actividad les había quedado pendiente de la semana anterior.

Tengo una idea –dijo Candy.

¿Cuál?

Establezcamos una prenda para el que pierda.

Mientras no sea golpearse, está bien.

Justo iba a decir que nos podíamos regalar una trompada debido a que el moretón de tu cara ya se está borrando. Podemos hacerlo renacer.

Muy graciosa. Ni se te ocurra.

Sólo bromeaba. Eres un cobarde. Ayúdame a buscar una prenda.

Ya sé. El que pierde se tiene que quedar media hora encerrado en el baño.

Me parece excelente. Jamás se me hubiera ocurrido.

Pero sin teléfono móvil, sin nada de entretenimiento.

Bien.

Bill y Candy comenzaron a jugar. Ninguno de los dos quería perder, por supuesto. ¿Qué haría uno en el baño? Indudablemente, se aburriría a más no poder.

Yo salí a las siete de la tarde del test psicológico—social. Salí absolutamente feliz porque me habían aprobado. Los de la Oficina de Adopciones me habían dado el sí para poder tener un hijo. Noticia más hermosa que ella no existía. No veía las horas de llegar a casa y contáselo a Bill, si es que él ya había vuelto. Si no lo había hecho, le contaría cuando volviese. Esa vez ya era hora de que mi gemelo se enterara de la sorpresa que tenía para él. Sólo esperaba que le gustase.

Después de que Bill se enterara de la noticia –y si él estaba de acuerdo con la misma– llamaría para ver cuando podía visitar al niño/a que adoptaría. Ese sería uno de los días más felices de mi vida.

Llegué a casa y me percaté de que Bill no estaba en la misma. Decidí hacerle algo de cenar así de paso le contaba la buena noticia.

Había algo de comer que me salía exquisito y eran los fideos caseros. Me pondría en marcha para realizarlos antes de que Bill volviera a casa.

En un movimiento brusco que hice mientras hacía la salsa de los fideos, los cuales ya estaban casi terminados, los papeles de adopción se me cayeron del bolsillo.

Maldición... –rezongué.

No levanté en ese momento los papeles porque si dejaba de revolver la salsa se me iba a arruinar.

Terminé los fideos y recogí los papeles del suelo. Los coloqué en un cajón del modular que teníamos Bill y yo en el living.

Mi gemelo y Candy terminaron de jugar. Ella no ganó, pero Bill tampoco. Ambos habían empatado.

¿Y ahora qué? –cuestionó la rubia–. Vamos al desempate, ¿no?

Es muy tarde, Candy. Tengo que ir a ver a mi novio cuando salga de aquí.

¿Pues entonces no cumple nadie la prenda? ¿No te quedas media hora más?

Sí. Y luego me voy. ¿Por qué?

Empatamos, por lo tanto, ambos debemos cumplir la prenda. Y como tú no te quedarás una hora más, tendremos que entrar ambos juntos al baño.

¿¡Media hora encerrados juntos en un baño?! –preguntó Bill sorprendido.

Sí. ¿Acaso eres cobarde? ¿Me tienes miedo?

Claro que no, Candy. Sólo que tú tienes miedo de enamorarte de mí y ahora sales con estos planteos.

Entonces sí me tienes miedo. Bien, no te irás de aquí hasta que no cumplas la prenda junto conmigo.

Candy se levantó de donde estaba sentada y le quitó a mi hermano las llaves del auto que estaban en el bolsillo de su abrigo.

No te podrás ir sin esto –amenazó ella riendo.

Oye, ven aquí. Dame esas llaves.

Bill y la rubia corrieron alrededor de la mesa aproximadamente unos cinco minutos. Ella no iba a darle las llaves a mi hermano y este no quería encerrarse en el baño con ella.

En un momento, Bill acorraló a Candy contra el brazo del sillón, ella tropezó con el mismo y agarró a mi gemelo para no caerse. Pero ello fue en vano debido a que los dos cayeron en el sillón; Bill sobre ella. Sus rostros quedaron a tan sólo milímetros de distancia.

Tienes unos ojos hermosos –susurró él porque no le salía la voz.

Ella intentó besar a mi hermano, sin embargo él le corrió el rostro.

Perdóname. Tengo novio –explicó Bill como si la rubia no lo supiera.

Soy una idiota. Perdóname. Jamás debí hacerlo.

Bill se levantó del sillón y Candy también.

Perdóname tú a mí, es que...

¿Por qué me pides perdón? –cuestionó Candy confundida–. Tienes novio y debes serle fiel.

Lo sé. Sólo que...Nada –se interrumpió Bill a sí mismo.

Oye, ¿cumplirás la prenda?

¿Me prometes que no pasará nada?

Te lo prometo.

Bill y su amiga se encerraron en el baño. Supuestamente la idea era aburrirse, pero ellos se la pasaron hablando y la media hora se pasó volando.

Me voy. ¿Aún tienes mis llaves? –le preguntó Bill a la rubia.

Sí. Toma.

Ella le entregó las llaves a mi gemelo.

¿Volverás el lunes que viene?

No. Te extrañaré demasiado así que vendré dentro de la semana.

Oye, ese no era el trato.

No me importa –afirmó él encogiéndose de hombros–. Vendré igual. Adiós. –saludó mi hermano a la rubia con un beso en la mejilla.

Te odio, Bill. Adiós.

Mi gemelo se fue de la casa de Candy y se dirigió hacia nuestro hogar.

Llegué, Tom –avisó Bill al entrar a casa.

Hola, mi amor –saludé sonriente–. Ven, tengo una sorpresa para ti.

Tomé su mano y lo llevé hasta la mesa. Esta ya estaba preparada para cenar con la olla en su centro. Abrí la misma para mostrarle los fideos que había hecho con tanto esmero.

Eso se ve riquísimo, Tomy –dijo Bill con su hermosa sonrisa.

Siéntate. Comamos.

Bill me contó que Candy y él habían jugado.

Qué bueno. Cambiando de tema, mi vida. Quiero preguntarte algo –empecé dispuesto a contarle lo de la adopción.

Dime, amor.

Cuando estábamos en el aeropuerto con Camille me dijiste que tendrías hijos conmigo. Quiero saber si te gustaría realmente tenerlos.

Sí, por supuesto, mi amor. Me encantaría. Sólo que ahora es muy temprano, ¿no crees? Quizás deberíamos esperar a ser más grandes y no tener tantas responsabilidades con lo de la banda.

Debía admitir que la respuesta de Bill no era lo que yo había esperado. ¿Ahora qué haría? Todas las esperanzas de adoptar se derrumbaron en un pestañear. Quizás yo me había equivocado al pensar que mi gemelo querría tener hijos. Antes de hacer todos los trámites tendría que haberlo consultado con él. Yo era quien había hecho suposiciones que al fin y al cabo no me habían servido de nada. Ahora me encontraba en serios problemas.

No pude evitar poner cara de decepción. Afortunadamente, Bill no la notó.

Ah. Tienes razón.

¿Por qué la pregunta, Tomy?

Nada. Sólo me había quedado con esa duda.

Ah. De seguro seremos hermosos padres.

Sí, ojalá.

Tenlo por seguro –afirmó mi hermano acariciando mi mano.

Ambos terminamos de comer en absoluto silencio. Antes de levantarse de la mesa, Bill lo rompió.

Mi amor, me voy a dormir. Estoy cansado.

Está bien. Yo levantaré la mesa.

Te esperaré antes de dormirme.

Mi gemelo se fue para su habitación. Yo en realidad no quería levantar la mesa, lo que haría sería pensar. Lo único que podría haber mejorado mi relación con Bill sería el tener niños y ello fue todo tirado por la borda. Estaba cansado, harto de la mala suerte que tenía.

Me habré quedado diez minutos con la cabeza apoyada en la mesa. Hacía fuerza para no llorar; debía ser fuerte y aceptar las voluntades y decisiones de mi hermano. Como le había dicho, no quería seguir peleando con él.

Luego, me levanté y me dirigí hacia la habitación mía y de mi gemelo.

 

 

Capítulo XXXVIII: “El dolor está más cerca que el amor”.

 

...Si tú pones un noventa porciento y él un diez porciento no es tu culpa...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=k_D6SljGvUM ]

 

Al fin. ¿Qué tanto te has tardado? –me preguntó mi gemelo cuando me vio entrar en la habitación.

Sólo he tardado cinco minutos –respondí sorprendido.

Cinco minutos son una eternidad sin ti.

Claro, porque tienes sueño, pensé.

Sin ti más, mi amor –contesté.

Me desvestí quedando en boxer y me acosté. Intenté buscar la felicidad que me había quitado Bill mediante su decisión de la adopción a través de lo único que podía devolverme una sonrisa.

Mi vida, ¿quieres hacer el amor? –le pregunté dudando si su respuesta sería afirmativa o negativa.

No, Tomy. Perdóname. Estoy cansado.

¿Sabes? Yo también estoy cansado.

Pues entonces...

Estoy cansado de tus excusas, Bill –interrumpí lo que estaba por decir él–. ¿No te das cuenta de que me estás lastimando?

¿Y ahora qué hice, Tom? –cuestionó Bill desconcertado.

Estás más frío que la nieve, eso pasa. Ni siquiera eres capaz de ser sincero, Bill. Soy Tom, tu hermano, tu novio, por si no lo recuerdas.

Bill se quedó anonadado. Él sabía que yo tenía razón en cada palabra que había dicho. No obstante, no quiso aceptarlo.

Sabes que siempre fui sincero contigo, Tom. No sé qué es lo que te pasa.

Desde que pasó lo de Camille no eres el mismo Bill de antes. Te conozco. O mejor dicho, solía conocerte.

Sigo siendo exactamente igual que antes, Tom. Estoy harto de tus enojos tontos.

A ti te parecen tontos, claro, porque no estás en mi lugar. Apuesto a que mínimo me hubieses hecho veinte escenas de celos si fuese yo quien viera a Candy. Si te molesta o te molestó algo de mí sabes que me lo puedes reclamar. Pero yo sinceramente siento que no existo para ti, soy insignificante en tu vida. Te levantas, me besas, te vas, vuelves, me besas y ahí se terminó nuestro día. ¿Así es la manera en la que me amas?

Tengo sueño, mañana discuto. Ahora no tengo ganas de hacerlo. Tú continúa inventando cosas que ni siquiera son ciertas, así luego me echas la culpa a mí.

Mi gemelo se dio la vuelta mirando hacia la pared, dándome la espalda. Yo, francamente, no podía creerlo. Desconocía por completo a mi hermano; él nunca había sido así.

Al ver que Bill no pensaba mirarme para continuar hablando, me di la vuelta, quedando mi espalda en frente de la suya. Estaba triste. Sentía que mi hermano ya no me quería como lo hacía antes y eso me dolía en el alma. Sólo quería saber qué era lo que lo había hecho cambiar tanto. Si él estaba siendo así porque aún no terminaba de perdonarme la infidelidad, necesitaba que me lo dijera. Pero yo sólo tenía silencio como respuesta y eso no me servía de nada.

Cada segundo pensaba más y más y eso me provocó un nudo en la garganta. Quise hacer todo lo posible para no llorar, pero las lágrimas poco a poco fueron dejando mis ojos. Tenía miedo de perder al amor de mi vida para siempre. Bill lo era todo para mí y no quería que estuviésemos tan separados y tan fríos. La relación se tornaba rutinaria y no había pasión. Pensé que quizás mi gemelo se había cansado de ello y también de mí.

A pesar de que mi gemelo había dicho que se iba a dormir, no lo hizo. Él sólo había simulado que estaba dormido debido a que no quería hablar conmigo. No porque le gustara hacerme sufrir ni nada por el estilo, sino porque él sentía que la relación no daba para más. El problema era que no se animaba a decírmelo; no era sincero ni consigo mismo ni conmigo.

Las ganas de llorar a medida que lo hacía, aumentaban. Venía acumulando muchas cosas y tenía que descargar todas las broncas y enojos.

Mi gemelo inmediatamente se dio cuenta de que yo estaba llorando. Sin embargo, no hizo nada. Se sentía muy caradura como para consolarme.

Esa noche me dormí realmente muy mal, con dolores de cabeza y triste.

A la mañana siguiente cuando me desperté, Bill ya no estaba en el dormitorio. Bajé y tampoco estaba así que supuse que se había ido a la casa de la ladrona de Candy. También es ladrona de novios, pensé.

Y tal como lo adiviné, Bill justo se encontraba manejando hacia la casa de la rubia. Apenas ella abrió la puerta de su casa, mi gemelo la abrazó.

Bill, qué sorpresa. Pensé que me avisarías cuando vendrías –afirmó ella después de responder al abrazo de mi hermano.

Debo hablar contigo –fue lo primero que dijo Bill al entrar a la casa de Candy.

Sí, Bill. Dime. Te escucho.

Ambos se sentaron en el sillón.

Ya basta –dijo mi gemelo.

¿Basta de qué Bill?

Tengo que confesarte lo que siento.

Candy se quedó absolutamente sorprendida. Ella sabía exactamente a qué se refería Bill.

Confiesa sin temores. Escucharé.

Yo...no puedo creer lo que tengo para decirte. Jamás pensé que lo haría...Te amo, Candy.

La rubia pasó de sorprendida a perpleja. No podía creer que mi gemelo la amara, ella pensó que eso nunca pasaría. Pero, al parecer, había sucedido.

No...No puedo creerlo, Bill. Pensé que amabas a tu novio.

Yo también. Sólo sé que a ti te amo. Te has vuelto muy especial en mi vida, siento que te extraño a cada segundo y no puedo dejar de pensar en ti.

No sé qué decirte. Gracias, Bill –agradeció ella sonriente.

Candy, no agradezcas si es lo que realmente siento.

Gracias por sentir lo mismo que yo. Te amo, Bill. Y sabes que lo hago. Eres la persona más buena que he conocido en toda mi vida. ¿Sabes? Te mentí. No quería que vinieses a casa porque ya estaba enamorada de ti y me iba a hacer mal verte porque sé que tienes novio.

Yo también lo sentía mas no lo quería aceptar. Perdóname si te hice sufrir.

Bill, qué cosas dices. Jamás lo has hecho y ahora me siento la mujer más feliz del mundo.

Bill abrazó a Candy con todas sus fuerzas. No sentía culpa, ni remordimientos, ni menos sentía que me estuviese traicionando. Estaba cegado por el supuesto amor que tenía hacia la rubia.

Luego, mi gemelo le acarició el pelo.

Te prometo que haré lo posible para que seamos felices. Dejaré a mi novio.

¿De verdad, Bill? –cuestionó ella con una sonrisa gigantezca–. ¿Estás seguro de jugarte así por lo nuestro? ¿Y si fracasamos?

No, hermosa. No dejaré que ello pase.

No puedo creerlo todavía. Siento que estoy en las nubes y eso que ni siquiera te he besado.

Yo también me muero por probar tus dulces labios. Ojalá podamos hacerlo pronto, Candy.

Sí. Lo deseo más que nada en este mundo. No sé sinceramente como pueden existir aún personas que realmente dejen todo por amor.

Créelo. Existen.

Yo me pasé todo el día en casa deprimido y aburrido. Para quitar ese aburrimiento le llamé a Georg y le conté todo lo que había sucedido con Bill. Tuve que remontarme a la historia de Candy porque él no sabía nada e incluso le conté que mi gemelo no había querido hacer el amor. Georg no podía creer lo mal que mi hermano me estaba tratando últimamente y tenía toda la razón del mundo porque estaba irreconocible. Me había dicho hartante, idiota y hasta insoportable.

Bill solía ser tierno –me quejé ante Georg por teléfono.

Lo era. Aún continúo atónito con lo que me has contado.

Para mí todo esto se debe a Candy o a lo que pasó con Camille.

Para mí no es por ninguna de las dos cosas –opinó Georg pero lo hacía erróneamente.

Yo realmente sospechaba de Candy, sin embargo, jamás me imaginé que fuese tan profundo el cariño que mi gemelo tenía hacia ella. Yo tenía miedo de perder a Bill, mas era en vano porque ya lo había perdido. Aunque no lo sabía, él ya no era más mío.

Ya no sé qué hacer sinceramente.

Tom, no te tortures tanto. Seguramente se le pasará.

¿Tú crees que esto es como siempre?

Sí. En un rato estarán bien de nuevo. No te preocupes.

¿Y si no se le pasa? ¿Qué haré para que él pueda volver a confiar en mí?

¡Tom! Me sacas de quicio. Mira, tú ya has hecho todo lo que has podido, más no podrás hacer por su relación. Si tú pones un noventa porciento y él un diez porciento no es tu culpa.

Sé que me enojo por cualquier cosa, Georg. Pero Bill sabe la mayoría de las veces el por qué de enojarme. En cambio él, ni siquiera es capaz de contarme por qué me trata como lo hace. Ahora seguramente está con Candy y me ha dejado triste y solo. No le importa hablar para arreglar las cosas, ya sinceramente no sé si le importo yo.

Toda la vida le has importado y seguramente le importas ahora, Tom. Bill no dejará de amarte de un día para otro. Hasta él mismo te lo ha dicho. Quédate tranquilo. Volverá esta noche, hablarán y se arreglarán.

Bueno, eso espero. Gracias, Georg, por las palabras de aliento.

De nada, Tom. Te dejo, amigo, tengo que hacer unas cosas. Si pasa algo con Bill no dudes en contarme. Siempre te oiré.

Gracias –agradecí nuevamente–. Adiós, amigo. Suerte.

Igual para ti. Si te arreglas con Bill mándale saludos.

Lo haré. Nos vemos –saludé para finalizar la llamada.

 

 

Capítulo XXXIX: “Ahogarse en los errores”.

 

...Perdóname por querer lo mejor para nosotros...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=GZ__DPt_0DU ]

 

Bill y Candy se la pasaron contándose cosas, averiguando más sobre la vida de cada uno, confesándose cómo fue que llegaron a quererse tanto.

¿Puedes quedarte esta noche conmigo? –cuestionó Candy a modo de petición.

Perdóname, Candy. Pero habíamos quedado en juntarnos con unos amigos y mi hermano –mintió Bill–. Me muero por quedarme, mas no puedo.

Bill quería realmente quedarse en casa de Candy a pasar la noche pero no lo hizo porque sabía que podía pasar cualquier cosa con la rubia. Él la amaba, sin embargo, no quería tener nada con ella hasta que no me dejara. No quería serme infiel como yo lo había sido anteriormente. No quería hacerme lo mismo porque sabía lo que se sentía. De todas maneras, él ya me había sido infiel con la mente.

Yo a la diez de la noche me encerré en mi habitación. Me dije que si Bill quería hablar conmigo que lo hiciera él. Yo no iría a pedirle perdón como siempre; esta vez no tenía por qué hacerlo.

Me percaté del ruido de la puerta aproximadamente a las once de la noche. Un raro sentimiento me inundó el corazón. Pero no era de felicidad, de eso estaba seguro.

Mi gemelo entró a casa e inmediatamente se dirigió a su habitación. No quería hablar conmigo. Sólo quería acabar con la relación de la mejor manera posible. Él no sabía que eso no se podía lograr. De cualquier manera a mí me dolería.

Bill sentía lástima por mí y ese era el peor sentimiento que se podía sentir hacia una persona. Yo lo amaba con mi corazón y eso no era motivo de lástima. Pero para mi hermano sí lo era.

Estaba acostado por taparme con las colchas cuando alguien golpeó a mi dormitorio.

¿Qué? –cuestioné a través de la puerta.

Quiero buscar la ropa que me dejé ahí –explicó Bill.

Me enderecé de la cama y vi que, como mi gemelo había dormido ahí todas las últimas noches, se había olvidado su pijama. Sinceramente, no quería ver su rostro, así que me tapé hasta la cabeza.

Pasa.

Bill entró, alzó su ropa y se quedó allí parado unos segundos. Yo me pregunté qué estaría haciendo y me destapé. Lo miré a los ojos y él también lo hizo.

Hola...No nos hemos saludado en todo el día –afirmó Bill seriamente.

No –respondí amargamente.

Bueno, me voy. Buenas noches.

¿Qué tienen de buenas?

Todos los momentos que hemos pasado juntos. Nunca los olvides –dijo mi gemelo como para terminar de romperme el corazón.

Bill se fue de mi habitación y cerró la puerta. Cada vez que hablaba con él era peor. Y lo sabía pero él me obligaba a responderle. No podía ignorar a quien era el amor de mi vida y además, a quien era mi hermano.

Esa noche me dormí tal mal como la noche anterior. Nada había mejorado en mi relación con Bill, todo empeoraba a cada segundo que pasaba y a cada momento que hablaba con él. Por mucho tiempo mi gemelo había sido el motivo de mi felicidad, de mis alegrías, de mi buen humor. No obstante, ahora estaba siendo el motivo por el cual todos los días eran tristes. Él me demostraba que yo no le importaba siquiera un poco y eso dolía muchísimo.

Al día siguiente, mamá llamó por teléfono. Lo hizo para avisarme que vendría a casa por la tarde. Tenía que decirnos a Bill y a mí algo importante. Era una buena noticia. Me pregunté qué sería.

Bill estuvo encerrado en su habitación y yo hice exactamente lo mismo hasta que vino mamá.

A las cinco de la tarde, ella y Gordon tocaron el timbre.

Hola, mamá. Hola, Gordon –saludé sonriente.

Hola, Tom –dijeron ambos al unísono.

Justo en ese momento, Bill apareció en las escaleras. Había sentido el timbre y eso lo llevó a salir de su habitación.

Hola, hijo –lo saludó mamá sonriente.

Ey, mamá. Qué sorpresa. Hola.

Bill se acercó a ella y la abrazó. Luego saludó a Gordon. Mamá y este último entraron a casa.

Niños, Gordon y yo nos iremos de vacaciones por una semana –avisó mamá mientras hablábamos en el living.

Buenísimo, mamá –opinó mi gemelo sonriente.

Genial. ¿Y a dónde van? –cuestioné intrigado.

A Italia. Necesito que me prestes, Tomy, el folleto ese de turismo que tenías la otra vez. ¿Puede ser?

Ah, sí, está en mi habitación. Te lo busco y vuelvo.

Subí hasta mi habitación y busqué el folleto. No lo encontré ni en la mesa de luz ni en la cómoda. Quizás estaba abajo.

¡Mamá, fíjate ahí en el modular del living si está! –grité desde arriba para que me oyeran.

Yo continuaría fijándome ahí en la habitación porque a lo mejor no había buscado del todo bien.

¡Tom! ¡Aquí está! ¡Ven!

Bajé nuevamente y mamá nos miró sorprendida a mí y a Bill.

¿Quién de ustedes dos va a adoptar? –cuestionó ella completamente asombrada.

Me quedé helado. No podía creer que no me hubiese acordado de que los papeles de la adopción estaban ahí. Ahora estaba metido en un gran lío y nadie me salvaría.

Bill se quedó anonadado. Posteriormente, dirigió su mirada hacia mí. Sabía exactamente lo que él estaba pensando.

Y Gordon también estaba absolutamente sorprendido.

Yo... –confesé agachando la mirada–. Iba a hacerlo.

¿¡Por qué no lo harás?! –preguntó mamá alterada.

Porque se me fueron todas las ganas –expliqué mirando a mi gemelo rápidamente para luego apartar mi mirada de él.

Ay, hijo, tienes que adoptar. Es lo más hermoso que puede hacer alguien –opinó ella acercándose a mí y abrazándome–. Me emociona saber que ahora sí voy a tener un nieto.

¿Mamá? —cuestioné porque sentí algo mojado en mi hombro.

Eran las lágrimas de mi madre.

Me has hecho emocionar –afirmó ella limpiando sus lágrimas–. Me encantaría que adoptes, Tomy. Hazlo.

Bueno, te prometo que lo pensaré, mamá.

Así me gusta, hijo.

Bill inmediatamente se puso de pie y se fue hacia su habitación enojado. Lo estaba porque yo nunca le había contado de lo de la adopción. Pero la realidad era que cuando le quise decir él fue quien me quitó todas las ganas de hacerlo.

¿Y ahora qué le pasó a Bill? –preguntó mamá desconcertada.

Yo qué sé –respondí desganado, encogiéndome de hombros.

¿Nadie sabía de lo de la adopción?

No. No le conté a nadie. Quería esperar.

Ah, bueno.

Es uno de mis sueños tener un hijo. Creo que estoy preparado para hacerlo. –expresé sonriente.

Espero que se te cumpla el sueño –deseó Gordon amablemente.

Gracias, Gordon. Me alegra saber que me apoyan ambos.

¿Cómo no hacerlo, hijo? Es una hermosa noticia.

Gracias, mamá.

¿Y qué quieres niño o niña?

Prefiero una nena. Si es que adopto, esta semana tengo que ver con qué niña/o me quedo.

Qué lástima que no estaremos para acompañarte. Nos hubiese encantado.

Sí, mamá. De todas formas, aún no sé si lo voy a hacer, ¿eh?

Tomy, lo harás. Estoy segura. Escucha a tu corazón.

Mamá y Gordon se quedaron unas dos horas más y luego decidieron irse. Antes de hacerlo, tuvieron que subir a saludar a mi hermano porque él no bajaba aún. Al parecer, se había enojado mucho.

Justo cuando nuestra madre y su cónyuge estaban saliendo de casa, Bill bajó y los saludó nuevamente.

Cuando ellos se fueron, cerré la puerta y Bill me miró con cara de odio.

Tenemos que hablar –demandó mi hermano.

Ambos nos sentamos en el living.

¿De qué quieres hablar?

¿Cómo es eso de que ibas a adoptar? ¿Por qué no me habías contado nada, Tom? ¿Acaso ibas a adoptar conmigo? Porque si es así, yo no tenía ni la más mínima idea de que lo ibas a hacer, te informo.

Ya lo sé. Estuve dos semanas esperando para decirte porque era una sorpresa. Quería que me dieran el sí para luego contarte. Esa era la sorpresa que te iba a dar, Bill.

¡Y vaya que me sorprendiste! –exclamó Bill molesto–. ¿Qué te costaba contármelo desde el principio? Aunque sea contarme para no hacerlo sin mi consentimiento. Claro, yo estaba a punto de ser padre y no tenía la más remota idea de que lo iba a ser.

Bueno, Bill. Perdóname. No sabía que tú no querías tener hijos, no sabía que no te importaba no tener una vida conmigo, no sabía que tu respuesta sería la peor que podía esperar. Pensé que nos haría felices. Pensé que quizás podíamos ser los mejores padres del mundo, pero ya veo que me equivoqué. Perdóname por querer lo mejor para nosotros; perdóname por no siempre pensar igual que tú.

Yo en ningún momento te dije que no quería tener hijos, Tom. Deja ya de inventar cosas. Si tú me hubieras dicho directamente que estabas a punto de adoptar, hubiese aceptado. Sin embargo, lo que hiciste fue ocultarme las cosas y tomar las decisiones tú solo. Ahora te las arreglas tú. ¿Y sabes por qué? Porque de ahora en adelante, estás solo. No soy más tu novio. Aquí se acabó todo.

Eso me partió el alma en mil y un pedazos. No quería escuchar nuevamente lo que acababa de oír. Bill me acababa de dejar por una pavada; pero estaba seguro que no era ese el motivo. Quería oír que él me era sincero, quería escuchar por qué me dejaba. No me quedaría callado ni sufriendo sin saber por qué. Las cosas no podían terminar así.

 

 

Capítulo XL: “Mentiras que hieren”.

 

...El océano vino y se llevó lo que había en la costa...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=eM8V_ldhOYQ ]

 

Sé que no es este el motivo por el cual me dejas. Quiero saber por qué. Por una vez en tu vida dime la verdad. Hace más de dos semanas que ando como un estúpido sufriendo por ti y tú te dignas a empeorar cada vez más la situación. Si me vas a dejar aunque sea dime por qué lo haces –pedí absolutamente destrozado.

Estaba quebrándome y si Bill no hablaba rápido me moriría en ese preciso instante.

Sí, es ese el motivo, Tom. Estamos mal desde hace mucho y no creo que esta relación dé para más. No busques explicaciones, ya todo ha terminado.

Listo. Todo estaba dicho. Todo estaba hecho. Sabía que algo había cambiado en él, por más que lo quisiera negar. No le creía ni media palabra de lo que decía. No podía haberse enojado por esa simple cosa. Habíamos solucionado problemas peores problemas que ese.

Superamos tantas caídas, Bill, ¿y me dejas por esto?

Lo que más me hería de la situación es que a Bill no parecía afectarle absolutamente nada. Parecía ser como si nunca me hubiese amado, como si jamás hubiese sentido algo hacia mí. Además, ni siquiera se molestaba por responder a mis preguntas. Y yo tenía dudas, muchas dudas. No quería dejar que todo se fuese por la borda.

¿Sabes? Pensé que eras distinto. Te di todo lo que jamás le entregué a nadie, te di hasta lo que no tenía para que confiaras en mí ¿y tú me pagas así? Discúlpame, pero esto no es amor. Bajaste los brazos, renunciaste a nuestro amor, Bill.

Las lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas. No quise hacerlo; no quería llorar, mas me fue imposible evitarlo. Estaba perdiendo al amor de mi vida, a mi hermano. No podía creerlo. Bill había asegurado que me amaba, que era lo más importante, que era el amor de su vida ¿para qué? ¿Para dejarme después de tanto luchar? Eso no era amor. Él me había hecho amarlo, yo le entregué todo lo que tenía, era capaz de dar mi vida por él pero, al parecer, él jamás lo había sentido así. Si fuese el amor de su vida no me hubiese dejado ir; no así. Esa vez yo era inocente. Sólo era culpable de amar con todo mi corazón a alguien que no se lo merecía.

Entiendo. Esto es por venganza. Me lo merezco. Si simplemente me perdonaste lo de Camille para hacerme sufrir, te aviso que no era necesario. Estaba herido, realmente lo lamentaba y mi castigo era perderte. Ahora lo has arruinado. Has logrado que te odie –afirmé con la voz quebrada.

Tom, no quiero eso...Por favor. No te dejo por venganza, lo hago porque siento que no podemos seguir así. Lo nuestro no da para más. Si nos tomamos un tiempo a lo mejor podremos volver a ser lo que un día fuimos. Créeme que me duele en el alma hacer esto. Lo siento mucho.

Bill intentó tomar mi mano mas no lo pudo hacer porque yo lo evité.

¿Lo sientes? Te voy a decir qué es lo que sientes, Bill. Tú sientes mucho que yo te ame. Respóndeme sólo una cosa con toda la sinceridad del mundo. Te prometo que después te dejaré en paz y me olvidaré para siempre de ti. ¿Sientes lástima por mí?

Mi gemelo se quedó callado unos segundos. Tomé eso como una respuesta afirmativa.

Listo. No hay más por hacer. No sabes cómo duele que te mientan con un te amo –añadí para retirarme a mi habitación.

Subí las escaleras llorando. No podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Bill jamás me había amado y era exactamente así como me sentía.

Nunca pensé que me haría tan mal terminar con mi hermano. Esta vez era para siempre. Él no me amaba. Mi gemelo había arruinado mi vida. Sentía mucha impotencia, lo odiaba. Pero a su vez amaba a mi gemelo y eso dolía hasta lo más profundo del corazón.

Mi hermano, por su parte, se sentía mal por mí. Él nunca había querido destrozarme del modo en que lo había hecho; sin embargo, lo logró. No pudo serme sincero y contame la verdad, pero supuso que luego lo haría. ¿Cuándo sería luego para él? No tenía idea.

Me encerré en mi habitación, busqué el álbum de fotos que Bill me había regalado y lo hice añicos. Lloré con cada foto que rompía; sentía que lo odiaba. Mi hermano parecía ser el más tierno, bueno, amable del mundo pero me abandonó. Él era quien decía que yo lo usaba, sin embargo él lo había hecho. Me había usado como a un pañuelo descartable porque nadie se separaba tan fácilmente de la persona que amaba.

Después de descargarme rompiendo las fotos, me acosté. No quería saber más nada de la vida; estaba realmente harto de ella. Nunca podría tener suerte con Bill. Nosotros estábamos destinados a no estar juntos, por más que yo quisiera lo contrario. Me cansé de luchar por él y decidí que bajaría los brazos al igual que él lo había hecho. No más Bill y Tom, no más incesto. Sólo éramos hermanos, si es que se podía serlo después de todo lo que había pasado.

Al parecer, a Bill no le duró mucho el dolor de lo que acababa de pasar y salió inmediatamente de casa. Se subió a su Cadillac y se dirigió a buscar a su amada. Así demostró que a él le interesaba un comino lo que me pasaba.

Bill llegó allí y golpeó la puerta impaciente.

¡Bill! –exclamó Candy feliz de volver a verlo.

¡Candy! –gritó él también.

Al terminar de pronunciar el nombre de la rubia, Bill se avalanzó sobre ella y la besó desaforadamente. Él ya era libre. Yo había soltado sus “cadenas”; por así decirlo.

Candy, por supuesto, disfrutó ese beso como nunca antes había disfrutado ninguno. Era el mejor, porque estaba besándose con el mejor. Ella sonrió mientras lo besaba, él también lo hizo. Ambos estaban felices. Ambos festejaban mientras yo me moría sin el amor de mi vida.

Ahora soy libre –expresó mi gemelo suspirando profundamente.

Lo veo. Entremos –dijo Candy tomando la mano de mi hermano y entrando ambos juntos a su casa.

Nunca me imaginé que mi vida sería como un cuento de hadas. Lo del príncipe que me rescata y me da el beso eterno es cierto. Increíble pero cierto.

No exageres, Candy. Yo sólo busqué a mi princesa y la he encontrado.

¿Y nuestro cuento terminará con un “vivieron felices para siempre”?

Esperemos que sí. Que sea mejor “vivieron y murieron felices para siempre”.

Sí. Es mejor.

Yo, en ese momento de desesperación, tomé la decisión de contarle a alguien lo que acababa de pasar. Necesitaba hablar con alguien porque sino yo era capaz de romper hasta la casa.

¿Tom? –contestó Georg del otro lado del teléfono.

Sí, amigo.

Estoy aquí con Gustav. ¿Cómo estás, hombre?

Peor imposible. ¿Tú?

Bien. ¿Por qué estás tan mal?

Por Bill. Pon el teléfono en altavoz así te cuento a ti y a Gus.

Cuéntanos.

Georg le susurró a Gustav que yo estaba mal por Bill.

¿Qué pasó con Bill? –me preguntó el baterista.

Yo no respondía. La voz no me salía.

¿Sigues ahí,Tom? –cuestionó Georg preocupado.

Sí. Bill me dejó –dije con la voz entrecortada.

¿¡Qué?! –exclamó el bajista sin creer lo que yo le decía.

Gustav se quedó absolutamente paralizado. Tampoco podía creer la noticia. Ambos se miraron totalmente sorprendidos.

¿Y ahora por qué? –preguntó Gus.

No lo sé. Eso es lo peor.

¿Cómo que no lo sabes?

Los G's abrieron aun más grande sus ojos.

Les cuento cómo fue la pelea. Resulta que iba a adoptar, chicos. Y era una sorpresa para Bill, por ello no le conté nada. Mamá vino hoy y encontró sin querer los papeles de adopción. Ella nos preguntó a mí y a mi gemelo cuál de los dos iba a adoptar. No me quedó otra que decir que fui yo, mi gemelo se enojó, me dijo que no iba a estar más conmigo por todo lo que ha pasado y porque no le había contado nada de la adopción. Y yo, Gus, le conté a Georg que últimamente estaba muy frío Bill. Sabía que algo le pasaba.

No...Simplemente no lo puedo creer. ¿Cómo se va a enojar por esa estupidez? Es increíble que te haya dejado por eso, Tom. Debería haber estado feliz por la noticia.

Estoy seguro de que Bill no me dejó sólo por eso. No me lo ha dicho, pero sospecho que él jamás me amó o al menos hoy ya no lo hace.

Acá hay algo mal. No puede ser posible que Bill haya hecho semejante barbaridad. Es imposible. Habrá que hablar seriamente con tu gemelo, Tom.

No, Gus. Déjalo todo así. Será mejor que nadie se meta en esto. Ya no habrá más Bill y Tom, no habrá más vida juntos, nada. El océano vino y se llevó lo que había en la costa. Pero no se dio cuenta de algo: Quedó allí un pez sin agua para vivir, sin lo necesario para hacerlo. Ahora está solo, muriendo. Ahora estoy solo y muriendo. No puedo, chicos, simplemente no puedo renunciar a la vida que tenía planeada –expliqué dejando caer lágrimas; la situación me sobrepasaba.

 

Capítulo XL: “Mentiras que hieren”.

 

...El océano vino y se llevó lo que había en la costa...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=eM8V_ldhOYQ ]

 

Sé que no es este el motivo por el cual me dejas. Quiero saber por qué. Por una vez en tu vida dime la verdad. Hace más de dos semanas que ando como un estúpido sufriendo por ti y tú te dignas a empeorar cada vez más la situación. Si me vas a dejar aunque sea dime por qué lo haces –pedí absolutamente destrozado.

Estaba quebrándome y si Bill no hablaba rápido me moriría en ese preciso instante.

Sí, es ese el motivo, Tom. Estamos mal desde hace mucho y no creo que esta relación dé para más. No busques explicaciones, ya todo ha terminado.

Listo. Todo estaba dicho. Todo estaba hecho. Sabía que algo había cambiado en él, por más que lo quisiera negar. No le creía ni media palabra de lo que decía. No podía haberse enojado por esa simple cosa. Habíamos solucionado problemas peores problemas que ese.

Superamos tantas caídas, Bill, ¿y me dejas por esto?

Lo que más me hería de la situación es que a Bill no parecía afectarle absolutamente nada. Parecía ser como si nunca me hubiese amado, como si jamás hubiese sentido algo hacia mí. Además, ni siquiera se molestaba por responder a mis preguntas. Y yo tenía dudas, muchas dudas. No quería dejar que todo se fuese por la borda.

¿Sabes? Pensé que eras distinto. Te di todo lo que jamás le entregué a nadie, te di hasta lo que no tenía para que confiaras en mí ¿y tú me pagas así? Discúlpame, pero esto no es amor. Bajaste los brazos, renunciaste a nuestro amor, Bill.

Las lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas. No quise hacerlo; no quería llorar, mas me fue imposible evitarlo. Estaba perdiendo al amor de mi vida, a mi hermano. No podía creerlo. Bill había asegurado que me amaba, que era lo más importante, que era el amor de su vida ¿para qué? ¿Para dejarme después de tanto luchar? Eso no era amor. Él me había hecho amarlo, yo le entregué todo lo que tenía, era capaz de dar mi vida por él pero, al parecer, él jamás lo había sentido así. Si fuese el amor de su vida no me hubiese dejado ir; no así. Esa vez yo era inocente. Sólo era culpable de amar con todo mi corazón a alguien que no se lo merecía.

Entiendo. Esto es por venganza. Me lo merezco. Si simplemente me perdonaste lo de Camille para hacerme sufrir, te aviso que no era necesario. Estaba herido, realmente lo lamentaba y mi castigo era perderte. Ahora lo has arruinado. Has logrado que te odie –afirmé con la voz quebrada.

Tom, no quiero eso...Por favor. No te dejo por venganza, lo hago porque siento que no podemos seguir así. Lo nuestro no da para más. Si nos tomamos un tiempo a lo mejor podremos volver a ser lo que un día fuimos. Créeme que me duele en el alma hacer esto. Lo siento mucho.

Bill intentó tomar mi mano mas no lo pudo hacer porque yo lo evité.

¿Lo sientes? Te voy a decir qué es lo que sientes, Bill. Tú sientes mucho que yo te ame. Respóndeme sólo una cosa con toda la sinceridad del mundo. Te prometo que después te dejaré en paz y me olvidaré para siempre de ti. ¿Sientes lástima por mí?

Mi gemelo se quedó callado unos segundos. Tomé eso como una respuesta afirmativa.

Listo. No hay más por hacer. No sabes cómo duele que te mientan con un te amo –añadí para retirarme a mi habitación.

Subí las escaleras llorando. No podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Bill jamás me había amado y era exactamente así como me sentía.

Nunca pensé que me haría tan mal terminar con mi hermano. Esta vez era para siempre. Él no me amaba. Mi gemelo había arruinado mi vida. Sentía mucha impotencia, lo odiaba. Pero a su vez amaba a mi gemelo y eso dolía hasta lo más profundo del corazón.

Mi hermano, por su parte, se sentía mal por mí. Él nunca había querido destrozarme del modo en que lo había hecho; sin embargo, lo logró. No pudo serme sincero y contame la verdad, pero supuso que luego lo haría. ¿Cuándo sería luego para él? No tenía idea.

Me encerré en mi habitación, busqué el álbum de fotos que Bill me había regalado y lo hice añicos. Lloré con cada foto que rompía; sentía que lo odiaba. Mi hermano parecía ser el más tierno, bueno, amable del mundo pero me abandonó. Él era quien decía que yo lo usaba, sin embargo él lo había hecho. Me había usado como a un pañuelo descartable porque nadie se separaba tan fácilmente de la persona que amaba.

Después de descargarme rompiendo las fotos, me acosté. No quería saber más nada de la vida; estaba realmente harto de ella. Nunca podría tener suerte con Bill. Nosotros estábamos destinados a no estar juntos, por más que yo quisiera lo contrario. Me cansé de luchar por él y decidí que bajaría los brazos al igual que él lo había hecho. No más Bill y Tom, no más incesto. Sólo éramos hermanos, si es que se podía serlo después de todo lo que había pasado.

Al parecer, a Bill no le duró mucho el dolor de lo que acababa de pasar y salió inmediatamente de casa. Se subió a su Cadillac y se dirigió a buscar a su amada. Así demostró que a él le interesaba un comino lo que me pasaba.

Bill llegó allí y golpeó la puerta impaciente.

¡Bill! –exclamó Candy feliz de volver a verlo.

¡Candy! –gritó él también.

Al terminar de pronunciar el nombre de la rubia, Bill se avalanzó sobre ella y la besó desaforadamente. Él ya era libre. Yo había soltado sus “cadenas”; por así decirlo.

Candy, por supuesto, disfrutó ese beso como nunca antes había disfrutado ninguno. Era el mejor, porque estaba besándose con el mejor. Ella sonrió mientras lo besaba, él también lo hizo. Ambos estaban felices. Ambos festejaban mientras yo me moría sin el amor de mi vida.

Ahora soy libre –expresó mi gemelo suspirando profundamente.

Lo veo. Entremos –dijo Candy tomando la mano de mi hermano y entrando ambos juntos a su casa.

Nunca me imaginé que mi vida sería como un cuento de hadas. Lo del príncipe que me rescata y me da el beso eterno es cierto. Increíble pero cierto.

No exageres, Candy. Yo sólo busqué a mi princesa y la he encontrado.

¿Y nuestro cuento terminará con un “vivieron felices para siempre”?

Esperemos que sí. Que sea mejor “vivieron y murieron felices para siempre”.

Sí. Es mejor.

Yo, en ese momento de desesperación, tomé la decisión de contarle a alguien lo que acababa de pasar. Necesitaba hablar con alguien porque sino yo era capaz de romper hasta la casa.

¿Tom? –contestó Georg del otro lado del teléfono.

Sí, amigo.

Estoy aquí con Gustav. ¿Cómo estás, hombre?

Peor imposible. ¿Tú?

Bien. ¿Por qué estás tan mal?

Por Bill. Pon el teléfono en altavoz así te cuento a ti y a Gus.

Cuéntanos.

Georg le susurró a Gustav que yo estaba mal por Bill.

¿Qué pasó con Bill? –me preguntó el baterista.

Yo no respondía. La voz no me salía.

¿Sigues ahí,Tom? –cuestionó Georg preocupado.

Sí. Bill me dejó –dije con la voz entrecortada.

¿¡Qué?! –exclamó el bajista sin creer lo que yo le decía.

Gustav se quedó absolutamente paralizado. Tampoco podía creer la noticia. Ambos se miraron totalmente sorprendidos.

¿Y ahora por qué? –preguntó Gus.

No lo sé. Eso es lo peor.

¿Cómo que no lo sabes?

Los G's abrieron aun más grande sus ojos.

Les cuento cómo fue la pelea. Resulta que iba a adoptar, chicos. Y era una sorpresa para Bill, por ello no le conté nada. Mamá vino hoy y encontró sin querer los papeles de adopción. Ella nos preguntó a mí y a mi gemelo cuál de los dos iba a adoptar. No me quedó otra que decir que fui yo, mi gemelo se enojó, me dijo que no iba a estar más conmigo por todo lo que ha pasado y porque no le había contado nada de la adopción. Y yo, Gus, le conté a Georg que últimamente estaba muy frío Bill. Sabía que algo le pasaba.

No...Simplemente no lo puedo creer. ¿Cómo se va a enojar por esa estupidez? Es increíble que te haya dejado por eso, Tom. Debería haber estado feliz por la noticia.

Estoy seguro de que Bill no me dejó sólo por eso. No me lo ha dicho, pero sospecho que él jamás me amó o al menos hoy ya no lo hace.

Acá hay algo mal. No puede ser posible que Bill haya hecho semejante barbaridad. Es imposible. Habrá que hablar seriamente con tu gemelo, Tom.

No, Gus. Déjalo todo así. Será mejor que nadie se meta en esto. Ya no habrá más Bill y Tom, no habrá más vida juntos, nada. El océano vino y se llevó lo que había en la costa. Pero no se dio cuenta de algo: Quedó allí un pez sin agua para vivir, sin lo necesario para hacerlo. Ahora está solo, muriendo. Ahora estoy solo y muriendo. No puedo, chicos, simplemente no puedo renunciar a la vida que tenía planeada –expliqué dejando caer lágrimas; la situación me sobrepasaba.

 

 

Capítulo XLI: “A un hermano lo perdono, pero a ti te amo”.

 

...Me sentía insignificante...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=N7dGE7RIEYs ]

 

¿Por qué Bill me tiene que hacer esto? Es la única persona que amé en toda mi vida.

Tom, tranquilo. Te aseguro que nada quedará así –dijo Georg preocupado.

Iremos para allá. No te noto nada bien, amigo –expresó Gustav.

No, chicos. No quiero que me vean. Estoy destrozado y se nota demasiado. Jamás me han visto llorar y no quiero que lo hagan.

Eres un idiota, hombre. Iremos. Espéranos –afirmó Georg cortando la comunicación.

Ambos se dirigieron hacia mi hogar y tocaron el timbre incansablemente; no quería atenderlos. Ellos me llamaron por teléfono móvil preocupados porque yo no salía.

Les dije que no vinieran –rezongué abriendo la puerta de casa.

Ambos me abrazaron apretujándome por completo.

Bueno, basta –me quejé del abrazo–. No quiero dar lástima y no se ha muerto nadie. Todavía...

Cállate, idiota.

Los tres nos sentamos en los sillones del living.

¿Por qué tratas de ocultar que estás mal, Tom? No es por ser malo, pero sólo muéstrate tal cual estás, llora si tienes que hacerlo. Eso te ayudará a descargarte.

No hace falta, Gus. Ya demasiado he llorado. Les juro que hoy fue el peor día de mi vida. Gracias por venir, aunque no quería que lo hicieran se preocuparon por mí.

No agradezcas, Tom. Sabes que estaremos para lo que sea. También estamos para Bill, pero creo que él esta vez no tomó la decisión correcta –opinó Geo.

Jamás te vi así, Tom.

Y yo jamás pensé que estaría así por alguien, Gus. Me quiero morir, chicos.

Tom, por Dios, deja de decir semejantes cosas. Lo superarás.

Geo, ¿tú realmente piensas que puedo superarlo?

El bajista no respondió.

No importa. Yo sé que no podré hacerlo. Es tan horrible sentirse atado a alguien que luego te corta la soga y te deja caer. Bill no es Bill. Yo lo conocía tierno, amoroso, amable, sensible, ahora le importa un bledo lo que me pasa. Es como si se hubiera olvidado de repente que soy su hermano. O mejor dicho, se olvidó que era no sólo su hermano sino también su novio. Estoy seguro de que me dejó por algo más que por esa idiota pelea. Y averigüaré exactamente que es lo que está pasando.

¿Cómo harás eso?

Si tengo que contratar agentes para que lo sigan, lo haré. Quiero saber qué demonios hace con Candy.

Nosotros podríamos hacerlo en vez de que contrates agentes. ¿Quieres? Al menos yo estoy dispuesto –se ofreció Georg.

Yo también te ayudaré, amigo.

¿De verdad lo harían? –pregunté esbozando una pequeña sonrisa.

Sí. También queremos saber qué es lo que le sucede a tu gemelo.

Bueno...Sin embargo, deberán prometerme algo antes.

¿Qué cosa? –cuestionaron ambos al unísono.

Prométanme que más allá de lo que descubran, me lo contarán todo. No quiero excusas para mentirme. Estoy harto de las mentiras. Creo que me entienden, ¿verdad?

Pero, Tom...

Entonces no. Déjenlo todo como está, chicos. Averiguaré yo lo que necesito.

Los tres nos quedamos callados un momento, yo pensando, al igual que mis amigos.

No, esperen. Soy un idiota. No sé aceptar que Bill me dejó y eso es el final.

Nadie te deja porque sí, Tom. Y mucho menos una persona como Bill –explicó Gustav.

Ya ni sé qué clase de persona es mi hermano.

Bueno, pero de todas formas debe tener una razón.

No amarme me parece una razón muy aceptable.

¡Tom! ¡Hasta el mismo Bill te ha dicho que no te podría dejar de amar de un día para el otro! –exclamó Georg entrando en pánico por mi terquedad.

Él no me dejó de amar de un día para el otro. Hace como tres semanas que me trata como a un perro.

Averigüaremos lo que le pasó y te lo contaremos con lujo de detalles, ¿sí?

Está bien. Mas no le vayan a preguntar. Él no les va a contar nada.

No lo haremos. Tom, yo me voy. Es muy tarde.

Bueno, Geo. Ojalá Bill no venga para dormir –establecí sin siquiera creerme lo que decía.

Yo también me voy, Tom.

Okay, Gus.

Acompañé a mis amigos a la puerta y ellos se retiraron. Yo me dirigí directo a dormir. Quería escapar de la vida, de toda esa pesadilla. Hubiese hecho lo mismo que antes: irme del país. Sin embargo, no lo creí conveniente porque no quería volver a abandonar la banda; estábamos escribiendo las canciones para el nuevo cd. Además, por más que me fuera a la luna, seguiría pensando en el amor de mi vida. O en el amor de la vida de alguien más.

Bill ya lo había decidido, se quedaría a dormir con Candy. Y yo sólo me quedaría mirando el lado vacío de la cama, acariciándolo, añorando cada momento pasado con Bill, y rompiéndome cada vez más el corazón al pensar que Bill estaría con la rubia. Lo primero que pensé sería que él se quedaría en su casa.

Eran las tres de la mañana y no podía conciliar el sueño. Y en vez de intentar pensar menos en Bill cada vez lo pensaba más.

Me levanté de la cama harto de intentar dormir y salí a caminar sin darle importancia a la hora que era. Me senté en un banco de la plaza principal y recordé que ahí justamente habíamos conocido a Candy. Pensé en esa muchacha que me inspiraba desconfianza porque desde que Bill había empezado a verla regularmente, se había olvidado de mí por completo. Quería saber la verdad; quería entender por qué Bill me había dejado como si fuera un trapo de piso. Tantas palabras pasó por encima al momento de dejarme. Sobre todo aquellas que prometían amarme para toda la vida. Las pisó y dejó mis sueños igual de aplastados, cual si hubiesen sido una cucaracha. Pero así realmente me sentía: insignificante.

Tenía que resolver, además de ese enigma, el problema de la adopción. ¿Adoptaría? ¿O dejaría que un niño se quedara en un hogar desamparado y sin familia? Pensándolo así, sería mejor quedarme con el niño. Sin embargo, yo no me sentía capaz de cuidarlo solo. Necesitaba que alguien me ayudara. O más precisamente necesitaba una pareja. No tenía ni quería tener una. Sólo quería a Bill.

Luego de hundirme aun más en la depresión, volví a casa y me acosté. No recuerdo en qué momento me dormí pero lo hice después de dar miles de vueltas en la cama.

Al día siguiente, me percaté del ruido de la puerta cuando estaba entredormido. Supuse que sería el traidor de mi gemelo quien venía. Y así era. Él había dormido acurrucado con Candy en su cama, pero no había sucedido nada extraño más que besos.

El teléfono de casa sonó. Bill atendió porque se encontraba cerca del mismo.

¿Hola?

¿Bill? –preguntó Georg.

Sí, Geo. ¿Cómo estás? Tanto tiempo.

Sí, la verdad. Yo estoy bien. ¿Tú?

Bien, perfecto –respondió Bill con total sinceridad, pensando que Georg todavía no sabía nada de lo sucedido con nuestra relación.

¿Perfecto? –cuestionó Georg sorprendido, confirmando la frialdad de mi gemelo.

Sí. ¿Qué tiene de malo? –le preguntó Bill nervioso.

No puedo creer que hayas dejado a tu hermano y estés perfecto –contestó el bajista sabiendo que eso haría enojar a mi gemelo.

¡Dios, cómo vuelan las noticias aquí! –exclamó mi hermano enfadado.

Bill, puedo saber, ¿por qué dejaste a Tom?

Seguramente te lo contó. ¿Para qué me preguntas, Georg? ¿Para darle la razón a él como siempre?

Sí, me contó. Y no, no quiero darle la razón porque él ya la tiene. Tom está destrozado y ni siquiera sabe por qué lo has dejado. ¿Puedes siquiera explicármelo a mí? Soy tu amigo, Bill, o al menos eso creo. Y no me llamo Andreas así que no pienses que voy a ir corriendo a contarle todo lo que me cuentes.

Tom sabe bien por qué lo dejé. No sé qué te habrá contado, pero yo lo hice porque él toma las decisiones solo. Y eso significa que quiere estar solo. Bien, pues ahora así es como está.

¿Tú realmente crees que Tom quiere estar solo? ¿Y tú piensas de verdad que él no te iba a contar nada de la adopción? Estás equivocado, Bill. No eres tú. Discúlpame que te lo tenga que decir así, mas no eres el Bill que una vez conocí. Algo te cambió y no quiero creer que fue la chica esa de la que me contó Tom.

Ja, ja. No puede ser. Lo único que me faltaba –se quejó Bill completamente enojado–. Candy no tiene nada que ver en esto. Si yo dejé a Tom fue porque me obligó él a hacerlo. Y, Georg, yo estoy exactamente igual que antes. Me vienes con los mismos planteos que me vino Tom. Eres igual que él. Deja ya de meterte en mi vida. ¿Llamaste para hacerte el moralista nada más?

Georg no podía creer el mal humor que tenía Bill. Estaba peor de mal humorado que en sus enojos normales. Estaba ya confirmadísimo que mi hermano no era el mismo de siempre. Incluso se parecía a Candy en sus actitudes. Se encerraba en sí mismo y para él no existía otra opinión más que la suya.

No, definitivamente no se puede hablar contigo. ¿Por qué te enojas conmigo, Bill? ¿Tan grave es que quiera que dos personas que se aman estén juntas?

Sí, es grave, porque yo no amo a Tom –explicó cruelmente mi gemelo.

Bill se arrepintió de haberle dicho eso al bajista. Seguramente Georg me contaría a mí y eso me mataría peor. Mi hermano no quería verme mal ni que yo estuviese así pero le era inevitable enojarse porque él quería gritar a los cuatro vientos que amaba a Candy. Sin embargo, no lo podía hacer.

 

 

Capítulo XLII: “Actuar y decepcionar”.

 

...Desde hoy le cierro las puertas al amor para siempre...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=DlL4bzCloB4 ]

 

Georg se quedó perplejo. No podía creer que mi gemelo no me amara más. Este hasta hacía una semana atrás habría puesto las manos en el fuego por mí, pero en ese momento yo ya no significaba nada para él.

¿No era que lo amabas? O mejor dicho, ¿no era que no podías dejar de amar a Tom de un día para el otro?

Al parecer pude. Es lo más sano, Georg. No molestes más.

Georg se rindió. Lo hizo sin comprender del todo qué quería decir Bill con la frase “Es lo más sano”. Mi gemelo no me amaba más y esa era la cruda realidad. Él no cambiaría de parecer por más que le insistiera el mismísimo Dios.

Está bien. No lo haré más. Llamé para hablar con Tom, pásame con él.

¡Tom! ¡Te llaman! –exclamó mi hermano haciendo que yo lo oyera desde mi habitación.

Bajé las escaleras y Bill se había ido para la cocina, dejándome el teléfono apoyado en la mesa.

¿Hola? –respondí.

Acabo de confirmarlo. Tu hermano no es el mismo de antes; Bill ha cambiado, es otra persona. No termino de creer todo lo que me ha dicho. Aún estoy atónito. Algo le pasó a Bill, no pudo cambiar tan repentina y bruscamente.

Si algo le ha pasado, yo no me he enterado –susurré para que Bill no oyera nada de la conversación.

Llamaba para saber cómo seguía todo, pero veo que igual.

Sí, todo sigue igual.

Tom...

¿Qué pasa, Geo?

Tengo que decirte algo.

Dime. Te escucho.

Pero prométeme antes que no te entristecerás.

¿De qué hablas, Georg? –cuestioné poniéndome nervioso.

Tú sólo prométeme eso.

Georg, no te pienso prometer cosas antes de saber lo que me tienes que decir. Habla ahora que me estás haciendo poner nervioso.

Oh, Dios. Está bien. No me prometas nada, será en vano. Necesito que entres a la página web de la banda y veas lo que hay. Por favor, apenas lo hagas llámame. Yo sé por qué te lo digo. ¿Lo harás?

Está bien. Te hablaré en un rato. Adiós.

Por favor, llámame. Adiós –repitió Georg, quien parecía estar muy preocupado.

Mi amigo cortó la comunicación, inmediatamente subí las escaleras y me dirigí hacia mi habitación. Allí, prendí mi laptop y lo primero que hice fue ingresar a la página de nuestra banda.

Cerré mis ojos antes de que la página se cargara, porque sabía que por el tono de preocupación que tenía Georg, no era nada bueno lo que me deparaba. Los abrí y tal como lo había pensado, lo peor estaba allí, frente a mis ojos.

Hubiese deseado ser ciego antes que ver la foto más espantosa de mi existencia. Lo que vi fue una foto de Bill besando a Candy. Ya no necesitaba más pruebas, ellas estaban ahí a mi alcance. Bill me había dejado porque la amaba, amaba a la rubia ladrona y drogadicta. Él me escucharía. No me guardaría eso demasiado tiempo. Estaba enojado. ¿Qué tenía esa rubia oxigenada que yo no? ¿Acaso le daba más amor o más droga?

Tenía que admitir que me dolió hasta lo más profundo de mi ser ver esa imagen y, aunque se me pusieron los ojos llorosos, no lloré. Tenía bronca más que cualquier otro sentimiento que pudiese tener.

Me acerqué a la habitación de mi hermano para fijarme si estaba allí pero no, estaba abajo. Bajé y me dirigí hacia la cocina.

Hay que comprar azúcar –dijo Bill serenamente.

Y a mí qué carajo me interesa. Yo quiero decirte un par de cosas que no son dulces como el azúcar –expliqué mal humoradamente–. Sólo respóndeme, ¿por qué no me fuiste sincero desde el principio? ¿¡Por qué mierda no me explicaste que amabas a Candy y no a mí!? –grité completamente sacado.

Espera, Tom, no te quise lastimar. Por ello fue que no te dije la verdad.

Estás bromeando, ¿verdad? Prefiero que me lastimes con la verdad a que me mientas y me ocultes cosas. Me tratas como a un tonto, Bill. Siempre lo hiciste. Eres una basura. ¿A dónde te metes los te amo que me decías? ¿Acaso eran todos mentira?

Tom, yo te juro que te amé. Jamás quise hacerte daño, de verdad. Eres mi hermano y eso es lo que menos quiero. ¡Que ahora no te ame no significa que no lo haya hecho!

Bien, pues si ya no me amabas creo que no te costaba nada decírmelo. Ahora estoy hecho trizas. Así es como me querías ver –dije dándome la vuelta y dirigiéndome hacia las escaleras.

Espera, Tom, no...

Bill me persiguió y me tomó del brazo.

Suéltame, hipócrita –insulté mirando a mi gemelo con una bronca que nunca antes había sentido hacia él–. No me vuelvas a tocar.

No te hagas el malo, Tom, por favor. Somos grandes.

Tú eres la persona más inmadura que conocí. Ni siquiera aceptas tus errores por orgullo. Así que ni siquiera sirve que seas grande. Además, eres un cobarde. Algún día puedes decir las cosas frente a frente, ¿no?

Bill estiró su brazo y me dio una trompada en el labio. Él también se había puesto furioso. Pero culpa de su furia ahora mi labio estaba roto y sangrando. Me toqué y mi dedo quedó lleno de sangre.

Si había algo que había aprendido en ese año de grandes cambios era que la violencia no servía para nada. Sin embargo, quien no tenía ese concepto claro era Bill.

Era de suponerse que amando a Candy no se puede esperar algo menor que una trompada.

Bill se arrepintió de haberme pegado en cuanto me vio sangrar. No podía creer lo que había hecho. Se estaba convirtiendo en una persona salvaje, primitiva y sin valores sin saber por qué.

Mi gemelo tomó su rostro triste con ambas manos como expresión de arrepentimiento y subió las escaleras inmediatamente. Luego, entró a su habitación. Se echó en la cama y lloró. Sabía que me estaba lastimando demasiado y lo que él quería no era eso. Estaba siendo feliz, sí, pero a costa del sufrimiento mío y de los demás. Esa no era la manera de pelear por Candy.

Yo me dirigí hacia el baño para limpiarme la sangre de mi labio. No podía creer que Bill me hubiese pegado. De todas formas, lo que dolía más no era la trompada sino todas las cosas horribles que él me había dicho. Había confirmado la verdadera razón por la cual mi gemelo me había dejado: no me amaba más. Y su actitud había sido muy cobarde porque no se había animado a decírmelo cara a cara. Poco a poco iba sintiendo odio hacia mi gemelo, por más que aún lo amara.

Posteriormente, me dirigí hacia el teléfono, había quedado en llamarle a Georg y debía agradecerle además por hacerme ver la verdad, más allá de que eso doliera hasta lo más profundo. Esos eran amigos reales, aquellos que te decían la verdad aunque eso te matara.

¿Tom? –respondió Geo del otro lado de la línea telefónica.

Sí. Vi lo que tenía que ver. Gracias, Geo, por hacerme conocer la verdad, eso era lo que realmente necesitaba. Dolió y duele pero debo aceptar que Bill ama a otra persona y no a mí. Pero jamás entenderé por qué él me juraba tanto amor si cuando se le cruzara alguien en el camino se iba a enamorar de ese alguien.

Yo tampoco lo entenderé hasta que el mismísimo Bill me lo explique. Se supone que si uno jura amor eterno es por algo, ¿no?

Sí, Georg. Así debería ser. Nunca más volveré a confiar en nadie y nunca más volveré a enamorarme. Esta fue la primera y la última vez. Desde hoy le cierro las puertas al amor para siempre.

Te entiendo, Tom, porque yo haría lo mismo.

Lo peor de todo esto es que aún temo por Bill.

¿Temes por Bill? No entiendo. ¿Por qué deberías hacerlo?

Porque Candy es una mala persona, Georg. Más allá de que esté celoso, mi gemelo no puede estar con ella. La rubia se droga, roba y encima le pega a la gente. ¿Sabes lo que me acaba de hacer Bill recién cuando hablé con él?

¿Qué? –preguntó el bajista sorprendido.

Me pegó una trompada en el labio –conté sin poder creerlo todavía.

¿¡Bill Kaulitz te pegó!?

Sí. Increíble, ¿no?

Más que increíble. Me has dejado atónito. Si antes pensaba que Bill había cambiado, ahora lo acabo de confirmar.

Dime, tan sólo dime, ¿qué hago yo si Bill viene a casa un día con olor a droga? –inquirí volviendo al tema anterior.

Mátalo. No habría otra solución.

Yo te juro por Dios que me moriría, Geo.

Quédate tranquilo, Tom, Bill sabe sus límites.

¿Tú dices que no se drogará?

La verdad es que no te lo puedo confirmar porque él ha cambiado muchísimo. Sin embargo, creo que si él no lo quiere, no lo hará. Quédate tranquilo, Tom. Si eso pasa te ayudaré.

Bueno. Espero que jamás se drogue. Gracias, amigo, por todo.

De nada, Tom.

Geo, hay otra inquietud que me está matando.

Dime, te aconsejaré.

¿Tú dices que adopte o no?

Tom, ¿realmente lo quieres hacer?

Sí, por supuesto. Se ha convertido en una de las metas a alcanzar.

¿Y entonces? ¿Qué esperas para alcanzarla?

No podré hacerlo solo, Georg. Siento que fracasaré.

Serás feliz y serás un buen padre sólo si tienes ganas de hacerlo. No importa si estás solo o acompañado, Tom, si tienes ganas lo harás bien.

¿Tú dices? –pregunté sin tenerme mucha fe.

Por supuesto. Hasta puedo apostar a que serás el padre perfecto.

Oh, gracias, Georg. Eres el mejor amigo del mundo. Entonces lo haré. Creo que eso le dará un poco de alegría a mi cruel y triste vida.

Sí, claramente lo hará. Seré su tío y padrino de bautismo, ¿quieres?

Está bien –respondí sonriente–. Regálale muchas cosas. Ah, Georg, ¿quieres acompañarme a elegir a mi hija?

¿Será niña? Oh, qué hermosa. Claro que te acompaño.

¿Podemos ir esta tarde? –cuestioné emocionado–. Me hiciste poner ansioso.

Bueno, no hay problema. Vamos esta tarde entonces.

Okay. Adiós, Geo. Me voy a hacer la comida porque al parecer el idiota de mi hermano no la hará.

Dale. Adiós. Suerte.

Pásame a buscar como a las cinco.

OK. Suerte –dijo Georg para luego cortar la comunicación.

 

 

Capítulo XLIII: “Una alegría, pero varias angustias”.

 

...Ellos, el motivo de mis tristezas...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=bQuB6WLj2Yg ]

 

Al menos me sentía un poco feliz ya que iba a adoptar y eso era lo que yo quería. Ojalá fuera al menos la mitad de lo feliz que lo hubiese sido con Bill. Sólo eso pedía.

Por la tarde sonó el timbre de casa. Era Georg y venía a buscarme para que fuéramos a ver a la niña que adoptaría. Estaba ansioso y nervioso.

Fuimos con el rubio en mi Cadillac hasta la Oficina de Adopciones. Ambos bajamos y entramos al lugar.

Hola, tengo aquí los papeles de adopción y todo el trámite listo. Solamente tendría que elegir al niño/a.

Ah, perfecto. Aguarde un momento ya lo dejamos pasar –explicó la señorita yéndose hacia la puerta de atrás del lugar.

¿Y a dónde te tienen que dejar pasar? –me preguntó Georg susurrando.

A donde están los niños huérfanos.

La muchacha vino aproximadamente cinco minutos después y nos hizo pasar a Georg y a mí por la puerta a la que ella había entrado. Había allí un pasillo largo que topaba con otra puerta. La joven la abrió y el lugar era como un jardín de infantes: había niños por doquier.

Un señor más o menos mayor de edad se acercó a nosotros.

Buenas tardes. ¿Quién de ustedes dos va a adoptar? –cuestionó él dándonos la mano a mí y a Georg.

Yo –respondí sonriente.

Bien. Soy el director del orfanato.

Un gusto. Mi nombre es Tom Kaulitz y él es mi amigo Georg Listing.

¿Puede ser que los haya sentido nombrar en algún lado?

Probablemente. Somos de la banda Tokio Hotel.

Ah, sí. La he sentido nombrar. Bueno, Tom, te presentaré a los niños. Pero primero que nada, ¿cuáles son tus preferencias? ¿Niño o niña y qué edad aproximadamente?

Quiero una niña entre uno y tres años.

Perfecto. Niños, presten atención –pidió el director.

Todos los niños se quedaron callados mirándolo atentamente.

Les presento a Tom. Él está aquí de visita. Va a hacerles algunas preguntas a las niñas, pero no se asusten. Es bueno –afirmó él sonriendo.

Sonreí junto con el director y él comenzó a presentarme a la niñas. Georg se quedó observando desde la puerta.

Dile a Tom cómo te llamas.

Hola, me llamo Anne—Sophie –se presentó una niña ojos marrones, pelo color rubio y tez blanca.

Hola, Anne—Sophie –saludé agachándome sonriente.

Tiene dos años —me susurró el director en el oído.

La niña era hermosa, sin embargo sabía que la que debía ser mi hija tenía que tener algo especial. Yo debía sentir eso especial para con ella.

Adiós, Tom –saludó la niña yéndose con sus amigos.

Estaba por acercarme a otra niña cuando sentí que alguien me tiraba el pantalón.

¿Serás mi nuevo papá? –preguntó una niña de pelo castaño y ojos color del mar.

Su mirada era triste, pero sonrió al mirarme. Ella le transmitió algo hermoso a mi corazón por lo que supe al instante que esa debía ser la niña elegida.

Ey, ¿cómo te llamas? –le cuestioné también sonriendo.

Maia. Pero aún no has respondido a mi pregunta –dijo ella entristeciendo su rostro.

¿Tú quieres que sea tu papá? –le pregunté totalmente emocionado.

Sí. ¿Me llevarías contigo?

Creo que ya encontré a mi hija –le susurré al director.

¿Estás seguro? Si quieres podemos seguir viendo niñas.

No, quiero que ella sea mi hija –expliqué feliz.

Pues entonces lo será.

¡Papi! —exclamó Maia abrazando mis piernas con todas sus fuerzas.

No podía creerlo, al fin tendría la hija que siempre había soñado. Uno de mis sueños se estaba cumpliendo, por lo que estaba inmensamente repleto de felicidad.

Bill aprovechó el estar solo en casa para invitar a Candy a la misma. Necesitaba verla.

¿Billy? –atendió Candy el teléfono.

Sí, mi amor. ¿Cómo estás?

Bien. ¿Tú, mi vida?

Perfecto. Quería invitarte a casa. ¿Quieres venir?

Obvio, amor. ¿Ahora?

Sí, porque después vendrá mi hermano y...

¿Y qué tiene?

Nos molestará.

Está bien. Saldré para allá en unos minutos.

Bueno. Te espero.

Te amo. Adiós.

Yo te amo más. Adiós, cariño.

Bill cortó la comunicación e inmediatamente se fue a bañar.

El director me acompañó hasta la secretaría para firmar los papeles correspondientes de adopción. Bastaba sólo hacer eso para que la niña fuese mi hija.

Ah, me olvidaba de un pequeño detalle. Tiene un mes para que la niña sea bautizada. Nosotros le enviaremos al sacerdote que tenemos aquí en un par de días. No importa de qué religión sea usted, ella debe ser bautizada porque nos obliga la ley.

Ah, bien. Entiendo.

Posteriormente, firmé los papeles con unos nervios impresionantes mientras Maia era ayudada a juntar su ropa y sus pertenencias. La niña jamás se había sentido tan emocionada y ansiosa en toda su vida.

Luego, Maia vino y me tomó de la mano.

¿Lista? –le pregunté temblando.

Sí, papi –contestó ella con su tierna voz.

Yo estaba al borde de las lágrimas y no sólo era ello porque estaba sensible, sino porque me imaginé todos los momentos felices que podíamos pasar Bill, Maia y yo, los tres juntos como una hermosa familia. El problema era que nosotros ya no estábamos más juntos y eso no sería posible. Por el momento debía ocuparme nada más que de mi hija, no me interesaría más nada. Y si tenía que criarla solo, lo haría. Nada me detendría para hacer feliz a Maia. La cuidaría y la educaría haciéndola una mujer maravillosa.

Al parecer no soy el único feliz –le dije a Georg mirando cómo sonreía la niña.

Es hermosa –respondió él sonriente.

El director nos despidió y la saludó a la niña también emocionado. Me dijo que la cuidara porque era una niña espléndida, inteligente y sobre todo amante de la vida. Debía hacer que ella no cambiase esas actitudes jamás.

Él es un amigo mío. Se llama Georg de la selva –bromeé presentándoselo a Maia.

Hola, Georg de la selva –saludó la niña riendo.

Oye no le creas, mi nombre es Georg. No soy el de la selva –se atajó el bajista.

Sólo bromeaba, Georg.

Este es nuestro auto, Maia –le expliqué señalando el Cadillac–. Ahora iremos a casa.

Bueno, papi. Quiero conocer tu casa.

Ahora será nuestra casa.

Los tres subimos al Cadillac y manejé hasta la casa de Georg porque lo tenía que dejar allí. Luego me dirigí a casa con Maia. No veía las horas de llegar para ver la reacción de mi gemelo al ver a la niña. Quería que supiera que podía ser feliz sin él y tener una vida al igual que él. Mi existencia no dependía de mi gemelo, o al menos así lo quería. A lo mejor me hacía el fuerte pero bien se notaba que por dentro estaba destrozado. Sin embargo, no me gustaba demostrarlo y mucho menos lo haría sabiendo que debía ser feliz a los ojos de Maia. Debía hacerla feliz.

Abrí la puerta de casa nervioso llevando a Maia de la mano. Me encontré con lo peor que podía imaginarme. Allí estaban ellos, el motivo de mis tristezas en el living de casa, y sus nombres eran Bill y Candy. Y se encontraban justamente en mi casa para continuar arruinándome la vida, más de lo que ya lo habían hecho. Estaban besándose cuando entré. Sólo bastaba con mirar mi rostro para saber que eso que estaba viendo no era de mi agrado y que me partió el corazón aun más de lo que lo estaba antes. Bill terminó con lo poco que quedaba de dignidad en mí. Me enojé, me molesté y me enfadé. Tenía ganas de agarrar a Candy y tirarla por las escaleras. Esa perra me había quitado a mi novio y no le perdonaría eso muy fácilmente que digamos. No obstante, no podía hacer ningún escándalo sino Maia se volvería al orfanato porque diría que estábamos todos locos.

Cuando entré a casa, Bill dejó de besar a la rubia, me miró y luego miró a la niña desconcertado, avergonzado y absolutamente sorprendido. No podía creer que hubiese adoptado. Y también se le hacía increíble que yo lo hubiese hecho sin tenerlo a él.

Mi gemelo inmediatamente después se paró del asiento y se acercó a mí y a Maia.

Hola, ¿tú eres? –le preguntó sonriente mi hermano a la niña.

Maia me tiró el pantalón tal como lo había hecho en el orfanato.

¿Quién es él, papi? –me cuestionó mi niña mirándome con miedo.

Parecía ser que en el orfanato le habían enseñado a no hablar con desconocidos.

Soy su hermano gemelo –respondió Bill señalándome con sus ojos empañados; estaba al borde de las lágrimas.

Ella lo había hecho emocionar por su tierna forma de hablar y por su suave voz. Además, era una niña bellísima.

¡Tío! –exclamó ella alegremente abrazando a mi gemelo.

Mi hermano le devolvió el abrazo encantado. Estaba emocionado por la situación.

Me llamo Maia, tío. ¿Tú cómo te llamas?

Bill. Es hermoso tu nombre.

Gracias. ¿Ella es tu novia? –le preguntó Maia inocentemente a mi gemelo.

Bill dirigió su mirada hacia mí. Yo en ese instante había cambiado mi sonrisa por una cara de enojado muy notable.

Sí, es su novia, cariño –respondí yo por Bill porque el muy cobarde no se animaría a decir la verdad frente a mí.

Si mi hermano no lo confesó antes, mucho menos lo va a hacer ahora”, pensé. Aunque de todas formas, Bill y Candy aún no eran novios oficiales.

Hola, hermosa –saludó Candy, la cual recién se decidía a levantar su trasero del asiento.

Hola, novia de mi tío –le contestó mi hija.

Vámonos, Maia. No hables con ella. No es una buena persona. Te mostraré cuál será tu habitación –le expliqué a ella para que no siguiese hablando con la rubia.

 

 

Capítulo XLIV: “Eligiendo qué sentir”.

 

...Tan sólo déjame olvidarme de ti y borrar tu nombre de mi corazón...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=jhcEZGTRfoU ]

 

Me llevé a Maia de la mano hacia arriba y le mostré su habitación. Era una que teníamos por si alguien se quedaba a dormir en casa. La había preparado y arreglado antes de ir a la Oficina de Adopciones por lo que se encontaba en muy buenas condiciones.

Esta es tu habitación de ahora en más —le señalé a Maia.

Bueno, papi.

La muchacha que está abajo es la novia de mi hermano pero también es la sirvienta. Así que si necesitas algo sólo llámala —mentí—.¿Sí?

Está bien.

Maia dejó sus cosas en la habitación sin acomodarlas porque yo la interrumpí.

¿Quieres conocer a nuestra mascota?

¡Sí! —exclamó Maia emocionada.

Ambos bajamos y salimos al patio a ver a Scotty. Bill y Candy estaban en la cocina pero no les presté atención. Luego, subimos nuevamente y le ayudé a mi nena a acomodar su ropa en el placard.

¿Quieres conocer a tu abuela?

¡Sí! —gritó mi niña nuevamente dejándome casi sordo.

Pues, no podrás hacerlo hasta dentro de una semana porque ella está de viaje —le respondí riendo.

Qué malo, papi.

Soy muy bromista. Podrás hablar con tu abuela por teléfono. No te pongas mal, hermosa –le dije sonriendo ya que su carita me había dado lástima.

Maia festejó y marqué el número de mamá para que ambas hablaran.

¿Tom? –atendió mamá el teléfono.

Mamá, te tengo una sorpresa.

¿Qué?

Habla, Maia –le susurré.

Hola, abuela —saludó mi niña con su tierna voz.

¡No puedo creerlo! —exclamó mamá al borde de las lágrimas–. ¡Ahora tengo nieta! ¿Cómo te llamas, hermosa?

Maia. ¿Tú, abuela?

Yo sonreí mientras escuchaba la conversación porque me imaginé la emoción que mamá tendría al escuchar a Maia. Y no me equivocaba al respecto.

Simone, pero dime abuela. Me encanta que me digas así.

Dime, abuela, ¿tengo abuelo? –preguntó Maia inocentemente.

Sí, cielo. Se llama Gordon.

Bueno. Cuéntale que ahora él es mi abuelo.

Lo haré, preciosa. Ahora estamos de viaje pero apenas regresemos iremos a visitarte. ¿Te parece bien?

Sí, abuela.

Pásame con ella —le dije a mi hija.

Te pasaré con mi papi, abuela. Adiós.

Adiós, mi nieta. Nos vemos pronto.

¿Mamá? —pregunté tomando nuevamente el teléfono.

No puedo creerlo, hijo. Me has hecho la mujer más feliz de la tierra.

Ay, no exageres, mamá.

De verdad. Ella es muy tierna y hermosa. No me quiero imaginar lo hermosa que será personalmente.

Es realmente preciosa. Se porta como un ángel.

Maia sonreía al oír como yo la adulaba. Era verdaderamente un padre baboso por su hija.

Me imagino.Tienes que conseguirle una madre, Tom.

Por ahora estoy bien así, mamá. Ya la encontraré.

Bueno. Gordon te manda felicitaciones.

Dile que gracias.

Bueno. Nosotros estamos aquí en el hotel por salir a conocer más lugares fantásticos.

Los dejo entonces, mamá. No los molesto. Adiós. Te amo, madre.

Te amo, hijo. Te felicito por haber hecho a una niña feliz. Estoy orgullosa de ti.

Gracias, mamá. Nos vemos.

Corté la comunicación con ella. Estaba feliz. Me había logrado olvidar muchísimo de la tristeza que tenía por el idiota de mi hermano. Bien sabía que Maia me haría salir adelante y a ser feliz nuevamente. Quería volver a encontrarle sentido a mi vida y mi hija haría ese trabajo.

¿Quieres merendar, hija? —le pregunté a Maia viendo que ya eran las seis de la tarde.

Bueno, papi.

¿Tomas leche o té?

Leche con chocolate.

Buenísimo. Vamos abajo, entonces, y te la preparo.

Bajamos y los tortolitos estaban hablando. Afortunadamente no los vi besarse de nuevo ya que observar esa imagen me provocaba náuseas.

Voy a jugar con Scotty, papi.

Bueno, nena. Te llamo cuando esté lista tu merienda.

Pasé por el lado de mi hermano y su novia, saliente o lo que fuese y lo miré con cara de odio, tal como lo hacía desde que él me había abandonado. Bill me miraba con cara de víctima, como si él fuese el sufrido con todo lo que había pasado.

Llegué a la cocina y cuando estaba por echarle azúcar a la leche me acordé de que mi hermano me había dicho el día anterior que no había. Lo mataría por no haber comprado.

¿Por qué no compraste azúcar, Bill? —le pregunté asomándome al living con bronca.

Si podía enojarme con Bill por cualquier cosa, lo haría.

Lo siento, no me acordé —se disculpó Bill.

Cierto. Olvidé que tienes cosas más importantes que hacer —afirmé sarcásticamente.

Si quieres vamos a comprar ahora, Bill. Te acompaño —le dijo Candy a mi gemelo.

Deja de hacerte la amable, Candy. No tienes un pelo de amabilidad —la peleé sin compasión.

Oye, Candy, vámonos mejor a comprar —opinó Bill.

Sí, mejor váyanse —respondí amargamente.

Bill y Candy salieron de casa.

¿Qué le pasa a tu hermano que me trató así, Bill? —le preguntó Candy sorprendida a mi gemelo.

Déjalo. Tuvimos una discusión por eso está así de mal humorado. Se la agarra contigo pero no es nada personal, créeme –mintió Bill.

Ah, pensé que había...que yo le había hecho algo —contestó Candy nerviosa.

Ambos se dirigieron hacia el almacén y compraron azúcar.

Billy, yo me voy para mi hogar. Tengo que hacer limpieza general, es un desastre la casa. ¿Mañana vienes a visitarme?

Obvio, hermosa. Te acompaño hasta tu casa.

No, no. Está bien. Tienes que llevarle eso rápido a tu hermano porque es para la niña.

Tienes razón. Adiós, Candy —se despidió mi gemelo de ella besándola—. Te amo.

Yo te amo más, mi amor. Suerte. Nos vemos.

Suerte para ti, preciosa.

Bill se dirigió hacia casa para traerme el azúcar que necesitaba. Entró, fue hasta la cocina y yo estaba con Maia.

Ve a lavarte las manos, Maia. Ya han traído el azúcar.

Bueno, papi. Pero, ¿no se supone que la sirvienta tendría que haber ido a comprar? —inquirió ella mientras se dirigía hacia el baño.

Sí, pero esta vez fue Bill. Ve, hija a lavarte.

¿Qué sirvienta? —preguntó mi gemelo desconcertado.

Qué te importa —respondí y le di la espalda a mi hermano.

Seguí haciendo la leche de Maia. Bill se acercó a mí lentamente.

Perdóname, Tom. Jamás quise que entraras y que me vieras besando a Candy.

Lo único que sabes decir es perdóname, lo siento, pero en realidad no sabes lo que significa esa palabra. Tú no te arrepientes de nada y perdonar implica hacerlo.

Sí que me arrepiento porque entraste con la niña y mi intención no era provocar esa imagen. Créeme.

¿Cómo quieres que te crea después de todo lo que me has hecho, Bill? Tan sólo dime, ¿cómo? Mentiste al decir te amo y ¿no lo harías en esa pavada? Déjame en paz, Bill. Tan sólo déjame olvidarme de ti y borrar tu nombre de mi corazón.

A Bill parecía no importarle lo que yo le pedía y continuó hablándome:

Te felicito por Maia. Ella es realmente hermosa.

¿Y todavía tienes cara para decírmelo? Luces tan patético, hermano. Vergüenza ajena me da. ¿Recuerdas cuando tú estabas celoso de Melany? ¿Recuerdas cuando la tratabas mal y le decías de todo? Bueno, así es exactamente como ahora voy a tratar a Candy. Tú te vengaste de mí, me engañaste y me dejaste, pues bien, voy a jugar al juego que tú estás jugando. Me vengaré también de ti. Y no te digo todo esto para que me tengas miedo, sino sólo te advierto que me dejes en paz porque yo sé muy bien lo que estoy haciendo. Y no vuelvas a traer a esa ladrona a casa.

Tom, jamás me vengué de ti. ¿Qué cosas estás inventando?

Vamos, Bill. Sé bien que me perdonaste el engaño para vengarte de mí. Y te salió muy bien ¿eh?

Papi, ya me lavé las manos —interrumpió Maia la conversación entre mi gemelo y yo.

Bueno, hermosa. Aquí está tu leche –le dije sonriendo fingidamente.

Gracias, papi.

Bill había logrado nuevamente ponerme de mal humor. Lo odiaba. Odiaba su maldita forma de ser y sobre todo odiaba que hiciera de cuenta que nada había pasado entre ambos. Debía comenzar a ignorarlo sino terminaría todo peor aún de lo que estaba.

Mi gemelo se fue hacia su habitación y no acotó nada más a la discusión. Sabía que muchas armas para defenderse no tenía.

Yo le dije a mi hija que fuésemos a comprar ropa para ella. Maia se emocionó mucho por la idea y aceptó encantada. Nos dirigimos al shopping y volvimos aproximadamente a las nueve de la noche. Para entonces, Bill ya se había encerrado en su habitación.

Estuve al lado de Maia en su habitación hasta que se hubo dormido. Luego, fui yo quien se fue a dormir. Pero antes de hacerlo, me puse a pensar en todo lo que había sucedido durante el día. Por un lado, me deprimí ya que recordé la horrible imagen –o vida real–de Bill besando a Candy; mas por otro lado, me alegré debido a que había hecho feliz a Maia y ella lo había hecho conmigo. Estábamos hechos el uno para el otro. Ella sería la hija que siempre había soñado mientras que yo esperaba ser el padre que ella siempre había soñado. Ambos estábamos felices. Y esperaba que por siempre fuese así. 

 

Capítulo XLV: “ Negarse y ser fuerte”.

 

...A lo mejor eran la misma clase de persona...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=hefMTZuyxsM ]

 

Al día siguiente, Georg me llamó para decirme que nos juntáramos con la banda a la tarde para escribir más canciones. Le dije que bueno pero que fuese él quien llamase a Bill porque yo no le avisaría. Demasiado mal me hacía verlo como para tener que hablarle también.

Me acerqué, después de cortar la llamada con Georg, a la habitación de Maia y la llamé. Era hora de que despertara.

Gustav fue quien llamó a Bill, ya que Georg tampoco quería hablar con él.

¿Hola? –atendió mi gemelo el teléfono.

Bill, soy Gustav.

Hola, Gus. ¿Cómo estás?

Bien, ¿tú?

Bien.

Me alegro. Llamo para decirte que esta tarde nos juntaremos para escribir más canciones. ¿Puedes?

Sí, sí. Dime, Gus, una cosa.

¿Sí?

¿Tú también estás enojado conmigo?

¿Por qué habría de estarlo? –preguntó el baterista haciéndose el desconcertado.

Vamos, Gus. Georg se enfadó conmigo y apuesto a que tú también.

No estoy enojado, estoy sorprendido.

¿Sorprendido? ¿Por qué? –inquirió Bill desentendido.

Por lo mucho que has cambiado. Es decir, te desenamoraste de Tom, hasta cierto punto puedo entenderlo. Pero, ¿cambiar de la forma en que lo has hecho? Increíble.

Intentaré tomarlo con calma, Gus. Dime, ¿en qué piensas que he cambiado? –cuestionó Bill intentando no enojarse.

¿Le has pegado a tu hermano?

¿No puedo hacer nada sin que todo el mundo se entere o qué?

Al parecer no. Bill, jamás te atreviste siquiera a pegarle a un desconocido, ¿y ahora le pegas a la persona que posee tu misma sangre?

Me sacó de quicio. Simplemente fue eso. Además, me arrepentí de hacerlo. Sé que estuve mal.

Y a Georg, ¿por qué lo trataste así?

Porque siento que nadie quiere que sea feliz. Intenté hacer las cosas lo mejor que pude y créeme que a lo mejor me salió todo al revés. La verdad es que nunca quise hacerle daño a Tom. Eso es lo que menos quiero, Gus. Sólo déjenme en paz con Candy y listo. Mis sentimientos no van a cambiar porque ustedes quieran que esté con Tom.

Tienes razón. Lo siento. Lo que pasa es que se los veía muy bien juntos –se excusó Gustav–. Lo único que te pido, Bill, es que no te enojes ni conmigo ni con Georg. Entiende que Tom está mal y queríamos ayudarlo. No obstante, él tendrá que aceptar que lo de ustedes no podrá ser más.

Sí, gracias, Gus, por entenderme. Dile a Tom que estaré siempre para él. No quiero que deje de ser mi hermano; jamás lo quise.

¿No crees que será mejor que se lo digas tú mismo?

No. Él no quiere ni verme y lo entiendo.

Hoy cuando nos juntemos intentaré que te oiga. ¿Quieres?

Bueno, gracias, Gus –repitió Bill sonriendo.

De nada. Oye, Bill, me enteré que Tom adoptó. Georg me contó. ¿Todo bien con la niña?

Sí, perfecto. Ella es hermosa. Me gusta que sea mi sobrina. Debo admitir que estoy feliz por Tom.

Sí, yo también. Al menos eso podrá subirle el ánimo. Bueno, entonces, nos vemos hoy a las cinco. Adiós, Bill.

Adiós, amigo. Suerte.

Ambos cortaron la comunicación. Bill inmediatamente llamó a Candy.

¿Sí? –respondió ella atendiendo el teléfono.

Mi amor, soy Bill. ¿Cómo estás?

Candy respondió algo que carecía absolutamente de sentido.

¿Te sientes bien, Candy?

Mi gemelo volvió a recibir la misma respuesta por parte de su chica. Era imposible determinar qué era lo que estaba diciendo.

¿Candy, te sientes bien?

Un gran ruido se sintió en la línea de comunicación y Candy no respondía. No se oía ningún sonido. No me pienso quedar de brazos cruzados, pensó Bill preocupado.

Mi gemelo salió de casa, se subió al Cadillac y se dirigió hacia la casa de Candy. Yo sentí el auto arrancar cuando estaba bajando las escaleras para hacerle el desayuno a Maia. Supuse que Bill iría a ver a su amada.

Estaba caminando hacia la cocina, pasé por el lado del teléfono y vi que se encontraba descolgado. Lo primero que hice fue tomarlo y escuchar lo que fuese que se oyera. Sin embargo, no se oía nada porque recién Bill llegaba a casa de Candy. Golpeó la puerta y ella salió.

El aspecto de Candy no era el más deseable.

Mi amor... –dijo la rubia tirándose bruscamente sobre Bill para besarlo.

Candy, ¿estás bien? –le preguntó Bill preocupado porque ella casi no se podía mantener de pie.

Sí. Sólo quería verte –balbuceó ella.

Candy, ¿te has drogado? –inquirió Bill oliendo el cabello de la muchacha.

No, Bill. ¿Qué dices?

Bill entró a Candy de la mano al interior de la casa, como si ella fuese una niña. Desde ese momento, comencé a oír toda su conversación; yo no había cortado aún el teléfono.

A mí no me mientas. No soy estúpido, Candy. Dime, ¿por qué?

Bill, no sé de qué hablas. Oh, tengo sueño –se quejó la rubia bostezando.

Y sí. Si estás más drogada...Te vas a acostar en este preciso instante –le ordenó Bill como si fuese su padre.

No te haré caso –respondió ella riéndose a carcajadas.

¡Dios! –exclamó Bill absolutamente molesto–. Vamos a tu habitación.

Mi hermano la tomó del brazo y la llevó hasta su habitación. Ella se dejaba manipular fácilmente porque su estado era de vulnerabilidad.

Acuéstate en este mismo instante.

Candy hizo caso y se acostó. A los pocos minutos ella estaba profundamente dormida. Bill se sentó del lado de la cama que ella no estaba ocupando. No podía creer que Candy hubiese vuelto a drogarse. Se suponía que ya todo eso había acabado, pero al parecer no. Seguramente vinieron a ofrecerle droga y ella no se negó, pensó mi gemelo decepcionado. Se dijo que sería la última vez que eso pasaba. Le prohibiría terminalmente a Candy acercarse a esa gente y sobre todo drogarse. Sin embargo, debía esperar a que ella estuviese en condiciones de prestarle atención y tomar las cosas con seriedad, por lo que la hizo acostar justamente para que el efecto de la droga se le pasara.

Yo inmediatamente después de que Bill se llevó a su chica a la habitación corté el teléfono. No podía creer que mi gemelo pudiera amar a una persona como ella. Ella no era lo que mi gemelo se merecía. O quizás sí. A lo mejor eran la misma clase de persona. No sabía cómo iba a hacer para no comentar nada acerca de lo que había oído. No obstante, debía quedarme callado sino parecería una vieja metida.

Bill se quedaría a esperar que Candy despertara. No le importaba que tuviésemos que juntarnos con la banda, él debía hablar con su saliente.

Aproximadamente a las cuatro y media de la tarde, Candy se despertó. Bill había hecho de comer algo para ambos porque ninguno de los dos había almorzado. La rubia se levantó y fue hacia la cocina.

¿Bill?

Hice de comer –le contestó mi gemelo sin prestarle demasiada atención a lo que ella había dicho.

Gracias, mi amor. ¿Te puedo preguntar algo? –cuestionó ella completamente lúcida; ya no estaba bajo los efectos de la droga.

Dime –respondió Bill tajante.

¿En qué momento has venido? No me acuerdo –agregó ella como si quisiera arruinar más aún las cosas.

Y claro. ¿Cómo te vas a acordar de las cosas cuando miles de funciones de tu cuerpo no están activas? –preguntó Bill con el intento de marearla un poco.

¿Ah? Estás hablando en un idioma demasiado avanzado para mí.

¿Te drogaste, Candy? –inquirió mi gemelo para ver si nuevamente la rubia le mentía.

¿Yo? No, Bill –continuó negando ella.

Te vi en pleno estado de drogada, ¿y me mientes en la cara?

La muchacha se quedó sin saber qué responder. Ya no tenía más excusas ni podía continuar mintiendo.

Perdóname, Bill. Te juro que no quise que me vieras así. Perdóname, en serio.

Mi hermano se acercó a ella.

¿Y se supone que con tu perdón dejarás de hacer lo que hiciste? Pensé que no te ibas a drogar más, Candy. Lo peor es que ni siquiera lo reconoces.

No lo haré más, de verdad. Créeme. No quiero que te enojes, mi vida –explicó ella agachando su mirada.

Me enojo porque quiero lo mejor para ti y esto no es lo mejor. Sólo quiero saber por qué. ¿Por qué lo hiciste nuevamente, Candy? Seguramente vinieron tus amigos a ofrecerte y no tardaste en contestar que sí, ¿verdad? Tú no tienes siquiera media razón para drogarte.

Perdóname, Bill –pidió ella–. Te prometo que no va a pasar más.

Eso espero. Te hice algo de comer.

No quiero. Tengo náuseas.

Te vas a desmayar si no comes nada.

Es que no puedo comer después de que...

Entiendo. ¡Qué bien que te hace drogarte! –exclamó mi gemelo sarcásticamente.

Es sólo por un rato. Luego comeré lo que me preparaste. Seguro está riquísimo –dijo la rubia sonriente, intentando que Bill no siguiese enojado.

Me voy, tengo ensayo –explicó él sin responder a lo que Candy había dicho anteriormente.

Espera, Bill. ¿Tan pronto? Te necesito aquí.

¿Para drogarte? No, gracias. Me quedo en mi casa. Después si me dan ganas te llamo por teléfono.

Bill después de decir esas crueles oraciones salió de la casa de la rubia y se dirigió hacia nuestro hogar sin siquiera despedirla con un beso. Estaba muy enfadado con ella por lo que le había hecho. Sin embargo, él se olvidaba de contar hasta diez y respirar profundo.

 

 

Capítulo XLVI: “Nunca será igual”.

 

...Cuánto mal hace hablar con la persona que uno ama más que a su propia vida...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=1GFHPCIf0HI ]

 

Georg y Gustav llegaron a las cinco y media, impuntuales como siempre.

Hola, chicos –saludé a ambos.

Detrás de mí se encontraba Maia. Ella apareció y se prendió de mi pierna tal como lo había hecho cuando la conocí.

Di hola, hermosa –le dije tocando su cabeza.

Hola, Maia.

Hola, Georg de la selva –saludó mi hija tímidamente.

Gustav rió al oír como Maia le había dicho a su amigo.

Hola, soy Gustav, un amigo de tu papi.

Hola, Gustav.

Ambos entraron a casa.

¿Y tu hermano? –cuestionó el bajista.

No sé. Hoy aproximadamente al medio día se fue y no ha vuelto.

¿Y qué espera? Tenemos que escribir canciones.

Sí. Llámalo y pregúntale si va a venir. No tengo mucha paciencia como para esperarlo.

Yo lo llamo –se ofreció Gustav.

Papi, ¿qué van a hacer?

Vamos a escribir canciones, hijita. Papi tiene una banda de música. Luego te mostraremos cómo tocamos, ¿quieres?

Ay, ¡sí! –exclamó ella emocionada.

Gustav tomó el teléfono de casa y marcó el número telefónico de Bill.

¿Hola? –respondió mi gemelo.

Bill, ¿dónde estás? Te estamos esperando.

Estoy yendo hacia allí.

Ah, bueno. Adiós.

Gustav cortó el teléfono y nos comentó a mí y a Georg que mi hermano estaba yendo hacia casa.

Cuando este llegó, Gustav le abrió la puerta. Bill saludó a los G's y los cuatro nos sentamos en la mesa, dispuestos ya a escribir canciones. Mi hija se fue a su habitación a jugar.

Primero debatamos, ¿de qué tema será la próxima canción? –pregunté para comenzar.

De amor ya tenemos una así que no –opinó Gustav.

Puede ser de...

De drogas –interrumpí a Georg.

Obviamente dije eso por la conversación que había oído teléfono entre Candy y Bill. Este último me miró fulminantemente y luego refutó:

On the edge habla de eso.

Sí, es verdad –respondió Gustav sin darse cuenta de que yo lo había hecho a propósito.

¿Por qué no hablamos de engaños? –inquirió mi hermano tratando de disimular que seguía mi juego.

Sí. Sin embargo, aún mejor sería hablar de engaños a conciencia –contesté sin mirar en absoluto a Bill–. O podemos hablar de robos.

Georg y Gustav se dieron cuenta de que ambos lo estábamos haciendo a propósito.

Basta, chicos. Parecen unos niños –acotó Gustav con toda la razón del mundo.

Pues él ha empezado –se atajó mi gemelo.

Oye, yo en ningún momento te he nombrado.

Yo tampoco –respondió Bill sonriendo sarcásticamente.

De verdad, chicos. Basta.

Bueno, Geo.

Escribamos sobre cosas sobrenaturales.

¡Ya sé, chicos, de qué podemos hablar! –exclamé exaltado.

¿De qué? –preguntaron Georg y Gustav al unísono.

De las ladronas que roban no sólo objetos materiales, sino también novios.

Qué idiota que eres –insultó Bill poniéndose de pie e intentando retirarse hacia su habitación.

Ni se te ocurra irte, Bill —lo detuvo Gustav.

¡Si no ves que este imbécil no para de vacilar!

Ey, que tú te apropies de todo lo que yo digo es otra cosa. Yo sólo estoy hablando –expliqué sin siquiera yo mismo creerme eso.

Basta, es serio esto, Tom. Si no quieren darle más importancia a la banda pues no lo hagan y nos dicen, así nos buscamos a otra banda que quizás tenga menos peleas –amenazó Gustav hablándonos a Tom y a mí.

Dejen las peleas afuera de la banda, háganme el favor –también nos retó Georg.

Siéntate, Bill, por favor –pidió Gustav tranquilizándose–. Continuemos y a la próxima acotación fuera de lugar renuncio a Tokio Hotel.

Esperen un segundo voy a traer a Maia acá porque me da miedo que esté sola arriba.

Me dirigí hacia la habitación de la niña y le dije que se quedara abajo con nosotros. Aún era muy pequeña y podía pasarle cualquier cosa estando sola.

Bajé y continuamos hablando de las canciones pero esta vez lo hicimos en paz y armonía. Me encantaba haber peleado a Bill como un niño, pues él me hacía sufrir y yo quería exactamente lo mismo para él.

Terminamos la reunión de la banda aproximadamente a las ocho de la noche.

¿Se quedarán a cenar? –les pregunté a los G's.

Bueno –respondieron ambos al unísono.

Papi, ¿qué cenaremos hoy? –me cuestionó Maia.

Pizza, hija.

¡Sí! –exclamó ella feliz.

En ese momento nos interrumpió el sonido del celular de Bill que sonaba.

¿Hola? –contestó mi gemelo yéndose hacia su habitación.

Billy, ¿sigues enojado? –preguntó Candy intranquila.

No lo sé.

No quiero estar peleada contigo.

Yo tampoco contigo.

Perdóname, por favor. Te amo, Bill y te prometo que por el amor que te tengo que no me drogaré más.

Está bien, Candy. No quiero saber nunca más que te has drogado.

No lo harás. Te lo prometo –repitió ella.

Quiero hablar contigo. ¿Puedo ir a tu casa?

Por supuesto, mi amor. Aquí tienes las puertas abiertas.

Okay. En un momento salgo hacia allí. Adiós.

Nos vemos, mi Billy.

Bill cortó la comunicación y bajó para avisarnos que se iba.

Me voy, chicos. Perdonen que no puedo quedar.

Nos cambias por tu novia; está bien –se quejó Georg bromeando.

De verdad me gustaría quedarme pero no puedo.

Adiós, tío –saludó Maia abrazándolo.

Adiós, Maia. No sé si vuelvo a dormir –avisó Bill sin saber bien a quien le hablaba.

Yo, al menos, no le respondí. Y ninguno de los G's lo hizo. Claro, tú vete con tu novia y déjame solo, pensé en vano, porque a eso Bill ya lo había hecho cientos de veces.

Hablé hoy con tu hermano, Tom –nos contó Gus a mí y a Georg.

Maia, ¿puedes ir un segundo arriba que papi quiere hablar con los chicos?

Sí, papá.

Mi hija se dirigió hacia su habitación. Quería oír lo que Gustav tenía para decirme.

¿Qué te dijo?

Bill quería hablar contigo, Tom. Me dijo que te dijera que siempre estará para ti, que no quiere que dejen de ser hermanos y que jamás lo ha querido. No está enfadado contigo; sólo quiere que Georg y yo dejemos de meternos. Y tiene razón.

Pero, ¿sabes por qué le tengo tanta bronca, Gus?

¿Por qué?

Él me dejó llorando y se fue a festejar que era libre con Candy. Me dejó aquí tirado mientras arrancaba su auto y se iba a buscar a su amada. Imagínense, chicos, lo doloroso que es eso para alguien. Sentí que me terminaba de destrozar. ¿Pasé casi un año de mi vida con Bill de novios y toda la vida juntos para que me haga eso?

Además no tenía motivos para pegarte –opinó Georg.

Yo te entiendo, Tom, porque creo que una persona que cambia tan de repente por otra persona no puede ser tratada de igual modo que antes.

Es verdad, Gus. Si mi gemelo quiere arreglar las cosas que venga, nos sentamos y hablamos. Sin embargo, yo no puedo adivinar lo que él siente porque cada vez que le quiero hablar está agresivo. O cada vez que él me quiere hablar soy yo quien lo estoy. Entonces nos debemos calmar ambos y hablar. Pero eso sí: yo no voy a tratar a Candy como a una reina. La odio y es imposible que sienta lo contrario.

Yo también creo que tienen que hablar –respondió Georg.

El problema es que no quiero que todo esté bien. Eso me hará aún peor. No sé si prefiero hablarlo como hermano o no hablarlo más.

¡Tom! –exclamó Gustav.

Chicos, realmente no entienden cuánto mal hace hablar con la persona que uno ama más que a su propia vida.

Georg y Gustav me miraron sin saber qué responder.

No importa. Lo superaré. Además ahora hay alguien más importante en mi vida y se llama Maia. Sólo me queda agradecerles a ustedes por todo. Gracias, amigos –agradecí abrazando a ambos.

Mientras nosotros hablábamos, Bill llegaba a la casa de Candy. Al hacerlo, ella le abrió la puerta nerviosa por la charla que tendrían ambos.

Billy... –susurró Candy–. Pasa.

Gracias –dijo mi gemelo como si no se conocieran y luego ingresó a su casa.

Los dos se sentaron en el sillón.

Nuevamente te pido disculpas, Bill. No quiero hacerte pasar más por esos momentos. Sabes que te amo y que si dejé de drogarme fue por ti. Y si me drogué fue por los imbéciles que vinieron la otra vez. No quiero justificarme; sé que no tengo justificación. Pero entiende que es difícil dejar todo eso y no resistirse. De todas formas, sé que puedo.

Claro que puedes. Y llegué a una conclusión.

¿Cuál?

Mejor dicho, se me ocurrió una idea.

Dime ¿qué idea.?

Espero que estés de acuerdo. ¿Qué te parece si nos vamos a vivir juntos?

Candy realmente no se esperaba esa propuesta. Se quedó absolutamente sorprendida.

¿Tan alocada fue mi idea? –cuestionó Bill visualizando la cara de sorpresa de su amada.

No, no, Bill. Sólo que no me la esperaba. ¿Sabes? Es lo mejor que me podrías haber propuesto. Me encantaría, Billy, que tuviésemos nuestra propia casa. Solamente que...lo veo innecesario. Tranquilamente podemos vivir los dos aquí. Entramos y además no es tan chica mi casa. Creo. A menos que tú quieras un castillo, para nosotros dos es perfecto este lugar.

Está bien, Candy. Me quedaré a vivir aquí. La idea era que los infelices de la droga no viniesen a molestar más pero pensándolo bien, les meteré una patada en el culo cuando vengan y listo –expresó mi gemelo sonriendo por primera vez en el día ante la rubia.

 

 

Capítulo XLVII: “No me importa”.

 

... Quería recordarle lo felices que habíamos sido nosotros haciendo el amor...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=R9xQg56MY3Y ]

 

Es por eso que te amo. Eres tan protector, me entregaste todo de ti sin siquiera haberme conocido y eso fue lo mejor que alguien hizo por mí. Además, no sé si alguna vez te dijeron que tu sonrisa es la más hermosa del mundo.

Gracias, mi vida. Creo que ya olvidé por qué estábamos enojados. Yo también te amo –afirmó Bill–. ¿Sabes? No me enfado porque sea un enojadizo sino porque si te llega a pasar algo no me lo perdonaría jamás. Me moriría, Candy –explicó mi gemelo tomando las manos de la rubia.

Yo también me moriría si te pasa algo y ya te prometí, mi amor, que jamás volveré a drogarme. Te lo demostraré. Confiaste en mí antes y ahora creo que puedes tener un poco más de confianza. Créeme.

Creo en ti, mi vida. Y es por eso que te quiero preguntar algo.

Dime, Billy.

¿Quieres que sea oficial esto? ¿Quieres ser mi novia, Candy?

Sí, mi amor. Quiero ser tu novia para siempre.

Lo serás. Te prometo que siempre estaré para cuidarte.

Gracias, mi amor. Te amo –expresó ella para después besarlo.

Bill continuó besándola y luego la alzó en sus brazos. Se paró con ella prendida en su cintura y se dirigió hacia su habitación, por supuesto sin dejar de besarla. Posó a la rubia su cama y se colocó sobre ella, besándole desesperadamente el cuello. Luego, ambos se miraron a los ojos y sonrieron.

Candy comenzó a quitarle la remera a su reciente novio. Posteriormente, él fue quien hizo lo mismo con ella. Así, fueron sacándose prenda por prenda, hasta quedar completamente desnudos. Ambos estaban listos para festejar que eran novios. Los dos estaban preparados para hacer el amor.

Bill observó a Candy que yacía acostada en la cama y se acercó a ella lentamente, hasta hacerla suya por completo.

Para cuando hubieron terminado, se acostaron uno al lado del otro, intercambiando miradas. Mi gemelo acarició el rostro de su novia sonriendo.

Nunca olvidaré este momento, Bill.

Yo tampoco, Candy. Eres hermosa.

Y tú fantástico y hermoso.

Mientras eso sucedía, yo estaba comiendo con Gustav y Georg. Maia había cenado antes y ya estaba durmiendo. Nosotros estábamos hablando de temas sin importancia cuando interrumpí la charla:

Ay... –me quejé.

¿Qué pasa? —me preguntaron los G's al unísono.

Me dio una puntada en el corazón –expliqué tocándome el lado izquierdo de mi pecho.

¿Estás bien? –inquirió Gustav preocupado.

Sí, ya se me pasó. Fue sólo un segundo. Y ya sé por qué es.

¿Por qué? —cuestionó Georg sorprendido.

Por Bill. Le está pasando algo. Le llamaré.

Tomé el teléfono para marcar el número de mi hermano mas Gustav me detuvo quitándome el mismo.

Déjalo, Tom. Quizás no sea eso lo que le pasa.

Gustav me detuvo porque era obvio que si Bill se quedaba a dormir en la casa de la rubia era porque algo iba a pasar. Justo había sucedido lo de la puntada en mi corazón y como Georg y Gustav conocían la intuición que yo y mi gemelo teníamos lo primero que pensaron fue en que Bill seguramente se había acostado con Candy.

Cuando Gus me quitó el teléfono adiviné en su mirada lo que estaba tratando de insinuar.

Pero... –musité dejando inconclusa la frase, pensando que quizás Bill realmente no estuviese corriendo ningún peligro.

Ya tienes que olvidarlo.

Mis ojos se empañaron. Abracé a Gustav sabiendo que tenía toda la razón del mundo. El problema era que no sabía cómo hacer para olvidar a Bill. En vez de cada día ser más fuerte e ir olvidándolo, hacía todo lo contrario. Era un idiota.

Tienes razón, Gus. Me preocupo por alguien que no se merece que lo haga. Chicos, perdonen pero quiero estar solo. Perdónenme.

Está bien, Tom, entendemos –respondió Georg.

¿No se enojan?

No, amigo. ¿Cómo nos vamos a enojar? Sabemos que no debe ser fácil lo que estás viviendo.

No lo es en absoluto. Gracias, chicos. Jamás dejaré de agradecerles todo lo que hacen por mí.

De nada, Tom. Te lo mereces –contestó Gustav tan amable como siempre.

Abracé a Gustav y a Georg y los acompañé hasta la puerta. Ambos se fueron y me dirigí hacia mi habitación. Pasé por el cuarto de Maia. Me apoyé en el marco de la puerta y la miré. Ella estaba dormida y tenía un oso de peluche abrazado. Eso me causó demasiada ternura y a la vez me emocionó.

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Y, por más que no tuviese nada que ver con mi nena, quería llorar incansable e inconsolablemente por Bill. Quería recordarle lo felices que habíamos sido nosotros haciendo el amor y ahora venía Candy y podía disfrutar de él cuando quisiera. No sabía bien si el motivo de mis tristezas era Bill o su novia. Quizás ambos lo eran.

Ojalá Candy te pague con la misma moneda que tú me pagaste a mí, Bill –susurré en el silencio de mi habitación.

Aún no sabía si a ello lo deseaba realmente o no. La verdad era que, por un lado, me importaba un comino lo que Bill hiciera con la rubia. Sin embargo, por otro lado, me importaba demasiado; quizás más de lo que debía importarle a cualquier ex novio.

Después de pensar, maltratar en mi mente a mi gemelo y a Candy y maltratarme a mí por haber sido tan iluso e ingenuo, me dormí.

Bill y Candy durmieron como dos perfectos enamorados.

A la mañana siguiente, la tierna voz de mi hija me despertó.

Papi, tocaron el timbre.

Bill indudablemente no era quien venía ya que tenía llave de casa.

Bueno, hija. Gracias por avisarme. Ve a tu cuarto y cámbiate, yo atenderé.

Sí, papá.

Me cambié rápidamente y bajé a ver quién venía. Abrí la puerta y un sacerdote se encontraba allí parado. Al verlo, un extraño escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Él era joven, con el pelo castaño claro y ojos pardos.

Buenos días –saludó el sacerdote.

Buenos días –respondí.

¿Tom Kaulitz?

Sí. Soy yo. ¿Qué se le ofrece?

Vengo por el bautismo de Maia Kaulitz.

¡Oh! Cierto. Lo había olvidado por completo. Pase, pase.

El cura ingresó a casa y se quedó de pie.

Siéntese, por favor –le dije amablemente.

Él no hizo más que hacerme caso.

Quisiera saber qué fecha le queda más cómoda a usted para realizar el bautismo.

Cualquier fecha estará bien.

Bien. Es bueno saberlo. ¿Qué le parece dentro de dos semanas?

Perfecto. Para entonces mi madre ya habrá vuelto del viaje. ¿Cómo es su nombre, padre?

Soy el padre Max.

Okay. Una pregunta, padre Max.

Dígame.

¿El Bautismo no se podría llevar a cabo aquí, en mi casa? Verá, es que mi hermano, mis amigos y yo somos famosos y no queremos líos. Me entiende, ¿verdad?

Sí. Está bien, veremos cómo podemos hacer para trasladar todo hasta aquí.

Gracias, de verdad.

De nada. Entonces la próxima vez vendré para confirmarle bien la fecha de Bautismo y en la visita siguiente veremos dónde colocamos el altar y los demás elementos. ¿Le parece bien?

Sí, perfecto.

Listo, ha concluido mi visita.

Lo acompaño hasta la puerta.

Acompañé al sacerdote hasta la salida y lo despedí:

Adiós, padre Max.

Adiós, Tom. Suerte con Maia.

Gracias. Nos vemos.

El padre abandonó nuestra casa. Él había sido realmente muy amable.

Cuando se fue subí para ver si Maia se había lavado los dientes.

Vamos a desayunar, hija.

Bueno, papi. ¿Quién vino recién?

Era un señor de la iglesia. Quería saber cuándo te iba a bautizar. ¿Sabes qué es el Bautismo?

No. ¿Qué es?

Es una ceremonia, una fiesta en la que te mojan la cabeza. Es para decirle a Dios que eres su hija –expliqué sin saber bien qué decirle a mi niña.

No era muy religioso que digamos.

Ah...¿qué tengo que hacer yo, papi?

Sólo debes sonreír, hija. Llevarás un vestido blanco como una princesa. Te gustará y vendrán tus abuelos, tu tío, mis amigos.

¡Sí! Será divertido –dijo ella sonriente.

Claro, Maia.

Voy a jugar, papi.

Ve, hija.

Maia fue a jugar a su habitación y de allí volvió nuevamente.

Papá, pasé por tu cuarto y estaba sonando el teléfono. Te lo traje –explicó mi niña hermosa.

Gracias, linda.

Miré la pantalla de mi teléfono móvil y salía un número desconocido.

¿Hola?

¡Tom! –exclamó emocionada una voz conocida del otro lado de la línea.

¿¡Camille!? Ey, ¿cómo estás?

Todo bien, primo. ¿Tú?

Bien —mentí.

No suenas muy convencido que digamos.

No lo estoy –dije sonriendo.

¿Qué pasó? ¿Pasó algo con tu hija?

¿Quién te...? ¡Oh, mamá!

Sí, ella me contó. ¡Te felicito, primo! No sabes cuánto me alegré con la noticia. Hasta me emocioné, imagínate.

Gracias, Cami. Ella ahora está jugando.

Qué hermosura. Me la imagino y me dan ganas de abrazarla. Sin embargo, ahora dime, ¿por qué no estás bien?

Porque hace ya casi una semana que no estoy con Bill.

Camille se quedó anonadada. No podía creer lo que había oído.

 

 

Capítulo XLVIII: “Llorar, ¿de felicidad?”.

 

...Te llevo en lo más profundo de mi corazón...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Q4mi74tymSY ]

 

¿Estás hablando en serio, Tom?

Sí, Cami, lamentablemente sí.

Pero, ¿por qué? ¿Qué pasó? ¿Esta vez es definitiva?

Sí, para siempre. Él se enamoró de una mujer.

No, no. Tengo que verlo para creerlo. Es...es imposible. ¿Y por qué hizo semejante lío con lo que pasó entre nosotros?

Porque creo que todo viene de ahí. Para mí, él volvió conmigo para vengarse.

No...Bill no haría eso. ¿O sí?

El Bill de ahora sí. Está cambiado, Camille. Creo que si lo vieras ahora te darías cuenta de ello. Los últimos días antes de que me dejara me insultaba y después de que me dejó me pegó. ¿Puedes creerlo?

Camille estaba cada vez más atónita. No podía creer que su primo se hubiese convertido en esa clase de persona, al igual que ninguno de nosotros todavía podía comprenderlo.

No, sinceramente me rehuso a creerlo.

Ahora lo único bueno que tengo es mi niña. Debo cuidar de ella porque es mi mejor tesoro.

Sí, es verdad, Tom. Tú sólo ocúpate de ella. Verás que Bill se arrepentirá de todo lo que te ha hecho y si realmente alguna vez te amó, volverá a tus pies rogando perdón.

No creo que pase –afirmé sonriendo sarcásticamente–. Pero gracias por tus palabras, Cami.

De nada, Tom. Te dejo, primo, porque tengo que hacer un par de cosas.

Bueno. Gracias por todo, Cami.

No te preocupes. Mantente lejos de tu hermano –pidió Camille bromeando.

Eso es lo que intentaré hacer –respondí riendo.

Cuida muy bien a Maia. Suerte.

Lo haré. Adiós, prima. Cuídate.

Esa mañana Candy despertó a Bill con el desayuno preparado. Él le agradeció y le dijo que pronto se iría a vivir allí, junto a ella. Sólo debía esperar a que yo me calmara o a que yo aceptara las cosas y para ello, faltaba demasiado tiempo.

Iré trayendo las cosas aquí de a poco. Mi hermano se enfadará conmigo si sabe que lo dejo solo en casa. Así que prefiero ocultárselo hasta que me esté por mudar definitivamente. Es mejor que lo haga de ese modo, sino adiós Tokio Hotel y adiós gemelo.

Oh, pero quiero que vivas aquí lo más pronto posible.

Te prometo que será lo más pronto que pueda.

Bueno, mi amor. Gracias por hacerlo por mí.

De nada, vida. Además, también lo hago por mí porque sé que seré feliz a tu lado.

Y yo al tuyo.

A ambos los interrumpió el teléfono de mi gemelo.

Disculpa, Candy —pidió mi hermano atendiendo el teléfono—: ¿Hola?

¡Hijo! Soy tu madre. ¡Tanto tiempo! —exclamó mamá emocionada.

Sí, mamá. ¿Cómo estás? –preguntó él también emocionado; hacía mucho que ambos no hablaban.

Bien, hijo. ¿Tú?

Perfecto, madre. Tengo que contarte algo. ¿Cuándo vuelves?

Para ello te llamaba, hijo. Esta tarde vuelvo. No adoptarás como tu hermano, ¿no? –inquirió mamá riendo.

Ay, no, madre —se atajó Bill también riendo—. Ya te enterarás.

Está bien. Quería avisarte que esta noche los visitaré, sin embargo quiero que sea una sorpresa para Tom y Maia. Así que no les digas nada.

Oh, como si pudiese hablar con ellos –musitó Bill sin que mamá oyera–. Bueno, mamá, no les diré nada.

Okay, hijo. Adiós, Billy, Gordon me llama.

OK. Mándale saludos. Te amo. Adiós.

¿Era tu madre? Es decir, ¿mi suegra? –preguntó Candy intrigada.

Sí, era ella –contestó Bill sonriente–. Esta noche te la presentaré.

No, Bill —respondió Candy anonadada—. ¿Qué tal si no le agrado?

Si le cayó bien Melany, tú le caerás de maravilla –murmuró mi gemelo hablando para él mismo.

¿Ah? –inquirió Candy desconcertada.

Nada. Yo me entiendo. Dime, ¿irás esta noche a casa o no?

Si tú quieres sí, mi amor.

Obviamente quiero. Mi madre tiene que conocerte; quiero que lo haga.

¿Tu hermano seguirá aún enojado contigo?

No sé, ni me interesa. Vendrás conmigo y esta vez no es invitación.

Oh, discúlpame, chico malo –dijo la rubia en tono despectivo—. Está bien, iré. Pero sólo con una condición.

¿Cuál?

Que me beses.

Trato hecho.

Mi gemelo tomó a Candy por la cintura y la besó.

Yo almorcé junto a Maia y el resto de la tarde jugamos, nos divertimos y reímos. Ella me mantenía ocupado las veinticuatro horas y eso hacía que ya casi ni me acordara de mi hermano. Mi niña era todo lo que necesitaba para ser feliz, estaba seguro.

El problema de amar a mi hermano vendría cuando él llegara a casa por la noche.

Golpearon la puerta a las ocho de la noche aproximadamente y supuse que era aquel hombre a quien repudiaba con todo mi ser. Abrí la puerta y él no estaba solo, por supuesto, tenía que ir con Candy así se la presentaba a mamá. Y así yo la odiaba más.

Hola, Tom –saludó Bill después de que yo abrí la puerta.

Los miré a ambos con frío desdén y luego les di la espalda, dirigiéndome hacia la habitación de mi hija para continuar jugando con ella.

Creo que aún sigue enojado –acotó Candy.

Y ahora me escuchará. Pasa, Candy, y siéntate. Yo iré a arreglar ciertos asuntos pendientes.

Bill se dirigió hacia arriba y al ver que yo no me encontraba en mi habitación, se dirigió a la de Maia.

¿Puedo hablar contigo, Tom? –inquirió mi gemelo asomándose al cuarto en donde nos encontrábamos mi hija y yo.

Ahora no –respondí sonriente, fingiendo no estar enojado.

Por favor –pidió Bill.

Ve, papi. Después seguimos jugando –opinó Maia.

Ambos nos dirigimos hacia mi habitación. Sólo fui a hablar con mi hermano porque mi niña lo había dicho. No quería verlo, no quería intercambiar media palabra con él y mientras menos quería hacerlo, más el destino se empeñaba en hacer que sucediese.

¿Qué quieres? –le pregunté prepotentemente a la razón de mis tristezas.

¡¿Aunque sea puedes saludar a Candy?!

¿Me vienes a gritar por esa perra?

No le vuelvas a llamar así a mi...

¿A tu novia? Vamos, dilo. Si tanto la defiendes y la quieres, ¿por qué no te atreves a decirme que es tu novia?

Bill tomó un profundo respiro y prosiguió:

No quiero herirte más –dijo él ahora con calma, como si de pronto hubiese vuelto el Bill antiguo.

Yo también intenté calmarme porque le había dicho a Gustav que eso era lo que teníamos que hacer para poder hablar –Bill y yo– bien como dos personas civilizadas.

Recuerdo que le dije a Gustav que nos tenemos que sentar y hablar serenamente. ¿Puede ser posible eso?

Sí, por favor. Lo necesito.

Yo necesito tantas cosas”, era lo que hubiera deseado responderle a mi gemelo.

Ambos nos sentamos en mi cama y nos miramos a los ojos. En ese momento quise llorar, al igual que siempre que me perdía en su mirada, en sus ojos, en su rostro, en su corazón, en aquel frío corazón que alguna vez supuestamente me había amado. Bill...él me miraba. No sabía qué clase de mirada era la suya, pero no creía que fuese dirigida con amor. Era fría e indiferente.

¿Quién empieza? –cuestioné tontamente.

Empieza tú.

——Está bien. Si pudiese te insultaría hasta el cansancio –confesé con total sinceridad–, mas creo que sería en vano. Entiendo, Bill, que ames a Candy. Nadie elige de quién enamorarse y nosotros lo sabemos más que nadie, ¿verdad? Por ello, no te pediré que vuelvas conmigo, ni mucho menos que te enamores de mí de nuevo. Sólo quiero que me digas si hice algo mal, si fue por Camille que me dejaste, si te harté y principalmente necesito saber si me amaste.

No sabía cuánto había de cierto en todas las cosas que le había dicho a mi gemelo.

Tom, te amé como nadie en el mundo te podía amar jamás y sinceramente no sé en qué momento me enamoré de Candy. Sólo sé que a lo mejor jamás llegaríamos a ser completamente felices con todo el mundo en nuestra contra. Sin embargo, tú no has hecho nada mal y te juro por mamá que no te dejé por venganza por lo de Camille. Yo te había perdonado y estaba todo bien. Y si intentas preguntarte por qué, sólo te diré que fuiste lo más importante de mi vida. Y aún lo eres debido a que eres el mejor hermano que nadie puede tener.

Las lágrimas recorrían mi rostro. No pude aguantar el nudo en la garganta que tenía y solté todo lo que llevaba dentro. Sentía que todo aquello iba a derrumbarme, a destrozarme pero también sentí fuerzas al saber que no perdía del todo al único ser que había amado en toda mi vida.

Nunca te vi así. Perdóname –pidió Bill intentando abrazarme mas yo lo impedí.

Él no intentó abrazarme más. Me entendía.

Sólo te culpo de que mientras yo estaba así, destrozado sin exagerar, tú tomaste tu auto y te desapareciste tan rápido como pudiste.

Sí, lo sé. Estuve realmente muy mal en ese aspecto. Además, jamás te debí haber pegado; tendría que haberte comprendido y no lo hice. Sé que con un perdóname no soluciono nada, pero te pido disculpas. Me arrepiento de todo eso que hice. No te obligo a que me hables, Tom, sólo con un hola me conformo, porque a veces duele que no me saludes. Eres mi gemelo, mi mejor amigo de sangre y te llevo en lo más profundo de mi corazón.

 

 

Capítulo XLIX: “Lo imposible es indiscutible”.

 

... Yo no quiero a alguien mil veces mejor, te quiero a ti...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=XD3UHRTfJqo ]

 

No quiero volver a pelear, Bill, no obstante entiende que también estoy dolido yo. Si tú me hablas eso basta para que me vuelva a enamorar de ti una y otra vez. Lo siento, no puedo hacerlo. Te saludaré pero no pidas más. Está todo perfecto contigo, sólo debo olvidarme de ti y seremos los gemelos que éramos hace un año atrás –expliqué contradiciéndome.

Sí, comprendo. Entonces me quedo más tranquilo. No saludes a Candy si no quieres, le diré que te cae mal –afirmó mi gemelo sonriente.

Está bien. Gracias por hablar tranquilamente conmigo.

A ti. Y no llores más, no soporto verte así. No valgo la pena para que llores. Seguramente, Tomy, encontrarás a alguien mil veces mejor y que te quiera el doble de lo que te quise yo.

Sí, pero, ¿sabes? Yo no quiero a alguien mil veces mejor, te quiero a ti por más que seas una persona horrible. De todas formas, ya sé que eso es imposible así que sólo te pediré que hablemos lo justo y necesario, ¿sí?

Está bien. Lo entiendo.

En ese momento, el timbre de casa sonó.

Iré a atender –dije poniéndome de pie.

Bien. Pues te molestaré lo justo y necesario.

Gracias.

Bajé las escaleras y en esos segundos pensé en todo lo que habíamos hablado con Bill. No obstante, cuando miré a Candy que estaba allí abajo me volvieron las ganas de matarla. Luego, abrí la puerta para ver quien venía.

¡Hijo! –exclamó mamá emocionada.

¡Mamá!

Bill bajó inmediatamente al oír la voz de nuestra madre.

Pasa –le dije a mamá después de saludar a Gordon.

Mamá, ¿cómo estás? –preguntó Bill saludando a nuestra madre.

Bien, hijo, ¿tú?

Bien, madre.

¿A dónde está esa princesita? –cuestionó mamá haciendo referencia a Maia, sin percatarse de la presencia de Candy.

Ya la llamo –respondí sonriente.

Madre, te presento a Candy –le dijo Bill señalándole a la rubia.

Hola, señora –saludó la novia de mi hermano amablemente.

Hola, niña.

Ella es mi novia, mamá.

Oh, Dios, otra sorpresa más. ¡Qué alegría! –exclamó nuestra madre emocionándose nuevamente–. Me alegro por ustedes, jóvenes. Les deseo lo mejor.

Gracias –respondieron Bill y su novia al unísono.

¡Abu! –gritó Maia bajando las escaleras desesperada.

Mi niña corrió a abrazar a mamá. Esta última estaba más emocionada que nunca; jamás la había visto así. Yo bajé las escaleras detrás de ella, emocionado también. –¡Maia!

Ambas se abrazaron en un abrazo interminable. Eran lo más tierno que existía. Todos los que estábamos allí en casa nos emocionamos profundamente junto con ellas. Me alegré tanto en ese momento que pensé que el adoptar había sido la mejor decisión que había tomado en toda mi vida. Y lo mejor que me había pasado en la misma.

Él es tu abuelo –le explicó mamá a la niña señalándole a Gordon.

Hola, nena linda –saludó mi padrastro.

Hola, abuelo –replicó Maia abrazándolo.

Posterior a ese preciado encuentro, nos sentamos todos en la mesa. Subjetivamente, en ese momento sentí que Candy se sentía un poco desubicada. Nadie le prestó ni la más mínima atención, ni siquiera Bill debido a que él estaba intrigado por la historia de las vacaciones de mamá. Por un lado, sentí compasión por ella porque realmente debía ser horrible estar en la casa de tu novio y que no existas, por así decirlo. Pero por otro lado me dije que se lo merecía por ser la señorita roba novios. De todas formas, lo que le pasara a ella no me tenía por qué incumbir.

Cuando ya habíamos terminado de cenar, Candy y Bill se levantaron de la mesa y fueron a hablar al living. La rubia le dijo a mi gemelo que se iba.

¿Por qué, mi amor? –le cuestionó Bill intrigado.

Porque sí, me tengo que ir.

Oye, quédate a dormir, por favor. Sólo por hoy. Te prometo que mañana comenzaré a hacer la mudanza hacia tu casa.

¿De verdad? –preguntó Candy sonriente–. Buenísimo. Sin embargo, no quiero molestar aquí. Siento que a tu hermano no le gusta para nada que yo te visite. No sé por qué.

Es verdad, debo confesarlo. Mi gemelo me dijo que no le inspiras confianza, mas sólo es por el trabajo que has hecho para nosotros; él tiene miedo que seas una matona o algo por el estilo. No te conoce bien. Cuando lo haga, seguramente te querrá. No obstante, él no tiene nada que ver con nosotros y esta no es sólo su casa sino también es mía, así que tú te quedas y asunto terminado.

Pero, Bill...¿Dónde dormiré? No, no quiero molestar, de verdad.

Es que, cariño, no molestas. ¿Para qué tengo una cama de dos plazas en mi habitación? Listo, te quedas –volvió a repetir Bill sin siquiera darle la palabra a su novia.

Siempre me obligas –expresó la rubia sonriente.

Ey, ¿acaso no quieres estar conmigo?

Claro que sí, mi amor. Te amo –dijo Candy besando a su novio.

Yo estaba irritado nuevamente, no soportaba que Bill y la rubia se fuesen a hablar en privado. En ese momento, no presté atención absolutamente a nada de lo que decía mamá. No me interesaba hacerlo; sólo quería saber qué hacían mi gemelo y Candy. Llegaba un momento en el que me era hasta vergonzoso hacer semejantes escenas de celos, pero no podía evitarlo.

Maia, saluda que ya es hora de dormir –le pedí a mi niña.

Bueno, papi.

Mi hija saludó a Gordon y a su abuela y nos dirigimos hacia su habitación. Otra vez, como si a la vida le gustara jugarme una mala pasada, los vi besarse a mi gemelo y a aquella ladrona. Siempre yo tan inoportuno. Me odiaba por haber pasado justo en ese instante por el living, aunque ni siquiera fuese mi culpa el haberlo hecho.

Bill se percató de mi presencia y de la de la niña y dejó de besar a la rubia. Tal como lo había hecho anteriormente, estaba avergonzado.

Maia, con la inocencia arraigada a su ser, saludó a su tío y a la novia para irse a dormir. Yo sencillamente hice de cuenta que no había visto nada aunque bien sabía que por dentro estaba llorando. Lo hacía por ese amor perdido, porque cada vez que enfocaba mi mirada en él, él se burlaba de mí besando a una drogadicta, ladrona. No podía comprender cómo alguien como mi gemelo se había enamorado de la persona menos indicada para él.

No sé si prefiero que esté con ella o que resucite Andreas y se casen, pensé agobiado de tanto sufrimiento mientras subía las escaleras junto a Maia.

Espera, papi –me detuvo ella.

¿Qué pasa, nena? –inquirí intrigado.

Maia no me respondió y bajó las escaleras corriendo.

Sirvienta, quiero el osito que me olvidé en el patio así duermo con él –pidió mi hija sin saber las consecuencias que esa petición me traería.

¿¡Qué?! –exclamó Bill atónito.

¿Cómo dijiste, Maia? –le cuestionó Candy por las dudas de que ambos hubiesen escuchado mal.

Quiero que la sirvienta me traiga mi osito –replicó Maia hablándole a mi hermano.

¿¡Cómo que la sirvienta?!

Si ella es la sirvienta –repitió mi hija como si quisiera empeorar las cosas.

Maia, te dije que ya es hora de dormir –me entrometí en la conversación.

Tú fuiste, ¿¡verdad?! –me acusó Bill señalándome.

¿Qué? ¿Qué hice? –pregunté haciéndome el desconcertado.

Ve, Maia, a dormir y no le llames sirvienta a Candy porque ella ahora no lo es. Ha renunciado –mintió mi hermano para que yo no quedara como un mentiroso extraordinario frente a mi hija.

Bueno, tío –asintió mi niña con la cabeza sin saber por qué había recibido tantos retos.

Tú volverás porque tengo que hablar contigo –me ordenó Bill con mirada fulminante.

Vamos, Maia.

Tomé a mi niña de la mano y subimos nuevamente las escaleras. Nos dirigimos hacia su habitación tal como se suponía que lo íbamos a hacer antes.

Maia se acostó, la tapé y le conté un cuento para que se durmiera. Mientras, pensaba en lo que le diría a Bill con respecto a lo que acababa de ocurrir. Por dentro estaba riendo debido a que era gracioso que mi hija hubiese llamado sirvienta a la rubia. Aunque, por otro lado, sabía que lo que había hecho no estaba nada bien. De todas formas, me importaba muy poco. Esa rubia no se merecía mi cariño pero mi odio sí. O al menos eso era lo que pensaba.

No puedo creerlo –afirmó mi gemelo hablando con su novia.

Yo tampoco. Nunca pensé que tu hermano fuese capaz de hacer semejante cosa. ¿Por qué me odia tanto, Bill? –le preguntó Candy absolutamente sorprendida a mi hermano.

No tengo idea –mintió él–. Lo mataré, te lo juro.

Tranquilo, Bill. Supongo que tendrá motivos para odiarme.

No, no los tiene. Y si los tiene no me interesan.

Será mejor que me vaya.

¡No, Candy! –exclamó exaltado Bill –. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no me importa nada de lo que piense mi gemelo sobre nuestra relación? ¿A ti te importa?

No pero si molesto...

¿Desde cuándo te importa, mi amor, lo que piensen los demás de ti? ¿Sabes? Vete si no quieres quedarte. No te obligaré a nada.

No, Bill, no quiero que te enojes.

No me enojaré. Ve si quieres. Los novios no están para dar órdenes.

Me quedaré, Bill.

Te estoy diciendo que te vayas.

 

 

Capítulo L: “Cuando hablar no funciona...”

 

...Si estuvieras en mi lugar me odiarías peor de lo que te odio...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=LQ4D—MajBlE ]

 

Mamá y Gordon interrumpieron la conversación de mi gemelo y la rubia, sin hacerlo a propósito, por supuesto.

Billy, nosotros nos vamos –explicó mamá.

Bueno.

Mamá y Gordon saludaron a Candy y luego Bill los acompañó hasta la puerta de salida.

Dale saludos a Tom y a Maia; no vamos arriba porque seguramente él está haciéndola dormir –agregó nuestra madre antes de irse de casa.

Y está pensando en un plan para que no lo mate –murmuró Bill.

¿Qué? –cuestionó mamá sin oír absolutamente nada de lo que había susurrado su hijo.

Nada. Adiós, madre.

Adiós, Bill. Te amo. Dile a tu hermano y a Maia que también los amo.

Okay.

Nos vemos, Bill –saludó Gordon.

Adiós, Gordon.

Mi gemelo cerró la puerta después de que ambos se hubiesen retirado de casa.

¿Tú qué harás? –le preguntó Bill prepotentemente a Candy.

Ya te he dicho que me quedaré.

Sí, porque te he insistido.

No, me quedo porque quiero. Sabes bien que si tengo ganas me voy y listo.

Bill no respondió, y cambiando de tema dijo:

Tengo que hablar con Tom. Mejor dicho, debo retarlo. Ya vengo.

Bueno.

Acababa de entrar a mi habitación cuando mi hermano se asomó por la puerta. Mi cuerpo se inmovilizó por completo.

¿Y así quieres que esté todo bien? –inquirió él enojado.

Te dije que odiaría a Candy.

Sí, pero no me avisaste que le harías la vida imposible. Al menos lo hubieses hecho así me preparaba.

Vamos, no exageres. Fue sólo una broma –afirmé riendo sin poder evitarlo–.A demás, jamás te dije que todo iba a estar bien entre nosotros. Si piensas que después de amar a alguien que termina traicionándote se puede estar bien, estás equivocado. Me dijiste que habláramos, tú me escuchaste, te escuché pero nunca dije que todo sería como antes. Sólo quiero saber, a ella le perdonas que se drogue y, ¿no me perdonarás esa simple broma? –pregunté como si me importara el perdón de Bill.

Había tocado un tema muy delicado para Bill; sabía que había sido desubicado de mi parte pero si él realmente quería pelear, yo también lo haría.

Qué te importa a ti si ella se droga o no.

Ella no me importa; me importa saber por qué la perdonas a ella y a mí no.

En ese momento me pregunté qué diablos hacía yo rogándole perdón a la persona que había arruinado mi vida. O algo parecido.

Porque no quiero que te metas en mi vida, Tom, entiéndelo –replicó mi gemelo como si esa respuesta tuviese alguna relación con la pregunta.

Yo no me metí en tu vida, tú fuiste el que me metió en ella hace un tiempo atrás.

Pues ya es hora de que salgas. Tú no estás más en ella.

Mi gemelo –o la basura con la que compartía los mismos genes– era demasiado cruel conmigo y no tenía motivo alguno para serlo.

Ya lo sé. No necesito que nadie me lo repita. Ni mucho menos tú. Y gracias a Dios que no estoy más en ella. Gracias, Dios –repetí mirando hacia el cielo.

Bill se quedó dolido por ello, mas era justamente eso lo que yo buscaba. Quería destrozar a mi hermano al menos una cuarta parte de lo que él me había destrozado a mí.

Madura ya –rezongó él sin saber bien qué decir.

¿Por qué no maduras tú, idiota? Ni siquiera sé por qué buscas siempre una excusa para hablarme. Tú eres quien salió de mi vida así que ya déjame en paz. Entiéndelo: ¡No me importas! –silabeé por si no le quedaba claro el concepto.

Sólo quiero que no molestes a Candy, por favor, Tom. No quiero pelear contigo, ya te lo he dicho –explicó mi gemelo como si nunca hubiese estado enojado–. Tú me importas, hermano.

Te importo un bledo. Te da igual si muero o no, si vivo o no, si como o no, si me pisa un tren o no. Pero bien, no hay problema; yo imaginaré que tú estás muerto.

Por Dios, Tom, deja ya de exagerar –replicó mi hermano sorprendido.

Sé que si estuvieras en mi lugar me odiarías peor de lo que te odio, ¿no es así?

Solamente quiero que no le llames sirvienta a Candy. Ódiame si quieres pero agradece que le mentí a Maia porque si no ella sabría del padre mentiroso que tiene –dijo Bill y luego se fue de mi habitación.

Quería arrancarme el cuero cabelludo de la desesperación. Bill era experto en volverme loco. En ese momento, pensé en ir tras de él, agarrarlo del brazo y pegarle una trompada para que dejara de decir estupideces. Tal como él lo había hecho conmigo. Lo peor era que hablaba para contestar cosas sin sentido porque no me había respondido absolutamente nada todo lo que yo le había dicho. Odiaba hablar con él como si fuese una pared.

Bill bajó y Candy continuaba allí abajo esperándolo. Él se sentó e inmediatamente prendió un cigarrillo. Estaba nervioso y yo era la razón de que lo estuviese.

¿Qué ha pasado? –cuestionó la rubia sorprendida por el mal humor de Bill.

Mi hermano es un imbécil, eso pasa.

Te dije, Billy, que no fueras a decirle nada. Sólo empeoraste todo, ¿verdad?

Sí. Mas se lo merece. ¿Quién es él para meterse en mi vida? Quiero irme a vivir contigo lo más pronto posible, no aguanto un segundo más en esta casa.

Y vamos, mi amor, lleva todo y vámonos.

No puedo, Candy.

¿Por qué?

Ya te expliqué. Que me vaya inesperadamente arruinará las cosas aun más.

Entonces no sé qué decirte.

Me llevaré un poco de ropa ahora para tu casa y así lo haré todos los días. ¿Me puedo quedar hoy a dormir en tu casa?

Bill, ¿estuvimos discutiendo una hora para que me quedara y ahora te quieres ir?

Perdóname. Nos quedemos. No sé que me pasa.

Bill tomó a Candy de sus manos.

Soy un histérico, perdón.

Está bien, mi amor. Te amo así como eres.

Y yo a ti. ¿Vamos a dormir?

Bueno.

Ambos subieron y pasaron por mi habitación. Bill ni siquiera dirigió su mirada a la misma, pero Candy y yo intercambiamos miradas. Yo la miré con odio, ella lo hizo con algo de miedo.

Luego de que ambos pasaron a la habitación de Bill, cerré la puerta y me acosté a dormir. Por razones obvias, no pude hacerlo. Me sentía incómodo. El solo saber que mi hermano y su novia estaban en la habitación contigua a la mía, me daba escalofríos. Ni siquiera quería pensar que estuviesen haciendo algo más que besarse.

Sin embargo, ellos sólo estaban abrazados. Se durmieron rápidamente; no había sido un día muy agradable que digamos para nadie.

Me dormí como a las tres de la madrugada.

Al día siguiente, me levantó Maia aproximadamente a las diez de la mañana. Sólo estábamos ella y yo en casa, Bill se había ido a la casa de Candy. Con él se había llevado una maleta con ropa como comienzo de su plan.

El día pasó lentamente y mi gemelo llegó a casa cuando ya estaba oscureciendo, como a las ocho de la noche.

Hay un cura afuera de casa. Te busca a ti –me avisó mi hermano seriamente y añadió–: No sé si soy yo quien les tiene miedo o qué pero me causó escalofríos verlo.

Hice de cuenta que Bill no había acotado nada e inmediatamente me dirigí hacia la puerta de entrada.

Hola, padre Max –saludé amablemente–. Pase.

Hola, Tom. Permiso.

Sí.

He venido, como te había dicho, porque ya tengo fecha para el bautismo de Maia.

Buenísimo. ¿Qué día será?

El trece de junio. ¿Te parece bien?

Sí, perfecto. ¿Qué día cae?

Será un sábado.

Bien. ¿Al final podrá ser aquí en la casa?

He averiguado y me han dicho que sí, que en el caso de ser famosos está permitido.

Excelente. El trece de junio aquí.

Como te había dicho el otro día, Tom, tendré que venir antes para ver el tema del espacio y dónde pondré lo que tengo que trasladar.

Sí, sí, no hay problema.

La semana que viene entonces estaré aquí de nuevo.

Perfecto. ¿No quiere tomar un café o algo? –lo invité sin saber bien por qué.

Quizás lo hice porque no quería estar demasiado tiempo con mi hermano a solas.

Bueno, acepto, porque la verdad que no he parado de andar todo el día y estoy agotado.

Bien. Pues entonces se lo preparo y vengo.

No me trates formalmente, me haces sentir un viejo –pidió Max riendo.

Oh, lo siento –dije riendo yo también.

No hay problema. ¿Puedes llamar a Maia antes de empezar con el café? Quiero conocerla.

Sí, claro –asentí encantado.

Me dirigí hacia arriba para buscar a Maia que seguramente estaba en su habitación jugando. Y lo estaba haciendo pero no sola. Ella estaba jugando con mi hermano.

Maia, ven conmigo alguien te quiere conocer –ordené captando la atención de ambos.

¿Quién, papá?

Tú ven, ya verás.

Bueno –asintió ella acompañándome hasta abajo.

Él es quien te va a bautizar –le dije a Maia señalando al sacerdote.

Hola, Maia –saludó Max.

Hola. ¿Cómo te llamas?

Max. Dentro de dos semanas será tu bautismo. ¿Estás ansiosa?

¡Sí! –exclamó mi niña saltando felizmente.

Yo voy a hacer el café –me entrometí en la conversación.

El padre Max y mi hija continuaron hablando por un buen rato hasta que yo hube terminado el café para él.

Luego de que el sacerdote terminó su café, se fue de casa.

 

Capítulo LI: “Confesionario”.

 

...En una cosa como esa no se mentía...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=txQABw2wdwU ]

 

Bill se percató del sonido de la puerta cuando Max se fue e instantáneamente bajó.

¿Te querías confesar? –me preguntó Bill seriamente, en un intento de bromear.

Está de más decir que no me causó absolutamente nada de gracia su chiste. Y como no quería intercambiar media palabra con él, no le respondí.

¿Qué es confesar, tío? –cuestionó Maia.

Decir la verdad, hija. Pero no sé por qué tu tío dice esas cosas –mentí para que Bill se callara.

¿Para qué vino, Maia, el señor? –inquirió mi gemelo intrigado.

Mi hermano no se podía quedar con la duda de lo del sacerdote. Quería saber costara lo que costara por qué había venido un sacerdote a casa, siendo que nosotros no éramos de ninguna religión explícita, sino algo así como una mezcla de todas.

Me tienen que buatizar –replicó mi niña hablando mal pero haciendo que sonara con una ternura inexplicable.

Ah –respondió Bill sonriente haciendo lo posible para no reír.

Voy a preguntarle a Scotty si se bautizó, papi –explicó Maia.

Bueno, hermosa –respondí absolutamente encantado por mi hija

Dios...No puede ser más hermosa –opinó Bill.

No, la verdad –le contesté a mi gemelo mirándolo pero sin siquiera darme cuenta de ello.

Sólo estaba pensando en mi hija y lo tierna que era. Al cabo de unos segundos, me di cuenta de que ambos parecíamos los padres de la criatura, por la forma en la que habíamos hablado y por la manera en la que nos habíamos parado mirando cómo Maia jugaba con Scotty. Otra vez la nostalgia del abandono de Bill. Y junto con ella mi furor.

¿Cuándo será el bautismo? –preguntó mi gemelo pensando que yo aún seguía con buen humor.

Él no sabía que en mi cabeza en una milésima de segundo pasaban veinte mil pensamientos.

Qué te importa. No te dije que estabas invitado.

Es el bautismo de la niña, no tuyo.

Pero la niña es mía, no tuya.

Por un pelo no es mía.

Por un pelo no es nuestra querrás decir. Mejor dicho, por la peluca de Candy. Gracias a Dios porque a Maia le sería conveniente seguir siendo húerfana que tenerte a ti como padre.

Ja, ja. ¿No te parece que exageras?

En absoluto.

Pues, si eso es lo que piensas, ¿qué puedo hacer yo?

Nada. Por mí, muérete.

¿Cuándo es el bautismo? –volvió a preguntar mi hermano.

Préguntale a alguien a quien le importe tu presencia –contesté yéndome hacia arriba.

Bill quería hablar tranquilamente pero yo no se lo permitiría. Era imposible que nos llevásemos bien. Además, no quería invitarlo al bautismo de Maia, no fuese a ser que Candy se invitara también.

Mi hermano se dirigió al patio en donde se encontraba Maia y le preguntó a ella cuándo era su Bautismo. Por supuesto que mi hija no tenía idea de la fecha del mismo, así que mi gemelo sólo se tuvo que quedar con la duda.

Esa noche nos acostamos todos temprano. Nadie estaba de humor.

Durante toda la semana Bill estuvo llevándose su ropa y sus pertenencias a mis espaldas hacia la casa de Candy para ya mudarse definitivamente allí, a la casa de su amada. Yo, por supuesto, no estaba enterado del plan “malévolo” de mi hermano. Ni siquiera me hablaba con él. No nos decíamos ni hola ni adiós, sólo nos ignorábamos.

A la semana siguiente, el padre Max volvió a casa. Tenía que ver en dónde instalaría los objetos que necesitaba para realizar el Bautismo. Yo hice entrar al padre a casa. Bill estaba como siempre en lo de Candy.

¿En dónde pondríamos el lavabo para bautizarla? –me preguntó Max.

Yo diría que en el patio. Allí es lo suficientemente grande como para que entren todos los invitados.

Bueno. ¿Podría ir a verlo?

Sí, claro.

Acompañé a Max al patio. Él lo observó detenidamente y calculó los espacios.

Sí, aquí es perfecto –opinó él.

Sí. Mientras no llueva, todo saldrá bien.

En todo caso podría poner una lona como techo, por las dudas.

Sí, buena idea.

Tom, mi visita por hoy ha concluido.

Bueno. Lo acompaño hasta la puerta.

Estábamos por entrar a casa cuando Maia se acercó corriendo.

¡Max! –exclamó ella abrazando al sacerdote.

Hola, niña –saludó Max sonriente.

¿Hoy será mi bautismo?

No, hija. La semana que viene –le respondí a Maia.

Oh, ¿falta mucho para eso?

Siete días. No es mucho, hija.

Ten paciencia –acotó el padre Max–. Me voy ahora, Maia, nos veremos en poco tiempo. Adiós.

Él la besó en la frente. Luego, lo acompañé hasta la puerta, nos despedimos y se fue. Realmente se notaba que el sacerdote era una muy buena persona.

Eso fue por la mañana. A la tarde, yo estaba limpiando un poco la casa cuando Maia, quien jugaba con Scotty en el patio, entró a la cocina corriendo.

Papi, mira lo que encontré.

¿Qué encontraste, hija? –le pregunté dándome la vuelta para prestarle atención a Maia.

Esto –dijo ella entregándome algo en las manos para luego salir corriendo al patio.

Miré lo que Maia me había entregado. Era un documento de identidad. Lo abrí y lo primero que vi fue la foto del padre Max. Miré arriba de la foto y el nombre del mismo era: Max Kaulitz Trümper, nacido el día primero de septiembre de 1989. No me desmayé porque en ese mismo instante mi cabeza se convirtió en una laguna. Miles de recuerdos se aglutinaron en ella pero hubo uno que sobresalió respecto de los demás:

Mamá hablaba por teléfono. Ella gritaba: “¡Por más que sea mi culpa, no tienes derecho a llevártelo! ¡Quiero que los tres niños crezcan juntos! No puedes hacerme esto, Jörg...”

Mamá lloraba.

Estaba perplejo y furioso. Al parecer Bill y yo no éramos gemelos sino que éramos dos de los trillizos que había tenido mamá. El otro era Max. No podía creerlo. Mamá nos había mentido durante veintiún años. Veintiún años haciéndonos creer que éramos sus únicos hijos para que por arte de magia apareciera un tercero.

No me quedaría callado. Le diría a mamá cuánto la odiaba. Era intolerable lo que ella nos había hecho a mi gemelo y a mí. En una cosa como esa no se mentía. Y mucho menos se mentía de la forma en la que lo había hecho mamá.

Por otro lado, tenía que hablar con Max. Tenía que preguntarle si conocía a papá, si vivió con él, qué había pasado con él y cómo había sido su vida durante toda su infancia.

Decidí que primero tenía que ir a hablar con mamá. O mejor dicho, debía que ir a retar a mamá. Con la bronca que tenía, no le diría cosas muy dulces.

Había un problema para ir a buscar a mi madre: No tenía con quién dejar a Maia. O la llevaba para que oyera los gritos y la discusión entre mamá y yo, o no iba. Me pareció correcta la primera opción porque estaba muy enojado y no podría guardarme esa furia por mucho tiempo más.

Salí al patio y le dije a Maia que se vistiera para ir a la casa de su abuela. Ella se puso muy contenta; yo no lo estaba para nada.

Cuando ella estuvo lista, subimos al auto y manejé hacia la casa de mamá. No me interesaba en absoluto no haberle avisado que iba hacia allí. Sólo quería saber por qué nos había mentido.

Llegué allí y golpeé. Supongo que Maia se habrá dado cuenta de lo alterado que me encontraba porque no me habló en todo el camino. Aunque fuese chiquita, ella se dio cuenta de que yo no estaba tranquilo.

Mamá abrió la puerta. La miré con odio; ella lo hizo con amor.

¡Hijo! ¡Qué sorpresa! ¡Hola, Maia!

Mamá nos saludó a ambos y entramos a su casa. Yo no le respondía nada de lo que ella me decía.

¿Pasa algo, Tom? –preguntó mamá dándose cuenta de mi cara de enfadado que ni siquiera era capaz de esbozar media sonrisa.

Sí, quiero hablar contigo.

Dime.

Le señalé a Maia con mi cabeza como señal de que ella me impedía hablar. En ese momento, Gordon entró a casa, ya que se encontraba en el patio y saludó.

Gordon, muéstrale a Maia el patio –le ordenó mamá a su cónyuge.

Ven, Maia –le pidió mi padrastro a mi hija llevándosela al patio.

¿De qué quieres hablar, hijo? –me preguntó mi madre tranquila y calmada.

De tus mentiras. ¿Cómo fuiste capaz de mentirnos toda la vida?

¿Mentirles? ¿A quiénes? ¿De qué mentiras hablas, Tom? ¿Cómo me puedes juzgar así? –cuestionó mamá desconcertada.

A Bill y a mí nos mentiste. No puedo creer que nos hayas ocultado la existencia de un hermano.

Mamá se quedó atónita. No podía creer lo que yo le estaba diciendo.

Yo no, Tom... –negó ella con los ojos empañados de lágrimas.

No entiendo. ¡Es increíble que nos mintieras durante veintiún años! –exclamé exaltado–. ¡Y ya deja de negarlo!

Nuestra madre finalmente rompió en llanto. Mi bronca impidió que ella me diera lástima, que me acercara a ella y la abrazara como un buen hijo debía hacerlo. Estaba enojado; ella triste.

 

 

Capítulo LII: “Dejar de tropezar”.

 

... Lo único que tengo en mi alma es tristeza...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=IY8WarsOXsE ]

 

Deja de llorar. Yo tendría que hacerlo por tener una madre como tú.

Mis palabras dolían. Pero también lo hacían las mentiras de nuestra madre.

Si no le dices a Bill dentro de una semana, tendré que hacerlo yo. Háblale y haz que no se entere de la forma en que yo me enteré que tenemos un trillizo.

¿Cómo lo sabes, Tom? ¿Tu padre te ha dicho?

Qué importa. Lo importante es que ahora Max se debe enterar de la verdad.

¡¿Lo conoces?! –inquirió mamá exaltada–. Llévame con él, quiero verlo.

No te importó nunca y ¿te preocupas ahora? No creo que tenga muchas ganas de verte. Dime, ¿también le mentiste a papá y por eso se fue?

No entiendes, Tom –afirmó mamá continuando con su llanto.

Tú no entiendes. Sabes menos de la vida que yo.

En ese mismo instante entró Gordon a la cocina y vio que mamá lloraba. Se quedó sorprendido.

¿Qué pasó? –inquirió él preocupado, mirándome a mí.

Pregúntale a ella. Yo me voy. ¿Dónde está Maia?

En el patio –respondió Gordon abrazando a mi madre–. ¿Qué pasó? –le susurró él a ella.

Mi madre no le respondió. Ella estaba realmente dolida por todo lo que yo le había dicho.

Vámonos, Maia –ordené tomando de la mano a mi niña.

¿Por qué? ¿Tan rápido? –preguntó ella con su rostro entristecido.

Sí, luego volvemos –afirmé sabiendo que eso no era verdad.

Maia entró a la cocina para saludar a Gordon y a mamá, quien disimuló no haber estado llorando.

Adiós –saludé amargamente saliendo de la casa de mamá.

Me fui para casa con Maia. Cuando llegamos allí, lo primero que hice fue llamar a la Oficina de Adopciones para pedir el teléfono de Max. Ellos me lo dieron y marqué el número de mi nuevo hermano.

¿Hola? –respondió una voz masculina del otro lado de la línea.

Estaba nervioso. Hablaría con mi hermano sabiendo que él lo era.

Hola, ¿padre Max? Soy Tom Kaulitz, el padre de Maia.

¡Ah! Tom, ¿cómo estás?

Bien. ¿Tú?

Bien.

Me alegro. Te preguntarás seguramente de dónde saqué tu número teléfonico. Se lo tuve que pedir a la Oficina de Adopciones porque necesitaba hablar contigo.

No hay problema. Dime, ¿de qué tienes que hablar conmigo?

Tiene que ser personalmente, por favor. Si no es mucha molestia.

Está bien. No es molestia, cómo crees.

¿Puedes venir a mi casa?

Bueno. ¿A qué hora?

¿Ahora estás ocupado?

No. Iré ahora entonces.

Sí, por favor. Es urgente. Gracias.

De nada. En un rato salgo para allá. Adiós.

Adiós. Nos vemos –saludé cortando la llamada.

Al fin mi hermano sabría la verdad. Bill se tenía que enterar por la boca de mamá por dos simples razones: no quería hablar con él y no era yo quien debía decírselo. De todas formas, si mamá no le decía en el plazo de una semana, sería yo quien lo haría. Mi hermano debía saber que no éramos gemelos, sino trillizos.

Aproximadamente media hora después, el padre Max llegó a casa, o quizás debería decir el hermano Max. Lo hice entrar a casa y se sentó. Mandé a Maia arriba a jugar, ella no tenía que escuchar la conversación.

Hoy te olvidaste esto aquí –le dije a Max con su documento en mi mano.

Oh, Dios. Qué despistado. Seguramente se me ha caído. Gracias por encontrarlo, Tom.

Agradécele a Maia. Ella fue quien lo encontró –le expliqué sonriente a mi hermano.

Lo miraba y no podía creerlo. Tantos años había vivido sin él, sin siquiera saber que existía. Quería abrazarlo.

¿Puedes llamarla? Así le agradezco.

No, espera. Debo decirte algo todavía.

Ah, está bien. Pensé que era lo del documento nada más. Dime.

Cuando mi hija me dio el documento lo abrí para ver de quién era. Leí tu apellido, tu fecha de nacimiento. Max, somos hermanos. Y no sólo hermanos, somos dos de los trillizos que tuvo mamá. Bill es el tercero.

Max se quedó atónito y boquiabierto. Era increíble lo que estaba escuchando. Al igual que yo, no lo podía creer. Se quedó sin palabras.

¿Estás seguro, Tom? –cuestionó él cuando pudo hablar.

Sí, ya mamá lo ha confesado.

Es increíble –opinó él esbozando una leve sonrisa–. Mira cómo Dios nos ha puesto en el mismo camino.

Sí. Jamás pensé en la posibilidad de tener otro hermano igual a mí y a Bill.

Yo tampoco. Tengo que abrazarte –me dijo él como leyendo mi mente.

Y yo a ti.

Me paré de mi lugar, Max hizo lo mismo y ambos nos abrazamos. Estábamos emocionados y felices. Aunque todo era inesperado, seguramente aquello acarrearía algo bueno.

¿Dónde está papá, Max? ¿Lo sigues viendo? ¿Qué es de su vida?

Vive en Italia. Yo me vine aquí para hacer el sacerdocio. Nos comunicamos por teléfono. ¿Te gustaría hablar con él algún día?

No. Gracias de todas formas. Creo que si no le importamos antes, menos le importaremos ahora.

Quién sabe qué pasará por su mente, Tom.

Algún día le hablaré. Ahora no.

Yo necesito ver a mamá.

Lo siento pero no puedo hacer nada. Me acabo de pelear con ella.

¿Por qué? –cuestionó Max sorprendido.

Porque me mintió durante veintiún años. Y a ti también te mintieron. A los tres nos trataron como idiotas.

Sí, nos mintieron. Sin embargo habrán tenido sus razones, Tom. No los juzguemos.

No los juzgo, me ofendí por lo que me hizo mamá. Seguramente sabrá por qué nos mintió, pero podría haberlo explicado en algún momento. ¿No crees que ya era hora de que supiéramos la verdad? ¿Qué esperaría? ¿Que el mundo se viniera encima?

No lo sé. Intenta arreglarte con ella. Se debe haber sentido mal al saber que tú te enteraste de la verdad.

Ella se lo buscó.

Con respecto a Bill, ¿sabe que yo soy su hermano?

No. No le quiero contar. Prefiero que mamá se lo diga. Ya que no me lo dijo a mí que tenga la posibilidad al menos de decírselo a él.

Está bien. Entonces para él no somos nada.

No, por favor, no digas nada al respecto.

No lo haré. Gracias por contarme la verdad, Tom.

¿Cómo no lo iba a hacer? Debías saberlo. Maia es tu sobrina.

Sí, no puedo creerlo todavía. Fue la mejor noticia de mi vida.

En ese instante, Bill entró a casa. La mirada de Max se clavó en mi hermano. Y este último dirigió su mirada a mi visitante, preguntándose por qué había estado todo el día en casa. Si bien ello no era verdad, Bill así lo creyó.

Hola –saludó mi hermano.

Buenas tardes –replicó Max nervioso.

Bill se dirigió arriba y se encerró en su habitación.

¿No se saludan? –inquirió mi nuevo hermano intrigado.

No. Estamos peleados por una tontería –mentí.

Oh, Tom, estás peleado con todo el mundo.

Lo sé –dije riendo aunque eso no tuviese nada de gracia.

¿Por qué no tratas de arreglarte con la gente de tu alrededor?

Porque no me haría bien. Es decir, no sé qué me hace peor: si estar peleado con ellos, o que esté todo bien.

¿Por qué dices eso?

No me entenderías. No importa.

Okay. Tom, me quedaría todo el día hablando contigo para que ambos nos conozcamos más. Pero tengo otras responsabilidades en la iglesia. ¿Te importa si...?

No hay drama, Max. Entiendo. Ve, tendremos toda una vida para conocernos.

Tienes razón. Adiós, Tom –saludó él parándose y dirigiéndose a la puerta.

Ya tienes mi teléfono por cualquier cosa. Adiós, hermano.

Nos abrazamos nuevamente y él se retiró de casa. Yo subí a la habitación de Maia para ver qué hacía ella. Se había dormido con la ropa que había andado todo el día.

Pobre. No sé cómo transmitirle alegría cuando lo único que tengo en mi alma es tristeza –susurré hablando conmigo mientras miraba a mi niña y le ponía el pijama.

Terminé de acostar bien a mi hija y me fui a dormir. No lo hice sin antes pensar en que la única alegría que tenía de ese día era el haber encontrado a un hermano perdido. Al menos sabía que alguien podía prestarme su hombro cuando estuviese mal. Y no era cualquier persona, era un hermano de la misma sangre. Él no me traicionaría y era lo más bueno que podía pedir. O al menos eso suponía ya que era sacerdote.

También me puse a pensar en el día que conocí a Max. Cuando abrí la puerta sentí un escalofrío y seguramente era obra del destino que sabía que era alguien especial ese sacerdote. A Bill le había ocurrido exactamente lo mismo: se sintió raro al ver a Max. Y ahora sabía la razón de ese estremecimiento. La lástima del asunto de Max era que no podía contarle a nadie. Quería que todo el mundo supiera que éramos trillizos, mas no podía. Debía tener paciencia y esperar.

 

 

Capítulo LIII: “La soledad se apodera de mí”.

 

...Hacía tanto que no escuchaba un “te amo”...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=1GFHPCIf0HI ]

 

Aproximadamente a las nueve de la mañana del siguiente día, pasé por la habitación de Bill para ver si tenía una púa de guitarra que había sido mi favorita durante varios años, la cual yo se la había regalado. Se la quitaría porque, además de que yo la necesitaba, no creía que le importase en absoluto.

Escarbé su mesa de luz pero no encontré nada. Decidí buscar la púa en el placard. Cuando lo abrí, me encontré con la sorpresa de que había tres o cuatro remeras de Bill como máximo.

¿Por qué faltaba la mayoría de su ropa? ¿Acaso la había tirado toda? No, era imposible que Bill tirase toda su colección de prendas. Pero en ese momento no encontraba otra explicación para ese hecho. También se me cruzó por la cabeza que nos podrían haber robado. Sin embargo, esa idea era aun más descabellada que la primera. ¿Por dónde habrían entrado los ladrones en el caso de que ello fuese verdad? Además, ¿por qué no se llevarían cosas más valiosas que la ropa de mi gemelo? Era extraño e inexplicable que la ropa no estuviese allí.

Apenas viniese Bill le preguntaría qué había sucedido con toda su ropa.

Mi hermano no se apareció durante todo el día en casa. Maia y yo jugamos, comimos, hicimos nuestra vida como padre e hija. Poco a poco mi humor mejoraba, iba extrañando menos a mi hermano y notaba menos su ausencia durante el día en casa.

Lo negativo del día vendría a la noche.

Cuando mi hermano llegó a casa al anochecer no saludó, al igual que siempre, y se dirigió hacia su habitación. Aunque iba contra mi voluntad, fui a hablarle. Quería saber qué había sucedido con su ropa. A lo mejor él ni estaba enterado de que su placard estaba vacío.

Golpeé la puerta y me contestó:

¿Qué?

Quiero hablar contigo –le contesté intentando que mi voz no sonara nerviosa.

Él abrió la puerta.

¿Vienes en paz? –me cuestionó él como si yo fuese el único agresivo del hogar.

Sí. Sólo quiero preguntarte una cosa –repliqué seriamente.

Dime.

¿Estás enterado de que falta la mitad de tu ropa en el placard?

Ah, sí... –dudó–. La llevé a la tintorería.

Ah. Pensé que te habían robado –afirmé intentando ser gracioso pero lo hice sin hacer media mueca de gracia.

¿Y tú qué hacías en mi placard?

Buscaba mi púa favorita. ¿Me la puedes dar?

Está bien. Los obsequios no se devuelven pero si tú quieres...

Hice como si no hubiese escuchado nada y él me entregó la púa. La tenía guardada bajo la almohada.

Se te podría haber perdido –dije sin saber bien por qué–. Oye, tampoco encuentro mi guitarra acústica, ¿tú tienes algo que ver?

Bill bajó la mirada.

¿Dónde está? –le pregunté subiendo el tono de mi voz y comienzando a asustarme.

La presté. Perdón –respondió Bill para darme un infarto.

¿¡Cómo que prestaste mi guitarra?! Tú quieres que me dé un paro cardíaco, ¿verdad? Dime que no se la prestaste a quien yo pienso.

Mañana mismo te la devolverá. Sólo fue un día.

¿Quién te piensas que eres para prestar mis cosas? Tú no eres dueño de nada mío.

Sólo de mi corazón, pensé.

Sé que estuve mal pero no me la prestarías si te la pedía.

En absoluto. Sabes que no te la prestaría y mucho menos lo haría para hacer feliz a Candy. Si no me la traes mañana, me encargaré de ir a buscarla por mis propios medios. Y créeme que no será buena idea. Que sea la última vez que me haces esto, Bill –lo reté yéndome hacia mi habitación.

La verdad era que no me molestaba que mi hermano hubiese prestado mi guitarra; me irritaba que se la hubiera prestado a Candy. Iré a su casa de cualquier forma para que aprenda a no meterse con mis cosas, pensé.

Al día siguiente, mamá me llamó. La primera vez que lo hizo no la atendí. Seguramente ella quería saber cuándo era el Bautismo de Maia así que finalmente terminé por atenderla.

¿Qué? –respondí malhumoradamente.

Hijo... –dijo mamá.

¿Para qué llamas?

Quería saber cómo estabas, Tom, y si estaba Bill para hablar con él.

Bill no está. Está con Candy. Y no llamas para saber cómo estoy, llamas por lo de Maia, ¿verdad?

También quería saber eso. ¿Cuándo será el bautismo?

¿Para qué vendrás? ¿Para continuar mintiendo? No vengas.

Es mi nieta. ¿Cómo no vas a querer que vaya su abuela a su bautismo? ¿Tú piensas que se sentirá bien?

No lo haré. Mas te dejaré venir sólo con una condición.

¿Qué condición? Hijo, no puedo creer que tenga que cumplir con algo para ir al bautismo de mi nieta.

Tú te lo buscaste. Dile a Bill la verdad o jamás te diré la fecha del bautismo. Tienes una semana.

No puedo creerlo. ¡Mi propio hijo me extorsiona!

Hazlo o ya sabes. Adiós.

Mándale saludos a Bill y a Maia. Amenazar no es la forma de llegar a ningún lado.

Lo sé más que nadie, pensé recordando las amenazas de Melany.

Adiós –respondí cortando la llamada.

Debo admitir que me moría de ganas de decirle a Bill la verdad. No obstante, no quería ser tan cruel con mamá y darle la oportunidad de que pudiese contarle la verdad a alguien.

Aproximadamente a las tres horas de haber hablado con mamá, llamó Max.

¡Hermano! –exclamó él en el teléfono.

¡Max? ¿Cómo estás?

Bien. ¿Tú?

Aquí estoy, peleado con todo el mundo como ya sabes.

Qué desgracia. Te daré una buena noticia que probablemente te dará alegría.

Dime.

En realidad es una invitación–. ¿Quieres venir a mi parroquia con Maia así hablamos y nos continuamos conociendo?

Genial. Dime a qué hora e iré. Me hará bien despejarme.

Sí, seguramente. Ven por la tarde, a la hora que quieras.

Okay. Iré como a las seis.

Listo. Los espero. La dirección es Mond 134.

Bien, gracias. Nos vemos, hermano.

Suerte, Tom. Cuídate.

Le comuniqué a Maia que el sacerdote nos había invitado a su parroquia y se alegró. A ella también quería decirle que Max era su tío, pero era niña y podía meter la pata diciéndole “tío” en frente de Bill y eso no sería muy positivo que digamos.

Por la tarde Maia y yo nos cambiamos y fuimos a la parroquia de mi hermano Max.

¡Hola! –nos recibió él feliz de volver a vernos.

Hola, Max –saludé sonriente.

Hola, Max –dijo también mi hija.

Mi hermano era realmente una persona muy servicial y amable. Me enteré muchas cosas de su vida como por ejemplo cómo había llegado hasta el sacerdocio, por qué había regresado a Alemania al crecer, cómo fue su vida de infante, etc.

Aproximadamente a las nueve de la noche volvimos a casa. Bill ya había vuelto y también había puesto la mesa, la cual estaba con tres platos servidos con fideos en su interior, como si nos hubiese estado esperando a mí y a mi hija para cenar.

Jódete, pensé ya que yo había cenado miles de veces solo por su culpa. «Ahora sabes lo que se siente».

Maia y yo nos dirigimos hacia arriba. Ella quiso saludar a su tío así que golpeó la puerta de su habitación.

¿Quién? –preguntó Bill desde adentro.

Soy Maia, tío. Quiero saludarte.

Bill inmediatamente abrió la puerta. Yo estaba parado atrás de mi hija y lo miré con indiferencia manteniendo mis brazos cruzados. Mi niña lo abrazó feliz y él le sonrió.

Buenas noches, hermosa –la despidió.

Hasta mañana, tío. Te quiero mucho.

Te amo... Maia.

Mi desdén se transformó en tristeza. Se notó en mi rostro el cambio repentino de sentimientos. Hacía tanto que no escuchaba un “te amo” de los labios de Bill que me trajo demasiados recuerdos buenos llenos de melancolía.

¿Tienes mi guitarra? –le cuestioné a Bill sosegadamente.

Lo siento. Lo olvidé por completo. Perdóname.

Mi tranquilidad y mi calma se fueron al diablo. «Claro, estuviste tanto con Candy que te olvidaste que tenías un hermano».

Tienes un hermano llamado Tom, por si no lo sabes. Vamos, Maia.

Acompañé a mi hija a su habitación y esperé a que se durmiera. Mientras lo hacía, decidí que iría a la casa de Candy. Quería que ella no tuviese más mi guitarra. Me pertenecía y esa ladrona me la robaría.

Cerré la puerta de la habitación de Maia lentamente y también hice lo mismo con la de mi cuarto para simular que estaba durmiendo. Bill seguramente se enteraría que iría a la casa de Candy pero no quería que lo hiciera esa misma noche.

Había un problema: no tenía idea donde vivía Candy.

Luego de buscar por toda la casa si estaba anotada la dirección por casualidad, me rendí porque no obtuve resultado alguno. Al día siguiente perseguiría a Bill e interrumpiría en casa de Candy buscando mi guitarra.

Me acosté a dormir.

 

Capítulo LIV: “Satisfecho de mentiras”.

 

...Déjame sufrir en paz y tranquilo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=KEs0N86vD3A ]

 

El día siguiente no sería distinto a los anteriores. O quizás sí: sería peor que los precendentes días. ¿Por qué motivo? Por el mismo de siempre, por aquel cuyo nombre y apellido eran Bill Kaulitz.

Esa mañana me levanté temprano para evitar que Bill se fuese antes de que me despertara. Efectivamente, él no lo había hecho, aún seguía en casa.

Desayuné y esperé a que se levantara. Había noventa y nueve por ciento de probabilidades de que Bill fuera a la casa de la rubia.

Tal como lo predije, Bill se despertó, se vistió, se lavó los dientes y bajó para ir a donde Candy. Me hice el distante como siempre, no nos saludamos por más que estuviésemos desayunando en la misma mesa.

Terminó su café y salió de casa. Pasaron un par de segundos y me asomé por la ventana. Él ya había subido a su auto. Esperé a que arrancara y salí sin que me viera.

Cuando él ya había salido del garage, subí a mi auto y después lo perseguí como si fuese un mafioso. Llegó a casa de la rubia y ella salió, lo abrazó y lo besó. Yo estacioné una cuadra antes pero de todas formas me imaginé cada paso de su beso. Me deprimí nuevamente y por ello aumentaron mis ganas de continuar con el plan.

Esperé aproximadamente quince minutos afuera y luego salí del auto, dirigiéndome a la casa de la roba novios.

Toqué la puerta. Tenía miedo mas no me arrepentía. Ya era tarde para remordimientos.

¿Quién es? –preguntó la dueña de casa desde adentro.

Tom Kaulitz –respondí nervioso.

Ella abrió la puerta sorprendida por mi visita. Bill estaba sentado en el sillón y me miró atónito.

¿Qué haces aquí? –cuestionó mi hermano sorprendido parándose del sillón.

Vengo a buscar mi guitarra.

Vete, Tom, después te la llevo.

No me iré sin mi guitarra.

Ya la busco –replicó la rubia.

No, Candy. Es un metido. No tendría que estar aquí.

Mi guitarra, por favor. O entro –amenacé a ambos.

No te la daremos, Tom.

Listo.

Empujé a Bill, quien estaba atajando la puerta con su cuerpo, y pasé.

¡Tom! –exclamó Bill enojado.

¿Dónde está la guitarra?

Caminé rápido por el pasillo de la casa de Candy y me topé con su habitación. Entré a ella y me quedé perplejo. Toda la ropa de Bill estaba allí, en bolsos y mi guitarra se encontraba a un costado de la cama.

Instantáneamente supe lo que estaba pasando. ¿Cómo podría haber sido tan estúpido y no darme cuenta antes de ello? La situación era clara: Bill se mudaría con Candy.

Mi hermano había corrido hasta donde me encontraba yo y al verme paralizado se asomó a la habitación mirando por encima de mis hombros. Se dio cuenta del por qué de mi perplejidad.

Yo tenía ganas de matarlo hasta que le viese las tripas fuera de su cuerpo. Era una persona espantosa y mentirosa y todavía no sabía por qué se había convertido en alguien así. Quería llorar pero no lo haría en ese momento. Al menos aguantaría hasta estar fuera de la casa de Candy.

Entré a la habitación y tomé mi guitarra lentamente. Aún no salía del estado de shock. Bill me miró lamentándose que yo me enterara de esa manera sobre sus planes y olvidó por completo su enojo por mi irrumpimiento brusco en la casa de la rubia.

Salí de la habitación con el corazón en la mano y empujé a Bill con mi hombro mirando hacia el suelo.

Tom... –musitó Bill.

Lo oí y me di vuelta, observándolo con fuego en mis ojos del odio que sentía en ese momento.

Mentiroso, hipócrita –dije con furia.

Volví hacia el living por el pasillo, miré a Candy compasivo y me retiré de su casa.

Amaba a Candy a comparación de Bill. Ella era un ángel cotejada con mi hermano.

Corrí hacia el auto y me subí, dejando la guitarra en el asiento del pasajero.

¡Hijo de puta! –grité sacado de quicio –. Te odio, Bill, te odio, te odio, te odio...

Había sido condenado a amar a mi hermano sin razón. Quería que mi enamoramiento se esfumara de repente, sin dejar rastro alguno.

Arranqué el auto a toda velocidad –como siempre cuando me enfadaba– y me dirigí a casa.

Llegué a mi hogar dispuesto a llorar por todas las mentiras de ese último mes. Estaba harto de ellas. ¿Acaso no le importaba a nadie cuánto sufría cuando me mentían? Me sentía solo. Completamente solo.

Subí las escaleras de casa y fui a ver si Maia se había despertado. Por suerte, aún no lo había hecho. Quería llorar tranquilo el abandono total de mi hermano.

Me encerré en mi habitación y me acosté tapándome hasta la cabeza. Lloré desconsoladamente. Me dije que Bill se estaba vengando de mí, de mi ida a Tokyo, de mi infidelidad con Camille.

Gracias por demostrarme que no te importo ni como hermano, Bill, pensé.

Habrá pasado media hora y sentí que la puerta del frente de casa se abría y luego se cerraba. Si era mi hermano, le convenía haberse quedado en lo de Candy porque lo mataría y lo insultaría hasta el cansancio.

Bill en ese momento no estaba conectado conmigo telepáticamente y entró a mi habitación. Si es que era posible, sentí que lo odiaba todavía más.

No quise que te enteraras de esa manera. Te lo iba a decir cuando fuese el momento –se justificó–. Entiende que quiero hacer mi vida lejos de ti para no lastimarte más.

¡Deja, deja, deja ya de mentir! –grité a través de la almohada sin siquiera mirarlo.

Te juro, Tom, que no te estoy mintiendo.

Levanté mi rostro algo adolorido por la presión de la almohada y lo fulminé con la mirada.

Bill hizo un paso hacia atrás porque pensó que me levantaría como un cuerpo endemoniado y lo despanzurraría.

Créeme, me hace mal esto pero no podemos seguir peleándonos siempre sólo por el hecho de que terminamos.

Sonaba tan insignificante cuando lo decía de ese modo que parecía que hubiésemos terminado fantásticamente bien.

Contéstame, Bill, ¿qué te hace mal a ti? Si eres un hombre frívolo, insensato y necio. Pensé que nadie me ganaba en esas tres cualidades, pero ahora veo que hay alguien peor que yo.

¿Piensas que no me duele el irme de aquí?

No, no te duele ya que serás más feliz con Candy que conmigo. ¡Haz lo que tengas ganas! ¡Ve por la vida atropellando gente mas déjame sufrir en paz y tranquilo! ¡Vete de una buena vez si te irás! Ya me tienes cansado. Ojalá seas infeliz por el resto de tu vida.

No me quiero ir sin desperdirme de ti. Te adoro, Tom. Jamás dejarás de ser mi gemelo.

Te odio. Vete, hijo de puta –insulté revoleándole la almohada.

Él tendría que haber sabido que cuando yo le decía vete era quédate, cuando le decía serás feliz con Candy me refería a que él hubiese sido feliz conmigo y cuando le decía te odio significaba te amo.

Bill entendió finalmente que tenía que irse y así lo hizo. Estaba dolido por mis insultos y porque sabía que yo realmente lo odiaba. O al menos hacía todo lo posible para hacerlo.

Salió mentiroso como mamá, pensé apenas él dejó mi habitación.

Me quedé destrozado en mi cama y Bill se dirigió a empacar las últimas cosas que le quedaban en casa.

Un rato después, sonó el timbre. Yo no pensaba siquiera en atender la puerta y mi hermano lo sabía. Además, estaba a punto de dormirme. Así que él bajó y abrió. Era Max quien venía.

Hola –saludó Bill.

El sacerdote se quedó hipnotizado porque no podía creer que tuviese a su hermano al frente y no pudiese decirle nada.

Hola –replicó Max estirando su mano.

Bill respondió al saludo sonriente.

Ya le llamo a mi hermano. Pero primero quiero hacerle una pregunta.

Sí, escucho.

¿Cuándo es el bautismo de Maia?

El trece de junio.

Listo, muchas gracias.

Por nada.

Ahora llamo a Tom.

Bill subió a mi habitación y abrió la puerta. Yo me había dormido.

Tom... –susurró mi hermano agachándose al lado de mi cama–. Perdóname –pidió dejando caer una lágrima–. Te voy a extrañar.

Luego se levantó y bajó a decirle a Max que yo estaba durmiendo.

¿Lo despierto? –cuestionó Bill.

No, no. Déjalo. No es nada urgente, puedo volver después. Gracias, Bill.

De nada. ¿Su nombre es...?

Max. Nos vemos. Adiós.

Adiós, padre Max. Suerte.

Bill cerró la puerta y continuó empacando. Cuando estaba a punto de terminar, Maia se asomó a su habitación.

Tío, ¿qué haces? –preguntó ella intrigada.

Mi hermano se acercó a mi hija, se agachó y le explicó:

Me iré a vivir con Candy, Maia.

Oh, te extrañaré, tío –expresó ella abrazándolo.

Yo también, nena.

Bill se dio vuelta, alzó las maletas y prosiguió:

Adiós, Maia. Nos veremos en tu bautismo.

¡Sí! Papá está durmiendo. ¿Lo despierto así te despides de él? –inquirió mi niña emocionada.

No, Maia. Ya me despedí de él. Gracias de todas formas, sobrina.

Mi hermano terminó de despedir a Maia y se fue de casa. Era increíble que lo hiciera para siempre. Se sentía mal por el hecho de tener que abandonar su hogar. Al parecer, por dentro conservaba todavía algunos sentimientos.

 

 

Capítulo LV: “Alteración”.

 

...Sólo debía esperar al tiempo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=nPhg7LTMkcs ]

 

Maia me despertó. Me levanté sobresaltado.

Perdón, hija.

¿Por qué, papi?

Te levantaste primero que yo. Soy un mal padre –expliqué sabiendo que mentía.

No, papi. Eres el mejor del mundo.

Gracias, nena. Eres lo mejor y más importante de mi vida. Te amo, hija –expresé abrazándola.

Yo también, papá.

En ese momento, quise decirle que ella me alegraba y me devolvía la alegría que Bill se había llevado algún tiempo atrás. Me levanté y le hice el desayuno a ella.

Bill llegó a casa de Candy y golpeó la puerta.

Ya está, ahora vivo aquí.

¡Al fin, mi amor! ¡Te amo! –exclamó la rubia felizmente.

Yo también, princesa.

¿Qué pasó con tu hermano? ¿Se enojó?

No quiero hablar de eso ahora. Sólo quiero ser feliz contigo y olvidarme de lo demás.

Candy y Bill eran felices. Yo moría lentamente en la nostalgia de un amor que no sólo me había dejado, sino que además había huido lejos. Muy lejos.

Al día siguiente, Bill llamó a mamá.

Hola, mamá.

Hola, ¿Bill? ¿Cómo estás, hijo?

Bien. ¿Tú?

Bien –mintió ella.

No lo estaba en absoluto ya que se sentía una mentirosa con su hijo y sabía que debía decirle la verdad aunque se enojara. Pero no tenía las agallas.

Mamá, quería contarte que estoy viviendo en casa de Candy. Me mudé.

Oh, hijo. Te felicito. ¿Ya comenzarás una nueva vida? ¡Qué rápido crecen mis niños!

Sí, debo hacer mi vida.

¿Cómo está Tom?

No tengo idea. Desde ayer que nos despedimos no hablo con él. Sin embargo, sé que está un poco triste porque lo dejé solo en cierta forma.

Sí, me imagino. Billy, ¿sabes cuándo es el bautismo de Maia?

Sí, el trece de junio. ¿Tom no te dijo nada?

No, está enojado conmigo.

¿Por qué? –cuestionó Bill sorprendido.

Por una cosa insignificante. No tiene importancia. Ya te contaré.

Está bien.

Hijo, te dejo. Debo hacer la comida.

OK. Nos vemos en el bautismo de Maia, madre.

Por cierto, ¿sabes donde es?

Seguramente es en casa. No creo que Tom lo haga en la iglesia.

Bueno. Iré a casa de Tom y seguramente si es en la iglesia iremos todos juntos. Espero que para ese entonces no estemos peleados.

Ojalá que no. Suerte, mamá. Adiós.

Nos vemos pronto, hijo. Saludos a Candy.

Saludos a Gordon.

Cortaron la llamada. Bill le contó a la rubia lo que había hablado con mamá.

Tu hermano se pelea con todos –opinó ella.

Lo sé. No sé qué le sucede.

Los días fueron pasando y cuando apenas faltaba sólo un día para el bautismo, decidí invitar a quienes me faltaban. Y en realidad eran las personas más importantes. Llamé a Georg y a Gustav. Les conté mi problema existencial denominado Bill Kaulitz y, aunque moría de las ganas de contarles a ambos de Max, no lo hice. Los conocía y el secreto se les podía escapar. Ellos, por supuesto, prometieron ir al bautismo al día siguiente.

También invité a Camille. Le dije que le pagaba el pasaje ya que mi hija no podía quedarse sin su madrina. Ella asintió encantada y feliz y me dijo que no me siguiese preocupando por lo de Bill, que seguramente volvería a mí. No le creí, sabía que lo hacía sólo para hacerme sentir bien. Sin embargo, nadie lo lograba. La presencia de Bill aún seguía en casa y por las noches lo extrañaba más que nunca. Él había sido todo y pasar a ser nada era imposible. A veces, me acercaba a su habitación vacía y me quedaba por horas mirándola fijamente, oliendo sus cosas, acostado en su antigua cama, pensando si alguna vez volvería, si alguna vez yo volvería a significar algo para él. Me preguntaba si pensaría en mí, si sabía que más allá de todo lo que me había hecho, lo amaba. Y no logré entender jamás cuándo él se había hecho mi carne, mi piel, mi vida entera. Ahora debía arrancarlo y quedarme indefenso ante la vida.

A pesar de todos esos pensamientos, el día del bautismo ni siquiera recordé a Bill, ni sus acciones, ni siquiera recordé que era mi hermano. Estaba demasiado ocupado con el tema del bautismo como para hacerlo. Era yo solo quien debía encargarme de los preparativos del bautismo sin ayuda de nadie. Por ello, ese día estuve de aquí para allá, principalmente buscando el vestido que usaría Maia.

Se hicieron las siete de la tarde. Quienes primero llegaron a casa fueron Georg y Gustav. Ambos me dejaron sorprendido porque trajeron a David y a muchos conocidos del mismo. Mi idea era que sólo los familiares y personas más cercanas estuviesen en el bautismo. Pero no los iba a echar porque los G's habían realizado la invitación con una buena intención. Así que sólo hice buena cara y los dejé que disfrutaran de la celebración.

Camille vino aproximadamente media hora después. La abracé feliz de volver a verla y Georg y Gustav me miraron insinuando que volvería a pasar algo entre ella y yo.

El próximo que arribó a casa fue Max; lo hizo a las ocho y media. Habíamos acordado que el bautismo empezaría a las nueve.

Quince minutos antes de empezar, golpearon la puerta. Fui con Maia –quien estaba hermosa, más que de costumbre– tal como lo había hecho con todos los invitados. No sabía quien podía ser ya que mi hermano y mamá no sabían –supuestamente– ni cuándo, ni a dónde ni a qué hora era el bautismo.

Abrí la puerta y mi noche se vio arruinada por completo. Bill estaba allí con mamá y Gordon.

¿¡Qué hacen ustedes aquí?! –pregunté exaltado sin que me importase que Maia estuviese presente.

Pensé que no iban a venir –expresó Maia abrazando a mamá y a Bill.

Tuve que guardarme la bronca para mí y dejarlos entrar a casa. Mamá me saludó y yo lo hice sin ni siquiera mirarla. A Bill lo dejé con su mano estirada sin saludarlo. Gordon estaba sorprendido pero él me saludó y le respondí a su saludo perfectamente, incluso con una sonrisa dibujada en mi rostro.

Los tres adularon a Maia por su vestido y peinado, el cual yo le había realizado con mucho esmero. Me había costado pero había valido la pena. Ella era una princesa.

Bill y mamá vieron a Camille y la saludaron felices de volver a verla pero sorprendidos porque jamás se imaginaron que ella iría al bautismo.

Yo aproveché para preguntarle a Gordon si quería ser el padrino de Maia.

Había pensado en ti pero no quería que se pelearan con mamá, ya que ella no va a ser la madrina de mi hija. Pero no me queda otra opción, no tengo a nadie de tanta confianza como tú –le dije esperando una respuesta positiva.

Aún no me parece correcto que estén peleados con tu madre, sin embargo, no es de mi incumbencia. Por ello, acepto, Tom.

Gracias. Si quieres decirle a mamá, dile. Así no se enojará contigo después.

Bueno. Gracias, Tom –me agradeció dándome un abrazo.

Todos los invitados se sentaron y comenzó la celebración. Maia estaba nerviosa y yo aun más. Max estaba feliz ya que sabía que tendría el honor de bautizar a su sobrina.

Luego de que Max derramó el agua bendita en la cabeza de su sobrina, la abrazó. Ese hecho fue sospechoso debido a que ningún sacerdote abrazaba al niño luego de bautizarlo. Sin embargo, algún día todos sabrían el por qué de ese abrazo tan fraterno.

Mamá no sabía que el cura que tenía al frente era su hijo, ni siquiera lo sospechó.

Cuando la celebración religiosa culminó, Max se retiró de casa. Le insistí que se quedara pero logró convencerme de que era mejor que se fuera. Antes de que lo hiciera, le mostré quien era mamá y vi en sus ojos que quería correr y abrazarla. En ese instante hubiese deseado hacer realidad su sueño. No obstante, sabía que ello se cumpliría pronto. Sólo debía esperar al tiempo.

Era una noche de mucho calor, por lo que todos los invitados estaban afuera. En cierto momento yo entré para buscar bebidas y llevarlas afuera, mas mamá me detuvo ya que ella ingresó al interior de casa junto a mí.

¿Hablaste con Bill? –pregunté sabiendo que la respuesta sería negativa.

No, Tom. Le diré cuando esté preparada, no cuando tú quieras.

¡¿Acaso vas a esperar a que él se entere solo, tal como yo lo hice?!

Mi exclamación se escuchó afuera, por lo que Camille, Bill y Georg y Gustav entraron a casa a ver qué sucedía. Maia fue retenida por Gordon, quien sabía el lío que se vendría por la presencia de mamá en el bautismo sin previa invitación.

No me puedes obligar, Tom. Soy tu madre. No sabes por qué pasó todo.

¡Te dije que no me importa por qué hiciste todo! ¡Sólo quiero saber si te pareció lindo mentir de la forma en que lo hiciste! ¡Y encima todavía tienes orgullo como para venir al bautismo sin ser invitada! –exclamé más exaltado que nunca.

Me desconocía a mí mismo. Nadie me había visto así jamás. Estaba sacado de quicio.

Mamá rompió en llanto frente a quienes habían entrado. Todos se quedaron anonadados y abrazaron a mamá, quien lloraba desconsoladamente.

Georg me sostenía y me pedía que me tranquilizara.

¿¡Sabes qué?! ¡Tú me mientes, pues yo también te he mentido! ¡Bill y yo te hemos mentido! ¡Nosotros no éramos sólo hermanos, éramos novios! ¡Sí, escuchaste bien! ¡Tus hijos fueron novios!

 

 

Capítulo LVI: “El don de desmentir”.

 

... Jamás te mentí y no te miento...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=tcGEwso8iEI ]

 

Si antes todos estaban perplejos, luego de que esa confesión salió de mi boca todos estaban a punto de desmayarse. Bill quería morir o que la tierra lo tragase. Cualquiera de esas dos opciones eran perfectas para no morir en vida.

Mamá se acercó a mí sin que nadie la detuviese y me pegó una bofetada. Ello hizo que me diera cuenta de la gravedad que tenía lo que acababa de hacer. Realmente, había merecido esa cachetada. ¿Cómo había sido capaz de gritar a los cuatro vientos una blasfemia como esa? Ni yo lo sabía.

Mamá tomó su cartera, llamó a Gordon y se retiraron de casa.

Yo me quedé atónito y me senté en la silla que tenía más cerca. Nadie pronunció palabra alguna por al menos cinco minutos.

Maia me leyó la mente, corrió hacia mí desde afuera y me abrazó. Necesitaba que alguien lo hiciera porque me sentía la peor persona del mundo. Luego de abrazarme y besarme, Maia volvió a salir hacia el patio.

¿Qué pasó, Tom? ¿Por qué la trataste así a tu madre? ¿Cómo fuiste capaz de decirle lo tuyo y lo de Bill? –me interrogó Georg.

No sé de dónde saqué las agallas, pero estoy seguro de que esto me traerá demasiados problemas.

Sí, sobre todo cuando me has involucrado a mí –se entrometió Bill, quien estaba muriendo de los nervios.

No quise pero seguramente sabrás por qué lo hice algún día y me entenderás. Además, no tienes que reclamar nada. Tu viniste aquí sin invitación.

Jamás te entenderé. Sobrepasaste los límites. Le has arruinado el...

Ni lo digas, Bill –interrumpió Camille –. Fue cosa del momento.

Deja de defenderlo, si no hace más que arruinarlo todo –siguió molestándome Bill.

Me levanté y me dirigí nuevamente hacia el patio, en donde se encontraba Maia. La abracé y derramé algunas lágrimas.

Perdóname –murmuré.

¿Por qué me pides perdón, papi? ¿Y por qué lloras?

Bill salió afuera y vio en el estado en que me encontraba.

¿Podemos hablar, Tom? –inquirió él haciéndose el amable.

¿Por qué llora papá, tío? –le preguntó Maia en secreto a mi hermano.

Porque se peleó con tu abuela. Ya se arreglarán, no te preocupes.

Llamé la atención de los invitados para decirles que la fiesta había concluido. David y sus amigos se fueron. Sin embargo, los demás se quedaron. Querían saber cómo culminaría todo; no fuera a ser que Bill y yo nos agarráramos a golpes.

Maia, ¿quieres torta? –cuestionó Camille llevándose a mi hija hacia adentro de la casa.

Si tienes un mal día no hace falta que trates así a mamá. Ella no tiene la culpa. Échame a mí la culpa si se la quieres echar a alguien.

Esto no tiene nada que ver con lo nuestro. Si le dije a mamá que alguna vez salimos fue porque me moría de la bronca. ¿Y sabes por qué estoy indignado y enojado con mamá? Por defenderte, Bill. Ella nos mintió.

¿En qué nos mintió? –preguntó mi gemelo aún sin creerlo del todo.

No puedo decirte. O mejor dicho, no me corresponde hacerlo. Yo me enteré por mí mismo y no quiero que hagas lo mismo. Mamá es quien debe decirte la verdad. Sé que no lo haces, pero confía en mí. Jamás te mentí y no te miento, ¿bien?

Está bien. ¿Y cuándo se supone que mamá me dirá la verdad?

No lo sé. Por eso me enojé. No te quiere contar y me da furor.

Gracias. Esperaré a que me confiese la verdad. Tú no estés mal. Perdóname, no quise decir que le arruinaste el bautismo a Maia. Eres el mejor padre que ella podría tener. Perdóname –repitió–, estaba enojado.

Soy un desubicado. No tenía que mezclar los asuntos personales con su bautismo.

A cualquiera le pasa.

Voy a pedirle disculpas a todos.

Entré a casa y todos me miraron.

Perdonen. Arruiné todo y quedé como el más impulsivo del mundo.

Está bien, Tom. No te preocupes. Ya pasó –expresó Georg.

¿De verdad?

Sí, no hay problema. Ya nos olvidamos de todo –agregó Camille sonriente.

Lo importante aquí es que tu hija lo haya pasado bien.

Sí, Gus. Es verdad. Ella lo pasó fantástico.

Fui a buscar a Maia y le pregunté si le había gustado la fiesta. Tal como lo sospeché, le había encantado la misma. Luego, la acompañé a su habitación para que se durmiera.

Bajé al rato y hablé aproximadamente media hora con los invitados, los cuales después abandonaron la casa. Bill también lo hizo junto con ellos.

Cuando había hablado con él, lo habíamos hecho con calma, lo cual era muy extraño en nosotros. Eso me había hecho bien en cierta forma.

Al día siguiente, mamá se comunicó con Bill por teléfono.

¿Bill?

Sí, mamá. Hola.

Hola, hijo –replicó ella amargamente.

Bill no se equivocaba al suponer que el trato semejante de mamá se debía a lo sucedido el día anterior.

Llamaba para preguntarte algo.

¿Qué cosa? –cuestionó mi hermano ya sabiendo la respuesta.

Con respecto a lo que me dijo Tom anoche, quiero saber si es verdad.

Sospeché que era eso lo que me querías preguntar. Sin embargo, no hay necesidad de que te enojes, yo jamás tuve nada con Tom. No sé por qué diablos inventó semejante locura. Mamá, ¿a quién le creerás? Él estaba enfadado contigo, por ello fue que te mintió. ¿Tú piensas que sería tan tonto como para salir con un hermano sabiendo los problemas que eso me traería? No, soy un hombre moral, no idiota –se excusó Bill.

Mamá sintió que ese dolor en el pecho que la apresionaba, lentamente desaparecía.

Gracias, Bill, por decirme la verdad. Te juro que esa fue la peor mentira que oí en toda mi vida. Jamás pensé que Tom me engañaría tan dolorosa y amoralmente.

Mi hermano se desilusionaba cada vez más de mamá por las cosas que ella decía.

Y yo me desilusionaría aun más de él si me enteraba de la forma en que me había negado. Bill me había hecho quedar como un mentiroso atómico sabiendo que él me había amado y que habíamos sido novios por muchísimos meses. Pero su dignidad y respeto por mamá le impidieron decir la verdad, esa cruda y real verdad que hubiese herido a mamá y a la mayor parte de la familia.

Yo tampoco, mamá. Nunca me lo imaginé.

Tu hermano es un idiota. ¿No podría haber mentido en otra cosa?

No lo sé –repuso Bill para proseguir –: Mamá, ¿puedo hacerte una pregunta?

Dime, hijo.

¿Por qué se pelearon con Bill?

Ya te lo dije, por algo insignificante.

¡Y por algo insignificante él te mintió de esa forma al frente de todos?

Sí. Sabes como es Tom cuando se enoja.

Sí, pero... ¿por qué no me cuentas?

No vale la pena.

Claro que sí. Cuéntame.

Tom cree que yo no lo quiero porque últimamente no lo visito muy seguido –vaciló ella.

Ah... ¿Y por eso tanto escándalo?

Sí.

Oh, qué idiota que es Tom. Se enoja con todo el mundo; lo mataré.

¿Por qué dices eso?

Por nada en especial. Simplemente decía...

Bueno.

Mamá, Candy me acaba de preparar el desayuno. Iré si no se enfadará.

Está bien. Adiós, hijo. Te amo y no lo olvides porque Tom a veces lo olvida.

¿Hay alguna razón por la que digas eso, mamá?

Sólo quiero que sepas que te amo. Nada más es más importante en mi vida que tú y Tom.

Sí, mamá. Pienso igual. Te amo.

Me hace bien saberlo. Ve, hijo. Adiós.

Nos vemos.

Bill cortó el teléfono.

Algo me huele mal –le explicó él a Candy.

¿Qué huele mal? ¿El desayuno?

No, mi amor. Tom me dijo que se peleó con mamá por un asunto importante, sin embargo, mamá me dijo exactamente lo contrario. ¿A quién le debo creer?

¿Qué te ha dicho tu madre?

Que se pelearon porque ella no lo visitaba muy seguido. Tom me dijo que era un motivo grave por el cual se habían enfadado.

No es por meterme, Billy, pero me parece que sería tonto de parte de Tom enojarse por eso.

Sí, tienes razón. Además hemos pasado semanas sin hablar con nuestra madre, ¿y ahora se enoja?

Yo diría que hables bien con tu hermano.

Tienes razón. Iré ahora a su casa.

Bueno, mi amor. ¿No desayunarás?

Perdón, hermosa, pero necesito sacarme la duda. Apenas vuelva desayunamos juntos. ¿Quieres venir conmigo?

No, ve tú. Es una charla familiar. Tienen que hablar a solas.

Okay. Adiós, hermosa. En un rato regreso. Te amo.

Te amo, amor.

Ellos se besaron y Bill se dirigió hacia mi casa.

Cuando golpeó la puerta, pensé que sería Max quien vendría; no se me cruzó por la mente que fuese mi “ex gemelo”.

¿Quién es? –pregunté desde adentro de casa.

Bill.

¿Por qué? –susurré para después abrir la puerta.

Hola, hermano –saludó Bill como si fuese todo color de rosas.

Hola. ¿Qué quieres? ¿Te olvidaste algo? –cuestioné con el interés de que mi hermano se fuera de casa.

No, quiero hablar contigo.

¿De qué? –inquirí sin todavía haber dejado entrar a Bill.

Vamos, Tom. Sólo son cinco minutos. Mi tema de conversación no tiene nada que ver con lo que piensas.

¿Entonces de qué vienes a hablar?

De mamá.

Pasa.

Dejé entrar a mi hermano porque me resultaba interesante la razón por la que quería hablar. Quería saber qué había sucedido entre mamá y él y si ella le había contado la verdad.

 

 

Capítulo LVII: “Cada día, una nueva sorpresa”.

 

...Sabía que el tiempo me estaba ayudando...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=Pcl1nvu6b1g ]

 

Ambos nos sentamos en el sillón.

¿Mamá te contó la verdad? –le pregunté intrigado.

Sí.

¿Y qué piensas? –cuestioné sorprendido ya que mi hermano no desmostraba ni un gesto de asombro por la noticia de que éramos trillizos.

Que no puedes enojarte por semejante estupidez.

En ese momento me pregunté si estábamos hablando del mismo tema.

¿Ah? Dime, ¿qué te ha contado mamá? –inquirí aun más perplejo.

Que se pelearon porque ella no te visita seguido.

Mis ojos se salieron de su órbita.

Ah, no. Definitivamente no piensa decirte la verdad. Bill, no nos peleamos por eso. Te dije que era grave y lo es.

¿Y cómo sé cuál de los dos miente?

Me creerás cuando te cuente. Y lo haré yo porque luego te vas a enojar si nadie te cuenta.

Está bien. Hazlo. Cuéntame tu verdad.

Conoces a Max, el sacerdote, ¿verdad?

Sí. ¿Qué tiene que ver él?

Un día vino y se olvidó el documento de identidad aquí. ¿Sabes cuál es su nombre completo?

¿Cuál?

Max Kaulitz. Y no sólo eso, sino que nació el primero de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve.

Al fin Bill tenía la reacción que yo quería: estaba anonadado.

¿Estás insinuando que...? –preguntó él cuando pudo volver al planeta tierra.

No insinúo nada, Bill. Max es nuestro hermano. Somos trillizos.

Mi hermano quedó en estado de shock.

No puede ser...Pero, ¿es verdad, Tom? ¿Mamá te lo confesó? Ya veo que esto sólo es suposición...

Bill, mamá me lo confesó. ¿Por qué te piensas que estoy peleado con ella?

Dios, es increíble que de un día para el otro seamos trillizos. Ahora entiendo lo del escalofrío –murmuró Bill.

A mí también me pasó lo del escalofrío. Es más, cuando tuve el documento en mis manos y pude darme cuenta de que Max era nuestro hermano se me vino una visión a mi mente.

¿Qué visión?

Recordé un momento de mi vida en el que mamá hablaba por teléfono y le gritaba a papá que no se lo llevara, que por más que fuera su culpa no quería que los tres hijos crecieran separados. Ahí fue cuando me di cuenta de que todo era verdad.

No entiendo cómo mamá pudo ocultarnos una verdad de esa magnitud. Te juro, Tom, que ahora entiendo tu enojo.

Lo que más bronca me da es que mamá no quiera contártelo y si no hubiera sido porque Max apareció en nuestra vida, jamás nos hubiésemos enterado que teníamos un hermano.

Es verdad. Mamá es una cobarde. Gracias, Tom, por decírmelo. De verdad te agradezco. Lo peor de todo es que mamá sigue con sus mentiras.

Sí.

Ahora lo único que quiero es saludar a Max, que me cuente sobre su vida y decirle lo mucho que deseamos haberlo encontrado antes.

Le diré que venga. ¿Quieres?

Sí, por supuesto. Buenísimo. Por una parte, me hace feliz esta noticia, pero por otra parte me siento traicionado por mamá.

Yo también. Te entiendo. Créeme que yo sentí lo mismo.

Extrañaba hablar así contigo.

Sí, se siente extraño hablar pacíficamente y sin discutir contigo. De todas formas, no toquemos otro tema, por favor.

Debemos tocarlo porque mamá me preguntó respecto de eso.

¿Qué te dijo? –cuestioné con miedo.

Me preguntó si era verdad lo que tú habías dicho ayer.

¿Y qué le has respondido? –cuestioné para esperar la respuesta que no quería recibir.

Le dije que era mentira. Pero ahora le diría lo contrario.

Mis ojos demostraron una desilusión notable. Y quise gritarle; sin embargo, me detuve. Yo era su hermano, nada más. Debía entenderlo de una buena vez, me gustase o no.

Mejor. Es lo más sano –repliqué.

Oye, ¿Max sabe la verdad?

Sí, es el único que sabe.

Genial. Con razón el otro día me miró tan sonriente.

¿Sí? Pobre, él quería correr a abrazarte.

Ahora lo haremos.

Cierto, lo olvidé. Debo llamarlo.

Tomé el teléfono y marqué el número de Max.

¿Hola? –atendió mi hermano.

Hola, Max. Soy Tom.

¡Hola, hermano! ¿Cómo estás?

Bien. Necesito, Max, que vengas a casa.

Sí, Tom, no hay problema. ¿Es urgente?

No, es porque Bill sabe la verdad.

¡Entonces sí es urgente! ¡Necesito abrazarlo! Iré en un rato.

Buenísimo. Gracias. Adiós, hermano.

Adiós, Tom.

Cortamos la comunicación.

Ya viene.

Fantástico.

¿Qué pasa? No te veo tan emocionado como lo estabas hace cinco segundos.

Sí, lo estoy. Sólo que...

¿Qué?

No, nada. No tiene importancia.

Okay.

Me moría por preguntarle qué le sucedía pero no lo haría. Eso hubiese sido meterme demasiado en su vida y lo que quería era mantenerme al margen de ella.

Bill y yo hablamos un rato de Max, le conté sobre su vida y finalmente, nuestro tercer hermano llegó.

¡Hola, Bill! –exclamó Max cuando abrí la puerta.

¡Max! –dijo Bill también emocionado.

Ambos se abrazaron. Max me invitó al abrazo y me uní felizmente. Me sentí como en casa y no percibí nada extraño al abrazar a Bill; sólo lo pensé como mi hermano y nada más. Poco a poco iría superando la pérdida del amor de mi vida. Sabía que el tiempo me estaba ayudando y lo seguiría haciendo.

Los tres nos separamos sonrientes y nos sentamos para hablar.

Más tarde, Maia bajó; ya se había despertado. Aproveché que estábamos los tres hermanos para contarle que tenía un nuevo tío. Le dije que había aparecido ahora porque estaba de viaje. No le dije que su abuela había mentido. Quizás lo sabría cuando fuese más grande y pudiese diferir los conceptos “verdad—mentira”.

Maia después de saludar, se dirigió arriba nuevamente.

Ahora debo conocer a mamá –afirmó Max.

Ya te he dicho que estoy peleado con ella –repliqué amargamente.

Tú, Bill, me harás conocer a mamá, ¿verdad?

No creo que sea buena idea.

¿Por qué? –cuestionó Max sorprendido.

Porque si yo la veo en este mismo instante, la mato.

Bill, ya le dije a Tom que se arregle con ella. Hazlo tú también.

No puedo. No ahora.

La perdonaremos, pero no en este preciso momento. Y no es para que sufra, sino porque no puedo mirarla a los ojos sin recordar que te ocultó por más de veintiún años –expliqué algo dolido.

Está bien, los entiendo.

No obstante, está todo bien con que quieras ver a mamá.

Si quieres te acompaño a su casa –ofrecí amablemente.

Bueno, muchas gracias, Tom.

Por nada, Max.

Espera, Tom, deja. Yo lo llevo en un rato en mi Cadillac, así de paso me voy a...

¿A tu casa? –pregunté haciéndole saber a Bill que había superado su partida.

¿No vivías aquí? –le cuestionó Max a mi hermano sorprendido.

Sí, pero ahora vivo con Candy, mi novia –balbuceó Bill.

Oh, qué bien –repuso Max sonriente–. Entonces, ¿vamos a lo de mamá?

¡Yo quiero ir a lo de la abuela! –exclamó Maia bajando las escaleras, entrometiéndose en la conversación.

Oye, ¿tú escuchaste lo que hablábamos, picarona? –le pregunté a mi niña.

No, papi. Iba a tomar agua y justo escuché al tío Max. ¿Puedo ir con él? ¿Sí?

Bueno, hija. ve. El tío Bill te llevará.

¡Sí! ¡Gracias, papá! ¡Eres el mejor!

Gracias, hermosa –agradecí feliz.

Vamos subiendo al auto porque creo que aquí hay gente que está muy apurada –dijo Bill refiriéndose a Maia y a Max.

Los tres se despidieron de mí y subieron al auto.

Bill llegó a casa de mamá y tocó el timbre. Ella abrió la puerta y se sorprendió al ver que afuera de su casa estaba el sacerdote del bautismo de Maia.

Hola –saludó Max.

¡Abuela! –gritó mi niña abrazando a mamá.

¡Hola, nena! Hola, soy Simone –saludó ella a su hijo sin saber que lo era, dándole la mano.

¿No piensas abrazar a tu tercer hijo? –inquirió Bill prepotente.

Mamá se quedó perpleja. Lo hizo porque, además de que Bill sabía la verdad, tenía a su hijo frente a sus ojos. Ella lo abrazó como si jamás fuese a separarse de él, como si el mundo se terminara en ese preciso instante. Lo sintió tan cerca como cuando él estaba en su vientre.

Un par de lágrimas recorrieron el rostro de mamá, al igual que lo hicieron las lágrimas de Max. Ninguno de los dos podía ni quería hablar. Sólo el silencio podía describir lo que ambos sentían.

Cuando mamá y su tercer hijo se pudieron desprender, ella se acercó a Bill.

Perdóname, cariño. Te juro que te explicaré todo.

Mamá, sólo vine a traer a Maia y a Max; ahora no quiero hablar contigo. Adiós. Luego hablamos.

Mi hermano dio media vuelta y subió al auto, retirándose del hogar de mamá. Se dirigió hacia su casa para ver a su novia.

Al llegar al lugar en donde vivía actualmente, Bill no se encontró con una escena muy pacífica que digamos: Candy estaba pegándole a un chico rubio y alto, el cual se encontraba en el piso quejándose e intentando defenderse.

 

 

Capítulo LVIII: “Avivar el fuego”.

 

...Él no me respetaba ni siquiera por llevar la misma sangre...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=L1v—Hhp74kA ]

 

¡Candy! –exclamó Bill aterrado–. ¿¡Qué estás haciendo!?

El novio de la rubia se acercó a ella y trató de separarlos.

¡Basta! ¿¡Qué está pasando aquí?!

Candy estaba furiosa. Se paró y miró a Bill a los ojos, como si él fuese a calmarla. El rubio desconocido se levantó del suelo algo adolorido.

¡¿Quién es este hombre!? –cuestionó de nuevo mi hermano sin entender absolutamente nada de lo que sucedía.

¡Vete! –le gritó Candy al intruso.

¡Tú! –chilló el rubio señalando a Bill.

¿¡Tú quién diablos eres y por qué mi novia estaba pegándote!?

¡Imbécil, vete! –continuó gritando Candy.

Ah, son novios –susurró el extraño–. Seguramente nos hemos visto en algún otro lado –explicó.

¿De qué hablas? –inquirió mi hermano desconcertado y frunciendo el ceño–. ¿Te puedes ir de mi casa?

Está bien, me iré. Pero no confíes en esta zorra –pidió el rubio abriendo la puerta y, abandonando el lugar, la cerró bruscamente.

Candy se agarró la cabeza como señal de agobio.

¿Quién era, Candy?

Qué importa, Bill. Era uno de los idiotas que me vende droga.

¿Que te vende droga? Pensé que te la vendían.

Sí, eso quise decir. Tú me has entendido.

¿De dónde se supone que lo tengo que conocer al rubio este? No creas que no lo escuché –advirtió comenzando a enojarse–. ¿Quién es, Candy? –repitió Bill.

Ya te dije. ¿Le vas a creer más a él que a mí?

No es cuestión de creerte o no; es cuestión de que siento que no me dices la verdad.

Si eso es lo que piensas...

Dime qué ocultas.

La rubia se dio media vuelta, dándole la espalda a su novio.

Te conozco, Candy. ¿Qué pasa?

Mi hermano se acercó a ella y la abrazó por la espalda.

No me abraces. Me haces sentir peor.

¿Puedo saber por qué? –cuestionó él soltándola.

Hay ciertas cosas que no sabes de mí –confesó la novia de Bill casi en un susurro–. Y son importantes.

Dímelas entonces.

No es tan fácil, mi amor. Te perderé si lo hago.

Desde ese momento, con esas palabras, Bill comenzó a pensar lo peor, aquello que ya le había sucedido una vez conmigo.

Tenía que ser algo realmente grave y comprometedor como para que Candy hiciera semejante especulación.

Dime algo, por favor –le suplicó la rubia dándose la vuelta nuevamente, mirando con miedo a los ojos de mi hermano.

Tú eres quien debe hablar ahora. Yo no puedo pensar en otra cosa que no sea lo que me acabas de decir.

Eres lo más hermoso que me pasó en la vida, ¿OK? Lo que voy a decirte...Es verdad lo que dijo el rubio, él te conoce. Y no me vende droga.

Lo sé. ¿Quién es?

El rubio...

Ve al punto, Candy. No me pongas más nervioso de lo que ya estoy.

¿Recuerdas aquella vez que tú fuiste al cementerio?

¿Y tú cómo sabes...? Ah, el rubio es quien nos pegó a mí y a Tom. ¡Ahora entiendo! Con razón que me había visto de algún lado. ¿De dónde lo conoces, Candy?

Un señor nos contrató a ambos... y fui yo quien encerró a Tom en la tumba por órdenes del mismo señor. Perdóname, Bill. Jamás te haría daño ni a ti ni a tu hermano porque ahora sé la clase de persona que son. Antes sólo era un trabajo y por eso lo hice...

Tú fuiste quien me golpeó en la espalda... –murmuró mi hermano perplejo.

Perdóname –pidió nuevamente la rubia con los ojos empañados por las lágrimas.

Ella quiso tomar las manos de Bill pero él se lo impidió.

Nos conocemos hace más de dos meses y, ¿no fuiste capaz de decírmelo jamás? Además, casi matas a mi hermano. ¿Te das cuenta de la gravedad del hecho? No, al parecer no lo haces. ¿Qué hubiese pasado si yo no hubiese podido abrir la tumba? ¿Es necesario que te lo diga?

Candy finalmente dejó caer algunas lágrimas de las que tapaban sus ojos.

¿No tienes algún otro secreto escondido? –preguntó Bill yéndose hacia la habitación.

Mi hermano estaba furioso. Nunca pensó que Candy hubiese sido cómplice del padre de Melany y del saqueo de la tumba de Andreas. Lo peor era que la rubia no le había siquiera mencionado sus actos pasados. Bill recordó enseguida la bronca que tuvo cuando Tom estaba a punto de asfixiarse y aumentó el cólera hacia su novia. Y se presentaba además el problema de la confianza. ¿Por qué Candy no había confiado lo suficientemente en él como para contarle la verdad?

La rubia terminó de lamentarse y volvió a la habitación en donde se encontraba su novio.

Sé que ahora no quieres oírme, sólo quiero que sepas que me daba mucho miedo contarte la verdad. Me odiarías, como lo estás haciendo ahora –explicó Candy.

¿Por qué no confías en mí? ¿Acaso no te he dado toda la confianza que necesitabas?

Sí, Bill, por favor, no pienses que no confío en ti. Eres la persona que más confianza me ha dado en toda mi vida y esa es una de las razones por la cuál te amo tanto. No te conté por no confiar, sino por miedo.

¿Miedo a qué, Candy? ¿Miedo a que te pegue? Yo soy quien debe tenerte miedo por la manera en la que tratas a los hombres. ¿Cómo puedes quererme si lo único que demuestras es odio?

¿Ahora me reprochas eso? Puedo no querer a la humanidad, puedo golpear a gente que no se lo merece pero a ti y a tus seres queridos jamás les haría daño.

¿Y acaso no pensaste en que ocultándome la verdad me podrías herir?

No me ha dejado dormir bien desde que te conozco, mi amor. Quiero que sepas que me importas más que nadie. Me muero, Bill, si te pierdo por ese tonto error.

Necesito pensar las cosas. Entiende que no puedo perdonarte como si nada hubiese pasado. Me mentiste o me ocultaste la verdad y es lo peor que me pueden hacer.

Entiendo, Bill. Te amo. Nunca lo olvides.

Candy se fue de la habitación.

Bill se quedó pensando y salió de casa la mayor parte del día. Luego, fue a visitar a Gustav. Hacía mucho que no lo veía.

Aproximadamente a las ocho de la noche, me dirigí a casa de mamá para buscar a Maia. Además, quería saber cómo le había ido a Max con su madre.

Mamá abrió la puerta de su casa y saludó con un amargo “hola”. Le respondí de igual manera y le pregunté por Maia. No hizo falta su respuesta porque mi hija se acercó corriendo y me abrazó.

¡Hola, papi! –exclamó ella feliz.

Hija, te extrañé –expresé realmente contento de volver a verla.

Un día sin ella en casa se me hacía sumamente raro debido a que era la primera vez que había estado sin mi hija. Debo admitir que me aburrí y la extrañé demasiado.

¿Quieres pasar? –preguntó mamá seguramente por compromiso.

No, gracias. Me voy.

Maia saludó a su abuela y a su abuelo y yo sólo abandoné el lugar sin decir siquiera adiós.

Por la noche, recibí un llamado. Era Gustav y me invitaba a que fuese a su casa ya que estaba con Georg. Le dije que tendría que ir con Maia, por supuesto, porque no tenía dónde dejarla.

No hay problema –respondió el rubio–. No haremos nada extraño –bromeó.

Okay. En un rato estaré por allí. Adiós.

Nos vemos, Tom.

Me cambié y también vestí a Maia y ambos nos dirigimos hacia la casa del baterista.

Cuando arribé allí, me encontré con la sorpresa de que también Bill estaba de invitado. Sabía exactamente que Georg y Gustav lo habían hecho a propósito.

Hola –saludé amargamente a todos, un poco enfadado por el engaño.

Maia saludó a todos y nuevamente se alegró de ver a su tío.

Hola, Tom. Pasa –me dijo Gustav con sonrisa picarona.

Entré y saludé a Bill dándole la mano, cual si fuera un desconocido. Gustav tomó a Maia de la mano y se la llevó para mostrarle la casa. Nosotros nos sentamos en los sillones a charlar.

¿Qué tal tu vida, Bill? –preguntó Georg para sacar algún tema de conversación.

No es muy buena que digamos –respondió mi hermano.

¿Por qué?

Por Candy. Estamos peleados.

¿Y a qué se debe la pelea? –cuestionó Georg intrigado.

¿Recuerdas, Tom, cuando nos tendieron la trampa del cementerio?

Sí –repliqué sin saber a qué venía la pregunta.

Candy fue quien nos pegó, junto con un rubio imbécil. Fueron contratados ambos por el padre de Melany.

Entonces, ¿fue ella quien quiso matarme? –pregunté sorprendido, deseando matar a alguien cuyo nombre era Candy.

Bill no respondió. Supuse que su respuesta era afirmativa. No podía creer que mi gemelo estuviese de novio con esa asesina, drogadicta y ladrona. Cada día la odiaba más y despreciaba más a mi hermano. Él no me respetaba ni siquiera por llevar la misma sangre; andaba con la rubia que había querido asesinarme.

Georg me miró como permitiendo que me enojara con Bill.

Si te importara yo como hermano no estarías con ella. Pero ni siquiera me consideras tu hermano.

Bill continuaba sin responder. El silencio nos incomodaba a todos.

¿Y por qué piensas que estoy peleado con ella? –preguntó finalmente mi hermano.

Si no sabes tú...

 

 

Capítulo LIX: “Ilusos que se ilusionan”.

 

...En el amor el perdón es algo fundamental...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=To11heuW9ts ]

 

Chicos, ¿qué les parece si vamos al cine? –interrumpió Gustav en la cocina con Maia.

Buena idea –respondí simulando que me encontraba en perfectas condiciones.

Sin embargo, bien sabía que no era así. Bill me hería cada vez más.

Pero antes tenemos que contarles algo –nos detuvo Bill–. Maia, ve un rato a la cocina ya te llamamos para ir al cine.

Ella asintió y se fue hacia el lugar indicado. Yo miré a Bill sin saber de qué diablos hablaba. Hasta que me di cuenta de lo que él quería contar.

¿Volvieron? –preguntó Georg sin dudarlo.

No, por Dios –repliqué aterrorizado.

¿Recuerdan a Max? ¿El sacerdote que bautizó a Maia?

No sabía cómo se llamaba pero sí, lo recuerdo –contestó Gustav.

Yo también.

Es nuestro hermano –confesó Bill.

Somos trillizos –agregué.

¿Están hablando en serio?

Sí, Geo.

No puedo creerlo... –murmuró Gustav.

¿Y cómo lo saben? ¿Cómo se enteraron? ¿De qué nos perdimos? –cuestionó Georg desesperadamente.

Les conté a ambos la historia del documento. Y también la historia del enojo con mamá. Les expliqué que esa fue la razón por la cual me había sacado de quicio en el bautismo de Maia. Georg y Gustav comprendieron todo y nos dijeron que teníamos que preparar un encuentro con Max. Querían conocerlo, hablar con él, ser su amigo. Estaban acostumbrados ya a ser amigos de la “sangre Kaulitz”.

Okay, ahora sí vamos –dijo Gustav.

Los cinco nos dirigimos al cine. Yendo, evitaríamos que Maia se aburriese.

Llegamos al cine y elegimos ver una película de dibujos animados. No teníamos otra opción ya que era la única película para menores de edad. Entramos al cine y se sentó Maia, yo, Georg, Bill y luego Gustav.

Me sentí incómodo durante toda la película: sentía que alguien fijaba su mirada en mí sin quitarla. Ese alguien era Bill. No sabía por qué demonios él me miraba tanto. Yo sólo hice de cuenta que nada sucedía. No podía pensar que cualquier acción de mi hermano estuviese relacionada conmigo. «Sería idiota pensar en ello después de todo lo que me ha hecho y después de todo el mal que me ha causado».

Él me obligaba a seguirlo pensando, a extrañarlo a cada instante. Pero el sólo pensar que él había hecho a un lado sus sentimientos por mí, me obligaba a insultarme a mí mismo por ser tan iluso.

Salí de la película con todos los sentimientos mezclados como una ensalada.

¿Pasa algo? –me preguntó Bill al ver mi cara.

No –mentí.

Infórmaselo a tu cara –pidió Georg malévolamente–. A ti, Bill, ¿te pasa algo?

En absoluto –repuso mi hermano.

Voy al baño –dije dirigiéndome hacia el mismo.

Yo voy contigo –explicó también Gustav.

Vamos, hija –ordené tomándola de la mano.

¿Puedo saber por qué mirabas tanto a tu gemelo? –cuestionó Georg aprovechando que estaban él y Bill solos.

No lo miraba –mintió Bill.

Somos pocos y nos conocemos mucho, Bill.

¿Qué quieres decir con eso?

Sé que miraste a Tom durante toda la película. ¿Aún sientes algo por él?

Tengo novia. ¿Estás loco? Si quisiera a Tom tendría la oportunidad de estar con él. Sin embargo, no lo quiero.

¿Ni siquiera como hermano?

¡Georg! Por supuesto que lo quiero como hermano.

Vámonos –me entrometí en la conversación.

Volvimos a casa los cinco. Bill se despidió de todos y se dirigió a casa. Tenía una copia de la llave de la misma, así que no hizo falta esperar a que Candy le abriera. De todas formas, cuando mi hermano entró, ella estaba despierta, sentada en el sillón del living a punto de dormirse.

Buenas noches –saludó la rubia.

Hola –repuso Bill amargamente.

¿Podemos hablar?

No tenemos nada de que hablar.

No quiero seguir así contigo, Bill. Tengo miedo de que si seguimos peleados todo termine. Y me muero si eso pasa.

Esto no terminará...

¿Y entonces por qué dejas las cosas de este modo?

¿No soportas que nos peleemos? Bien, pues me hubieras confesado antes la verdad. Si ese rubio no venía, yo jamás me hubiese enterado y tú seguirías mintiéndome por el resto de nuestras vidas. ¿O me equivoco?

¡Ya sé que soy una idiota! Fue un error del cual siempre voy a estar arrepentida, pero perdóname. Te encanta hacerme sufrir.

Sabes que no es verdad. Te amo, Candy, y lo que menos quiero en el mundo es hacerte mal. Sólo que tú me lo hiciste a mí y me dolió.

Perdóname, fue un hecho del pasado que en el presente no se repite, ni se repetirá en un futuro, ¿sí?

Sí. Tú no... Está bien, Candy. Te perdono. Si algo he aprendido es que en el amor el perdón es algo fundamental.

Gracias, mi vida. Nunca volveré a cometer el mismo error. Además, esa fue la última vez que lo hice. Nunca más volví a dejar que alguien me contrate para golpear. Y no pasará jamás. He cambiado por ti. O mejor dicho, tú me has cambiado.

Lo sé. Gracias por haber cambiado. Eres la persona más fuerte que conozco. Me hace feliz saber que eres alguien sano y que has dejado todos tus malos hábitos.

Perdóname y gracias. Me has cambiado no la vida, mi existencia en su totalidad. Te amo, Bill, como a nadie he amado. Y lo haré hasta el día en que muera.

Candy se acercó a mi hermano y lo besó. Se besaron apasionadamente como si ese fuese el último beso de su vida entera. Enseguida ambos se dirigieron a la habitación e hicieron el amor.

Al día siguiente, Bill tenía una charla pendiente con mamá. Así que se dirigió a su hogar. Ella lo atendió amablemente y alegre, como siempre. Él sólo ignoraba sus palabras.

Sólo quiero saber por qué nos ocultaste la verdad –pidió Bill sentado en el sillón.

Lo sé. Hay muchas cosas que han pasado por las que tu padre sanguíneo y yo nos separamos.

Si me cuentas, te lo agradeceré. ¿Por qué se separaron?

Yo conocí a Gordon mientras estaba con tu padre.

¿Eso significa lo que yo estoy pensando? –cuestionó Bill intentando conservar la calma.

Sabes que tu padre nunca fue la persona que yo quise.

Lo sé. Ahora dime, ¿por qué dejaste que se fuera con uno de tus hijos?

No lo quise así. Me negué hasta el cansancio pero un día tu padre desapareció con Max y ya no supe jamás nada más de ellos. ¿Cómo querías que hiciera para encontrarlos? Créeme que a tu hermano lo he buscado por cielo y tierra. La búsqueda de una madre siempre es interminable.

Y no tenías boca para contarnos la verdad a mí y a Tom, ¿verdad?

Sí que la tenía. Lo que no tenía era fuerza para hacerlo. Pensé que al saber que engañé a su padre no me perdonarían nunca.

Aquí estoy y te perdoné. ¿Tan complicado era hablar?

Gracias, Bill. Gracias por entender lo que Tom no comprende.

Ya lo hará. No te preocupes. Él es muy rencoroso.

Bill se levantó y abrazó a mamá. No había mejores abrazos que los de las reconciliaciones.

Dime, mamá, ¿cómo les fue ayer a ti y a Max?

Perfecto. Hablamos, lloramos, nos conocimos aunque conocer a un hijo sea ilógico.

No lo es. Yo también debo conocer a mi hermano.

Ahora creo que cuando Tom me perdone seremos la familia más feliz del mundo.

Digo y pienso lo mismo.

Bill volvió a su casa feliz. Estaba en paz con todos. Por el contrario, yo estaba peleado con todos. No me hacía bien, por supuesto, pero no encontraba solución alguna a mis problemas que no fuera el perdón. Y como no quería elegirlo, me resigné a continuar enojado con quienes me habían dañado.

Mi hermano llegó a casa y Candy le dijo que al día siguiente tenía el cumpleaños de un amigo. El mismo sería el día sábado.

Confío en que no son los de la droga –expresó Bill.

No, mi amor. Me portaré bien.

Así me gusta.

Oye, pareces el padre que nunca tuve.

Pero soy tu novio –afirmó Bill besándola.

Amor, hablando de novios, mañana cumplimos meses. ¿Quieres que el domingo vayamos a festejarlo a la playa?

Es verdad. Está bien; buena idea. Oh, mañana me abandonas cumpliendo meses.

Sí, pero no puedo faltar al cumpleaños.

Lo sé. No importa, el domingo la pasaremos bien.

Sí. Te amo.

Yo a ti.

Ese mismo día, anoté a Maia en el jardín. Quería hacer alguna actividad para distraerme de la vida y no podía dejar a mi hija sola en casa.

Después de inscribir a mi hija, fui con ella a averiguar para anotarme en clases de “Taekwondo”. No quedaba lejos de casa, así que me anoté. Empezaría la semana siguiente.

Llegamos a casa y Gustav y Georg estaban esperándome allí afuera.

Hola –saludaron el bajista y el baterista al unísono.

Hola –respondió Maia con su suave voz.

¿Cómo están, chicos? –pregunté–. Hace mucho que no vienen por aquí.

Bien, ¿tú?

Bien, Gus. Recién vengo de anotar a Maia en el jardín y de anotarme en Taekwondo.

Oh, ¿puedo ir contigo? Yo quiero –explicó Georg.

Sí, vamos.

Yo también –opinó Gustav.

Bueno. Vamos los tres. Pero, ¿qué les parece si entramos a casa? Porque nos puede acosar cualquier paparazzi aquí.

Sí, mejor.

Los cuatro entramos a casa.

Papi, ¿qué son los paparazzi? –inquirió Maia.

Gente que nos saca fotos por la banda, hija.

Ah, ¡eres famoso papi!

Maia fue a jugar arriba y yo me quedé hablando con los muchachos. Luego, almorzamos todos y pasamos también el resto de la tarde juntos.

 

 

Capítulo LX: “Así es el amor”.

 

... el dolor de mi alma perduraría como cicatrices difíciles de curar...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=R5CERJOW754 ]

 

A la noche siguiente, Bill llevó a Candy a la casa en donde se festejaba el cumpleaños. Se despidieron desde adentro del auto con un beso y ella bajó del mismo, entrando después al lugar.

Ya que cumplían meses de novios, Bill fue a comprarle algo a la rubia. Le regalaría una remera y un oso enorme que decía “Te amo”. Le compró ambas cosas y estaba por volver a casa cuando se arrepintió. Decidió ir a la playa. Necesitaba paz, una tranquilidad que sólo a la orilla del mar se podía encontrar.

Bill se quedó varias horas frente al mar, oyendo las olas, el viento, mirando la luna. Recordaba muchas cosas. Se acordó de lo mucho que nos habíamos amado y de lo feliz que él había sido estando conmigo. La noche oscura en soledad ayudaba a su melancolía. A mí, afortunadamente, ya se me había pasado la época de depresión por Bill. Estaba perfecto, mejor que nunca, diría yo. Aquella vez en el cine me revolvió un poco los sentimientos el mirar de Bill, pero nada más. Me sentía más lejos de mi hermano que nunca. Y mientras más lo hacía, más mejoraba mi bienestar. Por fin podía decir Bill sin recordar sus besos, su sonrisa y su aroma. Por fin podía decir con certeza y seguridad “Lo olvidé. Me olvidé de Bill”. Y era para siempre. Quizás para siempre también el dolor de mi alma perduraría como cicatrices difíciles de curar, sin embargo, la etapa más grave había pasado.

Por otro lado, era sábado y yo estaba aburrido en casa. Hacía un año atrás eso hubiese sido impensable en mi vida, sin embargo, desde que había perdido a Bill –o desde que me había perdido en Bill– estaba acostumbrado a la soledad, a no salir, a quedarme solo en casa. De todas formas, llamé a Max para que mi soledad no fuera absoluta; para que cenáramos algo. También invité a Georg y a Gustav, así de paso conocían a mi hermano como tanto anhelaban.

Llegaron a casa ambos. Mi hermano llegó un poco más tarde. Antes de que este lo hiciera, Georg y Gustav me preguntaron si podían invitar a Bill a casa.

Invítenlo si eso es lo que quieren. No me molesta –mentí.

Los G's no dudaron en invitarlo. Tomaron el teléfono y marcaron el número de celular de Bill. No obstante, este no atendía. Era porque aún estaba en la playa y había dejado su teléfono en el auto.

Nos rendimos. Otro día lo invitamos –dijo finalmente Georg.

Evité sonreír triunfalmente frente a mis amigos. Pero la verdad era que no quería a mi hermano menor en casa. Demasiado había tenido con verlo y respirar el mismo aire que él el día anterior.

Finalmente, Max llegó y tuvimos una noche divertida sin Bill. Este último volvió a la casa de su novia a las tres de la mañana. Había aprovechado la soledad de la playa para escribir canciones.

Debido a lo tarde que era, Bill estaba agotadísimo. Fue por ello que decidió acostarse. En una hora aproximadamente tenía que pasar a buscar a su novia por la fiesta. Puso el despertador para no quedarse dormido.

A las cuatro de la mañana sonó dicho despertador y Bill salió en su Cadillac a buscar a su novia.

Llegó a la casa del cumpleaños y llamó a la rubia para que saliera. Ella no le atendía el teléfono, así que decidió golpear la puerta de la casa.

Hola –saludó un muchacho asomándose.

Vengo a buscar a Candy. Soy su novio.

¡Candy! –exclamó él hacia el interior de la casa–. Ya viene –me dijo dejando la puerta entreabierta.

Bueno.

Mi hermano esperó unos segundos y de repente se escucharon ruidos que provenían del interior. El sonido era de objetos de vidrio rotos. Bill se asustó, por lo que entró sigilosamente a la casa. Se encontró con el comedor. Desde allí pasó a la cocina y ahí fue donde se encontró con alguien quien parecía ser su novia. No estaba en el estado que Bill esperaba: Candy estaba tirada en el piso inconsciente.

¡Candy! –exclamó Bill acercándose a su novia, moviéndola para que reaccionara.

Luego, mi hermano se acercó al corazón de ella, el cual aún latía. Al acercarse, y comprobar que estaba viva, no pudo evitar olerla. Bill se dio cuenta del por qué de que Candy estuviera desmayada inconsciente en el piso.

Por lo pronto, mi hermano continuó moviéndola para que despertara. En ese instante, apareció el dueño del cumpleaños.

Es normal –le dijo el muchacho a Bill como si este estuviese completamente feliz porque su novia era una drogadicta–. Siempre le pasa. Ya despertará.

Dime, ¿alguna vez Candy dejó de drogarse? –preguntó mi hermano sin querer realmente una respuesta.

No. Y esta semana lo ha hecho más que nunca. ¿Por qué la pregunta?

Bill alzó a Candy y la llevó hasta el auto, sin responder a la pregunta del muchacho. Estaba, además de enojado, decepcionado. Candy jamás se había dejado de drogar y él había puesto en ella toda su confianza. Lo había hecho a ciegas, sin dudas.

Mi hermano colocó a su novia en el asiento de pasajeros de su Cadillac y manejó hacia su casa. Miles de pensamientos invadieron en ese momento la cabeza de Bill.

Al llegar a la casa de la rubia, su novio estacionó el auto y ella despertó. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Ella se bajó del auto y entró a casa, sabiendo que se merecía el peor de los retos.

Bill se tragó todo lo que quería decir, llevó una colcha y una almohada al sillón y se acostó allí. La rubia se limitó a mirar lo que él hacía, observándolo tristemente. Estaba sentada en el sillón al frente de su amado, quien decidió darle la espalda.

Candy se acercó y se arrodilló. Comenzó a llorar.

Vete a tu habitación a llorar. Yo quiero dormir –le explicó cruelmente él a su novia.

Perdóname.

La rubia se puso de pie y se dirigió a su habitación.

Bill lloraba. Ella también. Ambos se sentían unos idiotas pero por diferentes razones.

Al día siguiente, el timbre de casa sonó a las ocho de la mañana. Me levanté insultando a quien fuese que venía.

Abrí la puerta e insulté aun más, ya que Bill se encontraba allí.

¿¡Cómo te atreves a despertarme a esta hora!? –le grité alterado–. Más te vale que quieras algo importante.

Quiero hablar contigo –expresó él con una triste mirada que conocía.

Supuse que algo le había sucedido.

Pasa –dije refregándome los ojos por el sueño que tenía.

Me había dormido a las siete de la mañana.

Ambos nos sentamos en el sillón.

¿Qué te pasa? –cuestioné simulando ser el mismo frío que hacía unos años atrás.

Me matarás, lo sé. Y también sé que me merezco que tu respuesta sea un no, así que lo comprenderé si es eso lo que me respondes.

Me esperaba una pregunta como para asesinar a Bill. No sabía qué era pero me daba miedo escuchar lo que mi hermano quería decirme. Tenía miedo. Quería ser sordo.

Esperé la pregunta en silencio.

¿Puedo volver a vivir aquí contigo? Es sólo por un tiempo, hasta que consiga una casa. Intentaré conseguir dónde vivir lo antes posible –aclaró él antes de que yo muriera del infarto.

Debo admitir que la primera respuesta que quise darle a Bill fue un no. Sin embargo, si era por un tiempo no me costaba nada decirle que sí. Así que lo pensaría. No quería verlo todos los días en casa, aunque no creía que eso sucediera porque Bill tenía que ver a Candy. O al menos eso era lo que yo pensaba.

¿Qué pasó con la casa de la rubia? ¿No pudo pagar el alquiler con todos los trabajos ilegales que realiza?

Pensé que Bill se enojaría con mi pregunta. Mas no lo hizo. Sabía que más allá de mi odio, yo tenía razón.

No viviré más con ella. ¿Me dejarás vivir contigo? ¿Sí o no?

Aunque me había dicho a mí mismo que lo iba a pensar, mi respuesta fue espontánea y desganada:

Está bien. Pero no estés todo el día aquí porque no te aguantaré mucho tiempo.

Te dije que apenas tenga casa me iré. Gracias, Tom. Pensé que me dirías que no.

De nada. Y no me hables mucho, ¿okay? –cuestioné sin dejar el rencor de lado.

Quería saber por qué Bill no viviría más con la rubia. No obstante, no se lo preguntaría.

Bueno. No seas tan cruel.

Me parece que estás sensible hoy. Deja de ser tan bipolar.

Está todo mal con Candy –confesó mi hermano sin poder evitarlo.

¿Debería importarme?, quise cuestionarle como indiferente a su dolor.

¿Por lo de ayer? –inquirí simulando que no tenía interés por su angustia.

No. Ya había solucionado ese problema y ahora hay otro peor.

¿Cuál?

Candy continúa drogándose.

 

 

Capítulo LXI: “Nunca se tiene la fuerza necesaria”.

 

...Te extrañaré a ti y a la vida que teníamos...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=0iwBAd5wKuI& ]

 

Quise reírme pero sería inoportuno e irrespetuoso de mi parte.

¿Lo dejó de hacer en algún momento? –cuestioné para fastidiar a mi hermano.

Supuestamente no se drogaba más.

¿Y por qué lo dejaría de hacer?

Por mí. Vuelvo a repetir: supuestamente.

Eso significa que no le importaste tú en el momento de drogarse.

Lo sé. Estoy triste.

¿Pretendes que te consuele?, quise preguntarle, pero nuevamente lo pensé sin abrir mi boca.

No te importó cuando lo estuve yo, no tendría por qué importarme tu bienestar.

Sí que me importaste, no digas que no es así. Siempre me importarás.

No lo creo –negué a punto de enojarme, así que para evitarlo me levanté y me dirigí hacia la cocina.

Espera –me detuvo él–, me voy. Mañana me mudo aquí de nuevo.

Bueno. Ojalá puedas seguir viviendo con Candy –deseé como un infeliz resentido.

Gracias por escucharme –agradeció él abriendo la puerta.

Bill se fue. Lo odiaba por lograr que la melancolía me volviese a inundar. De todas formas, estaba feliz. Mi hermano se merecía pasar por lo que estaba pasando. El karma haría lo que tenía que hacer. No me gustó nunca ver mal a Bill pero deseaba que Candy le hiciera lo mismo que él me había hecho.

Bill llegó a su casa y entró. Candy continuaba durmiendo. Él la esperaría hasta que despertase. Estaba impaciente porque lo hiciera; quería hablar muy seriamente con ella. Más seriamente que nunca.

Bill continuó pensando, mientras esperaba a Candy, sobre su relación. La rubia había arruinado lo que juntos habían construido. Y a eso mi hermano no podía soportarlo. Estaba muy decepcionado y triste. Quería demasiado a Candy y ella arruinaba su vida y, como si fuera poco, le hacía mal a su novio haciéndolo.

Mi hermano se decía que si la rubia no se quería ni a sí misma, ¿cómo sería capaz de quererlo a él?

Candy interrumpió sus pensamientos ingresando en el living. Bill se colmó de nervios. Ella también lo hizo. Estaba asustada por el reto que bien merecido tenía.

¿Tengo que pedirte que hablemos? Deberías saberlo. Siempre me lo dices, ¿acaso ahora tienes miedo? –preguntó Bill.

Perdón...

No. Calla. Permíteme hablar a mí. Luego de que termine, habla lo que quieras. ¿Por dónde empiezo? Sinceramente, no encuentro palabras para explicarte lo que anoche me hiciste sentir. ¿Alguna vez tuviste miedo de perder a una de los personas más importantes de tu vida? ¿Sabes lo que se siente? Primero, casi pierdo a mi hermano y no hace falta decir por culpa de quién. Después, perdí a mi ex mejor amigo. Y anoche casi te pierdo a ti. Intenté ayudarte, juro que puse lo mejor de mí para hacerlo, me jugué por nuestro amor dejando a alguien que quise, me jugué por ti, Candy –dejó que sus ojos se descargaran pero prosiguió entre lágrimas de angustia–: Te dediqué mi vida, mi tiempo, aun cuando no éramos nada, te di amor, confianza y...¿no te bastó? ¿No alcanzó? ¿Qué más tenía que hacer para demostrar que me importabas? –Candy interrumpió con su llanto pero él siguió–: Intento e intento pensar que tú algún día no te drogarás más pero...

Lo dejaré de hacer, Bill, te juro que por ti lo haré. Esta vez en serio... Átame si quieres –dijo ella poniendo las manos al servicio de Bill.

No, Candy. Desearía creerlo, sin embargo, no puedo. Hasta aquí llegué. Hasta aquí llegó mi paciencia, y junto con ella nuestra relación. Se acabó, Candy, adiós. No más tú y yo.

La rubia pegó un grito desaforado de desesperación.

Te prometo que lo haré, dejaré las drogas, Bill, pero no me hagas esto. Intérname en rehabilitación pero no me dejes, por favor... –hablaba ella entre sollozos.

Quisiera pero perdí la confianza en ti. Volveré a vivir con Tom –aclaró Bill como si quisiera ver sufrir a Candy.

La rubia no contestó. Sólo lloraba. Así estuvo unos minutos hasta que Bill se acercó a ella.

Te amo –susurró mi hermano derramando algunas lágrimas también.

Él la acarició y ella lo besó entre lágrimas; sabía que era su último beso. Sin embargo, ambos hubieran deseado no saberlo. Luego, ella fue quien lo acarició, le tocó sus ojos, recorrió sus brazos con sus manos frías y temblorosas y rompió el silencio:

Dime al menos que te quedarás esta noche.

Sí, lo haré. Hoy no tengo tiempo de empacar todo.

Ella lo miró tristemente.

Entonces, ¿no te quedas por mí?

Sí. Te extrañaré a ti y a la vida que teníamos.

Y yo...No te imaginas cuánto. Jamás me perdonaré el haberte perdido.

Siempre que necesites algo estaré, ¿sí?

Okay. Te amo.

Bill y Candy estuvieron en su casa sin hablar, aburridos. El ambiente era pesado, incómodo. Ninguno de los dos quería separarse del otro, mas era inevitable. Mi hermano jamás confiaría nuevamente en Candy. Había entendido por fin que dejar la droga para ella era imposible. Y él aunque quisiera no podía ayudarla más. Además, no quería una novia para ser su padre, sino para disfrutar juntos.

Me voy. Antes de que anochezca vuelvo –explicó mi hermano.

Candy asintió. Sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas; jamás había llorado tanto por alguien.

Bill se dirigió a la casa de Gustav. Quería contarle a alguien lo que había sucedido. Necesitaba descargarse, así que fue a su casa.

El baterista lo recibió sonriente. Mi hermano estaba triste e inmediatamente Gustav lo notó. Bill le contó lo sucedido.

Sabes que soy sincero, ¿verdad?

Sí. Dime.

Todo vuelve, Bill. Es lo único que puedo decirte. Tú le hiciste daño a Tom y ahora eres tú quien...

Y no sabes cuánto me arrepiento –interrumpió mi hermano–. Fui una persona horrible. Perdóname tú también, Gus, te he tratado mal sin motivo alguno. Ya sé que es tarde pero recién veo las cosas claramente. Me arrepiento. Me he pasado todo el fin de semana pensando en el daño que le causé a Tom. Es tarde para pedirle perdón. Yo en su lugar jamás me perdonaría, así que lo entiendo más de lo que él puede imaginarse. Gracias a Dios él es fuerte y pudo superarlo.

¿Tú de verdad crees que Tom te superó? Tu hermano jamás superará una pérdida tan grande. Nadie lo haría. Fuiste su único amor, Bill. Él cambió por ti y era capaz de conseguirte hasta la estrella más lejana.

Sabes que no elegí enamorarme, porque si lo hubiera hecho hubiera elegido seguir enamorado de Tom para toda la vida.

No quiero meter más el dedo en la llaga pero para mí sólo fue algo pasajero tu relación con Candy. De todas formas, Tom ya te habla, es un gran paso. No sé si él podrá olvidarlo todo pero no creo que dejen de hablarse ni nada de eso... –hizo una pausa y prosiguió–: ¿Puedo preguntarte algo, Bill?

Dime.

¿Aún sientes algo por Tom, aunque sea mínimo?

Nunca lo sentiré como a un hermano. Siempre recordaré el sabor de sus labios, sus dulces besos, cómo temblaba cuando él me acariciaba... Nunca me olvidaré de ello. Pero no podría volver con él. Me odia.

Si te perdonara, ¿volverías con él?

No es posible que me perdone. Sé que siempre me tendrá rencor.

Pero no respondes a mi pregunta, Bill. ¿Amas a Tom?

No, Gustav. Y no preguntes más.

Bill se despidió y se fue a la casa de Candy. Tenía que dormir allí. Se acostó lo más separado que pudo de ella. La rubia ni se enteró que su ex novio ya había vuelto.

Mi gemelo no durmió en toda la noche. Su sueño fue entrecortado, interrumpido por sus pensamientos, arrepentimientos y demás sentimientos negativos.

De todas formas, se levantó temprano para empacar. Intentó guardar en primer lugar todas las cosas que le pertenecían y que no se encontraban en el cuarto, así no despertaba a su ex novia. Luego, empacó su ropa y todas las pertenencias de dicho cuarto sin hacer el menor ruido.

Cuando estaba listo, decidió despedir a la rubia. Por ello la movió para que despertara.

Candy... –susurró Bill.

Ella abrió sus ojos y lo miró.

Ya me voy –explicó él.

La rubia se enderezó.

¿Nos volveremos a ver? –preguntó ella con una amarga melancolía en su voz.

Por supuesto, Candy. Siempre seremos algo así como...amigos. Llámame cuando quieras y hazlo, en lo posible, cuando no estés drogada.

Lo haré. Algún día podré dejar de drogarme.

Sé que puedes. Pero aún te falta fuerza de voluntad. Es una lástima que desperdicies así tu hermosura.

Ella sonrió con los ojos empapados de lágrimas.

 

 

Capítulo LXII: “Nada puede escapar”.

 

...Estaba completamente solo...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=yze6Z0—FHDg ]

 

Bill, me has hecho muy sensible –explicó ella limpiando sus lágrimas.

No seas la dura, fría y mala chica que conocí. Sé tal y como eres ahora. Muéstrale al mundo quién está en tu interior.

Gracias. Tú nunca cambies.

Lo debo hacer. Al menos espero cambiar con algunas personas.

¿Por qué?

Creo que llegó la hora de decirte la verdad. Es también un hecho del pasado. Sin embargo, no te involucra a ti.

Escucho. No creo que sea peor que lo que yo he hecho.

Créeme que depende de cómo se lo toma. Se trata de mi ex. De quién es.

¿Quién es?

Estaba enamorado de mi...de mi hermano, Candy. Estábamos saliendo.

La rubia se quedó perpleja, al igual que todo el que se enteraba de la noticia. No obstante, su reacción fue diferente a la de los demás.

¡Qué?! ¡No estárás hablando en serio, Bill! –exclamó ella poniéndose de pie.

Estoy hablando en serio. Él es mi ex. Lo dejé por ti. Por esa razón él te odiaba tanto. Perdóname por no contarte antes.

¡Me das asco, Bill! ¡Eres lo más repugnante que existe en este mundo! ¡No entiendo cómo me podías tocar! ¡Estás loco! ¡Tú y tu hermano!

Bill no podía creer la reacción que había tenido la rubia. Estaba anonadado. Nunca pensó que Candy no lo entendería.

¡Vete de aquí! No te quiero ver nunca más en mi vida, Bill. Hazme el favor de irte.

Qué coincidencia, yo tampoco te quiero ver nunca más en la vida. A mí me tendrías que dar asco. Y pensar que te besé drogada. Ve tú a saber con cuántos me habrás engañado. Ojalá no te vea nunca más, ladrona, drogadicta –repitió mi hermano con toda la crueldad del mundo.

Bill levantó sus maletas y se fue hacia el auto para cargarlas. Tenía ganas de salir corriendo del lugar. Y, afortunadamente, así lo haría.

La rubia se sentó en su sofá, aún sin creer lo que acababa de oír.

Nadie jamás verá lo mucho que yo amaba a Tom sin pensar que estoy loco –murmuró Bill enfadado, ya dentro del auto.

Mi hermano llegó a casa y golpeó. Abrí la puerta e inmediatamente pude notar en su rostro que no estaba bien. Él se lanzó hacia mí y me abrazó. Me quedé unos segundos sin poder creer que los brazos de mi hermano estuviesen a mi alrededor y luego lo empujé brutalmente.

No vuelvas a abrazarme –le dije furioso.

Perdóname. Necesitaba a mi hermano.

¿Y ahora recuerdas que soy tu hermano? Pasa –invité para cerrar la puerta.

Bill se dirigió hacia la cocina, tomó la jarra con jugo y se sirvió un vaso. Estaba temblando. Yo me había sentado en el sillón; me había quedado en el abrazo de hacía veinte segundos atrás.

¿Qué pasó? –pregunté cuando mi hermano ya se había acomodado a mi lado.

Es una idiota drogadicta y ladrona –contestó él aún con las manos temblorosas.

Dime algo que no sepa. ¿Y por eso tiemblas?

Le conté que fuimos novios alguna vez.

Intenté disimular mi cambio de estado. Pasé de enojarme a sonreír en mis adentros. Pero no lo hice porque Bill le había confesado la verdad, sino porque Candy me odiaría, tanto como yo a ella.

Al ver que yo no respondía, Bill prosiguió:

Su reacción no fue igual a la de todos. Me odia y le doy repugnancia y asco.

Solté una pequeña risa.

A mí ella me da asco. ¿Cómo pudiste besar a alguien con olor a droga? –pregunté realmente intrigado.

No lo sé. Créeme que yo también me lo pregunto.

Siempre supe que ella no era para ti. Más allá de todo...

Sí. He aprendido la lección.

Entonces, ¿no estás más con ella?

No, gracias a Dios.

En ese momento, Maia interrumpió en el comedor.

¡Tío!

¡Maia! ¿Cómo estás, princesa?

Bien.

Me alegro. Vuelvo a vivir aquí, nena.

¡Sí! ¿Te peleaste con tu novia? –preguntó ella inocentemente.

Sí, ya no somos más novios.

Pobre tío –dijo Maia abrazando en las piernas a Bill.

¿Vamos a jugar?

¡Sí!

Ambos se dirigieron al patio a jugar. Miré a Bill como la llevaba de la mano. Pero evité pensar algo. Me haría mal recordar que mi gemelo estuvo a punto de ser uno de los padres de ella. Y ya había dicho que el asunto “Bill Kaulitz” estaba acabado, cerrado y sólo formaba parte de mis recuerdos.

Esa noche Bill se durmió triste. Yo lo hice feliz. Bill triste por Candy. Yo feliz porque sabía que él terminaría decepcionándose de ella. Era de esperarse algo así de alguien como la rubia. No me sorprendió en absoluto.

Al día siguiente, Maia fue al jardín. Yo pasé a buscar a los chicos para ir a Taekwondo.

Bill cuando despertó y se percató de que estaba solo en casa, sintió esa soledad que yo había experimentado con su mudanza. Estaba solo. Yo “no lo quería”. Candy terminó siendo lo que él negaba que era. No tenía pareja, amante, novio, ni saliente. Estaba completamente solo. Pero lo peor era que sabía que había perdido a su incondicional amigo de siempre: yo. Pensó al igual que yo lo hice que toda la vida íbamos a poder confiar en el otro. Y ahora todo había cambiado. Desde hace tiempo, sí, sin embargo ahora lo notaba más que nunca. Su soltería le había mostrado su mundo sin Candy o su mundo sin alguien, ya que pensó que, aunque fuera por mí, siempre estaría acompañado de alguien.

Por mi parte, estaba preparado para aceptar de nuevo a Bill. Ya lo había superado. Siempre iba a tener un pequeño dolor por él, pero si él quería levantarse cada mañana y hablar con alguien en el desayuno, yo iba a estar. Quizás a eso debía hacérselo saber a mi hermano. O bien con sus actitudes él podía darse cuenta. De todos modos, no me interesaba mucho lo que pasara por su mente.

Al mediodía, pasé a buscar a Maia por el jardín junto con Georg y Gustav. Luego, ellos dos volvieron a sus respectivos hogares. Mi hija y yo volvimos a casa.

Bill estaba encerrado en su habitación y salió apenas escuchó el ruido de la puerta de casa.

¡Tío! –exclamó Maia felizmente–. ¡Hoy empecé el jardín!

Bill bajó corriendo las escaleras y la abrazó, haciéndola girar junto con él.

¿Y cómo te fue? –cuestionó Bill después de zamarrear a su sobrina.

Bien. Son todos buenos en el jardín. Tengo una nueva amiga. ¡Se llama Alison!

¡Me alegro, preciosa! –respondió Bill sonriente.

Tú, ¿a dónde fuiste? Pensé que volverías a la mañana –me reprochó como si tuviera el derecho de hacerlo.

¿Ah? –le pregunté mirándolo extrañado.

No es por controlarte, Tom, es porque quería saber dónde estabas.

En Taekwondo.

Oh, ¿te anotaste? ¡Genial!

Vamos, Maia, a dejar las cosas arriba.

Espera, Tom, ¿no quieres que vayamos a almorzar a la playa? Está lindo el día.

¡Sí! ¡Sí! –exclamó mi hija entusiasmada.

Me gusta la idea –repuse sabiendo que era mentira.

No quería ir a la playa con el hipócrita de mi hermano. Si él quería que las cosas entre nosotros estuviesen bien, era demasiado tarde. No quería ir para fingir que éramos una familia feliz; no quería ir a la playa de la “reconciliación”. Ya basta de los buenos recuerdos entre mi hermano y yo.

Ve arriba, hija. Yo buscaré tu malla.

Bueno, papi.

Cuando Maia subió lo suficiente, decidí hablar:

¿Qué te pasa? –inquirí enojado.

¿Ah?

Sí, dime, ¿desde cuándo quieres almorzar como si fuéramos una familia feliz?

¿Acaso no somos una familia feliz?

Caradura. Tú no formas parte de mi familia.

Ah, ¿no soy tu hermano?

No. Dejaste de serlo hace un tiempo.

Basta, Tom. ¿Cuándo me vas a perdonar?

No te hagas la víctima, por favor. Nunca te quedó bien el papel. Y la respuesta es nunca. Jamás voy a perdonarte.

Quiero recuperar a mi hermano. ¿No me dejarás hacerlo?

Depende.

Vamos, Tom, nunca dejé de cumplir mi función como hermano. Siempre estuve.

Siempre estuviste con Candy –dije celosamente sin poder evitarlo.

No la nombres. Ya ella se fue de mi vida y quiero corregir mis errores.

Pues empieza ya porque son muchos.

Es lo que estoy tratando de hacer. Y te enojas porque propuse lo de la playa.

Pero sabes lo que esa playa significa para nosotros. O al menos para mí.

Para mí también significa mucho esa playa, Tom. Y es por eso que quiero que vayamos allí. Quiero que recuerdes que te amé más que a nadie.

Eres un imbécil –insulté yéndome hacia arriba.

Realmente en mi cabeza continuaba la pregunta: ¿qué le pasa? Me preguntaba además si Bill era idiota o se hacía. Lo único que me faltaba era que quisiera recuperar también nuestro amor, y ahí me moría. Aunque hubiera deseado con toda mi alma volver con él, no lo pensaba hacer nunca más. Nunca más podría besar sus labios sin pensar que los mismos habían pasado por los labios de la rubia drogadicta. Además, cuando lo veía, no sentía esas inmensas ganas de besarlo que siempre había sentido. Estaba superándolo; lo sabía.

 

Capítulo LXIII: “Es preferible la tranquilidad de estar sin ti”.

 

... El mundo se había ido...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=0QLXoF2PVYE ]

 

Mi hija entró en la habitación irrumpiendo mis pensamientos sobre Bill.

Papi, ¿iremos a la playa?

Sí, nena. Vamos.

Bajé con Maia, alzamos todo lo que necesitábamos y salimos con destino a la playa. Bill sólo se quedó allí mirando cómo nos íbamos. No me interesaba en absoluto ni él ni su estado de ánimo.

Llegamos a la playa y nos metimos a ese mar que era todo lo contrario a mi hermano. Era hermoso, amable, apacible, fiel. Pero había algo en lo que el mar y Bill eran iguales: ambos eran salados, no dulces.

Después de habernos bañado un buen rato, mi hija y yo salimos del agua. A Maia se le ocurrió taparme en arena y yo acepté complacido.

Cuando estaba casi tapado por la arena –sólo quedaba mi cara sin tapar–, mi niña gritó–:

¡Tío!

Escuché esa palabra y me corrió un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Por qué él tenía que continuar arruinándome la vida? Quizás esa era su misión en la vida: hacer la mía miserable.

Hola, nena. Vine para hacerles compañía –explicó mi hermano elevando la voz para que yo pudiera oír lo que decía.

Para arruinarme el hermoso momento familiar –murmuré quejándome.

Me saqué la arena de encima odiosamente y le tomé la mano a mi hija.

Vamos, Maia, a bañarnos.

Vamos, tío –dijo ella tomando a Bill con su otra mano.

Lo miré y otra vez sucedía: esa imagen familiar, Bill y yo con Maia tomada de la mano. Supongo que mi hermano pensó exactamente lo mismo que yo. Me di cuenta por su mirada. Sonrió, sin quitar sus ojos de mí. Yo le devolví también una sonrisa. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Sólo sé que me surgió la sonrisa sin motivo alguno. Y lo que era más grave: me surgió sin odio.

El tramo desde la playa hasta el mar se hizo interminable. Sentí que estábamos sólo Bill y yo ahí. El mundo se había ido. Recordé el momento en el que yo estaba en el altar y mi hermano me dirigió una mirada exactamente igual a esa. Otro escalofrío me inundó dejándome casi en las nubes. Era quizás porque ya nos habíamos sumergido en el mar.

Maia estaba feliz. Y eso hacía que yo lo estuviera también.

Esa tarde jugamos hasta cansarnos. Bill me hablaba de vez en cuando con la excusa de Maia; yo simplemente le respondía con pocas palabras, pero con amabilidad. No sabía por qué mi humor hacia él había cambiado. Sin embargo, eso no era una buena señal. No quería, ni podía, ni debía encariñarme nuevamente con mi hermano.

Volvimos a casa en paz. Luego de que me bañé, Bill se apareció en la puerta del baño. Estaba por entrar al baño para bañarse también.

¿Viste que podemos pasarla bien sin pelearnos? –me preguntó.

Yo nunca dije que no se pudiera.

Bueno...pero la pasamos bien –agregó Bill sin saber bien qué decir.

Sí.

Quiero que seamos lo que éramos: hermanos, confidentes, amigos.

Veremos si se puede –repliqué yéndome hacia la habitación.

Él cerró la puerta y yo sonreí malévolamente.

Jamás volveremos a ser nada –murmuré hablando conmigo.

Cuando mi hermano salió de bañarse, bañé a Maia y cada uno se fue a dormir. Debía admitirlo, mi conclusión del día fue que la habíamos pasado genial. Sin embargo, ninguna acción de Bill podía ni debía cambiar mi manera de verlo.

A la mañana siguiente, Bill se levantó a la misma hora que yo –no sé si fue por casualidad o a propósito–, y me dijo que invitara a Georg y a Gustav al regresar de Taekwondo. Le di una respuesta afirmativa con la cabeza y me fui con Maia de casa. No me había levantado de buen humor. Había tenido un mal sueño. Como siempre, pensé. Sólo que, afortunadamente, no me acordaba nada de lo que había soñado. Ni siquiera sé con quién estaba en el sueño. Y era afortunado ese hecho porque, cuando yo me acordaba de los sueños, solían suceder. Así que mi ecuación era: mal sueño + recuerdo= suceso. No, gracias, pensé.

En la clase de Taekwondo invité a mis amigos a casa y aceptaron, por supuesto. Les conté que Bill había terminado con Candy porque se seguía drogando y además, les dije que mi hermano volvería a vivir conmigo. Traté de que ese suceso no fuera el tema de conversación del día.

Al mediodía ya estábamos todos en casa: Maia, Bill, los G's y yo. Por decisión unánime decidimos hacer fideos caseros. Sería divertido y rico.

Unos segundos después de empezar a preparar la masa, Bill me echó harina.

Oye, ¿qué te pasa? –le pregunté con humor.

Perdón, se me vuela la harina –mintió Bill soplando sobre mi cara toda la harina.

Imbécil –insulté tomando un puñado de harina.

Dejé su cabeza canosa de tanta harina que le eché.

Ey, eso no fue sin querer.

Nadie dijo que no quise hacerlo –respondí malévolamente.

Mojé mis manos y las metí nuevamente en la harina.

¿Quieres guerra? La tendrás –continué peleándolo.

Le embarré con engrudo toda su cara.

¡Mi bello rostro! –aulló mi hermano con sus ojos repletos de harina.

Bello las polainas –murmuré.

Repítelo.

¡Bello las po...!

Bill me interrumpió metiéndome harina en la boca. Empecé a toser riendo, ya que los G's me habían contagiado su risa.

¡Basta, tío! –gritó Maia echándole la sustancia blanquecina con rabia a su tío.

Estamos jugando, hija.

Sí, jugando...

Sentí un escalofrío en el cuerpo que comenzaba en la espalda. Supuse que Bill me había echado engrudo por dentro de la remera.

Así que juegas sucio...¡A Tom Kaulitz nadie le gana! –exclamé metiéndole harina a Bill también en su remera.

Ambos continuamos cocinando así, enharinados.

Terminamos los fideos y almorzamos entre risas, chistes y anécdotas. Al finalizar el almuerzo, Maia se fue a dormir una siesta porque estaba cansada.

Aprovechamos la ausencia de Maia para tomar cerveza, fumar y hablar de la banda en el living.

Llegó un punto en el que estábamos todos un poco tomados. Hacía mucho que yo no tomaba, por ello estaba sensible en ese aspecto. De repente, me vinieron unas náuseas espantosas, así que me paré de golpe y me dirigí hacia el baño. Los muchachos se quedaron sorprendidos. Me preguntaron si estaba bien y les hice señas con la mano de que sí mientras subía las escaleras.

¿Todo bien con tu hermano, Bill? –cuestionó Gustav que era el que menos había bebido cerveza.

No lo sé. Aceptó a duras penas que me haya venido a vivir aquí con él de nuevo y...no sé. He estado pensando demasiado últimamente.

¿En qué?

En él. Lo extraño, chicos.

¿¡A Tom!? –preguntó Georg asombrado.

Sí, soy un imbécil.

Inténtalo, Bill –alentó Georg.

Sí. No bajes los brazos. Pero debes estar realmente arrepentido para que Tom te perdone. Sino olvídalo.

¿Que cosa tiene que olvidar Bill? –interrogué bajando las escaleras.

Se me ocurrió meterme en su conversación porque algo me dijo que la misma tenía que ver conmigo. Y mis pensamientos no eran errados.

Nada –contestó Bill.

¿No le darías una segunda oportunidad a Bill? –me cuestionó Georg dejando a mi hermano paralizado.

Bill y Gustav mataron a su amigo con la mirada.

Idiota –insultó mi hermano a Georg.

Supongo que es una broma –dije tratando de llenarme de paciencia–. Creo que me dieron más náuseas aún.

De verdad, ¿no le darías otra oportunidad? –me preguntó Gustav.

Antes de darle otra oportunidad a esa basura prefiero tirarme de un precipicio. ¿Está claro? No vuelvan a repetir eso ni en broma. Adiós, me iré a dormir.

Tom, no te enojes, fue sólo una broma –se excusó Georg.

Ya lo dije, ni en broma.

Me dirigí hacia arriba enojado. O fingiendo estarlo.

Ni en broma...ni en broma... –continué susurrando.

Me acosté evadiendo a Bill de mis pensamientos. Lo logré y me dormí.

A las tres de la mañana aproximadamente, alguien entró en mi habitación. Vi que una sombra negra se acercaba a mí y luego se sentó en los pies de mi cama.

Prendí el velador y era Bill.

¿Qué quieres? –pregunté somnoliento en un susurro.

Necesito hablar contigo.

¿Sobre qué? ¿Tiene que ser ahora?

Quiero decirte que era verdad.

¿Qué cosa? Vamos, habla. No tengo ganas de pensar.

Jamás...no sé...¿Jamás pensaste en darme otra oportunidad?

Si no hubiera estado acostado me hubiera caído de espalda. Aunque no estaba mal la idea que se me había ocurrido de golpearme la cabeza o tirarme por las escaleras para olvidarme de la pregunta idiota, insensata y estúpida de aquel que parecía ser mi hermano. ¿Quién se creía que era para interrumpir mi sueño y encima preguntarme algo que ya tenía respuesta? Un idiota, eso es, pensé.

Capítulo LXIV: “Perdón por no mentir”

 

...Uno a veces se encierra en el miedo y se olvida de lo demás...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=9Ca1fAFq668 ]

 

Ahora es sonámbulo este idiota –afirmé cerrando mis ojos para volver a dormirme.

En serio, Tom, respóndeme.

Abrí mis ojos abruptamente, como si se tratara de una película de terror, y le respondí con la mirada. Él sabía cuál debía ser mi respuesta. Una cara de pocos amigos lo miró y agregué–:

Esa pregunta no necesita respuesta. Ya la sabes. Y toda persona que me conoce sabe que es un monosílabo que empieza con “n” y termina en “o”. Pero si además de eso tuviera que agregar algo diría: Jamás tendrás una segunda oportunidad. Saca esa pregunta insensata de tu mente y vete a dormir –le ordené como si fuera su padre–. Déjame en paz.

No pude ver el ¿decepcionado? rostro de mi hermano en la oscuridad pero supuse que no sería una sonrisa lo que tenía pintado en él. Y me alegraba de ello. Conocía a mi hermano y si me preguntaba por una segunda oportunidad era por algo. No quería saber por qué. No quería pensar. Sin embargo, lo hice.

Me levanté a la mañana siguiente con sueño. Había dormido media hora –con suerte– si es que lo había hecho. La necia y soberbia pregunta de Bill no me había dejado pegar un ojo en toda la noche. Me interrogué a mí mismo preguntándome si la gente cada día pensaba menos o era yo el idiota que se dejaba maltratar. No obtuve respuestas, mas seguramente la segunda opción era la más acertada. Yo había sido el que había permitido que Bill volviese a casa, yo había sido quien le había dirigido la palabra, yo le abrí una ventana que en realidad debería haber estado sellada y trabada. Sin embargo, eso terminaría allí. No permitiría que Bill me insinuase siquiera media cosa más. Me gustaba, sí, pero tenía que darme cuenta de que a la larga darle la oportunidad, la chance de hablarme sería perjudicial. Al igual que el cigarrillo. A la larga, traía consecuencias y problemas.

Esa mañana cuando vi a Georg y a Gustav quise matarlos, por seguirle el juego a mi trillizo Bill. No obstante, sólo les demostré que no estaba de humor como para hablar de mi hermano.

Ni se les ocurra nombrar a Bill –fue lo único que les dije pero eso fue suficiente.

Ellos entendieron el por qué de mis frías y malévolas palabras, llenas de odio y rencor, de arrepentimientos, pero sobre todo llenas de amor.

Estaba volviendo a casa con Maia, cuando me sonó el teléfono.

¿Hola?

¿No piensas hablarme nunca más en la vida?

No lo sé. Quizás algún día lo haré.

Quiero verte, Tom. Hablemos. Lo necesitamos.

No podía decirle que no a mi madre. De verdad, nos debíamos una charla. Así que acepté.

Está bien. Iré a tu casa a las cuatro, ¿OK?

Gracias, hijo, de verdad. No sabes lo feliz que me haces.

A mí también me dará gusto verte.

¿Y Maia? ¿Cómo está? La extraño.

Te doy con ella.

Mi hija se alegró mucho con la llamada de su abuela. Hacía mucho que no hablaban ni se veían.

¡Sí! ¡Iremos a visitarla! –exclamó mi niña cuando estábamos por llegar a casa.

Sí, hija. Espero que estés feliz.

Sí, lo estoy, papá.

Llegamos a casa y Bill estaba leyendo quién sabía qué cosa en el sillón. Estaba al acecho. Saludó a mi nena y yo apenas lo miré con desprecio. Ni siquiera lo debí haber hecho porque eso ya significaba prestarle demasiada atención.

¡Hoy visitaremos a la abuela, tío! –no tuvo mejor idea que gritar Maia.

Oh, qué bien. ¿Y tu papá también va? –le preguntó mi ex gemelo porque sabía que yo no le respondería.

Lo bien que hacía en no hablarme.

¡Sí! ¿Tú vas, tío?

Si tu papá me deja ir...

No llevo mascotas a lo de mamá –mascullé ofensivamente.

Son la mejor compañía –respondió Bill y a los segundos agregó–: ¿Te arreglaste con mamá?

No, iré porque quiero saber qué tiene para decirme.

Me parece bien. Yo ya me he arreglado con ella.

¿Y quieres que haga una fiesta?

Sólo decía, Tom.

Te arreglaste con ella porque no le has dicho toda la verdad. Ni siquiera para eso tienes agallas –juzgué subiendo las escaleras, sin siquiera pensar las consecuencias que ello podría traer.

Me encerré en mi habitación y sonreí. Me encantaba tratarlo mal y hacerlo sentir miserable. A lo mejor algunas veces se me iba la mano pero eso le pasaba por “preguntarme de una segunda oportunidad”.

Maia golpeó mi puerta y le abrí.

Hija, cámbiate así vamos a la abuela. Ven, te daré la ropa.

Mi niña me siguió y después de que le di la ropa se fue a cambiar. Bajé para buscar mi ropa y Bill continuaba leyendo.

Este libro se llama “Meine engel”.

¿Y a quién...?

Tú eres mi ángel –interrumpió Bill antes de que yo concluyera mi amable pregunta.

Bill, ¿realmente piensas que esto es un chiste?

No, estoy hablando en serio –convino mi hermano atónito.

No quiero ni saberlo. No vuelvas a repetirlo porque te echo de mi casa.

Bill se puso de pie y me miró como nunca pensé que lo haría: tiernamente.

Está bien. No volveré a decir nada. Ya sé que no tengo derecho.

No sabía si estaba jugando con la lástima pero lo estaba logrando.

Pérdoname. Soy yo quien no tiene el derecho de tratarte así. Me estoy sobre pasando.

Sé que me lo merezco, sin embargo, me gustaría saber qué puedo hacer para reparar el daño que te he causado.

Sólo el tiempo puede hacer algo, Bill.

Quiero ayudar al tiempo.

Bill se paró del sillón y se acercó a mí. Yo sabía exactamente lo que él quería. Me abrazó e increíblemente respondí a su abrazo. Ni siquiera yo podía comprender lo que estaba haciendo. Mi hermano sonrió con algo de tristeza en sus ojos. Yo entristecí. No había sido buena idea el abrazarlo.

Temiendo que cuando el abrazo terminara nos besáramos, solté a Bill bruscamente.

Gracias –agradeció él sonriente.

Olvídalo –convine como si lo que recién acababa de ocurrir no tuviese importancia.

Abría la boca para decirle que se olvidara. ¿Qué se olvidara de qué? Si ni siquiera yo podía sacarlo del todo de mi cabeza. Al menos no lo hacía desde que él estaba en casa.

Busqué mi ropa y continué mi rumbo hacia mi habitación. Y así lo debía hacer también con mi vida. Debía seguir mi vida separado de Bill, separado de todo lo que tuviera que ver con él.

Me cambié y fui a buscar a Maia a su cuarto.

Vamos, hija, a lo de tu abuela.

Sí, papá.

Ambos bajamos las escaleras y Bill ya no estaba ahí. Seguramente había subido.

¿Quieres preguntarle al tío si irá a la casa de tu abuela?

Maia asintió y subió a la habitación de mi hermano. No sé qué pasó por mi cabeza para querer invitarlo. Pero lo había hecho.

Mi hija bajó con su tío de la mano. Él estaba sonriente. Traía esa maldita sonrisa de la que alguna vez me había enamorado. La odiaba por ser tan hermosa. La odiaba por ser de Bill.

Antes de morir por embobamiento, salí de casa y subí al auto. Maia subió atrás y su tío adelante. Me miró y sonrió. Sólo lo observé de reojo y puse en marcha el Cadillac. Nos dirigimos hacia la casa de mamá, sin decir una sola palabra. La única que hablaba era mi hija.

Una vez en la casa de mamá, descendimos del auto y toqué el timbre. Gordon abrió la puerta y a Maia corrió a saludarlo. Luego, mamá se asomó por detrás de su cónyuge y también saludó a su nieta.

Pasen, muchachos –dijo Gordon sonriente.

Gracias –respondimos mi hermano y yo al unísono.

Ambos entramos y saludamos a mamá. Por supuesto que no lo hicimos del mismo modo: Bill sonrió, feliz, jocoso, y yo sólo la besé en la mejilla con ningún sentimiento en especial.

Bill y Maia se sentaron en el sillón. Gordon me invitó a que yo también lo hiciera pero me negué. No quería sentarme, no tenía ganas de permanecer mucho tiempo en mi antigua casa. Estaba incómodo. La única cosa que se me apetecía era hablar –o discutir– con mi madre y largarme. Así de simple. No tenía mucho para decir ni menos paciencia para oír más mentiras. Miré a mi madre como invitándola a charlar y ambos nos dirigimos a su habitación.

Te escucharé, pero habla rápido y en lo posible trata de no mentir –introduje más como amenaza que como advertencia.

Primero, no me hables en ese tono. Segundo, soy tu madre. Lo quieras o no –me retó viendo que, al parecer, yo había perdido el respeto.

Al ver que no respondía, decidió proseguir–:

Tu padre se llevó a tu hermano cuando apenas tenían dos años años de vida. No pude impedírselo porque el muy cobarde me llamó por teléfono. Sabes que tu padre nunca fue lo que quise. Y cuando encontré a Gordon supe que él era diferente. Lo amaba y tu padre lo sabía. Para terminar de arruinarme la vida, se llevó a Max. Lo busqué incensantemente; jamás dejé de hacerlo. Ni siquiera bajé los brazos. Pero no quería que ustedes se enteraran simplemente por miedo. Tenía miedo de que Bill y tú me echaran la culpa de todo, tal como lo estás haciendo. Por miedo pospuse miles de veces la idea de contarles la verdad. Perdóname, pero uno a veces se encierra en el miedo y se olvida de lo demás. Siento mucho lo que pasó. No obstante, tú deberías sentir mucho la mentirota que me dijiste en el Bautismo de Maia.

Está bien. Siento haberte dicho que Bill y yo...

Ni lo digas... Perdóname, ¿podrás?

Sí. ¿Tú podrás perdonarme por mentir también?

No pidas perdón por eso, Tom –interrumpió mi hermano en la habitación.

 

Capítulo LXV: “Siempre es tarde”

 

...El tabaco estaba en mis pulmones. Y Bill estaba en mi corazón...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=9b9VH_c39WU ]

 

¿Qué hacías escuchándonos? —preguntó mamá sorprendida como si Bill no supiera todo aquello de lo que habíamos hablado.

Tom, no le pidas perdón por algo que es verdad —repitió él como si nadie lo hubiese escuchado.

Miré a Bill atónito, mientras sentía que el corazón me palpitaba a diez mil por segundo.

Mamá, Tom jamás mintió. Nosotros estuvimos saliendo. Nos amamos.

¿Nos amamos? Me pregunté al borde del desmayo si ese verbo estaba conjugado en pasado o en presente.

¡Otro que perdió la cabeza! —exclamó mi madre sin creer ni una sola palabra de lo que su hijo decía.

No la perdió. Nos amábamos, sin embargo no lo hacemos más porque nos dimos cuenta de que amarse entre hermanos está mal; es espantoso —volví a mentir sin compasión.

Mi madre se puso de pie y nos miró a los ojos.

Júrenme que no van a volver a amarse nunca más, júrenme que no se aman y que no volverá a ser verdad eso de salientes.

Quise que las palabras “lo juro” salieran de mi boca. No obstante, los ojos de mi madre me impidieron hacerlo. No pude mentirle. No pude aceptar que la persona que acababa de irrumpir en la habitación y yo hubiéramos dejado de amarnos. Quise creerlo para mí mismo, pero mi alma no me dejó hacerlo. No todavía.

Bill ni siquiera amagó a abrir la boca para pronunciar el juramento. Estaba muy convencido de lo que acababa de hacer.

Mi madre no se cansó de esperar una respuesta, aún creía que diríamos “lo juro”.

Me paré de la cama y con un lo siento casi inaudible, me retiré del cuarto. Me dirigí al baño y me lavé la cara. Pensé que de esa manera el agua lavaría mi cerebro y borraría todos mis recuerdos. Sin embargo, mis recuerdos estaban ahí: detrás de mí.

Te amo, te sigo amando —oí la voz de Bill.

Salí del baño pero fui detenido por el brazo de mi hermano que me sujetaba. Lo miré y sus ojos se empañaron. Tomé su mano y la retiré de mi brazo con suavidad. Me dirigí hacia la cocina, tomé a Maia de la mano y miré a Gordon tristemente, como si él tuviera idea de lo que había sucedido.

Adiós.

¡Papá, no me quiero ir! —gritó mi hija.

Ve, después nos vemos, Maia —me ayudó Gordon.

Mi hija y yo salimos y subimos al auto. Arranqué y Bill corrió para que no me fuera sin él. Se subió y Maia lloraba.

¡No saludé a mi abuela!

Después volvemos, nena —intentó calmarla Bill—. Ahora papá se siente mal, así que tenemos que ir a casa rápido.

Oh, ¿qué te duele, papi?

La cabeza, nena. No le hables porque le duele más. Shh —dijo mi hermano muy tiernamente.

Llegamos a casa y al entrar, Bill cerró la puerta.

Maia, ¿quieres ver la televisión? Ven que te pongo el canal de dibujos animados —dije prendiéndole a mi hija el televisor del living—. Yo me iré a bañar.

Bueno, papi. Mejórate. Te amo.

Yo también, hija. Te amo.

Subí y Bill vino detrás de mí. Eso era justamente lo que quería. Al llegar a la puerta del baño, me detuve y di media vuelta mirando a mi hermano.

¿Qué fue eso? —me preguntó.

¿Qué fue qué cosa?

No le..

Sí, Bill —le interrumpí—. No podía mentirle a sus ojos. Ella es nuestra madre y no merece que le mintamos.

Lo sé, Tom. Hemos perdido a nuestra madre para siempre.

Ese para siempre quedó retumbando en mi cabeza como si alguien estuviera susurrándomelo todo el tiempo. Había hecho algo que quizás me condenaría por el resto de mi vida. Por siempre.

¿Tú creees que algún día nos perdonará? —inquirió nuevamente Bill.

No, definitivamente, no.

Estaba más seguro que nunca. La respuesta era un rotundo no.

A pesar de todo, nos defendimos. Nos apoyamos. Creo que nunca dejaré de amarte. Nunca lo hice —me lo dijo y se fue.

El cobarde me había dicho por segunda vez en el día que me amaba y se había ido. Se había ido. Me había mirado con esos ojos brillantes, con esos ojos que jamás podría olvidar. Y se había...alejado. Ojalá nunca lo vuelva a hacer, pensé. Todo terminaría mal si eso sucedía.

Entré a mi habitación en una nebulosa que no me dejaba ver el camino. Acababa de defender a mi hermano y de pronto, lo odiaba de nuevo.

Me tiré en la cama no sé si para pensar o para evitar hacerlo. Mamá era otra de las víctimas de lo que había sido alguna vez el amor entre Bill y yo. No quería que hubiese más víctimas. Lo que había sido, ya no era más. Entonces, ¿por qué pelear por ello? No valía la pena ni tenía ganas.

Papá, ¿me ayudas a hacer la tarea? —me preguntó mi hija entrando a mi habitación.

Sí, hija —le respondí y bajé con ella para ayudarla.

Bill estaba en el sillón del living leyendo ese libro que se supone se llamaba “Meine Engel”.

Mientras estaba ayudando a Maia con sus deberes, sentía que mi gemelo me observaba a cada rato. Idiota, pensé.

Llegó la noche y todos nos fuimos a dormir. En realidad, yo simulé haberme ido a dormir. Me quedé un rato en mi habitación y luego bajé, me abrigué y salí de casa. Quería fumar, pensar. Pero antes de empezar a pensar, me subí al Cadillac y manejé. No había nadie en la calle. Y tampoco en la playa. Estaba desierta como siempre. Desierta como aquella vez. Desierta como cuando el reencuentro con Bill era una de las mejores cosas que me había pasado. Esa noche la playa desierta estaba llena. De amor, por supuesto. O de lo que parecía amor en su momento. No podía creer cómo alguien podía simular tan bien que amaba.

Fumaba y el humo del cigarrillo hacía nubes que se iban alejando con el viento. Pensaba que así se había esfumado nuestro amor. Duró lo que dura un cigarrillo. Pero el tabaco estaba en mis pulmones. Y Bill estaba en mi corazón. Aunque lo negara, o aunque simulara odiarlo, o aunque me engañara a mí mismo, él seguía en mi corazón.

Como un nene escribí en la arena. Y vi cómo mis palabras eran borradas poco a poco.

Perdí la noción del tiempo, por lo que estuve dos horas allí. Volví a casa y abrí la puerta intentando no despertar a nadie. Especialmente, no quería que Bill se levantara. Estaba seguro de que si lo veía, le diría que estaba en mi corazón y que jamás lo podría sacar de ese lugar. Y ello no era buena idea en absoluto.

Subí las escaleras sigilosamente, cual si fuera un ladrón por cometer un delito. Me acerqué a la habitación de mi hermano y su puerta estaba entrecerrada. ¿Qué hago aquí?, me pregunté. Pero esa pregunta no fue de gran importancia para mí. Empujé la puerta despacio para que no entrara mucha luz y despertara a mi hermano. Este estaba durmiendo. Era hermoso. Parecía el mismo Bill del que yo me había enamorado. Se veía tan frágil, tan indefenso, tan angelical que me vinieron unas repentinas e inesperadas ganas de abrazarlo. Quería sentir a Bill como antes. Quería saber que me amaba y que nunca me dejaría por nadie, por ninguna Candy, por ningún Andreas, por ningún obstáculo que se nos cruzara en el camino. Sin embargo, las cosas no eran así. Pensar en ello me llevó a tirar la puerta hacia mí para cerrarla con algo de brutalidad. Afortunadamente, la detuve a tiempo antes de que se golpeara.

Fui al baño, me lavé los dientes y me fui a dormir. Seguramente, eran más de las tres de la mañana.

Bill me abrazaba, me miraba con ojos enamorados. Rozaba sus labios con los míos y yo podía sentir su sabor. Era un sueño. Era lo que más quería. O era una pesadilla. O era terrorífico. Me abrazó más fuerte, como si nunca fuera a separarnos nada. Tomó mis manos. Las de él estaban tibias; las mías, frías. Claro, recién había vuelto de la playa.

¿¡Recién había vuelto de la playa!? Pegué un salto y me desperté. Mi hermano estaba acariciándome, mirándome con ternura como si fuésemos los amantes perfectos.

Me tomó un par de segundos darme cuenta de que él se había metido en mi cama.

Me enderecé exaltado.

¿Qué haces aquí? —aullé en un susurro para no despertar a Maia.

Bill sólo se quedó mirándome, sin saber qué decir.

Te vi en mi habitación. ¿Qué hacías? —me preguntó cambiando de tema.

¡Vete de a...quí! Imbécil. ¿Quién te dio permiso para que te metieras en mi cama?

Comencé a pegarle almohadazos para que se fuera.

Espera, Tom.

Di tus últimas palabras.

Perdóname. No quise...Quiero recuperarte.

Ve a hacerte ver por un psicólogo y luego me vuelves a hablar. ¡Idiota!

Bill dio media vuelta y se retiró de mi habitación. Acomodé la cama que me había desarmado el cara rota de mi hermano y me dormí. Tenía sueño. El mar me había relajado pero Bill, como siempre, se llevó cada resto de tranquilidad. Le estaba tan agradecido que tenía ganas de matarlo.

 

Capítulo LXVI: “Dime cómo hacer para olvidarte”

 

... Tú nunca abrirás tu corazón nuevamente...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=L1sn_XatWUQ ]

 

A la mañana siguiente, me levanté y llevé a Maia al jardín. Luego, fui a Taekwondo y esa fue mi rutina, igual a la de todos los días.

Cuando volví a casa, no pude evitar recordar el embarazoso y desagradable momento que me había hecho pasar mi ex gemelo la noche anterior, ya que lo vi haciendo la comida.

Estoy haciendo hamburguesas con queso, como te gustan a ti —explicó él.

No tengo hambre. Tú me lo quitaste anoche.

Perdón, pensé que me querías.

No sabía que ahora por querer a alguien hay que acostarse en camas ajenas —susurré para que Maia, que estaba en el living, no escuchara.

Como te vi entrar a mi habitación pensé que a lo mejor querrías hablar conmigo. ¿Sabes? Antes hubieses amado que yo entrara a tu cama y te acariciara.

Antes, antes de que me engañaras, me mintieras y me dejaras. Antes de que rompieras tus promesas. Si hubiera sabido que todo terminaría así me hubiera casado con Melany. Seguramente, hoy estaría viva con un hijo, nuestro hijo, y feliz conmigo. Pero me jugué por ti y ese fue el peor error de mi vida.

Bill se dio vuelta, intentó cocinar, pero al ver que sus ganas se habían esfumado revoleó todo y se fue arriba. Sabía que le habían dolido mis palabras iracundas. Mas él debía pagar por todo el daño que yo tenía en mi interior.

También subí como si quisiera ir detrás de él. Sabía que en un rato debía bajar para hacerle la comida a Maia, pero igual subí. Mi hermano salió de su cuarto y me miró.

Discúlpame. Nunca quise que tú pasaras por todo esto. Me siento mal. Quiero arreglar las cosas pero ya es tarde; tú nunca abrirás tu corazón nuevamente. Y lo lamento tanto, de verdad.

Yo también lo lamento.

Sin pensarlo, sin detenerme a usar mi cabeza y pensar por un momento, lo estreché entre mis brazos. Él se quedó atónito, pero luego estiró sus brazos y rodeó mi cintura, apretando su cabeza contra mi cuello.

Al cabo de unos segundos, levantó su cabeza y me observó detenidamente. Sus ojos penetraron en los míos. Los míos, en los de él.

Siempre serás el único en mi vida —le expliqué, lo solté y bajé.

Es la última vez que hago eso, pensé. No debía dejar al descubierto mis sentimientos. Ni con Bill, ni con nadie. Si alguien llegaba a enterarse de que él y yo...nos hablábamos, o aún peor: que nos abrazábamos, podría llegar a morir de la vergüenza. Nadie debía saber que aún entraba un rayo de luz por una ventana que estaba completamente cerrada. Bill era un asunto terminado. Una página leída, un capítulo terminado, una saga que concluia. Al menos para todos era así. Y no quería quedar como el bipolar que volvía con su ex infiel, mentiroso, frío y malévolo.

Le hice de comer a Maia, la llamé y fue a sentarse en la mesa para almorzar. Me senté allí también y almorzamos juntos, como padre e hija. Ambos felices, en cierto modo. Almorcé otra comida, no la que a mi hermano se le había ocurrido hacer. Dije que ya basta de cariñitos. Éramos hermanos y nada haría cambiar nuestra relación. Ni siquiera el pasado.

Bill se asomó a la cocina y masculló un “provecho” con su sonrisa triunfal tan característica en el rostro, la cual supuse que era por mis palabras. Mis ocultas, horribles y sensibles palabras. Sin embargo, afortunadamente, sabía que eran palabras del pasado que jamás volverían a repetirse. No, al menos, de mi boca.

Gracias —dijo mi nena devolviéndole a su tío una sonrisa.

De nada, preciosa —respondió mi gemelo.

Yo miraba hacia otro lado. No quería que mi mirada se encontrara con la de mi hermano. No veía razón por la cual eso debía pasar.

Tom, saldré. En un rato vuelvo —avisó Bill.

No me interesa nada que tenga que ver contigo, hubiese respondido. Pero no quería pelear frente a mi hija.

Bueno —fue mi pobre respuesta.

Maia, ¿quieres venir conmigo? —le preguntó mi hermano a su sobrina.

¡Sí! ¿Puedo, papi?

¿A dónde vas? —interrogué a Bill.

Después te digo. ¿Puedo llevarla?

Está bien. No vuelvan tarde.

No, Tom.

¡No, papá!

Los...Vayan, vayan.

Casi cometo el error de decir que los quería a ambos, cuando la verdad no era así. Sólo amaba a mi hija y a nadie más, o al menos no a Bill.

Aproveché que la nena no estaba para practicar algo de guitarra. La extrañaba. Ella era mi fiel compañera junto con Maia. Eran las mujeres de mi vida.

Después de dos horas, mi ex gemelo y mi hija regresaron. Escuché el ruido de la puerta y salí de mi habitación para asegurarme de que no eran ladrones quienes entraban a casa.

¡Hola, papá! —exclamó Maia abrazándome—. ¡Mira lo que me regaló el tío Bill!

Mi hija me mostró una bolsa repleta de juguetes.

Fuimos de compras —afirmó mi hermano mirándome emocionado por todo lo que había comprado.

A ver, hija, ¿qué te han regalado?

Ella corrió al sillón del living y allí me mostró sus regalos: una Barbie, una máquina para coser, un juego de mesa de batalla naval y un set de pinturas para maquillarse.

No sé cuál era la intención de Bill de comprarle a Maia tantos juguetes. Si quería impresionarme, no lo había logrado en absoluto. Y si quería hacerse el tío ejemplar, no le salía, porque podría haber elegido ser un buen padre y no un buen tío.

¡Qué feliz me pone que tu tío te haya comprado tantas cosas! —exclamé sarcásticamente, pero disimulando mi sarcasmo con Maia.

Bill se enfureció, mas calmó su ira y me respondió:

También traje algo para ti.

I do not want any of your stupid gifts.

No quiero ninguno de tus estúpidos regalos, le respondí en inglés para que Maia no supiera que odiaba a mi hermano.

Amagó a sacar de la bolsa algo y le retuve la mano.

¿No entendiste? —le pregunté entre dientes—. Después me das el regalo, Bill.

Bueno —dijo y sonrió falsamente.

¿Por qué no lo quieres ahora, papi? —se escuchó la voz de Maia.

Porque antes quiero adivinar qué es.

Adivina entonces —me dijo Bill.

Después, ahora me voy a hacer lo que estaba haciendo. Vamos, Maia, tienes que bañarte —cambié de tema, al igual que siempre lo hacía para escapar de todo lo que tuviese que ver con mi hermano.

Y si me baño, ¿vas a adivinar lo que te trajo el tío?

Sí, nena —mentí.

¡Me voy a bañar entonces! —gritó mi hija subiendo las escaleras.

Me di la vuelta antes de que Bill pudiese dirigirme la palabra. Sin embargo, eso era casi imposible.

Te compré un camafeo —escuché a lo lejos.

Me detuve un segundo, no obstante, continué mi marcha. Sentí pasos detrás de mí. Me tocó la espalda.

Aunque sea acéptamelo como los hermanos que somos —me pidió Bill.

Si el camafeo es para los hermanos, cómprale también uno a Max.

Se adelantó y se puso en frente de mí.

Pero te lo di cuando éramos gemelos. Acéptalo, por favor.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y derramó algunas. No podía soportarlo, no podía verlo llorar. Era demasiado triste y hermoso. Demasiado insoportable y perfecto. No sabía qué hacer. ¿Qué se puede hacer cuando ves llorar a la persona que más amaste en el mundo, pero por la cual sufriste tanto?

Mi rostro confundió las cosas y lloró.

Le arranqué el camafeo de sus manos y subí llorando hacia mi habitación. Era un estúpido, un gran estúpido que no tenía otra cosa que hacer más que llorar por el infeliz que había hecho de su vida una miseria. O quizás sólo era un hombre enamorado que moría por abrazar al amor de su vida.

Me coloqué detrás de la puerta. No podía parar de llorar. Respiraba tan fuerte que sentí que podía escucharse hasta el piso de abajo de la casa. Miré el camafeo y si no era una réplica del anterior, era el mismo de antes, rescatado de la fuente de Tokio. Lo examiné atrás y tenía talladas las palabras: “Te amo”. Eran casi ilegibles.

Pensé que era una ilusión óptica pero lo volví a mirar y las letras no se borraban de allí. Realmente él había hecho tallar esas dos palabras en el camafeo. Las palabras parecían salir de una pared. Carecían de sentido para mí. Eran cinco letras vacías, fuera de contexto y de la realidad. Estaban basadas en un acto ficticio. Él no me amaba. Y si había alguien que lo podía confirmar, era yo.

De todas formas, decidí conservarlo. Si me arrepentía, se lo devolvía y sino... Seguramente me arrepentiría.

Me alejé de la puerta y me senté en la cama. Me limpié las lágrimas y alguien llamó a mi habitación, como si estuviera esperando que terminara de lamentarme.

 

Capítulo LXVII: “Tú perdiste”

 

...Un perdedor sin vida...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=JzbmCpNyC-A ]

 

Papi, ya me bañé —dijo Maia después de abrir la puerta de mi cuarto.

Bueno, hija.

¿Vas a adivinar lo que el tío Bill te trajo de regalo?

Ya adiviné y me lo dio, nena.

Oh, yo quería estar presente —dijo ella cruzando sus brazos.

Vamos a peinarte.

Fui al baño con Maia para peinarla. No tenía mucho cabello, así que la tarea no era ardua en absoluto.

Hola, tío —saludó mi hija.

No tenía idea por qué ella había saludado. Pero cuando miré al espejo, Bill estaba parado allí, en la puerta, mirándonos a ambos. Sonreía. Lo miré por medio segundo y luego bajé la cabeza para continuar peinando a mi hija.

¿Puedo? —me preguntó mi hermano.

¿Ah? —le interrogué desconcertado.

¿Puedo peinar a Maia?

No —respondí sin pensarlo una vez siquiera.

¿Por qué no, papá? —cuestionó Maia entrometiéndose.

Le di el peine a Bill de mala gana y me retiré del baño. Las cosas no se quedarían así. Maia no impediría que mi hermano no fuese maltratado. O le decía a mi hija que estábamos peleados, o le pedía a mi hermano que no se entrometiera más en nuestra vida familiar. La segunda opción sería la más fácil. No me costaba pelear con Bill una vez más. Al contrario, estaría encantado de hacerlo.

¡Maia! ¡Cuando termines de peinarte, ven! —exclamé desde abajo.

Se oyeron pasos que bajaban la escalera y mi hija apareció a mi lado. Como el idiota no podía quedarse en otra parte, vino pegado a Maia.

¿Quieres ir al parque de diversiones? —le pregunté a mi nena.

¡Sí!

Bueno. Sabía que dirías eso. Ve a buscar tus zapatillas así te las pongo y nos vamos —le expliqué sonriente.

Ella salió corriendo hacia arriba a la velocidad de la luz. Estaba emocionada. Sabía que le encantaba ir a lugares que nunca había ido. Su emoción me hacía feliz a mí.

Mi hermano me miró otra vez y sonrió.

Bill, quiero hablar contigo —le dije un poco nervioso, quién sabía por qué.

Quizás estaba nervioso porque odiaba hablar con él. Era como conversar con un extraño. No sabía quién era él.

Bill se quedó un poco anonadado al oír mis palabras. No podía creer que yo le hubiese hablado sin agredirlo. Y tampoco podía creer que yo le hubiese dicho algo así. Creo que pensó que yo quería decirle algo demasiado bueno. Qué equivocado que estaba.

Sí. Nos sentemos acá —me respondió sonriente—. ¿De qué quieres hablar?

Ni te ilusiones porque no es nada bueno lo que te voy a decir —le advertí acabando con todas sus esperanzas.

Tomé asiento mientras mi hermano cambiaba por completo los gestos de su rostro. Ahora se había asustado un poco. Temía por lo que yo le fuera a decir. Y esa era la actitud que yo quería que tuviera.

¿Qué pasa? —me cuestionó sacando un cigarrillo.

Esperé a que lo encendiera para hablar. Estaba nervioso él también. Lo sabía. Eso era lo que lo llevaba a fumar como chimenea: sus nervios.

Quiero que te dejes de entrometer en mi vida con Maia. Ella no es tu hija. A ver si lo entiendes de una buena vez.

Pero soy su tío, Tom.

Pero estamos peleados. No puedo hacer de cuenta que no lo estamos, Bill. Ella se va a dar cuenta tarde o temprano de que yo no te aguanto. Y no quiero que crezca en un ambiente de peleas. Ya demasiado ha tenido con sus padres de sangre como para tener un padre y un tío agresivos. Quiero que no le hables cuando esté con ella.

Tom, no puedo. Ella es mi sobrina. Yo la quiero como si fuera mi hi...

¡Tú no la quieres como a una hija! —grité enfurecido y sacado de quicio.

Intenté calmarme y volver a mi estado normal.

Si tú la hubieras querido como a una hija...No me hagas hablar —dije con los ojos empapados.

Él nunca quiso adoptar a nadie. Él me había dejado porque no quería adoptar. Entonces que no viniese a mentirme de esa forma.

Me levanté del sillón.

Sólo aléjate de nosotros. Somos una familia de dos. Tú no estás en ella. O te alejas o te vas de esta casa. Tú elijes.

Me di media vuelta y subí para buscar a Maia.

Vamos, hija —le dije sin poder ocultar la ira que llevaba dentro.

Bueno, papi.

Bajamos para retirarnos y Maia se acercó a Bill para despedirse de él.

Adiós, tío.

Mi hermano dio vuelta su rostro, miró a mi hija y pude notar que estaba llorando. Me sentí culpable y un poco triste.

¿Estás llorando, tío Bill?

Sí, Maia. No importa la razón. Ahora ve con tu padre porque se les va a hacer tarde.

Sí, tío. No llores —dijo ella mientras lo abrazaba.

Maia lo soltó y vino a mi lado. Miré a mi hermano pero él no lo hizo. Salimos de casa y cerré la puerta. A veces deseaba regresar el tiempo y cerrar la puerta aquella que permitió que entrara Bill a mi corazón. El amor era un fracaso. Era un pensamiento que compartíamos mi ex gemelo y yo. No había peor sentimiento de tristeza que el de enamorarse.

Fuimos, Maia y yo, al parque. Ella se divirtió, yo no. Me sentía pésimo, como cada día de mi vida —muerte— después de que Bill había dejado. Era horrible vivir así. Pero no había salida. Debía mantenerme con vida por Maia, quien me veía respirar sin darse cuenta de que yo estaba muerto hacía mucho tiempo atrás.

El parque quería matarme. Familias, familias y más familias. Todos allí eran felices. O al menos tenían a alguien que los quería. Yo no sólo no era querido por nadie excepto Maia, sino que me odiaba a mí mismo. ¿Quién no se odiaría si en vez de quedarse con la vida feliz que tenía eligiera sufrir incansablemente? Sólo un tonto se querría. Yo no podía creer aún que alguien hubiese terminado con el gran ego que solía tener. Ni siquiera sabía que eso era posible. Sin embargo, lo era ya que Bill lo hizo desaparecer, lo quemó y sopló las cenizas. Ahora yo era una persona sin ego, que no se quería, que se odiaba y que odiaba vivir. Un perdedor sin vida. Sin mujeres. Necesitaba a una de ellas que me diera vida, alegría y que me ayudara a juntar los pedazos de mi ego para luego reconstruirlo. Eso tenía que hacer: buscar a la mujer que me hiciera olvidar a Bill. Y lo haría. La buscaría. Y el que busca, encuentra.

Veía cómo Maia jugaba con otras niñas en un pelotero.

¡Cómo juegan! —exclamé hablándole a una mujer de mi lado que parecía observar a su hija.

Sí, les encanta hacernos gastar plata —contestó ella sonriente.

Sonreí y continué la conversación:

Soy padre de Maia —expliqué señalando a mi hija.

Yo madre de Cassandra —replicó ella señalando a su hija.

Hermosa —contesté—. Las invito a tomar un helado. ¿Le parece? Yo, Maia, usted y su Cassandra.

Llegaba de nuevo. El Tom que había muerto, resucitó. El mujeriego había regresado. Basta de abstinencia. Basta de amar a un idiota que no se lo merecía.

Bueno, supongo que no tiene nada de malo —respondió ella sonriente—. Me llamo Anette.

Soy Tom —le dije mientras estiraba mi mano para saludarla—. Gracias por aceptar mi invitación.

De nada, Tom.

Nos sentamos en un banco que había allí en el parque y nos pusimos a charlar. Su nombre completo era Anette Moore. Tenía treinta años, era madre soltera y sólo tenía una hija. Al parecer, no tenía un buen concepto de “enamorarse”, al igual que yo. Gran coincidencia.

Yo le expliqué que Maia era adoptada. Ella se sorprendió y me felicitó por ser un hombre con sentimientos. Hubiese deseado explicarle brevemente cuánto lamentaba tenerlos.

¿Y por qué adoptar y no tener hijos? —inquirió ella realmente intrigada por el tema.

Porque mi ex pareja no podía tener hijos. Se suicidó antes de conocer a Maia. Faltaba una semana para que la conociera.

Mentí, mezclé algo de mi vida y quise dar lástima. Si tenía que hacer que las mujeres se enamoraran de mí por lástima, lo haría. Sólo quería tener alguien que me molestara las veinticuatro horas, con tal de que no fuera Bill quien lo hiciera.

Oh, cuánto lo siento —expresó ella horrorizada—. Disculpa, no quise meter la pata.

Está bien. Uno tiene que aprender a vivir con el dolor —hice una pausa—. Lo único que me mantiene vivo es ver respirar a Maia.

Lo mismo digo yo. El padre de Cassandra me embarazó y se fue. Ni siquiera la vio una vez. Y tampoco quiero que lo haga. Infeliz...

He conocido a tantas personas desalmadas... Deberían morir todos juntos en una hoguera.

Andreas, Candy, y sobre todo, Bill. Ellos entraban en mi lista de personas desalmadas.

Sí —asintió ella mientras reía.

Miramos ambos al pelotero y les hicimos señas a nuestras hijas de que vinieran.

Maia, ¿quieres un helado? —le pregunté a ella cuando ya se había acercado a mí.

¡Sí, papi!

Bueno, vamos a ir con ellas dos: Cassandra y Anette.

Hola —saludo mi hija.

Hola, preciosa —respondió Anette—. Vamos, hija, a tomar un helado.

¡Sí! —exclamó Cassandra.

Los cuatro nos dirigimos hacia la heladería. Ya casi parecíamos una bella familia. Sólo esperaba que Anette no fuera como Melany. Ni loca ni demente. Eso era lo único que pedía.

 

Capítulo LXVIII: “Borrando el pasado”

 

...había sufrido las desdichas del amor...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=—Q6kGgVWmo8& ]

 

Llegamos a la heladería y pedí cuatro helados. Los pagué yo, no me interesaba el dinero. Además, debía ser bueno con la madre de Cassandra y su hija. Anette me quiso devolver el dinero de su helado y del de su niña pero no acepté. Le dije que yo las había invitado y que pagaría. Ella me sonrió y me agradeció.

Eres un buen hombre, Tom. Eso se nota a tres mil kilómetros —me susurró ella mientras caminábamos sin rumbo.

Ojalá lo hubiese notado Bill, pensé.

Gracias. Tú eres una mujer increíble y hermosa.

Me haces ruborizar —dijo ella riendo.

Reí también yo.

Sería en vano preguntar si quieres ir a la casa de un extraño, ¿no? Soy famoso así que puedes fijarte en Internet si soy bueno o malo.

¿De verdad eres famoso? —me cuestionó ella completamente sorprendida.

Sí. Soy el guitarrista de Tokio Hotel.

Ah, la verdad no conozco la banda. No escucho música moderna. Sin embargo, ahora me siento importante por salir con un famoso y avergonzada por no conocerte.

No te preocupes. Prefiero que no me conozcas. Me gustaría saber que alguien me quiere pero no por fama.

Me imagino. Debe ser difícil saber si alguien te quiere o no por tu dinero.

Sí. Esa es la parte fea de ser famoso. Oye, aún no me has contestado si irás a casa o no.

Bueno. Iremos un rato. Después tengo que ir a casa a limpiar y esas cosas que hacen las amas de casa.

Okay. Con un rato me basta.

Nos dirigimos los cuatro hacia casa.

Vivo con mi hermano. No le prestes mucha atención. Es un idiota —le advertí a Anette.

Ella rió y me preguntó por qué.

No lo sé. Simplemente nació así —respondí seriamente—. Ya estamos llegando a casa.

Supongo que tendrás una mansión.

Es aquella casa. No es la gran cosa —señalé subestimando a mi hogar.

Se ve hermosa. No me quiero imaginar por dentro.

Llegamos a casa y abrí la puerta. Mi corazón latía fuerte. Tenía miedo de que el estúpido de Bill dijera algo fuera de lugar.

¡Es increíble! —exclamó ella mirando hacia todos lados maravillada.

Bill oyó la voz de una mujer e inmediatamente se asomó desde su habitación. Como no se podía perder de nada, bajó y saludó:

Hola, soy Bill, hermano de Tom. Uno de sus trillizos.

Tomy, no me contaste ese pequeño detalle. Hola, soy Anette —saludó ella dándole la mano a Bill.

Un placer —dijo él y sonrió—. Maia, tienes una nueva amiga.

Sí, tío. Se llama Cassandra.

Hola —saludó la niña.

Hola —respondió Bill.

Papá nos llevó a tomar un helado —comunicó mi hija.

¡Qué bien por ustedes! —exclamó mi hermano sarcásticamente.

Por suerte, sólo yo me di cuenta de su sarcasmo.

Ven, Anne, te llevaré a conocer mi casa —le expliqué tomándola de la mano para que Bill se muriese de bronca.

Y mi plan funcionó. Pude notar cómo su cara se transformaba en dolor. Ahora quién es el que te deja por otra, pensé.

Le mostré la cocina y el patio. Le gustaba mucho mi casa. Nunca había visto a nadie que se sorprendiera de la forma en que ella lo hizo. Parecía ser que su casa distaba de ser como la mía.

A este patio le falta una hamaca y un tobogán. Tienes una hija, deberías aprovechar semejante patio.

Tienes razón. No había pensado en ello. Quizás le ponga un patio de juegos. Así podrán Maia y Cassandra jugar.

Sería genial.

Él es Scotty —le presenté a mi perro.

Hola, Scotty. Eres hermoso.

Las niñas se quedaron jugando en el patio con la mascota y nosotros dos entramos a casa.

Ey, gracias por el día que nos has hecho pasar. Hacía mucho nadie nos invitaba a tomar un helado —explicó ella.

De nada. Para mí también fue un día diferente. Hacía mucho no salía y me reía como hoy. Espero que sigamos compartiendo momentos como este.

Por mi parte sí. Cuando quieras.

Y por la mía también.

Bueno, Tom, me tengo que ir. Se me va a hacer tarde.

Okay. Pero otro día te invito a cenar. ¿Aceptas?

Sí. Gracias de nuevo.

No hay por qué. Gracias a ti —agradecí y agregué—: ¿Me darías tu número de teléfono?

Por supuesto, Tom.

Ella me dictó su número telefónico y yo lo anoté en mi celular.

¡Cassandra! ¡Vámonos! —exclamó luego ella para que su hija viniera hacia la cocina.

Maia vino junto con su nueva amiga.

Adiós, Cassandra —saludó mi niña.

Adiós, Maia.

Ellas se abrazaron.

Las acompaño hasta la puerta. ¿No quieres que las lleve hasta casa? —pregunté amablemente.

Está bien, Tomy, no te quiero molestar.

Pero no es molestia de verdad. Sería un placer para mí alcanzarlas hasta su casa.

De verdad, Tom. No te preocupes. Queda cerca.

Si tú dices.

Las acompañé hasta la puerta junto con Maia, nos despedimos y ellas se fueron.

Tú y ella hacen linda pareja —me dijo mi hija.

Oye, eres muy chica para andar hablando de esas cosas. Ahora te voy a agarrar.

Comencé a hacerle cosquillas.

¡Atrevida! —le decía mientras continuaba haciendo reír a mi hija.

La alcé y le dije que tenía que tomarse un baño.

¿Otra vez, papi?

Sí. Scotty te ha ensuciado entera, hija.

Oh —se quejó mi niña.

La cargué en brazos hasta arriba y la metí al baño.

Salí para buscarle ropa y cuando pasé por la habitación de Bill me di con que él estaba llorando. Quise seguir caminando pero mi empatía no me permitió hacerlo.

¿Por qué lloras? Te vas a deshidratar —le pregunté parado en el marco de la puerta.

No voy a aguantar que traigas millones de mujeres a casa. Me hace mal.

Tú no trajiste a una mujer, te fuiste con tu amante y me dejaste tirado como un perro. Agúantatelas. Esto no es ni un cuarto del daño que tú me has hecho —le dije y seguí caminando.

Cuando ya había buscado la ropa de Maia, caminé hacia el baño. Nuevamente pasé por la habitación de Bill y él estaba hablando por teléfono. Era Gustav. Me quedé a oír qué le decía a mi hermano.

Al cortar la llamada, Bill me dijo que el rubio quería saber si teníamos alguna canción más escrita. La grabación del CD tenía que ser dentro de dos semanas, así que para ese entonces debíamos tener escritas al menos dieciséis canciones.

Sólo tenemos cinco —me dijo mi hermano.

No te preocupes. Hoy puedo escribir algunas. Tengo suficiente inspiración como para escribir dos CDs.

¿Podemos escribir canciones juntos? —me preguntó Bill poniendo cara de tristeza.

Asentí con mi cabeza. Supuse que nada de malo tendría trabajar con él. No le hablaría más que para eso.

Él sonrió. Esa sonrisa no era buena señal. Sabía que algún día no podría resistirme a ella y agarraría a Bill para no soltarlo más. Mirar sus labios, desearlos y perderme en su mirada eran como un pecado para mi religión. Profesaba la religión “no volver a salir con Bill”. Y era muy estricto profesándola. A lo mejor algún día el amor ganaría sobre ella, pero no sabía si en esta vida o en otra. Perdonar a Bill no era una tarea fácil. Me llevaría décadas, quizás siglos poder perdonarlo.

Continué mi camino hacia el baño y le llevé la ropa a mi hija.

Avísame cuando hayas terminado —le dije.

Salí y me acerqué a la habitación de mi hermano para decirle que ya podíamos empezar a escribir las canciones.

Okay. ¿Puede ser con una condición, Tom?

Dime y te digo si sí o si no.

¿Puedes hacerme el favor de no pelear?

Voy a hacer lo que pueda.

Con eso me basta.

Bajamos y nos sentamos en la mesa con un par de papeles y una lapicera cada uno. Decidimos que elegiríamos un tema para escribir y partiendo de allí, comenzaríamos a tirar ideas. Tal como siempre lo hacíamos con Georg y Gustav.

¿Primer tema? —inquirió mi gemelo.

Amor.

Me parece bien. Puede ser sobre el perdón de un amor.

Estoy de acuerdo. Perdonar a un amor es más difícil que llegar al sol...

No la hagas tan exagerada. Sonará horrible. Perdonar a veces puede ser tu llegada a la felicidad eterna...

Y así continuamos con tres estrofas y por último, empezamos a crear el estribillo. En ese momento, Maia me llamó. Ya había terminado de bañarse.

Espérame —le dije a mi hermano.

Sí —respondió él.

Subí y mi hija ya se había bañado y cambiado. Estaba esperando que la peinara. La peiné por segunda vez en el día y le dije si quería jugar con Scotty o si quería ver cómo Bill y yo hacíamos canciones. Ella me contestó que quería estar con nosotros.

Bajamos y continuamos con el estribillo de la canción. Estaba terminada por fin. Luego continuamos con otra, y con otra y así llegamos a escribir tres canciones más.

Maia se había dormido en el sillón del living. Estaba cansada y ya eran como las once de la noche. Además, era domingo y al día siguiente tenía clases. Bill y yo habíamos trabajado duro y pensábamos hacerlo por un par de horas más. Queríamos escribir el máximo de canciones que pudiéramos. Como le había dicho a Bill, yo tenía inspiración para mucho tiempo más. Nunca cuando lanzamos un disco había estado enamorado ni había sufrido las desdichas del amor así que esta vez la inspiración brotaba por mis poros. 

Capítulo LXIX: “Catástrofes sentimentales”

 

...Sólo alguien loco volvería con mi hermano...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=gRqxJ69wcjo& ]

 

¿Puedo preguntarte algo? —me cuestionó Bill—. Sin que te enojes, por favor. No quiero arruinar el momento pacífico que estamos teniendo.

Si tiene que ver con nosotros no.

No, no.

Dime entonces.

¿Te molestaría si cargo a Maia hasta arriba? Es para que no duerma incómoda allí en el sillón. No es por otra cosa —se atajó antes de que yo le dijera algo.

Bueno. Voy contigo —respondí poniéndome de pie.

Bill levantó a Maia entre sus brazos y la subió hasta su habitación. Yo lo seguí. La dejó en su cama, la tapó y la besó en la frente.

A veces puedo ser un buen padre —susurró mi hermano.

Pero rechazaste serlo, por ende, no puedes ser un buen padre —le contesté.

Besé a Maia también en la frente y salimos ambos de la habitación. Le apagué la luz a mi hija, cerré su puerta y seguimos hablando.

No lo hice, Tom. Me lo ocultaste y eso hizo que no aceptara la adopción.

Vamos, tú y yo sabemos que eso es una mentira. No quisiste adoptarla porque no me querías más. Y porque tenías amante.

No podía tener una hija contigo y salir con otra persona.

Ni siquiera querías adoptar. Por más que hubieses estado conmigo, no la hubieras aceptado.

Tú que sabes, Tom.

Demasiado.

Ambos bajamos las escaleras para continuar con la composición de canciones.

Si pudiera volver el tiempo atrás me quedaría con Maia y contigo —confesó Bill cuando ya nos habíamos sentado nuevamente.

No sabía si contestarle un insulto, un halago o qué.

Deja de chuparme las medias, Bill. Que digas eso no hará que estemos juntos otra vez.

¿Y qué hará que estemos juntos otra vez?

Quise pararme y correr hacia mi cuarto. Me tranquilicé e intenté contestarle sin evadir la pregunta, sin matarlo.

No lo sé. ¿El destino? ¿Tu sonrisa?

¿Mi sonrisa? —preguntó él algo confundido, pero feliz.

Sí. Es mi talón de Aquiles.

Él se ruborizó.

Pensé que ya nada de mí te atraía, o te gustaba.

Bill, para que te quede claro, yo te...quiero igual que antes. Con la diferencia de que ahora lo hago odiándote.

Él rió. Yo también. Y ambos nos detuvimos para quedarnos mirándonos fijamente. Luego de unos segundos interminables de miradas ardientes, mi mirada fue la primera en bajar.

Bill apoyó su mano sobre la mía, la cual se encontraba en la mesa.

Te amo. Jamás he hablado más en serio en toda mi existencia —me dijo él.

Mi voz estaba quebrada. Quise hablar pero no podía emitir sonido alguno. Mi debilidad era Bill.

¿Siquiera podrías considerar la posibilidad de estar juntos? —me preguntó con los ojos llorosos.

¿Y cómo me aseguro de que no me vas a dejar por alguien más?

Tomy, ese fue un error que jamás volveré a cometer. Estar contigo es mi única fortaleza y felicidad, nada más me hace feliz. Ya comprobé que sólo te he amado a ti y te amaré a ti por el resto de mi vida. No necesito a nadie más. Dudé en el pasado del amor que tenía hacia ti, sin embargo, eso ya se acabó. Nunca más volveré a dudar. Te amo más que a nadie en esta tierra y lo nues...lo mío, al menos, es amor verdadero.

Es tan difícil volver a confiar en ti. Yo solía pensar que la sinceridad era tu don, pero cuando te fuiste con Candy ni siquiera fuiste capaz de decírmelo.

Sólo te cuidaba. O quería hacerlo. No obstante, no me di cuenta de que te lastimaba. Y cuando lo hice fue muy tarde. ¿Me contestarías a mi pregunta?

Si te digo que sí, ¿me dejarás de molestar?

Sí —respondió él ansioso por escucharme.

Está bien. Podría ser que llegue a considerar la posibilidad de estar juntos.

Él abrió sus ojos gigantes y quiso preguntar:

¿En...?

Shh —le dije tapándole la boca—. No se habla más del tema.

Deseaba despertarme de esa pesadilla y darme cuenta de que no había sido yo quien le había dado un sí a mi hermano, a ese que me había traicionado, cambiado e incluso insultado. Le daba la mano al enemigo porque estaba enamorado de él. Lo había hecho feliz, pero yo no lo estaba. Sólo estaba feliz mi corazón, ya que mi mente gritaba que la escuchara, que no cayera en el mismo error de enamorarme y que me destruyeran.

Estaba loco. Sólo alguien loco volvería con mi hermano. Y por ello quería arrepentirme. Sin embargo, no lo hacía. Ni medio indicio de arrepentimiento aparecía en mí. ¿Cómo le diría que no si no me arrepentía de haberle dicho que sí?

Perdí mi concentración por completo.

¿Hola? ¿Llamando a tierra? —me dijo Bill sacándome de mis pensamientos.

Disculpa, sigamos con las canciones.

No puedo —me respondió.

¿Cómo que no puedes? —le pregunté sorprendido.

Tu sí me ha hecho distraer —contestó sonriendo.

Y a mí ni te cuento, pensé.

Basta. Concentrémonos —dije como si pudiera hacerlo—. Estábamos en que...

Continuamos haciendo canciones. Hicimos dos más y ya estábamos exhaustos. Yo había comenzado a bostezar y no podía detenerme.

¿Vamos a dormir? —le pregunté a mi hermano.

¿Juntos?

Ni lo sueñes —repliqué y le dije—: Adiós.

Me encaminé hacia mi habitación.

Adiós, Tomy —me saludó Bill desde atrás—. Gracias por responderme que sí. No tienes idea de lo mucho que me importas.

Me había detenido para escucharlo. Sus palabras me hicieron sonreír. Y eso no era algo positivo. A decir verdad, nada de lo sucedido en el día había sido positivo. Hablar con Bill, reflexionar con él, escribir canciones con él era absolutamente negativo. Tan negativo como el comienzo de mis pesadillas. Al final, ellas que se habían convertido en sueños, terminaron siendo lo que eran en un principio: pesadillas. Estar con Bill, indudablemente, era un mal sueño.

Subí las escaleras y me encerré en mi habitación. Oí que mi hermano hizo exactamente lo mismo. Me acosté para dormir y lo más probable sería que no lo pudiese hacer por pensar en mi ex gemelo y en todo lo que había pasado entre ambos. Sin embargo, pude dormirme apenas apoyé la cabeza en mi almohada.

Papi, papi —me llamó mi hija zamarreándome a alguna hora de la madrugada.

¿Qué pasa, nena? —le pregunté con los ojos entreabiertos.

Escuché un ruido en el patio. Tengo miedo. ¿Puedo dormir contigo?

Sí, hija. Ven aquí con papá.

Le hice un lugar en mi cama y ella se metió bajo mis sábanas. La abracé para que ya no tuviese más miedo. Cerré mis ojos para dormir y nuevamente me despertaron. Bill había abierto la puerta de mi habitación de una forma brusca y violenta.

¡Tom! ¡Maia! —exclamó él en un susurro.

Dejé mi sueño de lado y abrí mis ojos como contestándole.

¡Tom, esto es urgente! —me dijo para alarmarme.

¿Qué pasa? —pregunté dándome cuenta de que algo grave ocurría.

Algo sucede. Acabo de escuchar un ruido en el patio.

Maia también oyó algo.

Mi hija, al escuchar su nombre, abrió los ojos.

¿Qué pasa, papi? —me cuestionó ella asustada.

Nada, nena, tranquila.

Me levanté de la cama y miré a través de mi ventana si había alguien afuera. No se veía nada. Todo estaba oscuro. La luz alumbraba un poco pero eso no era suficiente para ver todo el patio.

¿Qué clase de ruido escuchaste? —le cuestioné a mi hermano.

No lo sé. Un ruido como si alguien se hubiese caído después de saltar la tapia.

Tú, hija, ¿qué ruido has oído? —le pregunté también a ella.

No sé, papi. Sólo escuché un ruido.

Está bien, Maia. No te preocupes.

Scotty comenzó a ladrar. Otro suceso que no era agradable en absoluto. Bill y yo abrimos los ojos grandes. Estábamos asustados. Sobre todo, tenía miedo de que le pasara algo a mi hija. No dejaría que nadie le hiciese daño. Eso sucedería sobre mi

cadáver.

Bill, ocúltate con Maia. Iré a ver qué sucede —le susurré mientras me dirigía hacia la puerta de mi habitación—. No prendas la luz por nada del mundo.

Ni se te ocurra —me dijo él deteniéndome del brazo—. No irás. Mucho menos solo. No quiero que te pase nada. Y Maia tampoco lo quiere.

Bill, si no salgo a ver que hay allí afuera, algo malo sucederá. Y no quiero que les pase nada. Por favor, no te pongas en difícil ahora.

Saldré yo. No tengo a nadie que me quiera. Mi vida es inútil. Si me pasa algo, no importa.

Yo los quiero a los dos —se entrometió Maia.

Oh, hija, ya lo sabemos —le respondí cariñosamente.

Llamemos a la policía —me dijo mi hermano.

Bill, se van a tardar como quince minutos. Ya nos podría haber pasado cualquier cosa para ese entonces.

No seas exagerado. Llamaré —dijo él tomando su teléfono celular.

Marcó el novecientos once. 

 

Capítulo LXX: “Fortaleza y fuerza”
 
... Era el más fuerte...”
 
¿Hola? ¿Cuál es su emergencia?
Mi hermano, su hija y yo oímos ruidos en el patio trasero de nuestra casa. Y nuestro perro no deja de ladrar.
¿Cuál es su dirección?
Gartenstrasse 4451.
Estaremos allí en unos instantes —le respondieron a mi hermano y cortó la llamada—. Ya vienen.
En un par de horas —me quejé—. Hija, si algo sucede, corres a ocultarte debajo de la cama, ¿sí?
Sí, papi.
No te asustes, estaremos todos bien —agregó Bill para que mi niña no tuviese miedo.
Mi hermano se acercó a la ventana. Sólo asomó un cuarto de su cabeza para que nadie lo viese.
¿Ves algo? —le pregunté aterrado.
Me hizo un gesto negativo con su cabeza y luego se sentó en la cama.
Saldré. No esperaré a que venga la policía —dije y salí de mi habitación.
Tenía miedo. Mas debía enfrentarlo para defender a Maia y a Bill. Era el más fuerte de la casa, por lo tanto, mi función consistía en protegerlos.
Bajé las escaleras sigilosamente. Miré hacia atrás para ver si mi gemelo o mi hija se asomaban por mi habitación pero no. Afortunadamente, no lo habían hecho.
Los ladridos de Scotty retumbaban por toda la casa. Llevaba varios minutos ladrando. Era extraño que él hiciera eso. Jamás ladraba tanto tiempo sin parar.
Cuando bajé las escaleras por completo, tomé una botella de whisky que había en el living y la llevé conmigo por las dudas. Se la partiría en la cabeza a quien fuese que había venido a irrumpir en mi hogar y alarmar a los habitantes de él.
Me asomé a la cocina. Por la ventana de vidrio no se veía nada. Ni Scotty, ni personas. Nada.
Luego, en vez de asomarme, caminé hacia la ventana de vidrio. Mis manos temblaban. Estaba aterrorizado. Por más que me hubiese gustado morir, no lo quería hacer. Debía cuidar a Maia. Ella era mi razón de vivir.
Volví a echar una mirada a través del vidrio. No podía localizar a Scotty. Quería saber a quién le ladraba.
Antes de salir, dejé la botella en la mesa, me acerqué al cajón de los cubiertos y tomé el cuchillo más grande que había allí. Si alguien me quería atacar, no lo iba a lograr muy fácil.
Me acerqué a la ventana y, después de tomar fuerzas, abrí el vidrio. Me entregué a lo que viniese.
¡Scotty! —grité llamando al canino.
No hubo señales de mi perro. Sólo se continuaban escuchando ladridos a lo lejos.
¡Adentro! —se me apareció un hombre que me apuntaba con un arma.
Estaba encapuchado y vestido de negro.
¡Suelta ese cuchillo! —exclamó.
Detrás de él apareció otra persona, quien también tenía un arma en su posesión y una capucha en su cabeza. Ambos me apuntaron y no me quedó otra opción más que la de soltar el cuchillo.
Tenía miedo. Quería que Bill se quedara en su habitación con Maia y no salieran por nada del mundo. Así los ladrones se podrían llevar lo que quisieran sin hacerle daño a mi hija y a mi hermano.
Me empujaron con el arma hasta llegar al living y me acorralaron para gritarme.
¿Dónde está tu hermano? —me cuestionó el único ladrón que, al parecer, hablaba.
No sé de qué me hablas —respondí temblando.
Vamos, no soy estúpido. ¡¿Dónde está tu hermano?! —me gritó él nuevamente con el arma a dos centímetros de mi rostro.
No lo sé. Salió hace un par de horas. No tengo idea a dónde...
Un ruido interrumpió mis palabras. Era el de la puerta de mi habitación. Bill había salido de allí con las manos en alto, como si fuera un delincuente. Lo único que pedí en ese momento con todas mis fuerzas fue que Maia no se asomara por esa puerta y que no hiciera la misma estupidez que acababa de hacer mi hermano.
¡Aquí estoy! —exclamó Bill como si nadie se hubiese percatado de su presencia.
Vaya, vaya, mira quién ha aparecido —comentó el encapuchado.
Déjenlo en paz —les dijo mi hermano a los delincuentes.
Por un lado, admiré el valor de mi trillizo pero por el otro, quise matarlo.
El ladrón que parecía mudo, subió las escaleras y tomó del brazo a mi hermano. Luego lo apuntó con la pistola desde atrás.
Me enojé y quise avanzar hacia Bill.
No te muevas —me amenazó el hombre que poseía la pistola.
Ya lo secuestraron por mi culpa una vez, no lo harán dos veces, pensé. Corrí y me abalancé sobre el hombre armado, impidiendo que él se defendiese. Su compañero inmediatamente apuntó su pistola hacia mí, la cargó y cuando estaba a punto de dispararme, salió rodando por las escaleras. Bill lo había empujado.
Me quedé sorprendido pero no podía perder el tiempo mirando cómo caía el infeliz que había entrado para hacerle algo a mi hermano. Así que continué aplastando al otro delincuente para que no se moviese.

Bill bajó las escaleras, tomó la pistola del ladrón inconsciente y apuntó al hombre que yo tenía bajo mi cuerpo.

Ni te muevas —lo amenazó mi hermano.

La sirena de la patrulla sonó. Al fin habían llegado. Increíblemente, justo a tiempo.

Ve, Bill. Corre a abrirles la puerta antes de que estos infelices se escapen.

Mi hermano hizo lo que yo le pedí. Los oficiales entraron armados y apuntaron a quienes habían venido a arrestar.

Llévenselos —le ordenó el oficial a sus súbditos.

Espere, oficial —lo detuve aún sin salirme de encima del delincuente—. ¿Puede sacarles sus medias de la cabeza para saber quiénes son? Era algo personal —expliqué.

El oficial se acercó al hombre que había caído por las escaleras y le sacó su máscara.

¿Conoce usted a esta señorita? —me preguntó él.

Reí.

Claro que la conozco. Es la ex novia drogadicta y ladrona de mi hermano.

Bill se había quedado petrificado.

Permiso —me pidió uno de los policías para que me levantase y dejase en su poder al cómplice de Candy.

Con gusto —respondí y me levanté.

Ojalá que esté muerta —acotó Bill acercándose a mí.

Cállate. Ni me dirijas la palabra. Por tu culpa todos corrimos riesgo de muerte. Voy a ver si mi hija está bien.

Subí las escaleras enfadado con mi hermano, con su ex novia y con quien fuese el estúpido de su cómplice. Abrí la puerta de mi habitación y mi hija no estaba a la vista.

¿Maia? —pregunté para que apareciera si estaba escondida.

Ella salió del placard y corrió a abrazarme. Nos abrazamos de una manera que nunca lo habíamos hecho. Nos apretamos fuertemente. Ambos estábamos asustados. Yo por su bien y ella por el mío.

Hija, ya está todo bien —la tranquilicé.

Qué suerte que estás bien, papi. Teníamos mucho miedo de que te pasara algo.

¿Teníamos? ¿Quiénes?

El tío y yo.

¿Por qué? ¿Qué te dijo?

Que tenía mucho miedo de que te pasara algo pero que eras fuerte y seguramente no te pasaría nada. Y él tenía razón.

Bill no tenía razón. Él siempre pensaba que yo era fuerte. Fuerte para superarlo, fuerte para olvidarlo, fuerte para no amarlo. Pero mi amor por él se encontraba más allá de mi fortaleza. Y jamás podría superarlo, olvidarlo o no amarlo. No importaba con cuántas Candys hubiese estado para que yo fuese fuerte. Nunca lo sería.

Te quiero mucho, hija —le dije después de luchar con mis pensamientos.

Yo también, papi.

Siempre voy a estar para cuidarte, ¿sabes? Nunca te voy a dejar sola. Eres lo más importante de mi vida.

Bueno, papi. Yo también te voy a cuidar siempre.

Gracias, hija. Maia, quédate aquí, ¿quieres? Voy a ver si ya se fue la policía.

OK.

Abrí la puerta de mi habitación y salí para ver qué había sucedido allí afuera. Ya no había nadie. Ni policías ni delincuentes. Sólo quedaba mi hermano. Estaba sentado en el sillón, pensativo.

¿Ya se han ido todos? —le pregunté a Bill bajando las escaleras.

Él asintió con su cabeza y luego se paró del sillón.

Perdóname, Tom. Jamás quise meterlos en líos a ti y a tu hija. Es lo que menos quiero en el mundo. Aunque tú no lo quieras ustedes son mi familia y quiero cuidarlos. Perdón.

No tienes la culpa de haber elegido tan mal a tu novia —le dije sonriendo—. Ni para eso sirves.

Estúpido —me insultó revoleándome el almohadón que había en el sillón.

Tomé el almohadón del piso e hice lo mismo que él me acababa de hacer. Luego, me acerqué al sillón y saqué otro almohadón. Nos empezamos a pegar almohadonazos como si fuésemos dos niños del preescolar.

En cierto momento, tomé el almohadón y le pegué tan fuerte que cayó en el sillón. Él empezó a quejarse de dolor.

¿Estás bien? —le pregunté preocupado acercándome.

No, me duele aquí —se quejó él señalando su espalda.

A ver —me arrodillé frente al sillón para ver mejor la zona adolorida.

¿Te preocupa mi bienestar? —me preguntó mi hermano menor enderezándose.

Su rostro quedó a diez centímetros del mío.

No, la verdad que...

Interrumpió mis palabras con su beso.

 

Capítulo LXXI: “¿Qué tan complicado puede ser?”

 

... Pensé que todos los problemas se habían acabado...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=akFjQt3cQGY ]

 

Bill me resucitó después de matarme. Sus labios junto a los míos eran algo que jamás pensé que sucedería nuevamente. Su sabor, aquel sabor de mi primera pesadilla, se sentía como estar en el cielo después de haber pasado por el infierno. Su beso era amarlo más que a mi propia vida. Y mi destino era vivir encadenado a su amor.

¿Por qué diablos no dejo de besarlo de una vez?, me pregunté. Pero mis pensamientos en ese momento no eran parte de mi corazón. A este no le importaba nada de lo que hubiese hecho Bill, sólo le importaba lo mucho que yo lo quería. Lo mucho que yo lo amaba. No lo detendría, sin embargo, mi mente deseaba con todas sus fuerzas empujarlo hacia el otro lado de la habitación.

Sus brazos se posaron en mi cuello, uno de cada lado. Supongo que hizo eso a propósito para que yo no lo soltara. Mi mano rozó su brazo para empujarlo, mas solamente se quedó allí posada.

Basta, pensé y luego alejé mis labios de los suyos. Lo miré fijamente con tristeza, porque no estaba alegre de haberme besado con él. Fue hermoso, no obstante, era algo que nunca debió suceder. Nuestra historia ya había acabado. No había más páginas para ese libro.

No me soltó. Seguía sosteniéndome del cuello.

Vuelve conmigo, Tom. Te necesito más que al aire —me dijo él mientras sus ojos se convertían en dos espejos de agua.

Sus palabras sonaban más sinceras que nunca. Y mi mirada seguía perdida en sus ojos.

Yo...No sé qué hacer —le dije confundido con la misma sinceridad que él había hablado.

Sólo recuerda lo mucho que nos amábamos.

¿Por qué tuviste que abandonarme y arruinar todo ese amor que nos teníamos?

Quizás esos momentos fueron los que se me olvidaron. Pero ahora lo recuerdo todo muy bien. Te amaba tanto como lo estoy haciendo ahora. Es un amor que no te deja dormir, ni vivir, que te tiene atado a esa persona y no te deja pensar en otra cosa más que en besarla. Lo mío con Candy fue la relación más pasajera de mi vida. Lo mío contigo fue amor verdadero, amor que dura hasta hoy y durará por siempre.

Si vuelvo contigo deberás tener en cuenta que jamás podré confiar en ti.

No importa, Tom. Te daré toda la confianza que necesites y te prometo que nunca volverás a dudar de mí. Y si lo haces te mostraré que estás equivocado. No te dejaré ir nunca más. La vida es una sola y yo quiero vivir la mía por siempre junto a ti y a Maia. No me dejes vivir solo, me siento demasiado solo sin ti.

Sus ojos nuevamente estaban llenos de lágrimas. Pero esta vez, se largó a llorar desconsoladamente.

Me soltó y me dio su espalda, llorando entre sus manos.

Te amo tanto que no quiero vivir sin ti... —explicaba entre sollozos y lamentos.

No llores —le dije con mi voz entrecortada.

Odiaba ver así a Bill. No era una de mis escenas favoritas, más allá de todo el daño que él me hubiese hecho.

Apoyé mi mano en su hombro y lo acaricié. Él dejó de llorar por unos segundos; creo que se sorprendió de lo que yo estaba haciendo.

Necesito que me contestes algo con toda la sinceridad del mundo —me dijo dándose vuelta de repente.

Sí, Billy...Bill.

Hacía tanto que no le decía Billy, que me pareció raro e inmediatamente quise corregirlo.

¿Tú me sigues amando? —me preguntó con miedo por mi respuesta.

Te amo como el primer día, Bill.

Él sonrió entre las lágrimas secas de su rostro y me abrazó.

Y yo a ti te amo como el primer día —me susurró a mi oído, provocándome escalofríos—. Perdóname por haber sido tan estúpido de no darme cuenta la clase de persona que eras.

No estés mal, Billy. Te prometo que las cosas van a mejorar —le dije sin razón aparente.

¿A qué te refieres? ¿Pensarás en la posibilidad de volver conmigo?

Sí. Ya te había dicho que lo iba a pensar y lo haré. Me encantaría poder vivir toda la vida besándote como recién.

Es mi sueño.

Voy a decirle a Maia que se acueste. Deben ser las cuatro de la madrugada y debe ir al jardín —dije en un intento de no seguir hablando con mi hermano; ya habían sido demasiadas palabras hermosas como para seguir endulzando la noche.

No la mandes, pobrecita. Estaba asustada y va a estar muy cansada mañana.

Tienes razón. No la mandaré —le respondí como si él tomara las decisiones por mí ahora.

Gracias por hacerme caso.

De nada.

Me puse de pie y estaba a punto de subir las escaleras cuando oí la voz de mi hermano.

¿Sabes quién era el rubio cómplice de Candy? —me cuestionó a la distancia.

No. ¿Tú sí?

Es quien nos golpeó a ti y a mí en el cementerio. ¿Recuerdas el muchacho que se parecía a Andreas? Es él.

Hijo de puta. Ojalá lo pongan en la silla eléctrica —repuse y subí las escaleras.

Abrí la puerta y mi hija estaba acostadita y dormida. Seguramente, se había cansado de esperarme y se durmió, pensé. La tapé y me acosté a su lado para dormirme.

Bill abrió la puerta de mi habitación.

Sólo quería decirte buenas noches —susurró para que Maia no se despertara.

Igual para ti —le respondí sonriente.

Estaba feliz. Sin embargo, a pesar de la felicidad, mi cabeza era una ensalada mixta. Me dormí rápido para no pensar en nada. Les dije a mi corazón y a mi cerebro que no tenía ganas de discutir con ellos.

A la mañana siguiente, el teléfono celular me despertó. Sentí que habían pasado dos segundos desde que me había acostado. Claro, eran las nueve de la mañana. Salí de la habitación para atender porque sino despertaría a mi hija.

¿Hola? —respondí somnoliento.

¿No piensas ir a Taekwondo? —me preguntó Georg del otro lado de la línea telefónica.

No, Georg. Discúlpame por no haberte avisado, lo que pasa es que anoche nos entraron a robar y estamos todos desvelados. Ni siquiera mandé a Maia al colegio.

¡¿Les entraron a robar?! —exclamó el rubio preocupado por lo sucedido.

Sí. No te preocupes. Estamos todos bien. Adivina quién era.

No me digas que su pasado los sigue torturando. Pensé que todos los problemas se habían acabado cuando murieron Melany y Andreas. ¿Quién era?

Te dije que adivinaras.

¿Bushido? ¿Candy? ¿Camille? No, ya sé quién es. Gordon.

¿Gordon? —cuestioné riéndome a carcajadas.

Y sí, falta él y ya todos se meten en su vida. Ja, ja —rió Georg.

Reí y le contesté:

Era Candy y su cómplice, es decir, el rubio que me encerró en la tumba de Andreas.

No puedo creerlo...En realidad, sí puedo. Ya nada es extraño en su vida. ¿Y cómo hicieron? ¿Los atraparon?

Si quieres venir hoy a la tarde con Gustav, les contamos todo.

Con gusto. Los extraño. Sobre todo extraño a Bill.

¿Y a mí no? —pregunté fingiendo tristeza.

Sí, Tomy. Pero hace mucho que no veo a tu hermano.

No te pierdes de mucho.

Lo sé. ¿Cómo están ustedes? ¿Siguen peleando?

Ni lo preguntes. Peor imposible.

¿Qué pasó?

Me besó. Es un desubicado —dije como si eso hubiese pensado cuando lo besaba.

¿En serio? —me preguntó Georg tan feliz que hasta pude notarlo con sólo oír su voz—. ¿Y por qué dices que todo está mal? ¿Le pegaste por haberte besado?

No. Está todo mal porque casi vuelvo con él. ¿Entiendes lo horrible de ese suceso?

Tom, tú estás enamorado de él, él está enamorado de ti, deben estar juntos por siempre. No quieras desafiar al destino.

Es que... —dije buscando alguna excusa para no volver con mi hermano—. Bueno, veré cómo se dan las cosas.

Las cosas se van a dar así: Tú volverás con él y ambos serán felices por siempre, y cuidarán a Maia como si fuera hija de ambos. La familia perfecta que cualquiera quisiera tener.

Oye, no seas exagerado. Ojalá las cosas hubiesen sido así desde el principio.

Pero van a ser así al final. Ya verás.

Gracias, amigo, por todo. Te quiero mucho.

Te quiero, Tom. Nos vemos esta tarde entonces, avísale a Bill que vamos y luego dale un beso.

Estúpido. Nos vemos. Adiós.

Corté la llamada telefónica y entré a la habitación para dormir nuevamente. Tenía demasiado sueño.

Me dormí pero al cabo de un rato sentí que alguien me movía.

Tomy... —me susurró mi hermano.

¿Qué pasa? —le cuestioné aún sin abrir mis ojos.

¿Puedes venir un rato conmigo? —me preguntó.

¿No puede ser después? Tengo sueño —expliqué como si fuese un niño.

Por favor, son sólo cinco minutos. Luego te dejo para que sigas durmiendo junto a esa princesita.

Oh, está bien —repuse odiosamente.

Me levanté de la cama y acompañé a Bill hasta afuera de mi habitación.

¿Qué quieres ahora? —interrogué molesto porque Bill me había sacado de mi cama.

No me trates mal. Te quería preguntar algo —expresó él sonriente.

¿Qué cosa?

¿Quieres venir conmigo? —me cuestionó mostrándome dos pasajes para un crucero.

Capítulo LXXII: “Vivir lo imposible”

 

...Sus besos son tubos de oxígeno que llenan mis pulmones de vida y felicidad...”

 

[ https://www.youtube.com/watch?v=J7vEKQDLySs ]

 

Me quedé sorprendido. Sonreí. Era muy amable de su parte invitarme. Y también muy romántico. Pero dudaba en ir. No sabía qué responderle.

¿Por cuántos días es? —le pregunté indiferente, para disimular mi interés por su invitación.

Dos días. Sale el viernes a la mañana y vuelve el sábado por la noche.

¿Desde dónde sale?

De la playa de siempre, de Blankenese.

¿Y quién se supone que cuidará a Maia?

¿Max? ¿Mamá? ¿Georg o Gustav? Por favor, Tom, acepta mi invitación.

No lo sé. Lo pensaré con una condición.

¿Lo pensarás con una condición? —repitió él por mi insólita respuesta—. ¿Qué condición, Tomy?

Que aceptes la invitación que te haré yo.

Se sorprendió.

Por supuesto. ¿Por qué no habría de aceptarla? —me preguntó sonriente—. ¿Cuál es tu invitación?

Te invito a cenar conmigo y con Maia. Los tres solos. Una cena familiar.

¿No era que no me querías en tu familia? —me cuestionó él sorprendido pero cada vez más feliz.

¿Aceptas o no? —le dije para evitar contestar su pregunta.

Sí, sí, claro que acepto —respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. Me haces muy feliz, Tom. No te imaginas cuánto —explicó él al tiempo que me estrechaba entre sus brazos.

Cada vez que lo abrazaba sentía cómo mi mundo despegaba los pies del suelo y volaba. Era una sensación única, inexplicable pero hermosa a más no poder. Estar así de cerca con mi hermano nuevamente hacía renacer mi felicidad. Sin embargo, no sólo eso, sino que también me hacía pensar: “¿Qué diablos estoy haciendo?”. Si me preguntaban dos días atrás si volvería a besar a Bill mi respuesta hubiese sido un no y un enojo. Si me preguntaban ahora si volvería a besar a Bill contestaría que sí, que sus besos son tubos de oxígeno que llenan mis pulmones de vida y felicidad. Me había olvidado de ello. Pero cuando volví a tener mis labios sobre los suyos, los recuerdos volvieron como lluvia a mi cabeza.

Lo abracé muy fuerte. Como si nunca más pudiese volver a hacerlo. Lo hice porque lo extrañé de verdad todo aquel tiempo en el que no le había dirigido la palabra. Quería aprovechar sus abrazos, sus besos, porque todavía no sabía si volveríamos a estar juntos. Ni siquiera me había puesto a pensar en ello. Y seguramente mi hermano querría una respuesta. A decir verdad, yo también la quería. No era de mi agrado no saber qué haría de mi vida.

Cuando me abrazas así siento que me protegerás toda la vida —expresó él.

Lo haré. Pase lo que pase. Siempre serás mi hermano menor.

Gracias. Pensé que nunca volvería a sentirte tan cerca.

Yo también.

Qué suerte que eso no pasó, ¿no crees?

Sí —repuse sonriente.

Entonces, ¿cuándo será la cena familiar?

¿Mañana a la noche te parece?

Perfecto. Al menos me alegra haberte recuperado como hermano. Ahora tengo que recuperarte como mi novio.

Muy gracioso. Voy a seguir durmiendo —comenté señalando mi habitación.

Bueno. No olvides que te amo mucho —me susurró haciendo que el color de mi rostro se tornara rojizo.

Lo intentaré —le respondí mientras entraba a mi habitación.

Me acosté. No podía entender todavía cómo la persona que se había llevado toda mi alegría había hecho para traerla de vuelta. Pensé que eso era imposible. En realidad, la vida que estaba viviendo era imposible. No podía estar con Bill, ni quererlo, ni mucho menos amarlo. Al menos eso me dictaba mi dignidad. Sin embargo, desde que había caído a los pies de mi hermano ya no existía la misma. Él también se la había llevado.

Me di vuelta y miré a Maia. Si Bill y yo volvíamos, ella debía saberlo. No quería ocultarle toda la vida una verdad tan grande como esa. Mamá había hecho eso con nosotros y no permitiría que Maia pasara por la misma horrible situación. Era pequeña y eso era una ventaja a la hora de contarle la verdad. Estoy seguro de que ella nos apoyaría; no tenía juicios. En el supuesto caso de que volviéramos.

Me dormí.

Papi... —escuché una voz familiar dentro de mis sueños—. Papi...

¿Qué pasa, hija? —le pregunté a mi nena asustado por sus insistentes llamados.

No me despertaste para ir al jardín.

No, hijita. Lo que pasa es que nos acostamos tarde y no te quise levantar porque ibas a estar cansada.

Ah, bueno, papi —respondió ella sonriente.

Miré mi teléfono celular y eran las doce del mediodía.

A levantarse, niña —le dije a Maia mientras me enderezaba.

No quiero —me respondió ella desafiándome.

¿Cómo es eso? —le pregunté haciéndole cosquillas.

Luego, la alcé y la llevé hasta el baño para que se lavara los dientes. Ella se resistió pero era su fuerza contra la mía. Cuando terminó, ambos bajamos y nos encontramos con Bill preparando la mesa. Nos había hecho el almuerzo.

Al fin se levantan. Padre e hija iguales de dormilones.

Mi niña y yo sonreímos y después ella se acercó a Bill para darle los buenos días.

Les hice de comer, espero que les guste —comentó mi hermano.

Gracias —le respondí mirándolo directamente a sus ojos.

¿Qué hiciste, tío?

Goulash con spätzle —contestó él destapando la fuente como si fuese un chef.

La comida se veía deliciosa. Y de hecho, lo estaba.

Está riquísimo —expresé tímidamente.

Ya me había desacostumbrado a hablarle a mi hermano tan seguido.

¿De verdad? Me alegra que te guste —repuso él.

¿Te gusta, hija? —le cuestioné a Maia, quien parecía estar muy concentrada en su comida.

Sí, papi. Tío, eres el mejor cocinero del mundo.

Gracias, Maia. Tú eres la niña más hermosa del mundo.

Gracias —respondió ella sonriendo.

Preciosa, mañana iremos a cenar a un restaurante con tu tío —le avisé porque seguramente ella se pondría feliz con la noticia.

¡Súper! —exclamó ella saltando sentada de la emoción.

Sabía que estarías feliz.

¿Recuerdas aquel restaurante que dijiste que se veía lindo? —le preguntó mi hermano a Maia.

Sí. Ese de madera —explicó mi hija.

A ese iremos, ¿verdad, Tom? —me cuestionó Bill guiñándome un ojo para que fuese ese el lugar elegido.

¿Das Dorf? —le pregunté.

Sí —afirmó él.

Exactamente a ese iremos, Maia.

¿En serio, papi?

Sí, mi niña.

Ella se levantó de donde estaba sentada y me abrazó. Luego, me dio un beso tierno y pequeño en mi mejilla.

Te amo, papá.

Y yo a ti, princesita.

Terminamos de comer y me puse a lavar los platos porque me correspondía hacerlo, ya que Bill había hecho la comida. Maia se fue al baño.

Así que te gustó mi comida... —me susurró Bill en mi oído mientras yo enjuagaba los platos.

Sí, muy rica la verdad —le respondí sonriendo pero sin prestarle demasiada atención—. ¿Intentas sobornarme?

¿Sobornarte? ¿Yo?

Sí. Me haces la comida para que yo piense que eres hermoso y vuelva contigo.

¿Y tú dices que no funcionará?

No lo sé. Tendrás que esperar mi respuesta.

Papi, iré a jugar con Scotty —interrumpió Maia nuestra conversación.

Bueno, hija.

Ella salió al patio y buscó a la mascota para jugar con ella.

Hoy vendrán Gustav y Georg —le conté a mi hermano—. Me dijo el bajista que te extraña.

Yo también los extraño. Qué suerte que vienen hoy, así les mostramos todas las canciones que hemos hecho juntos.

Sí, tienes razón. Se sorprenderán al saber que estuvimos haciendo algo sin pelearnos.

Sospecharán.

No. Creerán que estamos juntos.

¿Les dirás que nos besamos?

Georg ya lo sabe.

Bill me miró enfadado.

¿Qué? Necesitaba un amigo y se lo conté —le expliqué.

Está bien —repuso él ya más tranquilo—. Sólo bromeaba.

El timbre sonó.

Deben ser ellos —le dije a mi hermano.

Voy a atender.

Bill abrió la puerta de entrada.

Hola, ¿estaría Maia?

¡Tom, buscan a tu hija! —chilló él enojado.

Me pregunté quién buscaba a mi hija. Me sequé las manos y fui hasta la puerta.

¡Anette! ¡Qué sorpresa! —exclamé mirando a Bill, quien no parecía estar feliz con la visita de mi nueva amiga.

La saludé con un beso en la mejilla y también saludé a su hija. Bill se quedó allí como estatua controlándome a mí y a Anette.

Disculpa, Tomy, que no te avisé que venía lo que pasa es que no tengo tu número.

No te preocupes. Pasa, pasa —le dije invitándola a que entrara casa.

No, no, está bien, Tomy. Sólo quería saber cuándo pueden juntarse a jugar Maia y Cassandra.

Ahora estaría bien. Maia está aburrida en el patio.

¿De verdad? ¿No te molesta que la deje ahora?

No hay problema. ¿No quieres quedarte?

No, no. Está bien, Tom. Tengo muchas cosas que hacer. Gracias de todos modos.

De nada.

¿Me pasarías tu teléfono? Así te llamo para saber más o menos cuándo vengo a buscar a mi hija.

Sí, sí —afirmé.

Le pasé mi número teléfonico, me dejó a Cassandra, se despidió de nosotros y se fue.

Tema: Enigmas del pasado

Capítulo?

Gaia | 16.02.2014

Este fan fic qué? lo dejaron botado así que está en las últimas?

fic

Kennia | 06.07.2013

o por dios :3 reconciliación segura, a como van las cosas presiento que Candy volverá a molestar e intentara hacer algo muy malo :/

Re: fic

Enigmas del pasado | 11.07.2013

Ya subí nuevo capítulo :)

capítulo??

Kris | 26.05.2013

Ni modo ...voy a tener que hacerme a la idea de que este fue el final no??...

Re: capítulo??

Enigmas del pasado | 28.05.2013

No, no es el final. Ya subí capítulo nuevo. Todavía faltan un par de capítulos para el final. De todas formas, se darán cuenta.

Re: Re: capítulo??

Adri | 28.05.2013

Ay dos para el final, que triste, ya esta historia llega a su fin , yo la vengo leyendo desde que empezó cuando la publicaban en twckaulitz.com, me va a costar asimilar que ya terminó todo , jeje, a menos que haya tercera temporada, jejejje...

Re: Re: Re: capítulo??

Enigmas del pasado | 04.06.2013

Creo que faltan más de dos y no vas a ser vos sola la que tiene que asimilar todo esto. Yo no quiero terminarla tampoco, me da nostalgia jajaja Gracias por leer siempre, Adri!

cuando hay caítulo nuevo?!

Adriana | 19.05.2013

cuándo hay capítulo nuevo??..

Re: cuando hay caítulo nuevo?!

Enigmas del pasado | 24.05.2013

Esta semana actualizo sí o sí, no desesperes jajaja Quizás suba dos capítulos por la demora :)

Re: Re: cuando hay caítulo nuevo?!

Adriana | 28.05.2013

ay sí ...sube dos por fa por fa, me encanta este fan fic es de mis favoritos y tengo tiempos siguiéndolo!!!...

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